miércoles, septiembre 05, 2012

Y el odio religioso no fue lo que parece

Alguien escribe en el muro de un monasterio de Jerusalén en letras hebreas que Jesús es un mono junto a otros improperios por el estilo; alguien firma con el nombre de un asentamiento ilegal judío en tierra que no es suya, en la Palestina Árabe -que geográficamente Israel es también Palestina, no lo olvidemos-. Alguien hace eso y parece que ahora toca hablar de lo de siempre.
Parece que ahora tocaría hablar del enfrentamiento entre las religiones, del fanatismo religioso, de la cristianofobia, de la islamofobia o de la judeofobia. Parece que me tocaría volver a beber de mis fuentes anti deístas para demostrar que las religiones organizadas son perjudiciales para el desarrollo social de los seres humanos, aunque puedan llegar a convencerme de que pueden ser útiles para la vida íntima y personal de cada uno, según como las tome.
Parece que ahora toca hablar del obispo de Roma, del Consejo Rabínico o de los Ayatolas perdidos, parece que es momento de hablar de todo eso. 
Pero no es cierto. No toca hablar de eso. Hablar de todo eso seguiría dejando a salvo a los autores de esas pintadas en un monasterio trapense.
Ahora toca hablar del Gobierno israelí y de los colonos porque, aunque lo parezca, aunque los autores y receptores de estos actos incluso puedan creerlo, esto no tiene nada que ver con la religión.
Tiene mucho más que ver con los marines, con los camisas pardas o con los sanz cullotes jacobinos que con la religión, Tiene que ver con un gobierno injusto y con una elite guerrera a la que se le consiente todo porque son los únicos lo suficientemente locos o lo suficientemente arribistas como para convertirse en el brazo armado y social de una política que no debería estar llevándose a cabo: en este caso la de colonización forzosa e ilegal de tierras que pertenecen a otro país y a otra entidad de gobierno.
Y eso no es resultado de la religión. Es resultado de la política.
Durante tres generaciones los gobiernos de Israel la han consentido cuando menos y la han alentado la mayoría de las veces pese a que ha sido declarada ilegal por tantos organismos internacionales a los que pertenecen que ya se ha perdido la cuenta.
Y eso no ha sido porque el Estado de Israel sea teocrático -no se me alteren, lo es. Israel significa el que lucha por dios-, eso no ha se ha permitido porque los sucesivos gobiernos impongan principios religiosos frente a su laicismo mil veces predicado -Vuelvan a tranquilizarse, los impone. Israel se define como un estado judío (término religioso), no hebreo (termino derivado de su tronco racial secundario), no semita (término derivado de su tronco racial primario que les une a los árabes), no palestino (término que emanaría de su posición geográfica)-.
Esa impunidad de habitantes agresivos e ilegales de las colonias israelíes no se permite porque los gobiernos sean teocráticos o judíos. Se permite y alienta porque son sionistas. Una doctrina política que nada tiene que ver con la religión -salvo para usarla como excusa mitológica en algunas ocasiones- y sí con el expansionismo, el militarismo, el racismo y la xenofobia.
Los colonos que han realizado estas pintadas, igual que los que queman iglesias, mezquitas, cultivos y viviendas en toda la franja de Gaza y en Cisjordania, no lo hacen porque su fanatismo religioso les impela a hacerlo. Lo hacen porque saben que es eso lo que más les duele a aquellos a los que atacan, aunque sean monjes trapenses. Porque saben que eso es lo que disgusta a aquellos de cuya tierra quieren echar para apropiarse de ella.
Y el gobierno de Netanyahu -y muchos anteriores- lo periten, lo ocultan y lo arropan no porque sus creencias religiosas les impelan a darles la razón. Sino simple y llanamente porque les viene bien a su política.
Y los hay que dirán que unas pintadas de mal gusto no son comparables con bombas en iglesias, con disparos indiscriminados o con masacres multitudinarias. Claro que no lo son, ni en magnitud ni en origen. No son lo mismo.
Así que no estamos hablando de cristianofobia, de islamofobia o de judeofobia. Estamos hablando de fascismo, ¿juedofascismo?, no. Eso implicaría de nuevo los motivos religiosos. Estamos hablando de sionifascismo. Fascismo sionista, pero fascismo.
Pero claro, eso no puede denunciarse. Eso no es políticamente correcto.
Todos los que alzan sus voces para protestar porque un individuo la emprende a balazos en la puerta de un colegio judío en Francia ahora callan, todos los que enronquecen sus gargantas cuando estalla una bomba en una iglesia en Abuya o el Cairo ahora callan. Incluso todos los que airean sus lenguas cuando se prohíbe construir mezquitas en Suiza o cuando los universitarios ingleses o los marginales marsellés convierten en deporte de moda la caza del musulmán en las calles de sus ciudades ahora callan.
Callan porque saben que no pueden comparar esas pintadas con ningún acto de odio religioso que se nos venga a la memoria. Roma calla, La Comunidad judía occidental calla y hasta los Ayatolas -al menos los moderados- callan porque saben que son cosas distintas y denunciar lo que son no está de moda.
Porque saben que con lo único que se pueden comparar estas pintadas es con otras que empezaron a aparecer hace ya casi un siglo en los muros y calles de las ciudades de las tierras del mítico Sigfrido.  Que solamente se pueden comparar con un pogromo.
Porque el exterminio sistemático de los habitantes judíos de la Europa bajo el dominio del gobierno nacional socialista de la Alemania de Hitler no empezó cuando fueron conducidos a las cámaras de gas, no empezó cuando fueron recluidos en guetos en contra de su voluntad, no empezó cuando fueron llevados a la fuerza a su asesinato masivo por hambre, trabajos forzados o de forma directa e impasible.
El exterminio de los judíos en la Alemania nazi empezó cuando individuos ocultos en la noche comenzaron a escribir "cerdo judío" en los muros y cristales de sus casas, sus negocios y sus sinagogas.
Y esa comparación no admite discusión.
Y hasta la forma en la que eso colonos se defienden o se separan públicamente de los autores de estos actos demuestra que entienden en el Estado y el Gobierno de una forma que solamente puede definirse como fascista.
No reclaman una investigación policial, piden que los servicios secretos identifiquen a los culpables y los castiguen. Piden que sin publicidad, sin luces ni taquígrafos su adorado Mosad los saque por las noches de sus casas y los encierre. Como hicieron antes con aquellos a los que acusaban -con razón o sin ella- de ser nazis, como hacen cada día con palestinos, libaneses, sirios, jordanos o incluso habitantes y ciudadanos europeos cuando creen que forman parte de su amplia red de enemigos.
No es extraño. Sus gobiernos sucesivos les han acostumbrado a esa forma de actuar, les han vendido que esa es la solución. Y ellos la han comprado. El fascismo siempre es más fácil y más barato de comprar que el Estado de Derecho.
Y ahora ese fascismo, no ese odio religioso, no esa intolerancia, no ese fanatismo, solamente ese fascismo a empezado a cebarse con los cristianos, los otros habitantes seculares de Palestina a los que el gobierno de sionista de Israel no quiere en sus dominios.
Y si escribo esto no es solamente porque crea que, mientras no se moleste a nadie y no se haga proselitismo todo ser humano tiene el derecho a engañarse con lo que quiera sobre la vida futura, no es porque defienda la libertad religiosa -que lo hago-. Es simplemente porque me repugna el fascismo. Venga de donde venga
Por eso y porque otros monjes muy parecidos a estos trapenses y que residen muy cerca de ellos me salvaron la vida oponiéndose a sus propias jerarquías y arriesgando las suyas contra unos fanáticos religiosos que, curiosamente, no eran ni musulmanes ni judíos. Eran puros y simples drusos cristianos. Pero eso es cosa mía. Eso es otra historia.

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