domingo, abril 19, 2015

Nosotros, el mundo y el maniqueísmo ineludible.

Hay dos formas de ver el mundo.
Al final solamente es eso. Tan maniqueamente simple que resulta en extremo complejo, complicado o como se quiera definir su entendimiento.
Y por primera vez, quizás desde el más medieval milenarismo. Esas dos formas de ver el mundo ven el mismo mundo: un lugar maltrecho, desarmado, quebrándose en sus cimientos y desmoronándose desde lo más alto de todos sus tejados. 
Un lugar en el que miles de millones de personas nos volvemos a un lado y a otro sin tener muy claro qué está pasando ni que queremos que pase. Unos recuperan viejos dioses y guerras y otros se inventan unos nuevos; unos se aferran a los restos de sistemas económicos que mueren una y otra vez en crisis que se superponen y otros intentan rescatar fórmulas gastadas, manidas, agotadas, que fracasaron antes de ser llevadas a la práctica.
Ya ni siquiera vemos un mundo habitado por siete mil millones de personas. No somos capaces de ver otra cosa que siete mil millones de mundos habitados por una sola persona.
Y es ante esa situación, ante ese desconcierto, ante la cual la sencilla división en la que se resume la evolución humana vuelve a enfrentarse. Y esta vez encarnada en dos simples frases de dos personas que deberían estar en el mismo barco pero que, aunque a lo mejor lo están, están intentando pilotarlo en direcciones diferentes.
Christine Lagarde, la directora ejecutiva del FMI, afirma que "el capitalismo aún tiene margen para la renovación".
Y ahí está todo dicho, todo explicado sin una cifra, sin un dato, sin necesidad de una gráfica o un complejo diagrama de flujo.
Renovarse.
Cambiar las piezas viejas por otras nuevas, retirar la arena de los engranajes atascados para que rueden de nuevo, pintar, pulir, fijar, lubricar la maquinaria para que desaparezcan los chirridos y los crujidos que amenazan con quebrarla.
Renovarse
Volver a ser jóvenes, fuertes. Volver al principio para volver a hacer lo mismo en la esperanza, que oscila entre la inconsciencia y la necesidad, de que esta vez funcione, de que esta vez lo hagamos bien. Volver a empezar.
Y el otro piloto que tira del timón es Jim Yong Kim, el presidente del Banco Mundial que, mientras Lagarde intenta conducir la nave de nuevo al puerto de partida, afirma que "las reformas son necesarias. El mundo sabe como viven los ricos y por eso exigirá más igualdad".
Y también lo dice todo con esa frase. Sin necesidad de nuevas declaraciones de derechos, de proclamas revolucionarias, de historias ejemplares ni ejemplos trágicos.
Reformarse. 
Cambiar de maquinaria, diseñar nuevos componentes para componer un nuevo mecanismo que, incluso con las mismas piezas que la antigua, funcione de otro modo, gire en otra dirección, produzca otros efectos.
Reconocer que somos viejos y estamos cansados. Crear algo nuevo aprovechando la experiencia del fracaso para hacer algo totalmente diferente en la esperanza, que oscila entre la utopía y la necesidad, de que lograremos lo que no conseguimos con nuestro anterior invento. Empezar de nuevo.
Y esa es toda la diferencia, esa es la única dicotomía a la que nos enfrentamos.
Renovarse o Reformarse
Inconsciencia o utopía
Volver a empezar o empezar de nuevo.
A aquellos que llegan tras nosotros ¿les daremos un mundo renovado del que esperamos que tenga otro final o les daremos un mundo reformado cuyo futuro es incierto?
Es nuestra generación, es nuestro mundo y es nuestra decisión. Y se nos está acabando el tiempo. 

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