martes, agosto 13, 2013

Wert y la zanahoria de la religión en la LOCME

Uno de los vicios más arraigados entre los gobernantes -entre todos los gobernantes sin distinción de ideología o condición- es pensar que por el hecho de gobernar adquieren un grado de inteligencia superior al común de los mortales. Creen saber que pueden anticiparnos, que pueden pre decirnos, que el hecho de estar en el Gobierno les confiere una capacidad mágica y arcana de manipulación. 
Ignoran el hecho de que gobiernen el tiempo que gobiernen, sobrevivan las legislaturas que sobrevivan a su propia capacidad y gestión, ellos gobiernan solamente un pueblo una vez. Mientras que nosotros somos gobernados por muchos gobiernos muchas veces. 
Se pongan como se pongan tenemos más experiencia que ellos en eso del Gobierno. Vamos, como diría la mítica cantante mediocre de OT "cuando ellos van, nosotros venimos de allí".
Y si hay un gobierno que ha caído en esa arrogancia de presuponernos ciegos y poco experimentados es la actual corte genovesa que puebla La Moncloa, y si hay una persona que habita desde el útero materno en esa soberbia es el ministro de educación, José Ignacio Wert. Y si hay una materia donde han cometido ese error es en la tan traída y llevada materia de religión.
La enseñanza de la religión dentro de la LOCME es una cortina de humo. Así, sin anestesia ni nada. Una cortina de humo. Es un bote de gas lacrimógeno lanzado adrede ante nuestros ojos para cegarlos, para atorarlos, para hacerlos llorar, para centrarlos en algo que no es esencial.
Y eso lo demuestra la última apertura del Partido Popular y los adláteres del ínclito y proceloso Wert. Ahora dicen que la asignatura de religión es negociable, que su valor para la nota no es "una linea roja".
¿De verdad creen que no sabíamos que lo era?, ¿de verdad creen que alguna vez ignoramos que solo estaba ahí para generar polémica?, ¿que era una mina betsy saltadora que estaba esperando a que la pisáramos para elevarse, estallar ante nuestros ojos, cagándonos de todo lo demás?
Bueno la verdad es que lo creen. Porque ignoran que por algunos de nosotros aprenden con cada gobierno pretérito, con cada legislatura pasada, con cada ejercicio del poder.
Lo que se haga o no con la asignatura de religión dentro de la LOCME no nos importa, no debe importarnos, al menos ahora, al menos cuando hay otras muchas cosas en juego.
Que entre dentro de la nota media o no no cambiará el hecho de que seguirán gastando 70 millones de euros anuales en profesores de religión, de que sigan amparándose en un tratado internacional -el concordato- para mantener una situación en la que el Estado sufraga a una religión en concreto.
Pero ellos cargan con eso para evitar como cargan con el aborto -una ley que leída con detenimiento  no cambiará nada- para evitar que nos fijemos en su toma incestuosa e ilegal de la justicia, como cargan con la inseminación artificial a las mujeres solas para evitar que nos fijemos en otros recortes y privatizaciones sanitarias mucho más dolorosas e irregulares.
Y tenemos que ser listos. Tenemos que verles llegar y pasar de ellos. Porque su intento está tan claro que no debería ser difícil contrarrestarlo.
La izquierda española, sus políticos y sus medios afines -aquejados, mal que nos pese, de una cierta visceralidad congénita sobre ciertos asuntos-  y todos los que se oponen a este gobierno y sus recortes deben dejar de pensar en la religión, en el aborto, en la inseminación artificial o cualquier otra andanada decorativa que pretendan lanzarnos los cañoneros que apuntan contra la linea de flotación de esta sociedad y los carroñeros que acechan para alimentarse de los pecios que ese bombardeo originará.
Ni siquiera merece la pena hablar de ello ahora. Que la religión no entre en la media académica no solucionará que se expulse a la parte más desfavorecida de la población de las posibilidades educativas a una vida de servidumbre empresarial, no solucionará que la Formación Profesional se convierta en una fábrica de esclavos, que la universidad solamente sea una opción para los brillantes y los ricos.
Que se debata sobre el laicismo del Estado y de la educación pública en estos momentos no solucionará el hecho de que perderemos docentes y calidad de enseñanza con los recortes, de que perderemos una o dos generaciones de estudiantes arrojados fuera de nuestro sistema educativo e incluso fuera de nuestro país.
Si discutimos sobre ello, si gastamos energías en eso, no lo haremos en otras cosas y así, cuando retiren sus propuestas, creeremos que hemos obtenido una victoria cuando en realidad hemos perdido el tiempo en defender un frente que no nos suponía ninguna ventaja.
Llego la hora de dejar de ser laicista, feminista, abortista o anticlerical. Llegó la hora de recordar que nuestros principios, los mismos que nos llevan a alterarnos por todas esas medidas superfluas, se basan simplemente en la defensa de la libertad: 
Y debemos recordar que da igual la libertad que se gane o se pierda en este momento si se pierde para el futuro. Y lo único que nos garantiza la libertad para el futuro es la educación. Esa es nuestra prioridad, con dios o sin dios, con aborto o sin aborto, con inseminación o sin inseminación, con catalán o sin catalán.
Todo lo demás se puede solucionar con un decreto ley dentro de unos meses. Perder una o dos generaciones educativa no.
Concentrémonos y centrémonos. La reforma educativa, sanitaria y laboral no tienen nada que ver con las cortinas de humo que nos lanzan. Llevamos demasiados gobiernos a nuestras espaldas como para caer en esa vieja trampa. 
Hoy por hoy laicismo, feminismo, ecologismo o cualquier otro "ismo" defensor de la libertad parcial tiene que poner más énfasis en lo común que en lo propio. Es el signo de nuestros tiempos. Es lo que el futuro nos exige.
Si Bruto y Casio; Bravo, Padilla y Maldonado; Dantón y Marat; Appelgarth y Burns; Churchill y De Gaulle fueron capaces de descubrir que los hay derechos que los gobiernos quitan solo para ganar el tiempo que lleva volver a darlos porque son irrelevantes en el teatro general de operaciones que han diseñado, nosotros no podemos permitirnos el lujo de olvidarlo.
Nuestros hijos y nuestros nietos dependen de esa clarividencia y esa frialdad mental.

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