miércoles, octubre 03, 2012

El Gobierno tira del derecho universal al buen rollo


Hace tiempo, por otros motivos y otras realidades, estas endemoniadas líneas albergaron un texto que, pese a lo extenso de su desarrollo, podía resumirse en un sola idea: el buen rollo no lo estropea quien se queja o quien acusa a los mandos o sus acólitos de practicar el extendido e innoble arte de la injusticia. El buen rollo lo destruye quien obliga a los que se quejan a quejarse y a los que protestan a protestar. O sea, que el problema no es que se estropee el buen rollo es la injusticia que hace que el buen rollo sea imposible.
Esta realidad, que se aplicaba entonces -y se sigue aplicando ahora, por desgracia-, a los entornos laborales ha de ser extendida por lo que parece al Gobierno de la nación. Que ya le vale.
Porque con 179.000 personas más en el paro en el mes de septiembre -y subiendo-, con Alemania bloqueando el famoso rescate, con dos de los antaño inamovibles pilares del ladrillo quebrados con 1.300 millones de euros en deudas -de nuevo con Bankia, o sea más dinero que pierde la entidad y que tendrá que poner el Estado-, con los sistema de cobertura de la pobreza públicos y privados desbordados y recortados hasta la incapacidad de atender a los que lo precisan, con los presupuestos generales del Estado de 2013 superados el mismo día de su publicación por el incremento de los costes del desempleo, con las pensiones de nuevo en el alero y su fondo de garantía menguando por semanas, el problema del Gobierno de Mariano Rajoy es el mal rollo. Exclusivamente el mal rollo, nada salvo el mal rollo.
Porque parece ser que las fuerzas se tienen que centrar en que la gente no pueda convocar reuniones no autorizadas -primer escalofrío- por Internet; se tienen que concentrar en que sea más difícil manifestarse -segundo escalofrío- y se tiene que emplear en procesar a 34 individuos que se manifestaron y en descubrir quién financió los autobuses que trajeron a la gente a la manifestación del pasado 25 de septiembre. Tercer y definitivo escalofrío.
El Gobierno de Rajoy no ha llevado al parlamento ni una sola ley -ni decretos ley, que parecen gustarle más como forma de gobierno- para la incentivación del empleo, para paliar el descenso del consumo, para mitigar la pérdida de poder adquisitivo de la población, pero ha remitido al Congreso un endurecimiento brutal y sin sentido jurídico del código penal, ha convalidado un decreto que considera delito la convocatoria por Internet de reuniones no autorizadas y ha anunciado una iniciativa para modular el Derecho de Manifestación.
La Fiscalía del Estado no ha recurrido ni una sola de las sentencias absolutorias de políticos acusados de cohecho o corrupción, no ha presentado ni una sola denuncia de oficio contra antidisturbios que incumplieron leyes por negarse a identificarse o por disparar balas de fogueo en recintos cerrados -por no hablar de eso de golpear antes de preguntar a gente que estaba cerca de las cabinas telefónicas o de las papeleras en la estación de Atocha-, no se ha personado como parte en los juicios por la preferentes o por la quiebra de las entidades financieras, ha archivado por "falta de indicios" el proceso por los fines de semana caribeños de Dívar, pero da tumbos de uno a otro juzgado intentando que alguno asuma la competencia del procesamiento de los 34 detenidos por el recientemente remodelado delito "contra las instituciones del Estado" y solicita a la Audiencia Nacional que investigue quién pago los autobuses fletados para la concentración -errónea a mi entender- del pasado 25 de septiembre.
O sea que parece ser que para el inefable Mariano y su Gobierno el único problema es el mal rollo, es que la gente proteste, es que se queje.
Como todos los malos jefes, ignoran los motivos de la queja, ignoran los orígenes de la protesta y centran su atención en la protesta en sí misma, convirtiéndola en el foco de su atención, en el objetivo de su esfuerzo. Intentan acallarla, dificultarla, impedirla pero no solucionarla.
Metafóricamente, eso les coloca a la vera del trono de Saurón, que atisba contantemente con su ojo que todo lo ve, escrutando en todas direcciones, para atisbar cualquier signo de rebelión, ignorando de paso que Mordor arde por los cuatro costados a causa suya, que la tierra se resquebraja por su culpa. Que el reino está en llamas y nadie está haciendo nada para apagarlas.
Políticamente, el símil no es tan épico. Les coloca simplemente al lado del fascismo más totalitario. Porque solamente ese estilo de gobierno -sea del signo ideológico que sea- se preocupa más de acallar las protestas que de solucionar los problemas.
Ana Botella, alcaldesa de Madrid, se queja de que es muy fácil manifestarse. Ignora que su municipio es el más endeudado de España -con 1.000 millones de facturas impagadas y 7.000 millones de deuda con las entidades financieras-, para ella el problema es que “se dan muchas facilidades para manifestarse y se autorizan demasiadas”
Cristina Cifuentes, Delegada del Gobierno en Madrid, ignora los motivos por los que se manifiesta la gente y afirma que "no se puede consentir que haya manifestaciones todos los días".
Jorge Fernández Díaz, Ministro del Interior, obvia las ilegalidades cometidas por las fuerzas del orden y asegura que hay que descubrir quién estaba detrás de la convocatoria y "asegurarse que no se pueda reproducir un día tras otro una convocatoria que no ha sido autorizada".
Jaime Mayor Oreja, Presidente del grupo parlamentario popular español en la Eurocámara, decide pasar por alto la emisión televisiva de todos los excesos policiales, la emisión de programas de opinión política sesgados en la elección de los contertulios, y asegura que "no debe darse cobertura en directo en la televisión pública a las manifestaciones porque eso incita a manifestarse".
Todos esos gobernantes y mentes pensantes de Génova ponen el foco en el mal rollo porque, claro, el problema de España es que se manifieste la gente, es que salga a la calle. Si nadie se manifestara todo estaría en calma. Todo estaría en orden. Y ellos podrían hacer lo que quisieran sin molestias.
Crean una metonimia absurda y peligrosa en la cual los intereses del Gobierno -que es que nadie le tosa- asumen el papel de los intereses del Estado -que consisten básicamente en que se solventen los problemas-. Una metonimia que les coloca en la frontera interna del totalitarismo, no porque sean conservadores o intenten aplicar, a despecho de la realidad y de todos los economistas que puedas echarte a la vista o al oído, una política económica neocon que yace muerta en la cuneta de la historia, sino porque para ellos la disensión es un problema que no hay que gestionar, que hay que contener y si es posible eliminar.
Y a Don Mariano, al cual las veleidades autoritarias no se le dan bien porque -y lo digo, por una vez, sin rastro alguno de sarcasmo- no cree en ellas, todo esto le suena mal, le molesta. 
Así que pretende dar una pátina de ideario democrático a todas estas excrecencias autocráticas de todos estos políticos de su partido, que han demostrado una y mil veces moverse con gracia y salero en el filo más cortante del totalitarismo, y para ello se invente un nuevo derecho fundamental.
Apoyado en Cristina Cifuentes, cuyas declaraciones suelen ser un elemento inflacionario continuo, porque cada vez que habla sube el pan, afirma que hay que tener en cuenta el derecho de los ciudadanos a "no estar en una ciudad en ocasiones inhabitable".
Y suena bien. Suena bien hasta que uno consulta un documento llamado Declaración Universal de Derechos, firmado el 10 de diciembre de 1948 en París por un organismo llamado Asamblea General de las Naciones Unidas.
Porque en ese documento figura el derecho de reunión y de manifestación, pero en ningún artículo, párrafo, separata, anexo o epílogo se incluye el derecho a "no estar en una ciudad en ocasiones inhabitable".
Y si te inventas un derecho nuevo que nadie ha reclamado solamente para confrontarlo y utilizarlo de límite a otro reconocido por todos de forma universal, está al límite de caer en el autoritarismo.
Porque ese derecho de nuevo cuño no les preocupó a los pensadores del PP cuando protagonizaban, día tras día, manifestaciones contra ETA que se transformaban en manifestaciones contra la política antiterrorista del Gobierno de entonces, ni cuando domingo tras domingo resultaba imposible deambular por el centro de Madrid, por el Barrio de Salamanca o por el eje Prado Recoletos y sus museos porque estaban tomadas por los manifestantes contra la ley del aborto o contra la asignatura de Educación para la Ciudadanía, o cuando era imposible acceder a la Audiencia Nacional porque los peones negros ocupaban sus puertas, día tras día, exigiendo que se procesara a ETA por unos atentados que no había cometido. 
Entonces no hubo propuesta de ley ninguna del Partido Popular, que estaba en la oposición, para regular ese nuevo derecho a no estar en una ciudad en ocasiones inhabitable.
Y si exiges un derecho cuando te viene bien, después de haberlo ignorado cuando te era provechoso que no existiera, estas bordeando el totalitarismo.
Y sobre todo porque, en contra de lo que digan los baluartes de su partido, manifestarse tiene que ser sencillo, como es sencillo votar, como es sencillo presentar una petición en el registro del Congreso o del Senado, como es sencillo tramitar una denuncia o una reclamación administrativa.
Porque, al igual que todo lo demás, manifestarse es una herramienta de control democrático del gobierno, de expresión democrática de la ciudadanía. Y dificultar cualquiera de ellas es dificultar la democracia.
Y si no crees eso sencillamente ya has atravesado la frontera de la antidemocracia.
Don Mariano y sus huestes harían bien en dejar de preocuparse por el mal rollo y empezar a preocuparse por la injusticia y se sorprenderán de lo rápido que desaparece el primero si afrontan seriamente la segunda.
Aunque ahora aún no lo sea, el Presidente del Gobierno debería tener claro que el camino hacia el totalitarismo siempre comienza igual. Y siempre acaba de la misma manera.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics