lunes, agosto 24, 2015

Una rabiosa excepción a la pena de muerte.

No soy yo de los que cree que ejecutando a alguien por sus crímenes se arregle el problema del crimen en sí mismo. Pero como en todo hay excepciones.
Si acudes a un país a frenar la tragedia de la guerra, en nombre de la mayor agrupación de países de La Tierra, y te dedicas a emborracharte y violar mujeres, mereces morir. No ser licenciado con deshonor y un borrón en tu hoja de servicios militar. Mereces morir.
Si las Naciones Unidas te arman, te dan de comer, te equipan y te envían a la República Centroafricana para frenar décadas de sufrimiento, de sangría de luchas tribales y religiosas y tú usas tu arma para apuntar a una mujer y obligarla a quedarse quieta mientras la violas mereces morir. No pasarte el resto de tu vida entre barrotes. Mereces morir.
Si la ONU te concede contratos millonarios de transporte, te hace ganar dinero llevando a sus tropas a los lugares en los que se necesitan y tu permites que tus helicópteros transporten a jóvenes raptadas en la República del Congo para ser violadas durante semanas en tus bases de operaciones, mereces morir. No perder el contrato millonario  ni ir a la cárcel. Mereces morir.
Si ACNUR te encomienda la protección de un campo de refugiados que huyen de la violencia religiosa que enfrenta a milicias de fanáticos cristianos y musulmanes enloquecidos y vigilar los alimentos que allí llegan y tú traficas con ellos obligando a menores a realizar contigo prácticas sexuales a cambio de las raciones que les corresponden por derecho, mereces morir. No ser repatriado y procesado. Mereces morir.
Si te envían a paliar las consecuencias de un terremoto en Haití y violas niños, mereces morir, si recibes la misión de ayudar en una epidemia devastadora de ébola en Liberia y secuestras u abusas de niñas, mereces morir, si te hacen ir a Mali a combatir contra aquellos que lapidan y violan a niñas y mujeres y tú te dedicas a explotarlas sexualmente a cambio de comida, mereces morir
Sin paliativos, sin excusas, sin penas conmutadas, indultos ni apelaciones. Mereces morir. Seas ruandés, congoleño, ruso, fránces, nigeriano, estadounidense, austriaco, belga, búlgaro, checo, chipriota, Estonio, Bangladeshí, alemán, fines, griego, húngaro, irlandés, italiano, letón, británico, holandés o portugués, mereces morir.
Por todo el sufrimiento causado en lugar de evitado, por el descrédito que originas a todos aquellos que sí se están jugando la vida en sus misiones de paz, por privar a un continente entero de una de las pocas esperanzas de mejora que le quedan, por negar al futuro entero del planeta y de la humanidad una esperanza que no es posible sin que África y todos los países asolados por la guerra y la miseria salgan de esa situación, mereces morir.
Y si eres un alto cargo de la ONU y recibes los informes y las denuncias sobre esos hechos, los testimonios de otros millares de cascos azules que sí hacen aquello para lo que están en África y las investigaciones de ongs y gobiernos implicados y las metes en él último cajón de tu escritorio esperando a que pase la tormenta...
Mereces que se arme con un mauser de cerrojo cargado con un sola bala a todos y cada uno de los embajadores de esos países ante las Naciones Unidas, se te saque esposado al hall de su sede en Nueva York y se te ejecute sin más.
Por el bien del mundo en su conjunto.

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