sábado, abril 07, 2018

Esa rebelión que disfraza en uno todos nuestros fracasos.

Lo que está ocurriendo con la "rebelión" judicializada que el Gobierno y la Justicia española mantenían y pretenden mantener para castigar el Procés parece un fracaso del Gobierno y es muy posible que lo sea. Pero en realidad ese fracaso evidente esconde otros muchos menos notorios, que afectan a alguien más que a La Moncloa.
-El fracaso de la política de la arenga.- Para mantener sus posiciones, cada partido, no tira de mensajes mesurados, argumentados ni estables, tira de la arenga visceral y exagerada. Lo hizo en sus tiempos el PSOE con los famosos perros rabiosos de sus campañas electorales, lo hacen el PP y Ciudadanos con la equiparación de Podemos con Venezuela, lo hace Podemos con la equiparación con el Franquismo de cualquier acto conservador del gobierno. 
Y este caso no iba a ser una excepción. Se tiró de hipérboles comparándolo con el 23F, incluso con el alzamiento franquista. Se les ha llamado supremacistas, nazis, golpistas. Algo que puede servir de metáfora arengaria pero que no es verdad.
Por eso cuando juristas externos -de ahí la estrategia de internacionalización- toman una decisión contraria, todas las personas convencidas por las arengas se sienten defraudadas y acusan de incoherencia a los jueces alemanes, belgas, suizos o escoceses que sacan el asunto de la arenga y lo devuelven al mundo real.
-El fracaso de la judicialización de la política.- Los políticos españoles están acostumbrados a buscar el refuerzo de los tribunales para dar fuerza a sus argumentos. Cada vez que una ley no les gusta tiran del Constitucional, cada vez que quieren tomar una decisión de Gobierno buscan que sean los jueces quienes lo hagan. Y en este caso, eso ha llevado a que órganos judiciales que nunca deberían haber procesado ese delito lo hicieran, a que fiscales, que tenían que haber buscado el delito más ajustado a derecho, acusaran del delito que la arenga política les decía que se había cometido, antes siquiera de haberlo investigado.
-El fracaso de la politización de la Justicia.- Es el reverso -quizás más tenebroso- del anterior. Fiscales politizados, tribunales politizados, que se ven obligados a seguir la línea del Gobierno que les colocó en sus puestos y claro, de nuevo, cuando el asunto trasciende las fronteras y caen en manos de jueces que no tienen esa presión política, porque sus sociedades ni están gobernadas por esos partidos ni han sido arengadas sin tregua y sin descanso por una y otra parte, la realidad de los hechos choca con las hipérboles generadas por los políticos españoles y aceptadas por la sociedad.
-El fracaso de los medios de comunicación. Los medios de comunicación -ya muy tocados en nuestro país por el vicio de la propaganda política- han de ser mediadores sociales antes que generadores de opinión. Pero siempre que hay un conflicto ideológico optan por su papel de generadores de una u otra opinión. El aborto, la Ley de partidos, La Ley de Violencia de Género, el laicismo... la lista de asuntos es prácticamente infinita. En lugar de presentar las posiciones de unos y de otros solamente y dejar que cada uno saque conclusiones, presentan las de unos para desacreditarlas y las de otros para ensalzarlas; presentan los vicios de unas y esconden los de otras. Si hicieran su trabajo todos los medios por igual, el lector no tendría la posibilidad de hacer lo que hace ahora. Leer solamente el periódico que le gusta y refuerza las arengas recibidas y asumidas. Tendría que pensar por su cuenta.
Y estos son solo los fracasos del sistema, del elemento institucional. Como sociedad también nos han salido unos cuantos.
-El fracaso del complejo nacional. Desde el comienzo de todo esto nos negamos a escuchar al extranjero, al que nos ve desde fuera. Nos lo dijo el Times, nos lo dijo el Washington Post, nos lo dijo Le Monde Diplomatique y nosotros lo rechazamos. A unos y a otros les dijeron que sus caminos eran erróneos, pero todos los desecharon con un "¡qué sabrán ellos!" porque nuestros complejos nos impiden aceptar nada crítico que venga del exterior.
-El fracaso del refuerzo frontal.- O sea, eso de que el hecho de que alguien le quite la razón en algo a nuestros antagonistas supone que nos la da a nosotros en todo. Si alguien decía que el camino del Procés era erróneo eso ya significaba que estaba dando la razón a quienes decían que el camino del Gobierno, de la detención y el procesamiento por rebelión, era justo; si alguien decía que ese no era el camino para la solución ya estaba diciendo que Catalunya tenía que ser independiente.
-El fracaso de la acusación como condena.- Otro de nuestros grandes defectos sociales. Como se les ha acusado ya son culpables. Lo hacemos con todo. Con las acusaciones de corrupción, con las de malos tratos, con las de malas actuaciones policiales, prácticamente con las de cualquier delito. Así que, que se acuse a alguien de rebelión le transforma en rebelde y claro, cuando un juez dice que no, que no lo es, sentimos que le están dando la razón, que dejan a un "rebelde" marcharse de rositas.
Y todos esos fracasos nos llevan al peor y más doloroso de todos.
De nuevo hemos fracasado en el noble arte de pensar por nuestra cuenta. De darnos cuenta de que, por más que quisiéramos la independencia, tendríamos que haber mirado más allá de las arengas y ver que esa vía era absurda y hacérselo saber a nuestros líderes; que, por más que seamos unionistas, tendríamos que haberles dicho a nuestros líderes ¡Por favor!, ¡cómo va a ser igual convocar un referéndum que invadir el Congreso a punta de pistola y sacar los tanques a la calle! en lugar de comprar la hipérbole y repetirla hasta llegar a creérnosla.
Y lo más grave es que, cuando una decisión externa intenta devolvernos a la realidad, la desechamos y seguimos a lo nuestro. Exigiendo tomar a los 200.000 alemanes que residen en España como rehenes o destrozar cervecerías en Baviera. Otra nueva arenga para poder seguir en la burbuja de todos nuestros fracasos.

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