lunes, junio 15, 2015

Jung, la virgencita y la estabilidad a cualquier precio.

"El auge de las fuerzas políticas emergentes lo único que asegura es un periodo de inestabilidad política". Más o menos este es el mensaje con el que los más sesudos y supuestamente imparciales de los opinadores políticos de nuestro país resumen lo acaecido después de las elecciones municipales.
¿Es incierto?, no. Es una verdad del tamaño del Templo de Salomón.
El problema quizás no esta en su pulcra neutralidad. Está en nosotros, como siempre en nosotros, hacedores primarios de esta sociedad occidental atlántica que ahora sufrimos. Está en eso que el bueno de Karl Gustav Jung terminó tras darle muchas vueltas, llamando inconsciente colectivo.
Porque nuestro inconsciente colectivo desde las cavernas hasta la estación espacial internacional a través de glaciaciones, desastres naturales, correcciones inesperadas de la Tectónica de Placas, ascensos y caídas de imperios, invasiones, contraataques, revoluciones, contrarrevoluciones e incluso rupturas sentimentales íntimas y personales, ha terminado considerando la estabilidad como un bien en sí misma.
Pero no lo es.
Tendemos a pensar que es mejor que las cosas no se muevan que que lo hagan, identificamos la inestabilidad como algo peligroso y necesariamente evitable y, como en otras muchas cosas, olvidamos el importante matiz de las circunstancias.
Los antiguos, los que nos imprimaron a través de sus genes y sus experiencias compartidas ese gusto por lo estable, ese "virgencita, virgencita, que me quede como estoy" tenían claro que la estabilidad era un valor si -y solo si- las cosas iban, por lo menos, medio bien.
Todos aquellos que en nuestras actuales circunstancias claman por la estabilidad, Desde Pedro Sánchez a Mariano Rajoy, de Aguirre a Rivera, ignoran o fingen ignorar que esa estabilidad nos congelará en el tiempo como Mamuts atrapados en un glaciar antiguo.
La estabilidad supone seguir con la tasa más alta de paro de Europa, mantenernos con un nivel de pobreza que la ONU considera inaceptable, con más de dos millones de familias sin recursos económicos,con los mercados -o sea un grupo mínimo de poderes financieros especulativos- marcando e imponiendo el ritmo de nuestras vidas, con nuestros trabajadores por cuenta ajena condenados a la semi servidumbre salarial para competir con los precios de producción de China, India, Namibia y Bangladesh.
Permanecer estables en la situación actual supone mantenerse con los poderes públicos mezclados y politizados, con los jueces sirviendo a los partidos, la Administración del Estado transformada en un negocio familiar en el que colocar a deudos, familiares y amigos, las fuerzas del orden utilizadas como herramienta de represión de aquellos que las pagan con sus impuestos, los medios públicos de comunicación transformados en oficinas de Agitpro por quienes ejercen el poder en cada comunidad autónoma, la sanidad pública subastada y puesta en manos de fondos buitres que dejan a los inmigrantes morir en las puertas de los hospitales y cierran alas enteras de crónicos y oncología para mejorar sus cuentas de beneficios, la educación pública cercenada, sin recursos para los estudiantes que más problemas tienen... ¿sigo?
Defender la estabilidad política en España en este momento es conformarse con que todo ministro, consejero, parlamentario nacional o autonómico, concejal o secretario de organización de un partido político, meta la mano en la caja de todos, asigne contratos a dedo a cambio de regalos y comisiones, cobre sobresueldos en negro de su partido, acepte sobornos, practique cohechos, financie ilegalmente sus campañas y asigne contratos millonarios a quien comparte lecho, mantel, sangre o cualquier otra cosa con ellos.
Así que me temo que, a despecho de toda la historia de cambios geológicos bruscos del planeta, de todas guerras y revoluciones de la humanidad, del bueno de Jung y de nuestro inconsciente colectivo, la estabilidad ha dejado de ser un bien defendible en estos tiempos.
Digan lo que digan los sesudos analistas, los políticos tradicionales y nuestros miedos más atávicos al cambio.
Que seguro que si hoy peregrina un español a Lourdes y le pide a la virgen quedarse como está, la colleja de la madre de su dios se escucha en las antípodas y le echa de su sagrado santuario al grito de "¿Pero, tú eres tonto chaval?, ¿cómo vas a querer quedarte como estás?"

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