domingo, octubre 11, 2015

Svetlana y los rusos que quisieron ser grandes

Hay cosas que no dejan de resultarme curiosas y las declaraciones de la nueva Premio Nobel de literatura, Svetlana Alexiévich, son una de ellas.
Como se supone que un Premio Novel y más de literatura tiene criterio y sabe de lo que habla -y suele ser así, por regla general- nuestro Occidente Atlántico se lanza a preguntarle sobre el gigante que siempre lo fue, la potencia que creíamos vencida y que de repente nos está poniendo una y otra vez contra la pared: Rusia.
“Con Putin, la época soviética ha vuelto y se ha apoderado de Rusia”, dice la literata Bielorrusa y nosotros asentimos en silencio, le damos la razón y nos la damos a nosotros mismos. Y caemos en ese error de siempre de empezar a contar la historia por donde nos conviene.
Como el falso comunismo soviético era nuestro enemigo, era el sistema económico que se oponía a nuestro ancestral capitalismo, queremos achacarle los males de la extinta Unión Soviética y de la actual Rusia. Pero sabemos que no es así, al menos Alexiévich debería saberlo.
¿Por qué la escritora no dice "Con Putin, la época zarista ha vuelto y se ha apoderado de Rusia"? Quizás porque entonces tendría que reconocer que nunca se marchó. Tendría que poner el acento no en un régimen ni en otro sino en la sociedad rusa, en lo más profundo de sus raíces.
Porque, por más que nos cuenten historias de Anastasia en las películas de Disney, Rusia no ha conocido nunca otro régimen que no sea: un absolutismo totalitarista en el que una minoría gestiona el mal y la miseria de muchos en su beneficio, gasta fortunas en exhibir poderío militar y lograr imagen de grandeza y no se preocupa de la población.
Y da igual que el gobernante se llame Nicolás, Pedro, Catalina, Leonidas, Nikita, Joseph o Vladimir, y da igual que su rango sea Zar, Zarina, Secretario del Politburó o Presidente. La sociedad rusa no ha salido ni jamás de esa forma de gobierno y eso, por mucho que les pese, no es culpa del comunismo soviético ni del absolutismo -ilustrado o no- ni de la falsa democracia instaurada por Putin.
Es producto de sus derivas sociales, de su desentendimiento por el control del ejercicio del poder y probablemente de una pizca de resignación eslava y ortodoxa.
Pero es mejor echarle la culpa al comunismo. Así todos contentos.
Y la otra afirmación es aún más chocante. Ella es Bielorrusa pero afirma que "tenemos varias rusias". ¿Y luego habla del peligro del nacionalismo ruso? Si ella misma acaba de ser un ejemplo viviente de ese nacionalismo. le preocupa Rusia, habla de ella como su país.
El nacionalismo ruso no ha resurgido porque nunca se ha ido. Quizás la intelectualidad rusa lo desprecie con razón, quizás le parezca más importante la libertad que el orgullo nacional con toda la lógica del mundo. Pero los rusos no piensan lo mismo que sus librepensadores.
"Cuando Putin de repente apretó el botón más primitivo, el pueblo se puso a hablar y, cuando habló, a todos nos dio miedo”, afirma la escritora. Y ese reconocimiento es lo más importante de lo que afirma sobre el país que no es el suyo pero del que parece sentirse parte integrante.
Por eso, pese a los boyardos, las dachas y la servidumbre los rusos siguieron al Zar de Todas Las Rusias, por eso, pese a los soviets, el KGB y el racionamiento encumbraron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, por eso pese a la corrupción, las mafias y la represión, jalean a Putin en su política en Crimea, Ucrania, Osekia o Chechenia.
Porque prefieren una gran Rusia aunque no sea libre, que la pequeña Rusia aunque sea democrática. Porque eligen sentirse grandes en lugar de sentirse libres.
Porque hasta quienes temen el nacionalismo ruso desde Minsk hablan como si fueran hijos de la Gran Madre Rusia.

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