martes, julio 07, 2015

Pragmatismos, principios, Grecia y Dumouriez.

"Tsipras tiene una propuesta que va a presentar. ¿Será tan diferente del paquete rechazado como para justificar todo el sufrimiento, todo lo que ha pasado?", se pregunta hoy el cada día más egregio editorialista de turno de El País.
Voy a contarle un cuento.
En el año de gracia del Señor de 1791 un diputado de los Estados Generales de Francia, transformados en Asamblea Nacional Constituyente, se levanto -es de suponer que con la afectada pompa y ceremonia con la que en aquellas épocas se hacían esas cosas- y propuso a voz en grito la incorporación a la Constitución que se redactaba de un artículo en el que se especificara la creación de un ejército nacional.
Su nombre era Charles François Dumouriez, a la postre primer general del Ejercito Nacional Francés.
¿Un ejercito nacional obligatorio? -preguntaron con sorna los miembros de las bancadas aristócratas que ya por entonces se sentaban, como siempre, a la derecha- ¿qué diferencia habrá entonces con las levas forzosas realizadas para las guerras de La Corona?
Es de suponer - echémosle algo de dramatismo literario al relato- que algunos de los girondinos y jacobinos debieron poner cara de póquer y adoptar expresiones del tipo "touche" o , "nos han pillado con el carrito del helado".
Pero se ve que Dumouriez no se inmutó porque simplemente contesto, y esto es literal y no literario: "Muy sencillo, señores. Es cierto que es la misma obligación de ir a la guerra en ambos casos. Pero la diferencia está en que a partir de ahora se la impone libremente a sí mismo el Pueblo de Francia y no viene obligada desde fuera por un monarca que solo piensa en incrementar la riqueza de su casa y el poder de su corona".
Dicho lo cual, se sentó.
Sirva esto para explicarle al editorialista en cuestión que la principal diferencia entre una propuesta helena tras el referéndum y la aceptación de la del Eurogrupo está precisamente en eso, no en el "radical" contenido que pueda albergar.
Será algo decidido por ellos, asumido por ellos y no impuesto desde fuera sin posibilidad alguna de oponerse a ello.
Y no es una cuestión de orgullo nacional. Es una cuestión de principios democráticos. Después de Dumouriez deberíamos haber aprendido esa lección.

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