miércoles, enero 28, 2015

Cuanto menos Grecia somos, más cambio precisamos

La llegada Syriza al gobierno en Grecia por voluntad de los sufragios democráticos y no de los augurios, avisos y amenazas de todos los órganos, organismos y "organúsculos" que quisieron evitarlo para bien de los intereses de un sistema económico que nos está matando en su agonía, la estrategia de políticos y medios de comunicación política ha cambiado.
Ahora se trata de demostrar que España no es Grecia o que Grecia no es España para evitar que los ciudadanos que están hartos de lo que pasa en nuestro país hagan lo mismo que han hecho los griegos: borrar a los partidos tradicionales del mapa político y darle a otros la oportunidad de hacer una política diferente.
Y tienen razón. España no es Grecia.
Para empezar como decía un Tweet ayer: "en Grecia se detuvo a los militares golpistas en 1974, se les juzgo y encarceló, se hizo un referéndum y se echó al rey". Así que es verdad. España no es Grecia.
Pero hay más, muchas más cosas que nos separan de Grecia, que nos evitan la odiosa comparación con el país en el que ha triunfado el intento de cambiar la forma de hacer política.
En Grecia lo habitual es que formen parte de los gobiernos profesores y catedráticos universitarios, en España no pasamos de un par de inspectores de Hacienda -con todo el respeto a la dificultad de esas oposiciones- y encima los medios critican a las formaciones políticas que los integran porque parece que ser un cacique de pueblo, un lameculos de pasillo de sede de partido y un familiar de algún líder renombrado da mas "experiencia de Gobierno" que saber de política, economía o sociología.
En Grecia su primer ministro dimitió para crear un gobierno de unidad nacional cuando la crisis se hizo rampante y el rescate se consumó, aquí lo más cerca que hemos estado de eso ha sido cuando el Presidente del Gobierno y el líder por entonces de la Oposición se sientan en el mismo palco a animar a la selección española de fútbol.
En Grecia, con la plaza sintagma ardiendo día sí y día también de indignación, a nadie se le ha ocurrido criminalizar las protestas, crear una ley que impida o dificulte en extremo manifestarse, prohibir la convocatoria de reuniones por Internet o detener a manifestantes en sus casas, dos días después de la manifestación, desplegando un operativo policial digno de la lucha antiterrorista, en España, los inquilinos de Moncloa es lo primero que han hecho.
En Grecia los partidos tradicionales han cargado -como era de esperar y lógico- contra Syriza. Pero lo han hecho por motivos ideológicos. No han buscado conexiones con grupos violentos, no han intentado vincularlo con oscuros manejos de dictaduras de izquierdas alrededor del mundo ni se han llenado la boca de decir que son terroristas internacionales responsables de todo atentado desde la defenestración de Praga. Aquí tardaron un par de días en acusar a Podemos de estar vinculado a ETA -como no iba a salir el simbionte político favorito del Partido Popular-, de prácticamente aupar a Hugo Chávez al poder y les ha faltado un suspiro para encontrar el parecido entre Pablo Iglesias y el hijo del dictador coreano Kim Jong.
Así que tienen razón, sin que sirva de precedente tienen razón y se la doy. España no tiene nada que ver con Grecia. 
Allí sus gobernantes eran unos inútiles, corruptos, incompetentes e incapaces de hacer el trabajo para el que fueron elegidos y su población está harta de pagar el pato de los desmanes económicos de sus gobernantes y de mantener el nivel de vida de sus magnates enriquecidos con ese sistema.
Aquí también, pero ademas nos enfrentamos a un grupo de déspotas que pretenden mantenerse en el poder a cualquier precio, que no creen en la democracia, que actúan como si fueran los únicos que por derecho divino tienen al gobierno y que están dispuestos a acallar a la población, reprimirla y manipularla con tal de lograr su permanencia en lo más alto de la cadena alimenticia de la política española.
Allí han respetado la democracia, aquí intentan inventar la contra democracia. No nos parecemos. Por eso nos hace mucha más falta el cambio.

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