domingo, agosto 20, 2017

La cortina de odio que pretende ocultar nuestras vergüenzas tras Las Ramblas

Una de las cosas que tiene ese trágico momento en que la guerra te estalla ante los ojos es que saca de todos las vergüenzas y con ellas los intentos automáticos de ocultarlas.
Quizás, tras los atentados de Barcelona y Cambrils, hay tantas y tan evidentes que resulta difícil verlas todas, vuelven sus obsesiones eternas con ETA, las de los separatistas con la “opresión” del gobierno español, las de los españolistas con la Generalitat, las de ese conservadurismo populista y manipulador con Podemos... 
Todos intentan usar el yihadismo para arrimar el ascua a su sardina o cuando menos alejarla de las de sus rivales o enemigos.
Porque para Mayor Oreja reclamar unidad ante el terrorismo es exigir que todos y cada uno, ya no de los españoles sino de todos los europeos, que acepten con un leve asentimiento sumiso su forma de ver las cosas, su visión de cómo acabar con el terrorismo pese a que ya ha se ha demostrado mil veces que no sirvió de nada para acabar con ETA.
Porque para los españolistas cargar por negligencia (o incluso cobardía, que hay que leer de todo) contra la Generalitat y los Mossos de esquadra es en realidad abogar por la mano dura contra el independentismo catalán.
Porque para los independentistas catalanes separar las víctimas catalanas de las españolas en el macabro recuento no es otra cosa que intentar mandar el mensaje de no nos importa lo que piensen o digan el resto de los españoles.
Porque para los que descontextualizan una frase de Pablo Iglesias acusándole contra viento y marea de apoyar el yihadismo y haciéndole cuando menos colaborador necesario de los atentados es solamente un intento de proseguir en la ardua tarea que se han impuesto de intentar influir en la voluntad política de los españoles a través del más profundo terror atávico irracional a lo desconocido…
Y así hasta el infinito, en una suerte inacabable de interpretaciones parciales, sesgadas y oportunistas que provocan la náusea.
Pero, sin duda, la vergüenza colectiva que más aflora y la que más ridícula en su intento de disimulo es la de los islamófobos que han puesto de moda como condición sine qua non para que la comunidad musulmana en España “se gane nuestra confianza” que se manifiesten masívamente contra el terrorismo yihadista.
Si no fuera funesto hasta provocaría risa. Si no fuera patológico hasta sería ridículo.
Porque esa exigencia, aunque pueda parecer razonable y lógica, parte del más profundo y enfermizo complejo de superioridad.
Parte de ese complejo porque necesitan sentirse superiores, necesitan sentirse héroes de esa España suya que tan solo imaginan, que nunca existió ni existirá y en la que ellos son héroes salvadores de la patria contra los crueles enemigos que la acechan.
“Que hagan para acabar con el yihadismo los musulmanes hagan lo que hicimos nosotros para acabar con ETA y salgan a la calle. Entonces les creeremos”, repiten en sus tuits, comentarios e invectivas físicas y virtuales contra los musulmanes y el Islam. 
Y en ese momento, cuando lo lees o lo escuchas, si no fueran tan peligrosos hasta darían lastima.
Porque se han dejado alejar tanto de la realidad por los medios que han machacado con ello en cada aniversario, en cada conmemoración, en cada acto de eterno recordatorio de las víctimas y solo de esas víctimas, que ya se creen que ellos acabaron con ETA.
Han llegado a olvidar que a un fanático furioso, como son los yihadistas, o a un mafioso sanguinario, como fueron los falsos abertzales de ETA en su final, lo que opine la sociedad le da igual, lo que griten miles de personas en su contra le da igual. 
No responden al clamor social ni a la voluntad política de la ciudadanía: Si lo hicieran dejarían de ser fanáticos o mafiosos y del fanatismo y la mafia no se abandonan con tanta facilidad.
Vean lo vean seguirán; se manifieste quien se manifieste, seguirán. Incluso se reforzarán en su causa. Igual que hizo ETA, considerando traidor a todo vasco nacionalista o independentista que hablaba en su contra; igual que hizo el IRA con todo irlandés que hablaba de paz y no de victoria en el Ulster.
Pero los que señalan con el dedo a las comunidades musulmanas por no "llenar la Plaza de Catalunya" insisten porque, cargando contra el Islam usando la falsa yihad de parapeto, como antes cargaron contra el independentismo vasco poniendo de excusa el terrorismo de ETA, lo único que pretenden ocultar es que lo que acabó con ETA no fueron nuestras manifestaciones, ni nuestros gestos ciudadanos. 
Lo que acabó con ETA fue -además de la acción policial- una sola acción que dejó a los mafiosos sangrientos del tiro en la nuca sin argumentos para reclutar, una tras otra generación, a los jóvenes vascos para la kale borroka y los comandos: que se permitió que los vascos buscarán el independentismo de forma democrática votando a partidos abertzales que hasta entonces se negaban a legalizar.
Si puedo buscar la independencia con un voto para qué buscarla con un arma.
Pero aquellos que buscan excusas para su complejo de superioridad y para su odio, antaño a los vascos y hoy a los musulmanes, no pueden aceptar eso porque significaría que ellos no son los héroes, que no fue ninguna de sus acciones lo que acabó con ETA. Que fue, pura y simplemente, hacer por fin lo que era justo, precisamente lo que ellos criticaban que se hiciera y segaban a hacer.
Así que cargan sobre las manifestaciones multitudinarias exigidas a las comunidades musulmanas la responsabilidad del fin del terrorismo yihadista porque aflora una vez más su complejo de superioridad social que les hace creer que lo suyo es siempre lo acertado y no les permite asimilar que lo que acabará con la capacidad de los líderes de la falsa yihad de reclutar y fanatizar más huestes es que se haga lo que es justo que, en el caso del yihadismo, no es tan directo y sencillo como lo era en el caso de ETA, aunque ellos se empeñen en negarlo.
Lo dicho, si eae necesidad de odiar apenas soterrada, ese complejo de superioridad y esa incapacidad para afrontar la realidad de las cosas no fueran tan aterradoramente peligrosos, hasta darían lástima.

viernes, agosto 18, 2017

Barcelona o descubrir entre lágrimas que hay más de un enemigo

Ayer nos llegó un nuevo capítulo de esa guerra interminable que desde hacía mucho tiempo tan solo veíamos y leíamos de lejos, con los ojos pequeños entrecerrados por el miedo, la ira y la sorpresa.
Y hoy se habla aquí y allá del fin de la frivolidad, de la inocencia perdida, y de una serie de lugares comunes que todo el mundo busca cuando la sangre derramada se vuelve cercana, conocida, casi propia.
Podemos fingir que es así o podemos repetirnos la verdad. Esa frivolidad, ese no tomarnos en serio a quienes alientan el odio xenófobo cada día en las redes, en los chats, en los foros de medios de comunicación, y que hacen que los que odian crean que tienen excusa para odiarnos, no ha acabado. No ha hecho salvo empezar.
Se recrudecerá, se instalará de nuevo en la mente de muchos que necesitan en todo momento disponer de un enemigo a quien odiar, alguien sobre quien poder sentirse superiores.
Y volverá a alimentar al monstruo, seguirá haciéndole crecer, seguirá aportando carne de cañón asesina a las filas de aquellos que aprovechan la miseria para construir fanáticos, que utilizan la rabia para convencer a otros de que han de sembrar las calles de sangre y de cadáveres como otros sembraron y siembran las calles de sus pueblos y aldeas de la misma destrucción sin sentido.
Y el ciclo continuará, se expandirá y se repetirá si no abandonamos la frívola creencia de que no importa que un puñado, unos cientos, unos miles, de locos furiosos y acomplejados, pueblen día y noche el éter con mensajes contra el Islam, contra los extranjeros, contra los refugiados, si no empezamos a ver que son la quinta columna perversa e inconsciente de aquellos que nos ponen las bombas, que nos matan, que nos hacen sangrar.
Que todos esos que hablan de la España de los Reyes Católicos, que buscan y descontextualizan suras de El Corán para mostrar al mundo que el Islam es un hecho religioso perverso, que alientan y aplauden las ideas de Trump y claman porque se implanten en nuestro territorio, no son unos dementes, no son unos bocazas... 
Son nuestros enemigos.
Tanto como los que radicalizan a muchachos, ocultos en los pliegues del éter de Internet, tanto como quienes les enseñan a fabricar las bombas o les instan a arrollar a viandantes en mitad de Las Ramblas.
Enemigos de todos porque ellos son los que cada día, cada hora, en cada red social y cada tuit, le dan a quienes manejan los hilos de la falsa yihad la leña para encender la hoguera del fanatismo, del odio impenitente, de la falsa venganza y de la muerte.
Enemigos porque dan la oportunidad a los locos furiosos de mostrar a aquellos que comenten el error de acercarse a al falso califato la prueba de que aquí se les odia, de que todos sentimos desprecio hacia ellos y lo suyo, de que está justificado que viertan nuestra sangre, que sieguen nuestras vidas.
Así que, sí, perdamos la inocencia. Esa inocencia que debimos perder muchos años atrás, con la primera muerte en las lejanas tierras de ese oriente al que llamamos próximo y sentimos lejano. Perdámosla y dejemos de fingir que ignoramos que nuestros enemigos no son solo aquellos que nos matan o aquellos que, ocultos y distantes, les convencen de que está bien hacerlo.
Entre la sangre y las lágrimas que inundan Barcelona y nuestros corazones, aceptemos por fin que tenemos que luchar en esta guerra aciaga y que hemos de hacerlo en dos frentes distintos: contra los que nos matan y contra los que envían los mensajes de odio que les facilitan la excusa para seguir matándonos.
Con la misma rabia, con la misma fuerza, con la misma determinación.

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