sábado, septiembre 27, 2014

Nuestros enemigos nos sacan los colores

Sería bochornoso si no fuera lógico, tristemente lógico.
Pero a este Occidente Atlántico nuestro apenas le importa la lógica y por eso cae en el bochorno.
El bochorno de ver como un reino autoritario que encarcela a los jóvenes por besarse en público y una teocracia arcaica que lapida a los homosexuales, los adúlteros y esconde a sus mujeres por el temor de que sus hombres no hayan sobrepasado el estadio de primates neardenthales hormonados, nos enmienden la plana en el nuevo dolor de cabeza que nos ha surgido allá en el oriente árabe y musulmán.
Después de una semana de discursos en la Asamblea General de la ONU hay dos países, solamente dos, que dan soluciones plausibles y lógicas a ese califato yihadista que se extiende como la espuma, como el hambre, como la locura.
Y no son los Estados Unidos de América con sus bombardeos repetidos, no es el Reino Unido con su alianza acérrima con aquellos que otrora fueran sus colonias. No es la Europa continental que arma y rearma a los enemigos de sus enemigos en la vana esperanza de que eso les convierta en sus amigos. Ni siquiera es la Rusia que mira a otro lado mientras compra y vende a través de Turquía el petroleo que da dinero a este nuevo yihadismo organizado y financiado.
Solo dos países dicen y hacen lo que se supone que se tiene que decir y se tiene que hacer: Marruecos e Irán. 
Sería bochornoso si no fuera increíble.
Y antes de que nosotros, con nuestros ternos perfectos, con nuestra música moderna, con nuestro pelo suelto al viento y sin velo, nos indignemos, empecemos a echar pestes por la boca y comencemos a practicar ese juego que tanto nos gusta del "y tú más" que consiste en tapar nuestras carencias con las de aquellos que nos las echan en cara, por una vez, solo por una vez, nos convendría pararnos y mirar y tranquilizarnos y escuchar.
Sí, eso que nos cuesta la vida hacer a todos. 
Europa se lanza a la caza policial del yihadista. Se arroja al camino de la prohibición. No se conceden visados para salir rumbo a esos países, se detiene a todo aquel que apoya al Estado Islámico, se busca a cualquiera que viva en sus suburbios y quiera alistarse. 
Se sigue y se persigue en una solución policial que no le sirvió al comunismo del Telón de Acero, que no resultó útil al fascismo recalcitrante de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, que ni siquiera le valió al mejor rey que ha tenido España -que tuvo la mala suerte de ser francés- para detener a los insurgentes del Dos de Mayo.
Nuestras fronteras son permeables y los yihadistas irán donde quieran ir; nuestro suburbios son un mundo en el que no sabemos movernos porque los desconocemos, porque no nos acercamos a ellos como nadie se acerca al cubo de la basura si no es para tirar algo y los reclutadores sembrarán sus semillas de odio y recogerán en ellos sus cosechas de sangre. Y la resolución de los enloquecidos yihadistas es tal que llegarán a Irak, a Siria o a donde su locura les envíe a matar y a morir
¿Y qué hace Marruecos?, ¿qué hace una monarquía absoluta que detiene a sus adolescentes por amarse, que exige lealtad absoluta e incondicional a su monarca casi como si fuera divino?
Detiene a los cabecillas y los reclutadores, sí; persigue las células y los grupos organizados, sí. Pero luego desciende a los suburbios, acude a las mesnadas de las que se alimenta El Nuevo Califato. 
Quizás porque desde Rabat a Marrakech todo Marruecos es un suburbio, quizás porque sus curtidores, sus pescadores, sus agricultores y sus tenderos son esas mesnadas y, al contrario que el Occidente Atlántico, sabe no puede sobrevivir sin ellos.
Así que acude a esos barrios y hace política. Abre fábricas para darles trabajo, requisa edificios privados para abrir escuelas, coloca a sus escasos médicos en esos barrios, invierte en esas zonas.
Hace lo que nosotros nos negamos a hacer, ni siquiera a plantearnos, parapetados bajo el sentimiento de superioridad que nos proporcionan nuestras libertades, nuestros avances tecnológicos y nuestros instintos básicos disfrazados de otra cosa.
Ataca al yihadismo en su raíz. En la miseria, en la falta de expectativas, en la pobreza que hace que cualquier promesa sea escuchada, que cualquier venganza sea aplaudida, que cualquier guerra sea aceptada.
Y ahora podemos empezar con los "sí pero" que tanto nos gustan. Sí, pero Marruecos no deja libertad religiosa; Sí, pero Mohamed VI exhibe a sus esposas como trofeos decorativos; Sí, pero juzga a adolescentes por besarse en público.
En el tercer "sí, pero" nos daremos cuenta de que son irrelevantes, de que son basura banal y sin sentido. 
En esto hace lo que tiene que hacer y nosotros no. 
Pese a que deberíamos devolverles todos los beneficios que sacamos del comercio de su crudo o sus fosfatos a través de nuestras transnacionales, no lo hacemos; pese a que deberíamos reinvertir en ellos al menos una parte de lo que obtiene el Occidente Atlántico de su miseria medieval, no lo hacemos.
Punto, juego, set y partido para Rabat.
Y lo de Irán es todavía más bochornoso, más dantesco, más absurdo. 
Que un tipo con un turbante blanco y una chilaba de hace ocho siglos nos pueda sacar los colores tendría que ser mucho más bochornoso.
El líder de un estado teocrático arcaico y cruel se sienta ante un perfectamente trajeado entrevistador occidental y nos dice lo que tiene que decir, lo que alguno de nuestros líderes debería haber dicho el primer día: "la forma de combatir el terrorismo, señor, no es para nosotros crear otro grupo terrorista para enfrentarse al grupo terrorista que ya existe. Esta es la serie de errores que han unido los eslabones de la cadena que nos ha llevado de donde estábamos antes a donde estamos ahora. Debemos aceptar las realidades: no podemos organizar grupos armados para alcanzar nuestros objetivos".
Y ahora es el momento de que se nos caiga la cara de vergüenza. 
Un individuo que es capaz de observar como se lapida a los homosexuales y a los adúlteros sin pestañear, que decide que el mundo se ha detenido en el siglo VI de la era cristiana, es mucho más consciente de la realidad que todos nosotros juntos.
Podemos tirar de pelo al viento, de IPhone, de Orgullo Gay y de democracia y libertad para sentirnos superiores, para evitar el rubor en nuestras mejillas occidentales, pero nada de eso cambiará la realidad: Armamos a los kurdos, armamos a El Asad, armamos a Israel, armamos a todos aquellos que creemos que pueden luchar y morir para conseguir nuestros objetivos sin que nuestros buenos chicos occidentales tengan que ir a morir a esas lejanas tierras. Les dejamos operar más allá de toda ley, de todo control, de cualquier mínima regla de compromiso con tal de que nuestro enemigo caiga.
Algo que no sirvió a Eduardo I en Escocia, que no sirvió a Napoleón en España, que no sirvió a los nazis en Italia, que no sirvió al telón soviético en Checoslovaquia, Polonia o Yugoslavia y que no sirvió al Occidente Atlántico en Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Venezuela, Cuba o Chile.
Puede que el Ayatolah en cuestión sea un capullo medieval, cruel y teocrático pero dice lo que se tiene que decir, piensa como se tiene que pensar y ni Hezbollah, ni sus lapidaciones, ni Hamas, ni sus ahorcamientos son relevantes a la hora de tener en cuenta sus palabras con respecto al Califato Yihadista.
Teherán nos ha metido un gol de oro de penalti en el último minuto de la prorroga.
Y ahora podemos refugiarnos en nuestro juego de sacar a relucir todas las vergüenzas -que son muchas- de Rabat y Teherán para no tener en cuenta sus acciones y sus palabras con respecto al Estado Islámico, Califato o como queramos bautizarlo.
O podemos hacer gala de esa inteligencia y lógica que tanto decimos poseer y valorar y hacer y decir lo que tenemos que hacer y decir.
A lo mejor soy demasiado negro o demasiado rojo para el gusto occidental pero no pienso quitarle la razón a alguien que la tiene. Aunque ese alguien sea mi enemigo.

martes, septiembre 23, 2014

Hepatitis C o el arte de no encontrar culpables

Nadie tiene la culpa.
Ese axioma que nos ha servido desde hace varias generaciones para preservar nuestra conciencia como individuos y eludir nuestra responsabilidad social como civilización en este Occidente Atlántico nuestro parece que es aplicable una vez más.
Un medicamento sale al mercado y resulta tremendamente efectivo contra la Hepatitis C. Pero la medicina en cuestión alcanza un precio de 80.000 dólares, 60.000 euros, vamos.Tenemos la cura para la Hepatitis C pero no podemos utilizarla y nadie tiene la culpa.
No tienen la culpa los científicos que la han desarrollado porque ellos se han limitado a hacer su trabajo y lo han hecho bien, rematadamente bien.
No la tiene la empresa farmacéutica que la comercializa porque los costes de investigación que ha supuesto su creación han sido exorbitantes y sus costes de elaboración no le van a la zaga.
No tienen la culpa los gobiernos porque pocos son los que están, dado el estado de la economía global, en condiciones de sufragar el coste de ese medicamento.
Así que, al parecer nadie tiene la culpa.
Novecientos mil enfermos de Hepatitis C en España no tienen acceso a esta medicina y nadie tiene la culpa. Ciento noventa millones de seres humanos que padecen esta enfermedad en el mundo no pueden costearse este tratamiento y nadie tiene la culpa.
Y como no hay culpables parece que no hay soluciones. Como no tenemos a nadie a quien responsabilizar del absurdo hecho de que una cura no sirva para nada porque no hay dinero suficiente en el sistema para que se pueda administrar a quien la necesita parece que nadie es responsable tampoco de hallar la solución.
Los profetas del estatalismo a ultranza llenan las redes de exigencias de que se arrebate la patente a la empresa farmacéutica y se fabrique libremente en un canto de cisne que confunde justicia con necesidad. 
Otros, más comedidos adalides de las políticas sociales, claman por su incorporación inmediata a la lista de medicamentos financiados por la Seguridad Social sin importar el coste, los números rojos de la administración ni ningún otro baremo. Ignorando o pretendiendo ignorar el hecho matemático de primaria de que un millón de enfermos por 60.000 euros de tratamiento suponen 60.000 millones de euros en un presupuesto sanitario sumado de todas las administraciones que, en sus tiempos más expansivos, allá por el lejano 2010, alcanzaba con problemas los 100.000 millones.
Los garantes del liberalismo capitalista a ultranza también aportan su solución y hablan de mercados, de acceso, de ajuste de precios a medio plazo, negando la mayor del sistema que ellos mismos defienden.
Sin darse cuenta que no puede haber balanceo entre oferta y demanda que ajuste el precio del fármaco porque nadie va a infectar masivamente a la población de Hepatitis C para que la empresa pueda lograr las mismas ganancias a través de la venta de más producto. 
Pasando por alto que por más que aumente el número de enfermos, este aumento se producirá mayoritariamente en países y zonas que no están en condiciones de pagar siquiera 10 euros por una medicina.
Y los que están intentando hacer equilibrios entre un sistema moribundo y otro que ya yace muerto hablan de créditos blandos, de préstamos a largo plazo a los enfermos para que sufraguen el coste del tratamiento y se empeñan en cerrar los ojos al hecho de que las familias en gran parte del Occidente Atlántico se encuentran ya ahogadas por un sistema financiero que ha usado y abusado de la deuda apalancada, por unas hipotecas a las que no pueden hacer frente, por una forma de vida basada en el crédito constante que nos ha llevado a la crisis continua y desastrosa.
Conclusión aparente. No hay solución. Conclusión real. No hay solución.
Porque con una medicina desarrollada dentro del actual sistema, en el que la investigación científica y médica está en manos de empresas privadas, en el que el gasto en investigación de las empresas es 350 veces mayor que el de los gobiernos, no hay forma de lograr que la medicación contra la Hepatitis C llegue a todos los que la necesitan de forma gratuita o al menos a un coste asumible por las maltrechas economías domésticas.
En nuestro actual sistema habría que establecer la Ley Marcial para arrancar a punta de cetme la patente de ese medicamento a la compañía y declarar el Estado de Sitio para arrebatar a los que tienen el dinero la financiación suficiente para elaborarla.
No hay solución porque nadie tiene la culpa o al menos nadie quiere reconocer que la tiene.
Se pueden poner todos los parches que se quieran, desde las subvenciones parciales a las donaciones de la empresa, desde las ayudas privadas a las centrales públicas de medicamentos. Pero no hay una solución definitiva.
Porque esa solución pasa por el cambio, por el cambio absoluto y radical de modelo. 
Un modelo que sea un sistema global de investigación que trascendiera los intereses privados de las empresas y nacionales de los estados en el que la investigación médica y científica se hiciera para todos, pagada con el dinero de todos.
Y de que eso no sea posible hay demasiados culpables como para que lo reconozcan.
Porque los gobiernos deberían dejar de anteponer sus intereses nacionales y aportar esa financiación a organismos que escaparían a su control y que no podrían manipular en busca de rendimientos electorales y claro no están dispuestos a hacerlo.
Porque los defensores del mercado libre, sin regulación ninguna e incontrolado tendrían que asumir que la iniciativa privada vale para vender tecnología, patatas o entremetimiento pero no para comerciar con la salud ; porque los  defensores del estatalismo controlado deberían renunciar a la rigidez de un sistema que iguala en la pobreza porque no se puede racionar el derecho a un tratamiento médico; porque los buscadores de beneficios tendrían que aceptar que les detrajeran parte de ellos para destinarlos a esos fines sin esperar a que ellos los donaran o su conciencia les hiciera regalarlos graciosamente a cambio de pingues desgravaciones impositivas, eso sí; porque deberían aceptar compartir otra parte de esos beneficios con aquellos que hacen que puedan conseguirlos y no guardarlos para ellos, sus accionistas, su lujo y sus cuentas bancarias secretas y ocultas. Y no están dispuestos a nada de todo eso.
Y porque nosotros, sí nosotros, tendríamos que experimentar un cambio radical.
Tendríamos que dejar de considerar que los impuestos son dinero nuestro que se nos lleva el Estado deforma artera y miserable, tendríamos que estar dispuestos -una vez que tuviéramos el salario adecuado a los beneficios que nuestros contratadores obtienen de nuestro trabajo, por supuesto- a que nos detrajeran una parte de los mismos sabiendo que no era para nosotros o para nuestro país sino para un bien global que puede nunca repercuta directamente en nosotros si nunca contraemos la Hepatitis C; tendríamos que estar dispuestos a no pensar que nuestros gastos y necesidades son más importantes que la salud del conjunto de la humanidad, mucha de la cual no está en condiciones de pagarse ni siquiera la cura para un resfriado. Y tampoco vamos a asumir todo eso ni de lejos.
Y así sí habría solución para el absurdo sinsentido de que se desarrolle un medicamento que quede fuera del alcance del 98,9% de la población afectada por la enfermedad que sana.
Vaya, pues parece que al final sí hay bastantes que tenemos la culpa de que cosas como esa ocurran y sigan ocurriendo.

viernes, septiembre 19, 2014

Rajoy y Mas mientras Escocia sigue con su vida

Ha pasado y ha quedado.
Como suele ocurrir con los hechos que se anuncian y se presentan como algo clave en la vida actual o en la historia, la consulta sobre la independencia de Escocia ha pasado y ha quedado. No para regocijo o escarnio de unos y de otros. Solamente ha quedado.
Porque lo ocurrido ayer en las ancestrales tierras de los pictos no le sirve a nadie. Tampoco tenía porque hacerlo.
Los que aquí, los de estas tierras nuestras que miran siempre hacia afuera en lo político -y en alguna que otra cosa más- para buscar ejemplos y momentos, se han quedado un poco a trasmano en ambos frentes, parados como un futbolista que corre y se detiene a ratos por miedo a quebrantar la línea de ventaja.
Escocia ha votado no a la independencia pero los amigos de la unidad a ultranza, de la patria nacional indivisible, del símbolo de la bandera roja y gualda que esconde bajo el pírrico honor su hondear las vergüenzas y miedos no salen a la calle, no celebran que tienen un ejemplo de secesión fallida en la Pérfida Albión.
Porque Escocia ha votado. Puede que haya votado no pero ha podido hacerlo.
Los defensores de la identidad nacional catalana, los que creen en ella y los que la utilizan de escudo para desde su gobierno tapar otras carencias, tampoco salen a la calle a celebrarlo. Los que abogan con todo su derecho por vivir su futuro bajo otro estandarte, bajo una señera que, a la larga, terminará ocultando, si no lo hace ya, las mismas vergüenzas de gobierno que ahora oculta la bandera de España, tampoco están contentos del todo.
Porque Escocia ha votado. Pero ha votado no a la independencia.
Así que el referendo escocés no le sirve de ejemplo completo al independentismo catalán y le sirve de poco o casi nada al autoritarismo españolista -aunque lo llamen constitucionalismo a nadie engañan- que intenta impedir la consulta catalana.
Como diría Eduardo I, Longshanks, el rey contra el que batalló el rebelde escocés por excelencia, "Escocia no le sirve de nada a casi nadie".
Pero existen unos pocos a los que lo ocurrido en Escocia sí nos sirve.
Porque Escocia ha votado que no y no hay un éxodo masivo de población independentista que abandona el país en busca de otras tierras; porque Escocia ha votado y Buckingham Palace no ha temblado en sus cimientos, ni Downing Street ha ardido por los cuatro costados; porque Escocia ha votado y amigos de toda la vida que habían votado diferente han seguido en un pub el escrutinio y luego se han ido a sus respectivas casas para volver esta mañana a trabajar con la victoria o la derrota bajo el brazo.
A aquellos que pensamos que la identidad nacional ya sea catalana, española o balinesa es respetable pero no aporta nada a la vida y la hacienda de las gentes, a aquellos que creemos que el derecho de la gente a decidir su futuro más allá de lo que necesiten o esperen sus gobiernos es siempre incuestionable, lo ocurrió en Escocia sí nos sirve.
Porque no somos Longshanks, cuyo papel desempeña en nuestro drama patrio Rajoy con poca gracia, que intenta imponer su bandera con la fuerza y el filo de la espada si hace falta. Ni somos Robert Bruce, el rey de Escocia que con la misma poca gracia que su antagonista interpreta Artur Mas, que ansía alzar la suya usando algún que otro subterfugio.
Porque sabemos que la Union Jack no hace a los escoceses como son igual que no los haría diferentes la bandera del fondo azul y el aspa blanca ni el escudo del cardo en sus membretes.
Nos sirve a los que sabemos o creemos saber que los pueblos y las gentes no tienen nada que ver con sus banderas aunque tengan derecho a tener la que les plazca, que las naciones son inventos y las fronteras convenciones.
A esos sí nos sirve que Escocia haya votado, que haya votado no -o sí, si hubiera sido así- y siga con su vida.
William Wallace, tan traído y llevado en estos días por los periódicos para hablar de la independencia escocesa, estaría orgulloso de su gente, de la gente de Escocia que ha hecho lo que el murió y mató para que pudieran hacer: vivir en libertad. Porque Wallace gritó libertad, no patria una, grande y libre; porque Wallace gritó libertad, no independencia.
Y eso sí lo han ejercido los escoceses en el día ayer y a no ha tenido que ser a despecho del inglés, sino con su colaboración -reticente, pero colaboración a la postre-. 
Quizás por eso, como diría Wallace, "Escocia tan solo sirve a Escocia".
Porque los que dirigen y mandan en uno y otro bando del versallesco duelo que se ha establecido por la definición de la identidad nacional catalana hace tiempo que olvidan o quieren olvidar  lo que en verdad significa la palabra que gritó William Wallace.

miércoles, septiembre 17, 2014

Rajoy o la democracia como generadora de pobreza.

Instalar a la gente en la confusión de términos y significados es algo tan viejo como el ejercicio del poder, como las teorías políticas. Y parece que nuestro Presidente del Gobierno, el ínclito Mariano Rajoy ha decidido sacar lustre a esos viejos haceres políticos para reactivar una vez más la cortina de humo tras la que se esconde hace meses su gobierno: la traída y llevada consulta catalana sobre su soberanía nacional y la forma en la que quieren organizarla y expresarla..
Acuciado por la situación en Escocia que se le viene encima por comparación, agobiado por la demostración baldía del catalanismo en la Diada, Mariano se descuelga con una frase que parece decir una cosa pero en realidad dice otra completamente distinta.
"Los referendos como los de Escocia o Cataluña provocan pobreza y recesión" y apuntilla con un titular que seguramente habrán hecho brillar las mentes pensantes del marketing de Génova, 13: "Es un torpedo para la Unión Europea (una consulta sobre soberanía)".
Y el bueno de Mariano lo deja ahí, vuelve a sus recortes, sus constantes genuflexiones a los organismos económicos del capitalismo liberal europeo y se queda tan "pichi".
Y los que están en contra de la supuesta, temida y profetizada en vano secesión de Catalunya asienten creyendo que entienden lo que Rajoy ha dicho, pero no lo comprenden.
Ningún Referéndum, comicios, plebiscito votación, consulta popular, emisión de sufragios o cualquiera de los nombres que se le quiera poner según su rango y condición a la expresión secreta de la voluntad de un pueblo, genera pobreza o recesión. 
Y para ser justos tampoco genera riqueza o crecimiento. Tan solo generan democracia y libertad.
Rajoy, su corte genovesa, el nacionalismo español, los globalizadores económicos o los que abogan por la santa unidad del territorio nacional pueden y tienen derecho a pensar que la segregación en estados pequeños del viejo continente traerá pobreza y recesión, pero bajo ningún concepto pueden identificar el ejercicio de un derecho democrático que debería estar garantizado con un perjuicio económico.
Porque, expresado como lo ha dicho, Mariano Rajoy está diciendo que la libertad democrática trae pobreza, está afirmando que la expresión de la voluntad popular provoca recesión.
Está manteniendo que  todos  -no solo los catalanes, los vascos o los escoceses- hemos de subsumir nuestra libertad de decisión, ganada con la sangre, el esfuerzo de generaciones a las que les debemos la obligación de mantenerla, a los intereses de un sistema económico que está muerto y comienza a pudrirse por la incapacidad de todos sus gestores políticos para redefinirlo o crear algo nuevo.
Y así no, señor Rajoy, así no.
Si Europa se siente torpedeada por que determinados territorios quieran mantener o recuperar su identidad nacional -cosa que, por cierto, hacen constantemente los estados miembros-, entonces quizás el problema esté en Europa.
Quizás no se esté construyendo como se debe construir, no se esté intentando elevar sobre los pilares adecuados. Quizás no esa la Europa que el mundo y la humanidad necesita.
En un error muy clásico del Partido Popular. Rajoy confunde el fondo con la forma, el continente con el contenido, la parte por el todo.
Como hizo con independentismo y terrorismo en Euskadi, con protestas ciudadanas y violencia en todo el país, con respeto a la libertad religiosa y laicismo, llega a la conclusión que le evita todos los problemas, que mete a todos en el mismo saco, que la facilita su discurso populista -para que luego acuse a otros-.
Si los terroristas son independentistas, el independentismo es lo que hay que combatir, si los violentos participan en las protestas, hay que impedir las protestas, si los que piden el referéndum son catalanistas hay que evitar la consulta popular.
Porque en su mente que siempre bordea el totalitarismo más rancio por la derecha -que los hay que no pueden evitar bordearlo por la izquierda, que conste-, quien evita la tentación evita el pecado. Muy conservador, muy de derechas, muy totalitario.
En lugar de hacer y pensar lo que todo demócrata debería hacer y pensar.
Consultemos al pueblo lo que quiere e intentemos convencerlo de que lo justo y necesario es lo que nosotros defendemos. Hagamos la consulta y una buena campaña para que el resultado nos sea favorable.
Lo que se hizo en Canadá, en los países balcánicos, en Timor. Lo que está haciendo Cameron en El Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Lo que hasta un central de un equipo de fútbol en horas bajas ve con mucha más claridad que el individuo que dirige nuestro destino político y social.
¡Hagamos la consulta y acabemos con esto, joder!
Pero claro, quizás si ocurre eso el Gobierno pierda una de las más densas paredes de humo tras las que ahora tiene la posibilidad de seguir escondido.

lunes, septiembre 15, 2014

El PP aplica en la Educación al Malthus más cruel.

Mientras nos siguen pasando ante los ojos el capote de la consulta catalana, la Constitución, el nacionalismo catalán y español y todo lo que vagamente se le parece y nosotros entramos al trapo una y otra vez como mihuras entrenados, los actuales inquilinos de Moncloa y todas sus sedes autonómicas siguen a lo suyo.
Y lo suyo cada vez es más grave.
Lo han disfrazado de muchas cosas, sobre todo en la educación pública. Primero de necesidad, luego de opción por la excelencia, más tarde de falta de recursos e incluso de un supuesto recuperado culto al esfuerzo de alumnos y docentes.
Parecían recortes o ajustes presupuestarios innecesarios o incluso decisiones encaminadas a beneficiar solamente una ideología religiosa y una forma de educar y de ganar dinero con ello. Pero ni siquiera es eso.
Podría dedicar líneas y líneas a explicarlo -y tengo esa tendencia- pero al final solo podría darle un nombre, el único que tiene.
Malthusianismo.
Los actuales gobernantes de nuestro país, esos que ocuparon Moncloa cargados con el saco de sufragios que les dimos, han transformado la educación en su herramienta de selección maltusiana de la sociedad, en su instrumento para apartar de la sociedad a todo aquel que consideran que no producirá beneficios al ritmo que ellos y sus socios precisan.
Y el último capítulo de este evangelio de Malthus se está escribiendo en Galicia donde la Xunta deja sin ayudas para material a los niños con Síndrome de Down.
Podrían haber recortado de miles de cosas, incluso de las necesarias, pero no lo hacen. Les quitan lo que necesitan a aquellos que tienen más problemas para avanzar a aquellos que ellos creen saber que nunca llegaran al nivel de productividad que ellos demandan y que cada vez está más medio camino entre la servidumbre y la esclavitud. Thomas Robert Malthus estaría orgulloso de ver como, dos siglos después de que todo el mundo rechazara sus teorías sociales, alguien las abraza con tanto rigor.
Y para quien crea que puede ser una casualidad, un desliz, una falta de criterio o de atención solo es necesario que se de un repaso por los llamados recortes, que ya no se antojan otra cosa que clavos bien clavados en el catafalco de la sociedad española.
Siempre es lo mismo.
Antes de que Galicia y su Consellería de Educación dejarán sin ayudas de material a los niños con el Síndrome de Down, se eliminaron las becas de apoyo a los niños autistas, se han reducido los psicólogos y docentes especiales para niños con dificultades adaptativas hasta el punto de que se ha hecho imposible su trabajo, se han forzado tanto las plantillas que se hacen casi imposibles los desdobles para los alumnos que acumulan retrasos, se han despedido a profesores de apoyo, se han eliminado o se fuerza el pago por adelantado a las familias del dinero necesario para el material y los recursos que los niños con necesidades especiales escolarizados en centros públicos necesitan.
Y así en una cascada sin fin de decisiones que siempre apartan a los que más dificultades tienen, desde los autistas a los niños con parálisis cerebral, desde los que padecen Síndrome de Down hasta a los que tienen THDA o simplemente experimentan un retraso cognitivo.
Siempre se corta y se recorta de lo que necesitan aquellos que se anticipa que no podrán colocarse al nivel común en un intento de no gastar dinero en quien tendrá más dificultades para devolverlo con el trabajo precario y semi esclavo que tienen preparado para nuestro futuro.
Y todo ello, eso sí, mientras se regalan terrenos y subvenciona a centros religiosos o se pagan los profesores de religión en la escuela pública. Que para algo el bueno de Malthus era clérigo. Anglicano, pero clérigo.
Y por si todavía queda alguna duda, a nivel general la Educación diseñada por el Gobierno del Partido Popular incide en el hecho.
La revalida expulsará del sistema educativo y los arrojará a un mercado laboral en condiciones dickensianas para el resto de su vida a las primeras de cambio; las reducciones en las becas y las nuevas condiciones de las mismas harán que de igual modo deban abandonar las carreras multitud de estudiantes que podrían aprobarlas y acaben en el mismo sumidero laboral que los anteriores.
Rematado todo ello con el abandono asistencial y financiero de las personas dependientes, con el recorte continuo y constante de la asistencia sanitaria a colectivos como los enfermos crónicos o simplemente con el abandono de los ancianos en condiciones económicas cada vez más precarias.
Un cuadro maltusiano que hiela la sangre cuando se pinta en toda su extensión.
Ya no es cuestión de dinero, de ideología o de cualquier otra cosa. Es simple y puro desprecio a la vida y las expectativas de todos aquellos que no están en las mejores condiciones de servir a sus fines y a su mantenimiento en el poder.
Así, la máxima de Malthus resuena en los pasillos del poder de nuestro gobierno una y otra vez aunque probablemente son tan limitados que ni siquiera se la exponer.
"Un hombre que nace en un mundo ya ocupado, si sus padres no pueden alimentarlo y si la sociedad no puede recurrir a su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar ni la más pequeña porción de alimento (de hecho, ese hombre sobra)".
O produces o mueres.
Para eso usan la Educación. Eso es lo que están haciendo con nosotros.

domingo, septiembre 14, 2014

González o acceder al botín por la puerta de atrás.

Alguien dijo que cuando se rechaza el asedio a una entrada a un recinto amurallado hay que tomar aire un segundo y correr a toda prisa a la entrada trasera del castillo para ya estar allí cuando el enemigo intente derribarla con la furia redoblada de su derrota en la entrada principal.
Cierto es que el bueno de Ricardo Corazón de León se refería al error estratégico de los defensores de San Juan de Acre, pero dadas las formas cuasi feudales que adoptado el Gobierno Regional de Madrid ha asumido, se le podría aplicar perfectamente
Alguien podría pensar que González se rindió cuando los jueces le paralizaron sine die su masiva privatización de hospitales y centros de salud. Pero, si ese alguien creía que iba a desistir en el asedio de la sanidad pública madrileña, se limitaba a dormir el sueño delos justos.
González, -ya sin Fernández-Lasquetty como escudero y paladín- hace tiempo que ha redoblado el asedio a la puerta trasera de nuestra sanidad.
Las mamografías solo se realizan en la sanidad privada y las mujeres madrileñas no tienen oportunidad de hacérselas en los hospitales públicos, con los especialistas que las trata habitualmente.
El gobierno del Partido Popular Madrileño, que tanta bandera hace en esto -y otros muchos asuntos- de su alterado y retorcido concepto de la libertad de elección- se la niega a las madrileñas forzándoles a irse a la privada para una mamografía preventiva.
Y González habla de listas de espera, de no saturar los hospitales públicos en lugar de hablar de lo que realmente motiva que, en lugar de mejorar el sistema público, derive ese servicio preventivo esencial hacia la privada.
Porque está claro que no puede decir que debe compensar a muchos de sus socios en la sombra, de sus aliados invisibles, de sus sostenedores silenciosos de que ahora no les salgan las cuentas y los balances de beneficios que él les prometió.
Y sigue golpeando una y otra vez con el ariete de los intereses privados la puerta trasera de la sanidad pública.
Con las mujeres madrileñas los enfermos de diabetes que ven como la Comunidad asigna las bombas de insulina para el Hospital La Paz siguiendo exclusivamente criterios económicos.
Ignora o ni siquiera pide los informes de los médicos especialistas en la materia, no vaya a ser que estos opten por la calidad como criterio para no poner en riesgo la salud de los pacientes diabéticos en lugar de por las bajas temerarias de los que ofrecen el servicio por menos dinero para no poner en riesgo sus cuentas anuales de resultados.
Golpe tras golpe continua su asedio a las puertas traseras de nuestra sanidad intentando conseguir lo que no logró en el ataque frontal que los jueces le pararon.
Permite e intenta encubrir fugas de datos médicos que van a parar a empresas privadas, permite el aumento de un 958% de los gastos de farmacia de el hospital de Fuenlabrada mientras recorta un 12% el personal dela sanidad pública en la comunidad; abre en Villalba un hospital adjudicado a una de las empresas implicadas en la privatización paralizada.
Da igual que sea a través de una privatización realizada con impunidad veraniega de la formación continuada de los facultativos de atención primaria o a través de las continuas y constantes derivaciones forzosas y encubiertas de pacientes a centros de gestión privada.
Suma y sigue en una inacabable serie de arremetidas que solamente buscan encontrar resquicios, provocar grietas y hacer los suficientes agujeros para que los mercenarios a los que sirve en esta guerra contra lo público y nuestra salud puedan entrar por ellas y lograr su botín. El botín que él les prometió desde el principio.
Y todo lo demás es simplemente el humo tras el que González pretende esconder los golpes continuados de su ariete contra nuestra salud.

Bayern, Dekkers, la muerte y nuestro absurdo

Hay ocasiones en las que una sola frase lo desvela todo. Lo pone todo patas arriba y nos obliga a mirar sobre el tapete de la partida de cartas en la que el Occidente Atlántico ha convertido nuestras vidas para contemplar los naipes boca arriba.
El mandamás de Bayern, la multinacional farmacéutica, se calienta, se le va la boca, se viene arriba y suelta la perla de que su empresa "no hace medicamentos para indios, sino para quien puede pagarlos".
Y de repente todo se convierte en una partida de póquer descubierto.
Nosotros nos indignamos, nos ponemos de uñas y empezamos a clamar contra el ejecutivo agresivo en lugar de pararnos y pensar un momento.
Los gurús de la democracia virtual comienzan a plantear encuestas y boicots, los recolectores de firmas suben a la red sus peticiones de rectificación o de sanciones a la empresa. 
Hacemos todo lo que se nos ocurre menos pararnos y pensar.
Quizás porque pensar nos obligaría a lo de siempre. A hacerlo en contra nuestra.
Exigir a Marijn Dekkers, que así se llama el consejero de Bayern en cuestión, que piense otra cosa y reaccionar con ira cuando descubrimos que no lo hace es como enfadarse con un león del Serenghetti por devorar a nuestro compañero de viaje por África o  indignarse con los habitantes de un nido de tarántulas brasileñas por llenar de veneno el torrente sanguíneo de un turista despistado. Es pedirle al depredador que actué contra su naturaleza y enfadarnos con él por no hacerlo, por ni siquiera intentarlo.
Es absurdo.
Pero, si no hacemos eso, tendremos que hacer otra cosa porque a todos nos chirría que alguien diga que los indios se pueden morir de cáncer o de Sida porque no tienen dinero para pagar una medicación que puede curar esas enfermedades. Y esa otra cosa que tenemos que hacer nos resulta más difícil, mucho más difícil.
Supone reconocer que nos hemos equivocado como sociedad y como civilización en su conjunto, que desechamos mal y pronto muchas cosas, que hemos sido nosotros los que hemos creado esa situación.
Porque el problema no es que Dekkers sea un tiburón o que Bayern solo piense en sus ganancias. El problema es que el desarrollo de medicamentos no está ne las manos de quien debería estar.
Y eso es culpa nuestra.
Porque hemos sido los occidentales atlánticos los que hemos despreciado factores fundamentales de sistemas que con toda seguridad no valen para el gobierno político ni para la garantía de la libertad, son inconsistentes a la hora del desarrollo económico y completamente inútiles a la hora de la generación de la riqueza pero que, para la gestión de aquello en lo que el bien común debe estar por encima de los beneficios particulares, son la única solución posible.
Sí, lo siento señores, estoy hablando de ese monstruo mutícefalo, de esa hidra de mil cabezas que aterra al Occidente Liberal Capitalista. Estoy hablando del comunismo.
Novecientas noventa y nueve cabezas del que se dio llamar socialismo real -que no era ni socialismo, ni real- habían de ser cortadas de raíz antes de que devorarán la libertad, las expectativas de futuro y la posibilidad de evolución de las sociedades que maniataron y aún maniatan en un tercio del planeta, pero quizás nos apresuramos demasiado al cercenar la milésima cabeza.
Si nos paramos a pensar un momento más allá de nuestros miedos, nuestros mitos e incluso nuestra ignorancia teórica sobre el asunto, nos damos cuenta que la única manera de que se garantice que el desarrollo médico y científico beneficie a indios y franceses, a estadounidenses y chinos, a españoles y tanzanos, es que ese desarrollo no se haga desde las empresas privadas, es que la decisión de las direcciones de investigación y la gestión de sus resultados esté en otras manos.
Pero si lo reflexionamos un segundo, solamente un segundo más, también nos damos cuenta de que esas decisiones deben trascender a los gobiernos nacionales. Porque si no es así tan sólo sustituiríamos los intereses financieros por los electorales y nacionalistas. Tan solo cambiaríamos la segunda parte de la frase de Dekkers por otra que significaría más o menos lo mismo
"No desarrollamos estos medicamentos para los indios, sino para los españoles -o franceses, o británicos o la nacionalidad del científico de turno que descubriera la cura del momento-".
Así que, cuando comprendemos que la única solución es transferir ese poder a una organización global -¿la OMS?-, darle nuestros impuestos -los de todos los países del mundo destinados a ese fin-, y conferirle la autonomía y el poder suficiente para imponer sus criterios -más allá de nuestros egoísmos sociales y los intereses electorales de nuestros gobiernos-, es cuando se nos abren las carnes liberal capitalistas y se nos disparan todas las alarmas que nuestra civilización occidental atlántica ha puesto en nuestro egoísmo y nuestro individualismo.
Porque no queremos ni pensar que nuestro dinero pueda estar al servicio de alguien que no seamos nosotros mismos, porque no queremos ni plantearnos que exista la posibilidad de que ser español, francés, vasco, nigeriano o canadiense no suponga diferencia alguna en realidad, porque no estamos dispuestos a deshacernos de nuestro orgullo de ser de un sitio o de otro o de haber experimentado la casualidad aleatoria de nacer en una civilización o en otra.
Porque no estamos en condiciones de admitir -aunque nos llenemos la boca de decirlo- que nuestra vida vale lo mismo que la de un indio.
Así que cargamos contra Dekkers, en lugar de contra el sistema que ha colocado en él y en su empresa la responsabilidad sobre la vida y de la muerte, pedimos boicots en lugar de exigir que se ponga al frente de la investigación médica mundial a alguien que se guíe por el bien común, el juramento hipocrático, pedimos que se modifiquen las leyes de patentes en lugar de plantear un nuevo sistema en el que las patentes no sean ni siquiera aplicables a los medicamentos.
Y así intentamos que pase inadvertido el hecho de que somos nosotros los que abrimos la jaula del depredador y pusimos las presas a su alcance, de que fuimos nosotros los que colocamos al descuidado turista al alcance del veneno de las tarántulas y pateamos el nido para que salieran.
De que, mientras no defendamos el fin del liberal capitalismo en la investigación médica, seremos directa e irredimiblemente responsables de la muerte por cáncer o por sida de cada enfermo al que Bayern le niegue sus medicamentos por no poder pagarlos.
Puede que a nosotros nos duela reconocerlo, pero a los indios les está matando que no lo hagamos.

jueves, septiembre 11, 2014

Los árboles se seguirán cayendo sin Ana Botella

Dice Ana Botella que renuncia a ser alcaldesa de Madrid.
Lo ha dicho hace una semana y no ha habido terremoto político alguno, no ha habido movimiento genovés de ningún tipo ni impulso en Ferraz de ninguna magnitud.
Y hay analistas políticos que se sorprenden, militantes del Partido Popular que se incomodan y políticos más o menos mediocres del PSOE que se frotan las manos. Pero todos o casi todos se sorprenden de que no haya pasado nada cuando, en realidad, es completamente normal.
No pasa nada porque Ana Botella haya renunciado a la alcaldía de Madrid porque Ana Botella nunca puso el más mínimo empeño en ser alcaldesa de Madrid.
No era alcaldesa porque nadie la eligió, porque accedió al cargo a través de una serie de movimientos internos en su partido que evitaron unas elecciones municipales anticipadas, que impidieron a los madrileños elegir a su alcalde o alcaldesa cuando el que tenían decidió que su ascenso político era más importante que la administración municipal con la que se había comprometido con sus ciudadanos.
No era alcaldesa porque gastó más tiempo en tapar sus carencias y en mostrar sus vergüenzas que en administrar su ciudad, en colocar a los suyos para llenar las trincheras de su batalla genovesa contra la "lideresa" que en intentar demostrar que la dedocracia del Partido Popular había acertado en su caso.
No era alcaldesa porque se interesó más por la promoción internacional de su egregio esposo y sus actividades que por dejar en buen lugar a una ciudad que gobernaba, porque puso ahínco hasta el ridículo en promocionarse ella misma en inglés y en directo que evitar el oprobio de una candidatura olímpica condenada al fracaso desde su origen pero que podía haber sido derrotada con una cierta dignidad si ella no hubiera intervenido.
No era alcaldesa porque apostó por la imagen de quitar los mendigos de las calles en lugar de por la solución de atacar la miseria con sus recursos, tuvieran estos el tamaño que tuvieran; porque optó por el canto de cisne de hablar contra sus rivales políticas, Cifuentes y Aguirre, cuando le venía bien y no cuestionar a su partido cuando su revisión a la baja dela democracia municipal le venía mal a todos los madrileños.
Ana Botella nunca ha sido alcaldesa así que nada se mueve cuando decide reconocer oficialmente que no va a seguir fingiendo que lo es.
Porque Botella sabe que ni todos los cafés con leche relajantes en la Plaza Mayor harán que enfrentada a un proceso de elección democrática pueda triunfar; porque sabe que su falta de carisma político la ha llevado a tener que agarrarse a la perfecta raya del pantalón de su encumbrado esposo; porque ha descubierto que para ser Michelle Obama o Hillary Clinton hay que pelear por su cuenta, pensar por su cuenta y actuar por su cuenta.
Y los madrileños saben que ese mito histórico de que tras cada gran hombre hay una gran mujer solo sirve cuando el hombre es realmente grande y la mujer lo es con o sin ese hombre.
A alguien a quien quiero más allá y más acá de muchas cosas se le escapó hace unos días un comentario por lo bajo: "Sin Ana Botella -y su escondida sonrisa sarcástica era irrepetible-, los arboles ya no van a caerse".
No nos engañemos. Tiene razón.
Como Ana Botella nunca ha sido alcaldesa, los árboles se seguirán cayendo.
Porque Ana Botella no es el problema es la manifestación del problema. No es la enfermedad, es el síntoma. No es el ébola, es la hemorragia febril que lo delata.
Sin Ana Botella los árboles se seguirán cayendo porque en este país, en esta sociedad y en este Occidente Atlántico son pocos o ninguno los que gobiernan para el bien común, tengan las siglas que tengan, y muchos los que nunca exigimos que así sea.
Y eso no va a cambiar porque Ana Botella no se presente a las elecciones municipales.
Eso depende de nosotros. Una vez más, depende de nosotros. 

11S: del recuerdo del error a la inconsciencia

El once de septiembre ya no es lo que era.
Sigue siendo día de fastos, banderas y discursos, sigue siendo la jornada que otros marcaron en el calendario con la sangre masiva del Occidente Atlántico, continúa siendo el día en que se conmemora el aniversario del día en que la guerra -nuestra secular e interminable guerra contra nosotros mismos- llegó a América.
Pero ya no es lo que era.
Hasta hace unas semanas, casi unos días, el once de septiembre era todas esas esas cosas pero sobre todo era el recuerdo constante y continuo de como la locura de unos y el orgullo de otros nos aboca al desastre, de como siglos de hacer las cosas mal allende de nuestro patio trasero nos vuelven como un boomerang con un golpe cortante en un solo segundo, de como lo que hacemos mal a miles de kilómetros de nuestras costas provoca una marea de sangre y lágrimas en nuestras playas.
Pero ya no. Hoy no. Este once de septiembre es otra cosa. Y ni George W. Bush, ni Osama Bin Laden,  ni Mohamed Ata, ni ninguno de los que fueron actores y púgiles principales en ese round en concreto de esta guerra interminable tienen nada que ver con ese cambio, con esa mutación que ha sufrido el once de septiembre ante nuestros ojos.
Los que hemos cambiado el sentido y la razón al Once de Septiembre somos nosotros mismos, son nuestros miedos de siempre, nuestras soberbias de siempre. Nuestra incapacidad occidental atlántica -y humana en general- de aprender de nuestros propios errores.
Mientras los próceres mundiales se dedican a dar discursos construidos y redactados para mantener en todos vivo el recuerdo de ese día, ellos ya lo han olvidado.
Ante la misma situación, ante el mismo origen, ante el mismo riesgo, cometen el mismo error. Idéntico al que nos llevó a ver caer el World Trade Center, sl que nos obligó a ver estallar los trenes de Atocha y Santa Eugenia, al que nos condujo a contemplar arder el metro de Londres.
Cuando nos acecha un nuevo ramalazo de furia medieval sangrienta amparada en la falsa interpretación de una religión pierden la memoria de este día; justo cuando de nuevo el ariete de la locura vuelve a golpear contra las maltrechas murallas de nuestro Occidente Atlántico, ellos borran de sus mentes y sus decisiones el recuerdo de nuestro error y lo repiten.
Llega el llamado Estado Islámico, bautizado por algunos como El Califato -como si realmente supieran lo que significa ese concepto en el Islam-, y se instala de nuevo en la ira furiosa yihadista y no recurren a la cordura para enfrentarse a su locura, no recurren a la razón para enfrentarse a su irracionalidad furiosa, no tiran de los planes de futuro para enfrentarse a una regresión violenta a un pasado de barbarie.
No hacen nada de lo que se supone que nos había enseñado a hacer ese Once de Septiembre en que la guerra nos llegó.
Como hicieran con Bin Laden para oponerse al fantasma soviético, somo hicieran con Sadam Husein para oponerse al ogro de los Ayatolas iraníes,  tiran del mismo recurso, de la misma solución, de lo mismo que llevó a la muerte a miles de personas en Nueva York, en Bagdad, en Madrid, en Kabul, en Londres, en la frontera iraní.
Combaten una locura con otra que creen menor. Arman hasta los dientes en el nombre de la paz a aquellos que ahora son los enemigos de sus enemigos pero que siempre serán enemigos nuestros porque nos hemos ganado su odio con creces.
Arman a los Peshmerga, como armaron a Sadam, como armaron a Bin Laden; bombardean Irak, Siria o lo que haga falta como lo hicieron con Kabul o Bagdad, intervienen militarmente en la situación como si las veces anteriores, desde Vietnam hasta El Golfo, desde Checoslovaquia hasta Tiananmen, hubiera servido de algo, hubiera sido una solución duradera.
Vuelven a sembrar el campo arrasado mil veces por la guerra y la muerte con la misma semilla de destrucción que dará de nuevo la misma cosecha sangrienta que recogimos ese once de septiembre. 
Y nosotros, que no podemos evitar ser lo que somos porque nos negamos a querer evitar comportarnos como nos resulta cómodo comportarnos, lo apoyamos desde Berlín hasta Denver, desde Madrid hasta Atlanta, desde Londres hasta Nueva York.
En esto, como en todo, ahogamos el recuerdo de nuestros fracasos y nuestros errores, y repetimos las mismas acciones que nos conducen al desastre.
Como la amada que desprecia e ignora a su enamorado, pide perdón por ello por temor a su reacción y luego sigue haciendo lo mismo; como el jefe que se disculpa por actuar de forma despótica o incompetente cuando sus subordinados se rebelan pero sigue haciéndolo en cuanto se apagan los ecos de la rebelión, nosotros y nuestros gobiernos caemos en la misma trampa.
Los ataques al World Trade Center nos hicieron pensar, nos hicieron reflexionar, nos hicieron prometernos a nosotros mismos que nunca volvería a pasar. 
Puede que incluso lo hiciéramos en serio y de corazón, pero somos occidentales y somos atlánticos. 
Si somos incapaces de modificar nuestras actitudes por mucho daño que hagan a los que nos quieren, a los que tenemos cerca ¿cómo íbamos a hacerlo por el beneficio de todos en general?, si nos mostramos impermeables al cambio de actitud cuando esta afecta o hace daño a los que sentimos cerca, ¿cómo íbamos a planteárnoslo siquiera para algo tan lejano y ajeno como es "el futuro de la humanidad"?.
Nos da igual que en el plano personal sea triste y doloroso y que en el social sea absolutamente trágico y prácticamente irreversible. Cuando vuelven los miedos, vuelven las mismas formas de combatirlos y alejarlos. Por más veces que esas fórmulas hayan fracasado.
Así que no. El Once de Septiembre ya no es lo que era.
Antes era la conmemoración de un error global para intentar que su recuerdo nos impidiera repetirlo. Ahora es un monumento universal a la inconsciencia.
Porque repetir una y otra vez los mismos actos esperando que produzcan un resultado diferente es la definición exacta de la más pura y radical inconsciencia. 

viernes, septiembre 05, 2014

Parar el Ébola o enfrentarse a millones de Koyes.

Son cinco letras. Cinco letras y una tilde que despiertan todos nuestros más profundos terrores.
Miedos atávicos de otras cinco letras que nos colocaron al borde de la extinción, allá por el año de gracia de nuestro señor de 1650, pánicos convenientemente redecorados por Hollywood y todas las factorías de historias que conocemos.
Son cinco letras, como Peste. Es Ébola.
Y que estamos colapsados de miedo contra esta amenaza invisible y silenciosa que se cobra su impuesto de muertes por miles en la olvidada África lo demuestra el último intento casi patético de juzgar por homicidio a un contagiado que huyó del hospital donde le atendían y generó un nuevo brote en Nigeria.
Nadie niega que sea legalmente posible o que incluso sea justo pero eso no parará el Ébola. Eso no eliminará el escalofrío que nos produce saber que, cuando creíamos que ya no era posible, nos enfrentamos a algo que si nos llega nos quitará todo lugar donde escondernos.
Y ese es verdaderamente nuestro miedo. Un organismo vivo y sin cerebro nos quita el único recurso de defensa que utiliza este Occidente Atlántico como escudo de defensa para todo: huir o esconderse.
Ese hombre se curó, en su proceso de curación expandió el virus, pero al parecer se curó. Y eso es lo que hace que se le deba juzgar, que se le deba acusar.
Es absurdo, puede que legal y justo, pero absurdo. 
Absurdo porque la amenaza de nada hará que cualquiera de nosotros no haga lo mismo, que no nos antepongamos a nosotros mismos al beneficio de todos los demás. Absurdo porque ninguno de nosotros no hará eso por más mensajes que le intenten enviar con esa condena, por más advertencias que se hagan.
Porque el virus no respeta nuestras reglas. No entiende de Normas de Compromiso como los ejércitos, no acepta acuerdos o treguas a cambio de poder como los gobiernos, las facciones o cualquiera de los modos que eligen los humanos de matarse.
Es ciego, es mudo, es invisible.
Porque si ese hombre puede llegar a Nigeria quizás hubiera podido subirse a una patera y llegar a nuestras costas o un avión y desembarcar en nuestros aeropuertos.
Y entonces estaríamos como África. Expuestos a un enemigo mortal y silencioso contra el que no estamos preparados.
Porque, por desgraciada suerte para ellos, África está acostumbrada a moverse. Se mueve huyendo del hambre, de la guerra, de la miseria, de la locura fanática y ahora se mueve huyendo del Ébola. Pero nosotros no estamos preparados para eso.
No abandonaríamos todo lo nuestro para escapar del virus, no dejaríamos todo lo acumulado y lo ganado para buscar un sitio en el que esperar que el virus muera por si mismo, para restarle alimento y posibilidades de expandirse.
Nosotros seriamos un conjunto infinito de personas que actuarían como Olu-Ibukun Koye, el funcionario que huyó del hospital.
Antepondríamos nuestra salvación personal a cualquier otra cosa, Nuestro egocentrismo egoísta nos llevaría a hacer lo que hizo él, a huir, a recorrer kilómetros esparciendo el virus por doquier para llegar a un médico que pudiera salvarnos. Y, si nos salvaba como en el caso de Koye, pensaríamos además que lo habíamos hecho bien. Nos refugiaríamos en el ¿qué otra cosa podía hacer?
Más nos vale dejarnos de juicios y condenas y dedicarnos a destinar los recursos que ahora usamos para otras cosas, para armar y desarmar facciones, para salvar y evitar la quiebra de bancos, para alimentar nuestras cuentas secretas o para cualquier otra cosa en parar el Ébola.
Porque si nos llega a nosotros no vamos a renunciar a nuestro egoísmo para salvar a otros. Hace tiempo que olvidamos cómo hacerlo.
Todos vamos a ser Koye.

El juego de trileros de los aforamientos mentirosos.

Mientras el fanatismo ficticio de aquellos que ansían el poder usando a Mahoma de excusa y la ceguera de los gobernantes globales de nuestro Occidente Atlántico parecen abocarnos a unas nuevas cruzadas que, como todas las anteriores, lo serán por dinero y poder y no por religión, nuestros asuntos patrios siguen en involución constante.
Un verano de corrupciones y corruptelas continuas y repetidas, desde Jordi Pujol al ex alcalde de Manises, desde los cursos de la UGT andaluza hasta el inacabable asunto Bárcenas nos han llenado los ojos y los oídos a aquellos que aún se acercan de vez en cuando a las noticias durante el estío.
Eso y el caso Noos, la corrupción en las más altas jerarquías representativas del Estado.
Y resulta curioso -cuando menos curioso por mantener el buen rollo traído de las vacaciones- que, después de que se exija por activa y por pasiva por los ciudadanos, las redes sociales y alguna que otra formación política emergente, se decida atacar el principal pilar en el que se fundamenta la impunidad de los corruptos: el aforamiento, este gobierno que nos echamos sobre los hombros con nuestros sufragios parezca hacerles caso.
El ínclito Gallardón, que siempre juega a dos barajas, airea su reforma de la Administración de Justicia y aparenta atacar de frente el aforamiento.
Pero, aunque tenemos más aforados que todos los países de la Unión Europea juntos, aunque tenemos casos relevantes, en instrucción y casi probados judicialmente de corrupción que afectan a políticos de todos los partidos políticos, de la derecha falsamente liberal capitalista, de la izquierda falsamente progresista, de los sindicatos falsamente de clase, delas formaciones falsamente regeneradoras de la política, Gallardón decide empezar por los jueces y fiscales.
Y aunque se antoje otra cosa, aunque se quiera vender como una lucha contra la corrupción, lo único que es una cortina de humo. Es solamente una continuación de la política de control del poder judicial que han emprendido los actuales inquilinos de Moncloa.
Igual que utilizan la corrupción en sí misma como pantalla mediática para ocultar el fracaso de su política económica, ahora la usan para ocultar lo que les obsesiona, lo que les tiene en vela día y noche, controlar el poder judicial y parar la sangría mediática que les suponen todos los frentes legales en los que los miembros de su partido están involucrados.
Después de asegurarse a toda prisa que la realeza española saliente mantiene sus aforamientos, sus escudos artificiales contra la justicia y la legalidad, Ruiz-Gallardón parece compensar haciendo que quince mil Jueces, fiscales y otros cargos pierdan su aforamiento.
Pero los senadores, los diputados, es decir aquellos que son de los suyos directamente, que les sostienen en el poder, de momento no.
Y los partidos tradicionales estarán de acuerdo.
Porque a todo el mundo le viene bien poder sacarle a un juez algún delito, algún escaqueo de Hacienda, alguna denuncia de violencia doméstica, de prevaricación o de lo que sea para sacarle directamente de la instrucción de un caso de corrupción, de tráfico de influencias, de cohechos varios o de apropiaciones indebidas.
El gran trilero de la justicia en que se ha convertido Alberto Ruiz-Gallardón vuelve a hacer su jugada. Nos enseña el aforamiento como arma contra la corrupción y luego la esconde y lo utiliza como herramienta para ocultarla.
Porque parece que no es suficiente controlar los altos tribunales del Estado, parece que no es bastante colocar a los suyos en todos los organismos de gobierno de la función judicial, parece que no es del todo efectivo nombrar a fiscales que no recurren contra absoluciones de sus políticos en casos de corrupción, que acusan a bomberos por no participar en un desahucio o a ciudadanos por manifestarse pero que solicitan el archivo de las causas contra las vacas sagradas de su partido por huir de la policía y destrozar propiedades públicas.
Porque como todo poder -sea del signo y tenga las siglas que sean- que tiene como único objetivo perpetuarse a sí mismo, cuando la dádiva, el nepotismo, la simonía y la corrupción no funcionan del todo, siempre se recurre a la amenaza.
Como las dictaduras, como las tiranías. Como la mafia.

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