viernes, octubre 18, 2013

Netanyahu, antisemitismo y el cambio aniquilado

Llevamos mucho tiempo acuciados por lo nuestro, viendo como mucho de lo que creíamos eterno se pierde en el efímero tiempo de una legislatura. Y eso hace que cada vez miremos menos hacia afuera, hacia lo que ocurre allende nuestras fronteras de recortes y pérdidas sociales.
Y uno de esos sitios a los que nuestra mirada ha dejado de volverse aunque hasta hace poco lo hacía con regularidad es Oriente Próximo, esa tierra dividida, saqueada y arrasada por tres dioses que resultan ser el mismo y por dos locuras que son anverso y reverso, ambos tenebrosos, de la misma locura.
Israel y Palestina han vuelto a sentarse a negociar en un capitulo más de la eterna letanía de fracasos que se producen y se seguirán produciendo mientras unos se sigan negando a dar a los otros lo que ambos se niegan: el derecho a existir. Nada cambia.
Pero parece que algo ha cambiado. 
Irán y Occidente se sientan a hablar sobre arme y desarme nuclear. Y parece que lo llevan más o menos bien. Al menos mejor que cuando los unos eran integrados dentro de ese paranoico Eje del Mal que diseñó George W. Bush entre acceso etílico y acceso etílico y los otros eran el "demonio occidental" que había de ser erradicado del universo.
Pero hay algo que no cambia. Israel o, para ser más exactos, los halcones que se encuentran al mando de los destinos del Estado de Israel, intentando transformarlo en el sagrado reino de  las tierras de Sión.
Netanyahu ha mandado a todos sus ministros a las tierras de sus muchos aliados occidentales intentando que no fueran a Ginebra, que no se sentarán con Irán, que no hablaran, que no negociaran, que dejaran en manos de sus míticos servicios secretos y su aviación la solución definitiva del problema que para ellos supone un Irán armado con artefactos nucleares: su solución final.
Los Señores de la Guerra del sionismo político que rige los destinos de Israel siguen anteponiendo la fuerza militar al dialogo, siguen buscando destruir y no convenir. Siguen pensando que ellos tienen derecho a estar armados hasta los dientes, a no firmar moratoria ni acuerdo de desarme ninguno, a esconder armas nucleares al resto de la humanidad, mientras que los demás están obligados a no tenerlas para que ellos se sientan seguros.
Siguen intentando vender a una Europa quejosa en su crisis económica y a unos Estados Unidos con apenas aire por su recientemente superado ahogamiento presupuestario que lo justo y necesario es exigir a los ayatolas de Teherán aquello que ellos no han estado dispuestos a asumir desde la creación del Estado de Israel.
Pero sus argumentos esta vez no han calado tanto. Quizás sea porque el derrumbe de Occidente en lo económico y en lo social hace que les importe bastante menos mantener un aliado en Oriente Próximo que intentar mantener cohesionadas a sus propias sociedades, a las que la miseria, la falta de expectativas y las ciegas políticas neocon están dividiendo cada vez más en estamentos sociales irreconciliables.
Y ahí es donde descubrimos que nada cambia.
Porque cuando Netanyahu, cuando sus ministros, cuando sus halcones, no han podido hacer oír sus cantos de sirena, recurren a lo que han recurrido siempre, a aquello de lo que siempre tiran cuando nada de lo demás funciona. Usan la principal arma de destrucción masiva con la que cuenta el sionismo político y con la que apunta indiscriminadamente a cualquier parte del orbe: el antisemitismo.
“Su ideología es la aniquilación del Estado de Israel. Y ya tenemos malas experiencias con dictadores que querían aniquilar al pueblo judío”. afirman miembros del Gobierno Israelí.
Y ya están los nazis en escena. Ya comienzan a dibujar el retrato de victimismo y culpabilidad compartida con el que chantajean emocionalmente desde 1949 a todas las naciones europeas -salvo Rusia, quizás- y a Estados Unidos.
Representantes políticos de un gobierno que mantiene ocupados territorios que las Naciones Unidas consideran de otros como lo fueran otrora Los Sudetes y que extienden sus fronteras unilateralmente a golpe de armamento de última generación por Los Altos del Golán, la península del Sinaí y Líbano como antaño hicieran otros ejércitos avanzados con Rumanía, Polonia o Checoslovaquia, se atreven a comparar a sus enemigos con los nazis.
Un ideario político que mantiene a millones de personas sometidas al asedio del hambre por un bloqueo inhumano, que levanta muros que segregan familias enteras, que separa ciudades y barrios por cuestión de raza, que obliga a millones de personas a hacinarse en campos de refugiados, que niega la posibilidad de retorno a su tierra a un millón de personas, que arma a fanáticos paranoicos, con la excusa de ser colonos o aliados, para que utilicen las noches palestinas para dar palizas a imanes, quemar mezquitas, asaltar y masacrar campos de refugiados o decorar las calles con frases despectivas como las que los camisas pardas escribían en los muros de los negocios judíos en la Alemania de los años treinta del pasado siglo, es atreve a recordarnos a los nazis.
Una ideología que ha creado frases como que los árabes "solamente sirven para ser camareros, criados y campesinos", que ha permitido y alentado que sus rabinos afirmen que "un árabe debe bajar la cabeza con respeto cuando se cruza con un hebreo", que jalea que su ejército luzca camisetas que proponen la solución final de matar a las árabes embarazadas , tiene el aplomo de traernos a la memoria a los locos furiosos de Hitler.
Un ejercito que ha convertido en héroes de guerra y dirigentes nacionales a miembros de Irgun que atacaban y masacraban aldeas árabes en los albores del Estado de Israel y ahorcaban hombres árabes en los cruces de caminos para imponer la política del miedo y de la fuerza, convirtiéndose en los precursores del terrorismo en la zona, ahora recurre a intentar comparar a sus enemigos declarados con los nazis.
Aquellos que han realizado lo más parecido al pogromo nazi desde las purgas de Stalin ahora tiran del antisemitismo para que les veamos como víctimas, recurren al sufrimiento histórico de su pueblo para minimizar el que ellos están produciendo. 
Escupen sobre la tumba de sus muertos, de sus millones de muertos, al utilizarlos como pantalla de humo para conseguir sus propios fines que nada tiene que ver con el Estado de Israel sino con su ideología enloquecida de grandeza, expansionismo, nacionalismo exacerbado y superioridad. Demasiado parecida a aquella que estuvo a punto de borrarles como pueblo de la faz de la tierra.
Netanyahu y sus voceros internacionales recurren a la última amenaza, al antisemitismo, cuando Occidente rechaza sus argumentos, cuando no hace lo que a ellos les viene bien. Tira de sus muertos históricos para intentar justificar todos los que ellos quieren ocasionar con su pregonado ataque precautorio contra Irán.
Nada cambia. 
Y por más que los ayatolas yihadistas, los fanáticos de Hamas o los locos furiosos de Hezbollah sean parte importante de esa imposibilidad de cambio  -una parte fundamental-, nada cambiará en las tierras de los tres dioses mientras Israel no cambie. 
Mientras no dejen de identificar sionismo expansionista y ultranacionalista con semitismo, mientras no se preocupen más por ser semitas que por ser sionistas.
Mientras no descubran que sus millones de muertos pasados no pueden tener más valor y más peso que los millones de cadáveres que su política provoca, mientras no descubran que el exterminio del pueblo judío no es más grave para la humanidad que el exterminio del pueblo palestino.
Si Israel no cambia, nada cambiará en torno a Israel. Por más que nos menten a los nazis a las primeras de cambio.

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