viernes, marzo 21, 2014

22M: El mínimo común múltiplo de la dignidad o "mañana en la batalla piensa en ti".

Los hay que comenten el error de planificar las cuestiones sin contar con los otros. Rectifico, casi siempre cometemos el error en este Occidente Atlántico nuestro de planificar las cosas sin contar con los otros.
Y eso es lo que le ha pasado a nuestro Gobierno, ese que pusimos con nuestros votos en Moncloa y que es reflejo en muchas cosas de lo que somos y lo que quisimos ser.
Ese es, al fin y al cabo, el motivo que ha desembocado en las Marchas por la Dignidad que culminan mañana.
Como sabían que iban atacar, a bombardear lo que es nuestra sociedad, a intentar dinamitar lo que se había logrado con la historia y la sangre, se pusieron a planificar la defensa contra el posible contraataque. Y tiraron por la calle de en medio, por la clásica defensa genovesa del divide y vencerás.
Pensaron que si a unos les quitaban el puesto de trabajo, a otros el sueldo, a otros los beneficios sociales, a otros las posibilidades de futuro, a otros el acceso a la educación,  a otros el apoyo estatal... cada uno iría a la suya, cada uno se enfrentaría a todos los demás para conservar lo suyo, para barrer para casa.
Y no estaba mal pensado como estrategia de resistencia en los recortes. Y además ellos lo vendían a través de todos sus voceros noche y día. 
Profesionales sanitarios, funcionarios, profesores, eran privilegiados que solamente protestaban para conservar sus privilegios, los pacientes eran hipocondríacos que colapsaban el sistema sanitario, los inmigrantes venían en patera desde Mali a hacer turismo sanitario, los alumnos becados eran ninis que vivían en un perpetuo botellón en medio de los campus, los parados de larga duración eran vagos que vivían de la sopa boba y no buscaban empleo.
Cada colectivo machacado, recortado, atacado y humillado era culpable de su propia desgracia.
Y les hubiera funcionado si lo hubieran hecho con dos, con tres, incluso con media docena. Somos como somos y nos encanta ver caer a los otros mientras no nos salpique a nosotros. Sobre todo si creemos que socialmente tienen más relevancia que nosotros.
Pero cometieron, como siempre cometen los gobiernos, como siempre ejecuta la corte genovesa que ahora manda en España, el error del exceso. 
Les hicieron lo mismo a todos. A la Educación, a la Cultura, a los profesionales sanitarios, a los pacientes, a los empleados, a los desempleados, a los pequeños empresarios, a los dependientes... a todo el mundo.
Y entonces, claro, la cosa cambió. Nuestro ego occidental infinito ya no se veía reflejado en la victoria del Gobierno contra unos pocos, como pasara hace unos años con la militarización de los controladores aéreos, como pasara al principio de esta danza macabra de recortes con la eliminación de las pagas extra a los funcionaros.
Si les ocurre a tantos puede que llegue a ocurrirnos a nosotros y eso nos da miedo. Si tanta gente es metida en el mismo saco puede que algo esté fallando y eso nos hace pensar.
Y lograron que la sociedad española hiciera lo que se hace tan poco en este Occidente Atlántico que va a la suya desde el individualismo al egoísmo, desde el egocentrismo a la autarquía personal y social. 
Lograron que recordáramos las matemáticas de primaria e intentáramos sacar el mínimo común múltiplo de todas las operaciones de recorte y destrucción social que el Partido Popular y sus gobiernos pretendían desarrollar por separado.
Y nos salió una palabra.
No se trataba de sueldos, no se trataba de puestos o condiciones de trabajo, de derechos perdidos o de privilegios retirados, no se trataba de ayudas, de subvenciones, de beneficios. Se trataba de una sola cosa: de dignidad.
Porque no poder atender a un paciente en buenas condiciones le roba la dignidad a profesionales sanitarios y enfermos, porque tener que educar entre el frío de las aulas y sin poder poner todos los medios para ello le roba la dignidad a profesor y alumnos, porque verte alejado de tu propio futuro y arrojado a un horizonte de una vida de 600 euros al mes de empleo semi esclavo le roba la dignidad al empleado y al parado, porque tener que hacer juegos malabares para poder atender al pariente que depende de ti le roba la dignidad a la persona dependiente y a aquellos que le atienden, porque tener que convivir en la misma casa con alguien a quien dejaste de amar por no tener dinero o trabajo para poder marcharte le roba la dignidad a la más importante de las relaciones humanas, porque tener que volver a casa a los cuarenta y cinco y que tus padres pensionistas te paguen las facturas le roba la dignidad a los hijos y a los padres, porque tener que rebuscar en la basura porque tu pensión o tu subsidio no te llegan le roba la dignidad a jóvenes y viejos.
Y tantas dignidades robadas, tantas humillaciones, excedieron con creces nuestro gusto por ver caer al otro. Nos recordaron algo que nos cuesta mucho ponernos en la mente cuando nos levantamos cada mañana: que gran parte de nuestros derechos dependen de que se respeten los derechos de otros. Que nuestra dignidad no puede separarse en lo social y lo personal de la de otros.
Habrá muchos a los que mañana, durante las marchas de la dignidad, se les ocurrirá como excusa para no acudir que los sindicatos tienen problemas de corrupción -que los tienen-, que los médicos ganan más que ellos, que los profesores tienen más días de vacaciones que los demás, que los funcionarios tienen días de asuntos propios y ellos no, que los estudiantes no hincan tanto los codos como ellos creen recordar que lo hacían, que los pensionistas entran gratis en muchos sitios o cualquiera de todas esas explicaciones vanas y egoístas que repiten como una letanía.
Si aún piensan todo eso que se queden en casa. Parafraseando al bardo de la Pérfida Albión: No quisiéramos luchar con aquellos que temen perder con nosotros. 
La dignidad es un derecho propio y se puede renunciar a él. Pero no existe el derecho de pretender que los demás se fuercen a perder su dignidad para que no se note que tú has renunciado a la tuya.
Hay muchos que ya han encontrado el mínimo común múltiplo de esta sociedad. Eso es lo que distingue a quien intenta luchar de a quien no lo hace, a quien busca aliados y no enemigos. A quien suma su granito de arena a lo de todos y no intenta encerrarse en su playa esperando que nunca le salpique la marea.
Siguiendo con el bardo: Mañana, en la batalla, piensa en ti. Y cuando te des cuenta mientras cambias de canal en el televisor que también te están robando a ti muchos de tus derechos., búscanos. Estaremos en la calle intentando pelear también por tu dignidad.

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