domingo, enero 20, 2013

Autócratas, arribistas y los malabares con Bárcenas

Como en todo, el dinero es una muestra, solo una muestra, de lo que somos en el resto de los ámbitos, en lo que realmente debería ser lo importante de nuestras existencias pero que raramente dejamos que lo sea. Así, que como en todo, el dinero es una muestra de lo que es la acción política.
Bárcenas y sus 22 millones de euros en Suiza son una muestra de lo que es la acción de un partido, de cómo afronta ese partido la política, de cómo se enfrenta al poder. Pero el defraudador y sus dineros no son síntomas de nada por el hecho de su existencia, lo son por cómo se mueven y actúan los inquilinos de Génova 13 y La Moncloa cuando su existencia se ha convertido en ineludible.
Si Bárcenas demuestra cómo es la política en este país, si sus dos decenas largas de millones helvéticos demuestran cómo se entiende el ejercicio del poder entre la falsa élite política española, las reacciones de Génova y Moncloa -o la falta de ellas, en algunos casos- demuestran como es el Partido Popular y cómo es el Gobierno que nos cargamos a las espaldas con la última visita a las urnas.
Porque que el tesorero de un partido tenga 22 millones fuera del país demuestra que nuestros partidos están más allá del perdón, de la contrición y del arrepentimiento, por mucho que cuelguen la vitola de cristianos en sus apellidos; demuestra que las formaciones políticas en las que se organizan las ideologías en nuestro país han convertido esa actividad en una fuente de ingresos como objetivo principal.
Los sobresueldos de Génova, como antes hicieron los fondos reservados de Ferraz, nos dejan claro que nuestros políticos buscan un beneficio personal y económico por encima de todo. Bárcenas, como antes Naseiro, como antes Roldan, como ahora Matas, Camps, Fabra, los socialistas y los de Izquierda Unida de Mercasevilla, Jordi Pujol hijo, Baltar, Juan Guerra y un largo etcétera de políticos de todo signo y condición, demuestran que los políticos españoles pretenden colocarse más allá del bien y del mal, pretenden vivir de aquello de lo que no se debería vivir, pretenden engordar sus cuentas bancarias más allá de lo lógico e incluso de lo prudente, haciendo de la política un ejercicio de engrandecimiento económico, personal y familiar.
Y eso no es nuevo. Es repugnante, entristecedor, rabiosamente reiterado y demoledor para nuestro futuro como país y como sociedad, pero no es nuevo. Nuestra política está así escrita y descrita desde tiempo inmemorial, desde las cesantías, desde Cánovas y Sagasta.
Pero las reacciones del PP, de sus mandos y sus gentes fuertes, demuestran como son, demuestran qué concepto de la política y sobretodo del poder tienen.
Cospedal corre a poner en marcha a sus contables para revisar las cuentas del partido. Nadie sabe si quiere ocultar pruebas, amañar los libros ante un posible requerimiento judicial o simplemente comprobar que esos 22 millones suizos de Bárcenas son suyos y sólo suyos y no deberían estar en las cuentas -españolas o helvéticas- del Partido Popular.
Y luego sale, velo de santidad y tono de suficiencia ponderada en ristre, para decir que las cuentas del PP están auditadas y claras y que no pasa nada. Que eso nada tiene que ver con el PP.
Así entiende Cospedal el poder. "Mi palabra es ley, a otra cosa ¡Dejen de molestar que tenemos muchas cosas que hacer!"
¿No estaba también auditada la fusión de Bankia? ¿no estaban también las cuentas del PP claras cuando se defenestró a Garzón por investigar a Bárcenas y sus adláteres en el caso Gürtel? ¿No estaba también la honorabilidad  de Bárcenas más allá de toda duda cuando se fotografiaban junto a él y acusaban a jueces, fiscales y ministros de montar cacerías para pergeñar conspiraciones contra el PP?
¿De verdad cree Cospedal que su palabra puede ser tomada en cuenta? ¿De verdad se le antoja que nos tranquilizarán sus palabras, que son fuente de autoridad?
Cualquier político del mundo sabría qué no, pero ella y lo que representa no lo sabe. Ella cree que sí. 
Tanto se ha acostumbrado en tan poco tiempo al ejercicio del poder absoluto en Castilla La Mancha que cree que está capacitada para salir a la palestra y que su mera palabra acabe con un asunto que nunca debería haber comenzado pero que, una vez puesto en marcha, no acabará nunca.
Y la reacción a los sobresueldos es todavía peor.
Verstrynge comienza a lanzar puñales contra Aznar, contra Rajoy, contra el PP en general y contra la cúpula genovesa en particular, en todos los medios a su alcance -sobre todo en El Mundo con el que siempre se ha llevado muy bien-. Dispara a diestro y siniestro en la esperanza de que una bala perdida acierte a quien tiene en mente a la hora de disparar.
Esperanza Aguirre, la nunca suficientemente retirada ex presidenta de la Comunidad de Madrid, coge su cesta y su delantal de simpática aldeana y se pone a repartir dudas sobre Génova como una ajada campesina que lanzara semillas por los campos en pleno otoño. Busca que el asunto desgaste a Rajoy, deje fuera de combate a los que la cerraron el paso al liderazgo del partido y a su sueño de hacer de La Moncloa su residencia al menos durante cuatro años antes de morir.
Sáenz de Santamaría, encumbrada de la nada política hasta la Mutivicepresidencia del Gobierno por Rajoy, se disfraza del Silas clásico y mira hacia otro lado. Cual ave africana afirma no haber visto, no haber oído, no haber sabido nada y mantiene que si lo hubiera sabido lo hubiera dicho. Tira de evasión y de desconocimiento para salvar sus muebles
Y todas esas actitudes, todo ese catálogo de formas de reacción, solamente demuestran que el Partido Popular se entiende a sí mismo como un molesto vagón lleno de compañeros de viaje hacia el poder que no aguantan demasiado el olor unos de otros cuando sube la temperatura y los sudores comienzan a anegar la estancia.
Pone de manifiesto que entienden su propia formación como un club de arribistas donde todos intentan medrar de una forma u otra, sacar tajada de una forma u otra, en cualquier situación. Una manada de hacedores de cadáveres en el armario que permanecen atentos, con el cuchillo entre los dientes dispuestos a encontrar un espacio descuidado entre los omóplatos de alguien para clavarlo hasta el fondo y salir reforzados de la defenestración del que se sienta en la silla de al lado o de enfrente en la ejecutiva
Nos enseña que son una colección de personalismos individuales que buscan la manera de beneficiarse -o como mínimo de salvarse- cuando las cosas empiezan a oler mal, cuando la mano pinta en bastos.
Si entendieran la política como compromiso. Verstrynge hubiera ido al fiscal anticorrupción hace una década a denunciar esas prácticas de las que ahora habla , Esperanza Aguirre habría mostrado su creencia de que la cúpula del PP sabía lo que ocurría con los millones suizos de Bárcenas, hace años, cuando esa cúpula todavía estaba en condiciones de apoyarla en su lucha por la supremacía en los pasillos genoveses, Sáenz de Santamaría habría mirado en todas direcciones buscando a quién recibía los sobrecitos y lo hubiera puesto en conocimiento de quien corresponde.
Y Cospedal, la ínclita profeta de la santidad política Cospedal, hubiera cogido los libros del PP, sellados ante notario y se los habría remitido por vía de urgencia a la fiscalía anticorrupción, al Tribunal de Cuentas y a la Comisión Europea, si se terciaba, para que ellos fueran las voces de autoridad que dijeran que los libros del PP estaban en condiciones.
Pero ninguno de ellos ha hecho nada por el estilo y eso demuestra que el PP se entiende  a sí mismo como un poder más allá de la ley, que tiene el derecho inalienable de cerrar filas, de acallar escándalos, de tapar asuntos, simplemente porque está en el poder y le viene bien que se haga.
Que el poder para ellos es la impunidad y que el partido es una hermandad de asesinos venecianos en la que se asciende aprovechándote de la sangre del de al lado.
Pero hay tres reacciones  más que demuestran, aún mejor lo que el poder, la política y su mismo partido, suponen para este Gobierno y la formación electoral que lo sustenta.
Y las tres son del ínclito Mariano, de nuestro señor Presidente del Gobierno, del que todos sabemos la poca tendencia que tiene a la reacción espontánea ante los acasos.
"No me temblará la mano", dice Rajoy.
¿No le temblará la mano para qué? ¿Para echar a los corruptos del partido?
Eso es lo único que puede hacer. A menos que de repente se convierta en acaparador del poder judicial, los juzgue sumariamente y los encarcele. Bárcenas ya no está en el partido y sigue con sus 22 millones en Zúrich.
Rajoy parece considerar más importante pertenecer al PP que cualquier otra cosa en este país. La amenaza de Rajoy es papel mojado en la vida real porque no depende de él el castigo a los culpables -en el caso de haberlos. Que los hay, seguro-. Él solamente puede expulsarlos del partido y parece que eso es lo importante. Porque si te quedas fuera del partido ya no serás de los nuestros, ya no te seguiremos protegiendo, ya no impediremos que fiscales y jueces vayan a por ti, ya no te indultaremos si es menester.
Por eso la amenaza de Rajoy tiene fuerza y debe hacer temblar a los culpables. Porque el PP utiliza el poder para proteger a los suyos, para forzar un juicio por jurado en tierras de Camps y lograr su absolución, para indultar a Carromero, para acallar escándalos, no recurrir a sentencias absolutorias de corrupción o apartar a fiscales anticorrupción de casos de su partido. Ese es la ventaja de estar en el PP.
Así es como se entiende el ejercicio del poder en Moncloa durante este inquilinato.
Y la segunda reacción, apoyada por Santamaría -cómo no- es mucho peor. "El asunto está zanjado", afirma el Presidente del Gobierno.
De nuevo la actitud mayestática de un Gobierno que se cree por el hecho de tener el poder ejecutivo, en la potestad de decidir sobre todo lo que ocurre en el territorio sobre el que gobierna. El asunto lo zanjarán los tribunales, lo zanjará el Tribunal Supremo, y ellos no pueden darlo por zanjado. La polémica sobre el asunto la zanjarán los medios de comunicación cuando sus audiencias se aburran o cuando lleguen al fin del asunto, y ellos no tienen nada que decir al respecto. Por más que sean el Gobierno, por más que tengan 11 millones de votos, por más que tengan cuatro años para gobernar -o desgobernar, según se mire- este país. Ellos no pueden zanjar el asunto.
Pero su idea de que el poder es omnímodo, de que les da derecho a decidir de qué se debe hablar y de qué no, cuando se puede protestar y cuando no, qué se debe juzgar y qué no, les lleva a pensar que están en condiciones de zanjar el asunto de los 22 millones de Bárcenas, de los sobrecitos danzarines, de los sobresueldos en negro con su mera palabra.
Es el típico desliz de aquellos que utilizan la democracia, que son demócratas en las formas pero son autócratas en el fondo. Que son demócratas en el gobierno pero autocráticos en el poder.
Y la última reacción del buen gallego que rige los destinos de recorte y austeridad, entendida como excusa ideológica, de este país es tan de traca que tiene que contar con el refuerzo de Cospedal-
"Bárcenas ya no tiene nada que ver con el PP", dice Mariano. "Que cada palo aguante su vela", refrenda Cospedal.
Y eso ya es el culmen, el no va más, el pandemonio completo y absoluto, el espejo definitivo en el que se mira el Partido Popular para demostrarnos lo que es.
Bárcenas está siendo juzgado por algo que hizo como tesorero del PP, esas cuentas son de ese periodo, tiene mesa y despacho en el edificio de Génova, el partido le pagó los abogados, las defensas y los procuradores, habla de sobresueldos a miembros del PP, hizo toda su carrera política y económica en el PP, comparte firma bancaria en representación del PP con Rajoy y Cospedal, y se atreven a decir que no tiene ya nada que ver con el PP porque ellos le quitaron la militancia. Son responsables, nunca dejarán de serlo, por más juegos malabares que intenten hacer ante nuestros ojos para ocultar esa realidad incuestionable.
Intentan convencernos de que el PP está más allá de los manejos de su antiguo tesorero porque no tiene insignia ni rango, como los ejércitos que sueltan más allá de las líneas enemigas a sus comandos sin graduación ni uniforme.
Pero el problema es que ellos le rindieron honores cuando engrosaba sus filas, cuando todo parecía seguro, cuando la victoria parecía que iba a hacer innecesario su sacrificio. Es como enviar a un espía después de despedirlo y condecorarlo públicamente y retransmitido por televisión y luego, cuando le pilla el enemigo, decir que no se le conoce.
Es como si George W. Bush saliera de su atragantamiento galletil y su nube etílica para decir que su Estado Mayor bombardeó Afganistán e invadió Irak por su cuenta -bueno, vale, Bush intentó hacer colar eso-.
Claro que cada palo tiene que aguantar su vela. Pero el palo y la vela son del PP en su conjunto. Por más que ellos entiendan la política como beneficio económico propio, el partido como arribismo, el Gobierno como escudo personal y el poder como tapadera.
Y antes de que nadie lo diga, es cierto. 
Otros lo hicieron en este país antes o, como poco, a la vez que ellos ¿Y qué?

1 comentario:

Tu economista de cabecera dijo...

Muy bueno. Has machacado el hierro en caliente y donde hay que darle, que por ahí los golpes se los lleva el yunque.

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