domingo, marzo 18, 2018

A todos ellos, gracias.

A todos los que en el correr del tiempo y de los siglos se marcharon engañados allende sus hogares creyendo que su lucha y su muerte salvaría a sus niños; a los que resignados y exhaustos doblaron su espinazo, destrozaron sus manos, masticaron sus miedos y mataron sus deseos por alimentar las vidas y los sueños de todos sus pequeños.
A aquellos que callaron y aguantaron por darles un presente, a aquellos que gritaron, sangraron y murieron por querer legarles un futuro.
A los que quisieron enseñar a la carne nacida de su sangre todo lo que sabían, aunque fueran errores, a aquellos que callaron los fracasos de sus retoños, airearon sus gestas, besaron sus mejillas, palmearon con fuerza sus espaldas y les alzaron en alto con abrazos de oso, alabaron sus logros, festejaron sus risas, arroparon sus cuerpos, aplacaron sus llantos.
A los que quisieron hacerles fuertes para que no sufrieran, sabios para que no temieran, firmes para que no dudaran, valientes para que no cayeran; a los que fracasaron para que ellos triunfaran, murieron para que ellas vivieran, se negaron para que sus hijos pudieran afirmarse, se quedaron para que sus hijas se pudieran marchar.
A los que sonrieron al hacerlo porque en nada les pesaba intentarlo, a los que lloraron a oscuras y en silencio porque el peso del mundo caía sobre ellos por no saber hacerlo; a los que se alejaron, marchándose a otras tierras para buscarles alimento y cuando regresaron ya no les conocían.
A los que se perdieron once horas al día de sus vidas por buscarles sustento, a los que se conformaron con ser los últimos en saber de sus novios y novias, de sus sueños y vidas, de sus llantos y risas porque el mundo exigía que ellos fueran quienes renunciaran a sustentar su alma para buscar el alimento que necesita el cuerpo.
A los que les enseñaron a cazar, a luchar, a construir, a negociar o a crear porque era lo único que la vida a ellos les había enseñado y no tenían otra cosa que darles, a los que se negaron a llorar frente a ellas por no hacerles sufrir, a los que cuando había poco se lo negaban a sí mismos para dárselo a ellos, a los que cuando había mucho erraron por exceso intentando que lo tuvieran todo.
A los que solo pudieron ser los padres que siempre ansiaron ser cuando la suerte les concedió el poder ser abuelos.
A los que supieron besarles, abrazarles, acariciarles y entregarles amor y los que lo intentaron, pero no pudieron o supieron pasar de gestos torpes, de miradas calladas, de lágrimas vertidas hacia dentro o palabras cansadas. A los que los amaron por contener retazos del ser al que más habían amado en sus vidas pese a dejar de amarle, por ser nuevos, distintos, por crecer y aprender, por nacer y vivir. A los que hicieron de ellas el centro de sus vidas, de ellos el fiel de sus balanzas, pero no supieron decirlo porque ni la vida ni el mundo ni la historia les enseñaron las palabras, los ritos ni los gestos.
A los que apretaron los dientes enfrente de sus tumbas al regreso de mil guerras ganadas o perdidas, a los que gritaron su rabia en la boca de millares de minas desplomadas, en las lindes de millares de campos arrasados, en la cabecera de millares de lechos de partos malhadados, en la puerta de millares de edificios ardientes. A los que se ahogaron en alcohol y dolor por no saber perderlos o hubieron de conformarse con el vacío orgullo de mostrar sus medallas y fotos y repetirle al mundo que habían sido héroes o heroínas.
A todos ellos, gracias.
Gracias por ser los padres que el mundo os dejo ser, aunque no lo pudierais ser de otra manera.
Gracias por intentarlo, aunque algunos de vosotros perdierais el intento en el fracaso. Gracias por parir a vuestros vástagos al mundo, aunque no les trajerais a la vida. Gracias por aceptar el embarazo vitalicio que supone contener hasta al día de tu muerte a una hija o un hijo en lo más profundo de tu alma y tu vida.
Gracias por vuestros sacrificios y por vuestros triunfos, por vuestra sangre y por vuestra lucha, por vuestros aciertos, por vuestros errores, por vuestros fracasos, por vuestra humillación y vuestra dignidad.
Gracias porque cada una esas cosas nos permite a los padres de hoy, que antes fuimos hijos, poder hacer aquello que un padre siempre ha querido hacer.
Jugar con ellas, cuidar de ellos en su hogar, contemplar, disfrutar y compartir sus progresos, consolar, sufrir y llorar sus decepciones, enseñarles a pensar por su cuenta, alejarles del miedo y la desidia, abrazarles, besarles, estrecharles cerca del corazón, escucharles y hablarles, mimarles y enseñarles. Y dejarles marchar cuando al fin hace falta.
En cualquier vacío o paraíso que eligierais para morar tras la muerte, esbozar una sonrisa y alzar la cabeza con orgullo. Fuisteis los mejores padres que pudisteis o supisteis, que la realidad y la historia os permitieron ser. Y no os preocupéis por lo que oigáis ahora en este mundo. Para un hijo o una hija eso resulta más que suficiente.
Tranquilos, todos los infiernos de la nada, el olvido y la muerte, arden tan solo reservados para los que ni siquiera quisieron intentarlo.
Mis hijos, yo, el presente, el mundo y el futuro os dan las gracias, padres de tiempos anteriores, aunque ahora alguien quiera reescribir la historia en vuestra contra.

viernes, marzo 02, 2018

De empeñarse en morir a Danzad, danzad, Malditos (crítica cinéfila del Procés)

Hay una frase muy típica de las pelis estadounidenses.
Ese momento en el que quien ejerce la función de heroe en la historia duda entre hacer o no hacer algo y su colega -generalmente el negro que termina muriendo un puñado de fotogramas después- le dice aquello de "en la vida, en realidad, solo hay una elección: empeñarse en vivir o empeñarse en morir".
Pues esa es la elección que afrontan la justa reclamación de un proceso que decida sobre la independencia de Catalunya . Y esa es la decisión que, aunque no lo crean los nacionalistas españoles, afronta la democracia y el Estado de Derecho española a través de su legítimo gobierno.
Los independentistas, que han logrado de nuevo el refrendo de la mitad de la población catalana en las urnas -aunque repartidos de otro modo- tienen que mantener viva esa reclamación, esa necesidad de clarificar de una vez por todas si Catalunya quiere ser independiente o no.
El paso a un lado de Puigdemont es, para mi, el primer paso que se da en ese sentido. Un paso casi de sardana, de esos que retiran el pie un poco hacia atrás antes de completarlo totalmente.
¿Por qué? Porque la propuesta de Jordi Sánchez como su sustituto, encarcelado y pendiente del proceso judicial absurdo iniciado por orden del Gobierno español contra el antiguo Govern y el independtismo en general, no es el heroe de la peli cargando sus armas, afilando sus cuchillos y haciendo flexiones para ponerse en forma y derrotar a sus enemigos. No es ese "empeñarse en morir". Es más bien un paso de danza que deja la posibilidad de "empeñarse en vivir" a su antagonista, al coprotagonista de esta peli, que se ha querido vender como de buenos y de malos, y que en realidad es una historia de bandas rivales: el Gobierno español.
Porque ahora es el Gobierno español el que debe demostrar que él también está "empeñado en vivir". No en vivir eternamente en el poder, no en vivir en su ideología nacional españolista por siempre y para siempre. Empeñado en que la democracia española persista, en que todos, catalanes o no, nos podamos creer que vivimos en un país en el que tenemos derecho -aunque sea poco- a decidir nuestro destino.
Le toca de deshacerse de todas las memeces -sí, memeces- de que la democracia se defiende a golpe de decreto, de proceso por rebelión, de intervención a través del manido y manipulado artículo 155 de la Constitución. 

Le toca adelantar el pie en esa sardana hacia Jordi Sánchez, si sale elegido, y demostrar que sabe que la democracia se basa en lo que siempre se basó: el derecho de los que deben decidir algo a decidirlo.
Le toca decidir entre empeñarse en la muerte de seguir escuchando los cantos de sirena de los nacionalistas españoles de bandera en el balcón y argumentos absurdos, que van desde el falso imperio histórico hasta la pretensión de que toda España participe en ese referendum, o empeñarse en la vida que a esta nación -y a la que eventualmente podría surgir de una independencia catalana- la daría saber que aquí las cosas se solucionan hablando, dialogando, acordando, escuchando y dejando que la gente decida lo que quiere hacer con su futuro.
Y eso solo puede hacerse con un referendum al que no se niegue el gobierno español por mucho que tema perderlo, por mucho que le abuchee el nacionalismo español que no tiene arte ni parte en este asunto, salvo aquellos que vivan en Catalunya y quieran expresarlo con su voto en esa consulta sobre la indepependencia catalana.
Hace un puñado de meses ambos, enfrentados al paso diez del camino del heroe -así lo llama el profesor de guión cinematográfico de mi hija-, se empeñaron en morir. 
Morir en la vía unilateral, morir en una declaración virtual de independencia imposible, morir en el penoso, vacuo y esperpéntico intento, digno de Valle Inclan, de impedir una votación requisando papeletas y urnas, morir en la puesta escena mas absuda de una represión policial encerrada con raciones de emergencia en un barco bajo bandera de Piolín, morir en procesar por rebeldía a alguien que quería marcharse y no acceder al poder en España.
Ahora, la magia de las urnas ha obrado el milagro, y les devuelve a la vida, les lleva unos cuantos miles de fotogramas atrás en esta película, digna del teatro del absurdo de Ionesco o Pirandello, dándoles la oportunidad de transformarla en una historia que no sea una película de bandas de gansters enfrentadas y pueda convertirse en otra cosa.
"En la vida, en realidad, solo hay una elección: empeñarse en vivir o empeñarse en morir". A ver si esta vez se empeñan en vivir y comprenden que vivir es danzar con quien se tiene enfrente.
Así que eso nos arrastra a esa otra orden cinematográfica famosa: "Danzad, danzad, Malditos". A ver si vuestra danza le devuelve la vida a España y Catalunya. Juntas o separdas, que da igual. 
Que lo único que importa es que sigan vivas las dos tras vuestra danza.

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