viernes, agosto 09, 2013

Catalá, Burjassot y el síndrome del ladrón Gestas

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Hay regiones que para bien o para mal son siempre la punta de lanza de algo. Son el espejo en el que se mira el resto del país para conocer deforma oracular su futuro.
Y la Comunitat Valenciana pera desgracia de sus habitantes y de su futuro es el espejo mágico en el que el resto de España observa estremecida lo que les espera, lo que ya les está llegando. Lo que se nos viene encima.
Si hay un reflejo que asusta, ese es el de la educación pública valenciana. Destruida mucho antes que las demás por décadas de gobierno del Partido Popular, por lustros continuados de una forma de hacer política basada en el nepotismo, los egos faraónicos de sus gobernantes y el servilismo ideológico de sus administradores.
Y como cualquier espejo mágico tiene que tener ante él una bruja que se cree bella e inteligentemente maquiavélica y que no es otra cosa que un compendio de podredumbre interior, Valencia y el espejo roto de su educación tienen a María José Catalá.
Ya les ha tocado el turno a muchos. Colegios que pierden el transporte escolar por un cambio de criterios injusto y ven inundarse sus instalaciones precarias en Montserrat, la perdida de becas de comedor, de bus infantil o de becas de libros como en El Saler y otros muchos, centros que ver llenarse de barro los barracones a los que están condenados desde 2008 como el sin nombre 103.
Y ahora les toca el turno a los padres, los profesores y los alumnos de Burjassot, encerrados contra toda esperanza de que el espejo de la educación valenciana y de la falsa reina que la dirige refleje por fin un poco de cordura.
Ellos tenían un colegio y el colegio se hizo viejo, tan viejo como la política de destrucción de la educación pública que lleva a cabo la Consellería de Educación de Catalá. Y ahora se cae ante sus ojos.
El Ayuntamiento quiere que se rehabilite, ellos quieren que se remoce y se recomponga, los alumnos y los profesionales docentes quieren que se mantenga. 
Y ante el nuevo problema, Catalá mira otra vez a la educación pública a través de su distorsionado espejo de ideología rancia y servilismo a una obra religiosa que dirige sus pasos en lo privado y en lo público la ve como un obstáculo, como una carga y de nuevo recurre a la locura para solucionar su dilema.
Su espejito le dice que debe dividir a los alumnos del colegio entre otros centros en lugar de rehabilitarlo y arreglarlo. Que el rendimiento del centro no importa, que los derechos de padres y alumnos no importan, que solamente existe su locura y los objetivos que esta la impone.
La misma locura que la llevó a medir en linea recta los kilómetros para el transporte en una carretera con más curvas que las caderas de Monica Belucci, a eliminar las becas de comedor o de libros. La misma demencia ideológica que le hace mantener a centenares de alumnos a lo largo de toda la Comunitat Valenciana chapoteando entre barro y humedades mientras estudian historia o matemáticas, la que la obligó a cargar contra los profesores interinos y mandarlos a casa privando a alumnos de los docentes necesarios.
Catalá insiste con el colegio de Burjassot en su locura, negándose a aceptar el regalo de terrenos del Ayuntamiento para que instale un colegio provisional mientras se dedica en otras localidades a regalar terrenos a entidades religiosas para que abran colegios, sigue alegando falta de dinero y de recursos mientras renuncia a los ingresos impositivos y por la venta de terrenos regalándoos para que aquellos que, en contra incluso de las palabras de su pontífice, prefieren evangelizar a educar.
Y lo del colegio de Sant Joan de Ribera en Burjassot sería uno más de los síntomas de esa dualidad esquizoide que sufre la Consellera de educación que, llevada a la dicotomía entre servir a su dios de la obra y a sus ciudadanos la hace una y opta vez elegir al mito de la zarza por encima de aquellos a los que debería servir como política.
Sería lo mismo si no fuera además un robo.
Porque Catalá tiene el dinero, Catalá tiene las aportaciones económicas necesarias para la reconstrucción del colegio de Burjassot que permitiría a todos los alumnos seguir estudiando en el centro. Las tiene pero no son suyas. Las guarda pero no le pertenecen, las esconde pero no son de su propiedad.
Son del Banco Europeo de Inversiones y se las dio precisamente para eso. Y ese dato solitario cambia el cuento. Transforma a la malvada madrastra y la falsa reina del espejito mágico en un personaje diferente, en el evangélico Gestas cualquiera, en una ladrona
Así que, si no las utiliza en esa función, está robando; si pretende redistribuir a los alumnos en otros centros, cerrar el Sant Joan de Ribera y utilizar el dinero en compensar las perdidas financieras que su incondicional apoyo a los colegios e instituciones educativas religiosas del Opus Dei crean en los presupuestos de su consejería, está robando; si deja que se hunda el colegio mientras concede beneficios a otro religioso el año que viene o al siguiente para que compense su desaparición, está robando.
Si pone ese dinero al servicio de su concepto sectario de la educación como evangelización y de lo público como lastre que impide el control ideológico de las futuras generaciones, está robando.
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Porque si el Banco Europeo de Inversiones estuviera preocupado por la reevangelización de Europa habría dado el dinero al Vaticano, porque si el Banco Europeo de Inversiones hubiera querido que se cerrara el San Joan de Ribera hubiera sufragado su demolición
De modo que Catalá no tiene derecho a tomar esa decisión, no puede, por más que su distorsionado espejito de poder y santidad le de esa orden, dejar de usar el dinero para el fin para el que fue concedido a su gobierno y a su consellería.
Y a los padres y madres de Burjassot, a los profesionales docentes y a todos los valencianos en general les toca recordárselo.
Al fin y al cabo robar es un pecado y ella, devoradora ávida de esas lecturas, debe saber mejor que nadie como acaban los ladrones en su visión religiosa del mundo. Crucificados, al lado de su dios, pero crucificados.

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