viernes, junio 26, 2015

Unos, otros y el desprecio como arma de gobierno

Últimamente se me acumulan los entrecomillados de los que hablar y escribir.
Y este más que un entrecomillado es una mano de guantazos en el rostro de muchos que han creído durante décadas que podían hacer lo mismo que sus ancestrales enemigos pero a la inversa: la izquierda ideológica española institucionalizada.
“Os avergonzáis de vuestro país y de vuestro pueblo. Consideráis que la gente es idiota, que ve televisión basura y que no sé qué y que vosotros sois muy cultos y os encanta reconoceros en esa especie de cultura de la derrota. El típico izquierdista tristón, aburrido, amargado..., la lucidez del pesimismo. 
No se puede cambiar nada, aquí la gente es imbécil y va a votar a Ciudadanos, pero yo prefiero estar con mi cinco por ciento, mi bandera roja y mi no sé qué. Me parece súper respetable, pero a mí dejadme en paz. Nosotros no queremos hacer eso. Queremos ganar. Preocúpate de otra cosa".
Si claro, lo ha dicho Pablo Iglesias y ahora que PSOE e IU han tenido tiempo para digerirlo se me ocurren algunas cosas.
Para empezar, la izquierda española lleva haciendo con la cultura lo mismo que la derecha lleva haciendo generaciones con el dinero: capitalizarlo, utilizarlo como arma arrojadiza contra el otro, usarlo como elemento de discriminación.
El rancio conservadurismo español considera que tener dinero te incapacita para ser o denominarte de izquierdas, para defender la cohesión y la igualdad social. Se olvidan De Saint Simon, Montesquieu o Rosseau. Todos ellos ricos aristócratas de alta alcurnia.
El anquilosado izquierdismo patrio sigue pensando que ser culto, inteligente y preparado te hace obligatoriamente de izquierdas. Que la cultura te incapacita para defender otra cosa que no sea sus presupuestos ideológicos. Todos ellos se olvidan de Ortega y Gasset, José María Pemán o Gregorio Marañón, por poner solamente ejemplos hispanos de gente culta, pero que muy culta, y conservadora. ¡Ah, y Don Miguel!, de Unamuno, se entiende.
Y ambos desprecian a aquellos sobre los que gobiernan o pretenden gobernar.
Los unos porque creen y actúan como si solamente fueran herramientas para incrementar una riqueza que nunca se reparte, los otros porque quieren elevar su cultura solamente en el desesperado intento de ganar con ello votos y poder, no porque crean que es un bien en sí mismo.
Ambos porque se sienten superiores, los unos por su dinero y sus contactos y los otros por su cultura y preparación.
Pero lo cierto es que ambos han medrado en la incultura que ambos han contribuido a mantener.
¿De verdad creen las derechas conservadoras varias  que todos los que rugen con los goles de la selección de fútbol son incultos que votan al PP?, ¿de verdad están convencidos los tradicionalistas de la izquierda española que ninguno de sus votantes y simpatizantes se pegan a las cada vez más numerosas pulgadas de sus pantallas para ver Supervivientes o Mujeres y Hombres y Viceversa?
Ahora llega un tipo que, después de varias centurias de echarle la culpa de la derrota a la incultura del pueblo al que dicen defender, les dice que no. Que la derrota constante no les hace superiores, les transforma en incapaces porque no han sabido trasmitir sus mensajes ni renovarlos.
Que ni Ylenia en Gandia Shore, ni el gol de Señor en el 12-1 a Malta ni Jorge Javier en Sálvame les restan votos; que aunque todo el mundo viera Juego de Tronos, los documentales de La 2 y Redes seguirían sin comprar lo que venden. no porque no valga, sino porque no saben venderlo.
Que intentar vender la cohesión social, la igualdad y la justicia enganchados de los mismos lemas, los mismos colores y la misma fijación con la supremacía cultural de la izquierda es como si Coca-Cola siguiera utilizando buhoneros con carromatos tirados por mulos para vender su producto.
Y se sienten tan mal como se siente la derecha española de toda la democracia cuando descubre que todos los contactos no les sirven para parar la sangría de votos que les genera que los ciudadanos descubran que todo el peso de crisis recae sobre ellos o cuando se dan cuenta que todos sus cantos a la generación de riqueza no evita que les vuelvan la espalda ante la demostración empírica de que toda la riqueza generada se queda en sus propios bolsillos por mor de su instalada corrupción.
Ni el dinero y el abolengo, ni la cultura y la preparación hacen superiores a unos ni a otros.
A lo mejor por fin empezamos a comprender porque hay alguien dice que no es ni izquierdas ni de derechas.
De las españolas, no.

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