sábado, octubre 20, 2012

Ruiz Gallardón y su incompendido arte de la justicia

Los hay que tienen un peculiar sentido de lo artístico. Seres y estares que son capaces de convertir cualquier cosa en un proceso artístico.
Pero no nos confundamos, no se trata de arte por aquello de la belleza o la plasticidad. Se trata de convertir cualquier cosa, incluso la justicia, en lo que es la segunda acepción de la palabra que nos da ese libro aburrido y sin estampitas que debería ser obligatorio colocar en los baños de los afterhours llamado Diccionario de La Real Academia de La Lengua Española.
O sea, resumiendo, convierten cualquier cosa en "una manifestación de la actividad humana mediante la cual se expresa una visión personal que interpreta lo real o imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros".
¿Cuál es la nueva obra de arte? Pues ni más ni menos que la Justicia ¿Quién es el artista? Pues ni más ni menos que su ministro español, el siempre ponderado Alberto Ruiz Gallardón.
Como ha hecho con muchas otras cosas desde que por fin, después de porfiar mucho, llegó al Gobierno, se ha dedicado a aplicar su visión personal que interpreta lo real o lo imaginado y en esta caso le ha tocado el turno ni más ni menos que a la aplicación de Justicia.
El buen hombre decide que la Justicia tiene que ser rentable -lo repito porque me suena raro escribirlo-, sí, la justicia tiene que ser rentable. Y claro desde esa interpretación suya, solo suya y nada más que suya, que no se fundamenta en principio legal, histórico o ideológico ninguno, decide que tiene que subir las tasas procesales y judiciales, imponiendo una suerte de copago judicial.
El nuevo arte judicial de Ruiz Gallardón construye paradojas, desarrolla toda suerte de surrealismos telúricos que son incomprensibles para nadie salvo para el autor -como el mejor arte contemporáneo, por cierto-. Pero claro no se le puede achacar nada porque como es un arte o se percibe o no se percibe. No hay que entenderlo.
El individuo consigue que se tengan que pagar doscientos euros por recurrir una multa de cien. Y como es una tasa, no una fianza, no un depósito, aunque ganes el recurso y te ahorres los cien euros. Te habrás gastado 200 en lograrlo. Porque las tasas no son reembolsables. Porque las tasas no se cargan como costes del juicio a la parte perdedora en la vía de lo contencioso administrativo.
Así que él, su ministerio, sus presupuestos, sus finanzas siempre ganan. O consiguen los cien euros de una multa injusta o los doscientos de un recurso para lograr que le quiten esa multa. De manera que siempre ganas como mínimo cien euros.
Un chollo financiero el nuevo arte de la administración de justicia. Inconstitucional, injusto y contrario a todos los conceptos desde Roma hasta Montesquieu sobre la justicia pero un artístico chollo.
Porque Gallardón sabe que desde tiempo inmemorial se considera justicia abusiva y totalitaria aquella que impone un coste excesivo o inasequible para acceder a ella, porque sabe que desde los albores de la división de poderes se da por sentado que el coste para un ciudadano de recurrir a la justicia no puede ser mayor que el beneficio que le aporta.
Porque sabe que si se hace eso se está construyendo un sistema de justicia imposible que solamente dará posibilidades de acceso a los que dispongan de los recursos económicos necesarios y que favorecerá en los litigios entre partes a aquellos que más recursos posean.
Lo sabe -y en este caso estoy seguro- pero lo ignora. Lo ignora como los impresionistas ignoraron los contornos de las formas, como los realistas ignoraron las impresiones oníricas, como los abstractos ignoraron la realidad o los sustancialistas las formas. Lo ignora porque a su arte no le importa. Y lo único que cuenta es su arte.
El ministro sabe perfectamente que los aspectos financieros no pueden tenerse en cuanta en la justicia. Que medirla por lo que cuesta, por lo que gasta o por lo que ahorra acarrea automáticamente un desequilibrio porque la justicia debe tender a la gratuidad como única garantía de que es accesible para todos.
Y, si el artista ministerial sabe todo eso y decide eludir ese conocimiento ¿qué es lo que busca realmente?, ¿no resulta lógico colegir que precisamente es ese resultado el que quiere lograr?, ¿no podemos caer en la tentación de pensar que lo de la financiación y el ahorro no es más que una excusada para desarrollar su visión del mundo de la justicia, un pretexto como lo eran las modelos para Picasso, como lo era Gala para Dalí, para mostrarnos su repentinamente artística visión del mundo de la justicia?
Me temo que, aplicando la lógica, es la única respuesta posible.
Porque si un recurso a una decisión de un juzgado de lo social cuesta ochocientos euros, las empresas podrán recurrir decisiones adversas pero los despedidos, los acosados laboralmente, las víctimas de mobbing o cualquier otro demandante individual lo tendrán muy difícil sino imposible.
Porque si un recurso a una multa cuesta el doble de la cuantía de la multa en si misma será mejor no protestar, no recurrir, conformarse y no demandar justicia aunque se tenga razón.
Porque si se permite un sistema en el que el dinero marque, más allá del desequilibrio inherente que ya suponen los honorarios de los buenos abogados con respecto a los que uno puede permitirse, enviará al pozo de los sueños pretéritos un concepto legal, constitucional y recogido en la Carta Universal de Derechos Humanos, denominado Derecho a una tutela legal efectiva.
Y el artista lo sabe. Y sabe que los demás lo sabemos.
Es por ello que manipula -¡¿por qué será que ya no me sorprende?!- una sentencia del Tribunal Constitucional que afirmaba que las tasas judiciales son lícitas para sufragar la Justicia.
No la manipula porque la cambie. Sino porque ignora el contexto como han hecho otros muchos artistas, garantes de lo propio y personal, contra el criterio colectivo.
Porque ignora, como Monet ignoraba los contornos de las hojas que pintaba, que esa sentencia está dictada en un caso en el que era una compañía la que exigía que no se pagaran tasas en un caso que le enfrentaba a otra compañía en el cual las costas se aplican al perdedor del proceso.
Porque modifica, como hacía Van Gogh con el color de sus girasoles, el hecho de que la sentencia afirma explícitamente que el ámbito penal y social queda exento de esa justificación para la aplicación de tasas.
Porque derrite, como hiciera Dalí con sus relojes, el concepto de tutela real efectiva que la sentencia del Alto Tribunal afirma sin dejar dudas que debe mantenerse en todo momento por encima de las necesidades financieras del sistema judicial.
Y ¿cómo se defiende el sorprenderte artista de la justicia de las críticas de aquellos que no ven en su actividad personal algo que se pueda compartir?
Pues como ha hecho todo artista a lo largo de los años, de los siglos y de los milenios. 
Sintiéndose incomprendido, mal interpretado, afirmando a los cuatro vientos que "eso no es lo que se pretende conseguir".
Pero, claro, eso que ha servido de escudo y vindicación a multitud de artistas -algunos geniales, otros simplemente mediocres sino directamente nefandos- a él no se le puede aplicar por mucho que experimente su ministerio como una actividad artística de pura creación más allá de toda regla.
Porque cualquiera puede pasar sin un Van Gogh, sin un Monet o sin un cuadro de como sea que se llame el abanderado del surrealismo telúrico. Quizás sea mejor poder tenerlo o lograr comprenderlo, pero se puede pasar sin él.
Pero no podemos pasarnos sin tener ni entender la justicia. Por más que el artista Gallardón nos considere incultos, atrasados o malintencionados por no entender su arte.

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