domingo, junio 04, 2017

Seguridad, miedo y la profecía de Hugo Weaving


La imagen que abre esta reflexión habla por si misma.
Podrían ser los balcanes hace dos décadas, en los años de la locura y la masacre étnica; podría ser Tel Aviv en los peores momentos de los locos bombas de la sangre y la yihad o incluso Chechenia, Ucrania o hasta China, si omitimos los rasgos faciales de los protagonistas.
Pero es Londres. Es Londres anoche. 
Y no es una redada de violentos, ni de hoolligans futbolísticos, ni de manifestantes antisistema. Es una evacuación después de un atentado, el enésimo, el siguiente, el penúltimo, de esos fanáticos manipulados y conducidos por los que están usando a su dios para truncar la balanza del poder global en su favor.
Transeuntes, potenciales víctimas atrapadas en el radio de acción del terrorista, evacuados con la manos detrás de la cabeza, en fila y registrados mientras son evacuados; con los rostros cansados y resignados, sin gesto alguno de contrariedad. Como si fuera normal, como si fuera lógico, como si no hubiera otro modo de hacerlo.
Una imagen que no se veía en Londres desde... nunca. Al menos si no se tiene en cuenta esa maravillosa historia, que está empezando a dejar de ser ficción para convertirse en profecía, llamada V de Vendetta.
Esto no es una crítica al protocolo de seguridad que obliga a hacer eso. Probablemente no haya otra manera de hacerlo si se quiere tener una oportunidad de detener a los culpables. Es solamente una constatación de algo que nos negamos a reconocer: Estamos perdiendo y estamos a punto de perder de forma definitiva.
Por más que se llenen la boca de decir tras cada atentado, tras cada ataque, que los enemigos de la sangre y la falsa yihad no nos van a cambiar la forma de vivir, nuestros gobernantes nos la están cambiando.
Los enemigos del Occidente Atlántico, aquellos que quieren acceder al poder global en sustitución de los que ahora lo ostentan o detentan, siguen diez pasos por delante, siguen logrando de nosotros y de nuestros gobernantes lo que desean.
Ya no se buscan bombas, ya no se siguen los rastros de terribles productos químicos, inmundicias radiactivas o de complejos periplos de armas que llegan desmontadas en contenedores a los puertos de Amsterdam o Bristol. Ahora se nos puede matar con una furgoneta, con un cuchillo, con las propias manos.
Llega la final de la Copa del Rey y se habla de la posibilidad e un atentado en el metro de Madrid; El Real Madrid gana la Champions y se especula con un atentado en Cibeles; el solo susurro de una posibilidad de atentado siembra la histeria y la muerte en Italia entre los que están contemplando como la Vecchia Signora pierde la Champions; se ve circular una furgoneta con demasiada velocidad y la gente busca refugio en los portales o los restaurantes...
El mensaje es claro: "os podemos matar con cualquier cosa, en cualquier momento, en cualquier situación". El perfecto detonante de la paranoia colectiva.
Y la respuesta de nuestros gobernantes es la esperada, en parte por necesidad y en parte -y no poca- por deseo:" control, control, seguridad y control. Debéis soportar ese control para derrotar al terrorismo".
¿Y nosotros? Nosotros nos acostumbramos a ver soldados por las calles o policías dotados de armamento militar que antes nos hubiera puesto los pelos de punta; nos acostumbramos a ir en autobús si se rumorea que habrá un atentado en el metro, a ser evacuados como combatientes vencidos o potenciales enemigos en lugar de como ciudadanos asustados del escenario de un atentado.
Así que, por más manifestaciones, por más discursos y por más hashtags de Twitter que convirtamos en Trending Topic, sí han cambiado nuestro modo de vida. Entre los terroristas y nuestros gobernantes han cambiado nuestro modo de vida.
Nadie dice que no sea necesaria la persecución policial del terrorismo e incluso el enfrentamiento bélico contra los bastiones del falso califato -aunque habría que hablar mucho de los modos y maneras-, pero mientras nuestros gobernantes se empeñen en poner mucho más énfasis en el control de seguridad de la población -aprovechándolo en ocasiones para sus fines- que en la búsqueda y la solución de las raíces que mantienen vivo ese terrorismo, seguiremos perdiendo y seguirán cambiando nuestra forma de vivir y nosotros seguiremos resignándonos a ello.
Y si no trabajamos para evitar eso, si no se lo hacemos comprender a nuestros gobernantes, terminaremos transformando al Hugo Weaving con la mascara de Guy Fox de la ya mítica película de profeta en historiador y viéndonos obligados a hacernos las mismas preguntas que él y darnos las mismas respuestas
“¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Quién es el culpable? Bueno, ciertamente unos son más responsables que otros y tendrán que rendir cuentas. Pero, la verdad sea dicha, si estáis buscando un culpable, solo tenéis que miraros al espejo. Sé porque lo hicisteis, sé que teníais miedo. Y quien no. Guerras, terror, rabia, una plaga de enfermedades que conspiraron para corromper vuestros sentidos y sorberos el sentido común. El terror pudo con vosotros y presas del pánico, acudisteis al actual líder. Os prometió orden, os prometió paz y todo cuanto os pidió a cambio, fue vuestra silenciosa y obediente sumisión.”

Le Penn en Francia, Haider en Austria, Wilders en Holanda, Orban en Hungría...Donald Trump en Estados Unidos 
¿Cuantas veces hemos ya estado a punto de hacerlo o lo hemos hecho ya?


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