domingo, septiembre 09, 2012

Sharon Bowles convierte el feminsimo en akelarre


A estas alturas no se le escapa ni a un anacoreta que lo económico está en la raíz y la copa del árbol que ahora ensombrece nuestros campos llamado crisis. Lo financiero, lo bursátil y lo bancario son los pilares de aquello que ahora aqueja a Europa y al mundo occidental atlántico en mayor o menor medida.
Pues hay alguien que aún no se ha enterado. Hay gentes que en puestos clave de la política del continente aún no parecen tenerlo claro y creen que deben su lealtad a otra causas, a otras pírricas victorias propias o derrotas ajenas -que con determinadas ideologías nunca se sabe que es lo que más satisfacción produce-.
Y por supuesto una de esas ideologías ancladas en otras cosas es ese feminismo que no es el feminismo real de lo paritaria y paritoria del poder y lo poderoso. Ese enjambre ideológico mal engarzado de odios y complejos que asegura buscar una cosa, que defiende reclamar una cosa cuando en realidad lo único que busca es otra.
Y como muestra un botón. Un botón del tamaño de las lunas de Júpiter, pero un botón.
E Banco Central Europeo es uno de los ejes sobre los que se mueve esta crisis que ya es quiebra sistémica de lo liberal capitalista. A nadie se le escapa que de las acciones de esta entidad, de sus movimientos y de sus palabras y acciones depende la evolución de este lento circo mortuorio que es ahora la economía occidental.
A nadie menos a una persona. Una persona que ha decidido bloquear la capacidad de acción de esa entidad, una persona que ha decidido que la economía europea puede permitirse que el Banco Central Europeo se encasquille en un consejo de administración con un numero para de miembros que puede ir de empate en empate hasta la extenuación en cada una de sus decisiones.
Una persona que curiosamente es la presidenta de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo, que es alguien que debería estar al tanto de la importancia que tienen en estos momentos las reacciones rápidas y las decisiones firmes -en uno u otro sentido, que eso objeto de otro análisis- para la economía europea, para el euro, para los rescates y para todo el entramado de absurdo económico en el que nos movemos. 
Su nombre es Sharon Bowles y ha vetado, retrasado o paralizado el nombramiento de una persona para completar el Consejo de Administración del Banco Central Europeo.
¿Cuál ha sido el motivo? ¿Quizás ha descubierto que la persona propuesta está involucrada en turbios manejos financieros?, ¿quizás no la considera suficientemente cualificada?, ¿es posible que se deba a que está relacionada con intereses que puedan entrar en conflicto éticos con el cargo?
Nada de todo eso. Sharon Bowles ha utilizado su voto de calidad como presidenta de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo para demorar esa decisión porque Yves Mersch es hombre. O, para ser más exactos, porque el luxemburgués no es mujer.
Y ahí acaba todo. Ahí acaban todas sus dudas, todas sus reticencias, todas sus objeciones. Ahí acaban las suyas y comienzan las de todos los demás.
Porque Para empezar Sharon Bowles no está al frente de la Comisión de Asuntos Económicos del Parlamento Europeo para hacer política paritaria, para hacer política de igualdad -si es que se quiere amparar en ese concepto para justificarse- ni para hacer política de género como ese feminismo paritario al que representa la llaman. 
Está para hacer política económica. Y eso no tiene nada que ver con su sexo ni con el de los integrantes del Consejo de Administración del BCE. Lo que a Bowles le tenía que preocupar es si el máximo organismo monetario europeo puede reaccionar rápidamente ante las situaciones, si la presencia de un luxemburgués -representante de un paraíso fiscal parcial- puede crear desajustes en la política bancaria del BCE o si la parálisis de la entidad podría ser perjudicial para el conjunto de la política monetaria conjunta de Europa.
Pero a ella no le importa nada de todo eso. Paraliza el BCE porque quiere una mujer en el Consejo de Administración. Porque quiere una de las suyas en el que probablemente es el núcleo del poder económico europeo.
Y eso demuestra algo que todos sabemos desde hace tiempo pero que hasta ahora solamente se han atrevido a decir abiertamente los labios femeninos de una puta francesa: que ese feminismo político de capilla y subvención solamente busca una cosa: el poder.
Sharon Bowles no actúa como economista o como política en esa decisión: simplemente actúa como el brazo político de la organización radical postfeminista en busca de su objetivo básico que no es la igualdad, ni la justicia, ni la equidad. Es el poder.
Un de las máximas representantes de ese postfeminismo ansioso de poder, que tanto ha criticado a una supuesta conjura conspiranoica secreta de los varones mundiales que han mantenido sometidas a las mujeres a lo largo de los tiempos, se comportan como lo que su paranoia histórica denuncia, como una sociedad francmasónica de centurias anteriores en las que lo importante por encima de todo era colocar en puestos clave a sus miembros para estar en condiciones de mover los hilos del poder en su conveniencia cuando fuera menester.
Ellas, que tanto han criticado a las prelaturas personales y las organizaciones jerárquicas católicas por contribuir a ese sometimiento femenino que denuncian, se transforman de repente en una de ellas en un Opus Mulieris, que, tras dogmatizar y aleccionar convenientemente a sus miembros, pretende introducirlos subrepticiamente en los rangos de poder para que le devuelvan influencia a cambio de ese inmenso favor.
"Consideramos que nuestras preocupaciones no han sido atendidas con el suficiente rigor y que no es apropiado seguir adelante con la audiencia en estos momentos", dice Bowles.
Y con esa afirmación se delata. Su preocupación no debería ser la paridad. Los europeos la han colocado ahí para que se preocupe por la economía, no por la paridad. La población de Europa espera de ella que esa sea su preocupación pero ella la ignora y con ese plural mayestático en el que pretende incluir a todo el Parlamento Europeo -que ni ha votado, ni está de acuerdo con el veto- simplemente revela que a ella la economía de Europa le importa poco. Que su preocupación es el ascenso del poder postfeminista -que no femenino- y nada más.
No le importa que no se haya presentado ninguna candidatura femenina. Ella lo achaca al machismo de los gobiernos. No es posible que no haya ninguna mujer que ansíe un puesto de poder como ese. No le importa que -quizás por la herencia de siglos sin acceder, eso es cierto, al poder financiero y bancario- no hay todavía ninguna mujer preparada para ello, no le importa que quizás las que estén preparadas perdieran seguir en sus cómodos -o no tan cómodos, pero más rentables- despachos de la City londinense, de la banca francesa o de las finanzas alemanas. Nada de eso es relevante.
Ella exige al acceso a ese rango de poder porque sí, sin tener nada en cuenta. Se pone al descubierto porque no puede dejar pasar la oportunidad de intentarlo.
Y así pervierte el feminismo igualitario, reconduce la petición de igualdad en una exigencia de supremacía. En una afirmación de que la mujer tiene que acceder al poder por ser mujer sin tener en cuenta ningún otro matiz, ninguna otra apreciación. Solamente por ser mujer.
Convierte un movimiento ideológico en una rama bastarda y tardía de los matriarcados borgoñones que utilizaron durante tres siglos las piernas abiertas de sus damas para mantenerse la frente del reino de Navarra y del condado palatino de Borgoña, sin importarles los sentimientos de sus hijas, sobrinas y hermanas. Solo por una sed de poder inagotable.
Transforma el feminismo en uno de esos antiguos y míticos aquelarres de noche de Todos los Santos o de anochecer llameante de San Juan en el Monte Pelado en el que se conspiraba para meter en la cama del duque a la más bella de sus iniciadas y asegurar así que el poder feudal no se pusiera nunca en su contra.
Ignoran todo para lograr un fin que no puede ser logrado de esa manera. Y sino que se lo pregunten a Merkel y a Lagarde. Nada feminista ninguna de ellas, pero que ahora están en la cúspide del poder, una por voluntad popular y otra por méritos y conocimientos económicos liberal capitalistas que la han colocado en donde está. Y ambas tras años de luchas intestinas, manejos secretos, batallas y alianzas y tras multitud de cadáveres en el armario. Como cualquier ser humano que se sube al siempre desbocado caballo del poder.
Pero ellas no quieren o no pueden hacer eso. Saben que no tienen conocimientos o la paciencia y la fortaleza necesarias para hacerlo.
No recurren a la cansada lucha, a la fría y agotadora determinación e incluso a las más que cuestionables actuaciones, alianzas y acciones a las que recurre cualquier persona -sea hombre o mujer- para el acceso al poder cuando esto se convierte en su objetivo vital.
Ellas pretenden tirar por la calle de en medio. Pretenden acortar el paso sometiendo a la economía europea al chantaje de la partida de ajedrez del rey ahogado  "si no colocas a una de las mías en el centro del poder, no dejo moverse a ese poder". Prefieren recurrir al ensalmo salvador del místico decreto legal ex machina que exija que las mujeres accedan al poder sin más, aquí y ahora, sin que tengan que hacer nada para ganárselo.
Convierten el feminismo igualitario de la lucha de antaño en la Sociedad Arcana de la magia de Hermes Trimegisto.
Y las representantes del ese postfeminismo radical, ávido de poder y no de responsabilidad, sediento de mando y no de ética, ansioso de relevancia y no de compromiso social, salen por fin a la palestra, con toda su pompa y circunstancia, revelando lo que han planeado buscar y lo que han decidido ser.
De repente, se disfrazan con ropajes rojos y rostros macilentos, como los elfos oscuros de la mitología nórdica que siguen a Malekit, el Maldito y tremolan el lema de los condenados en el Ragnarok, el apocalipsis escandinavo.
Sólo luchamos por ser los amos – ¡Uy, perdón, las amas!- del mundo. Aunque en esa batalla convirtamos el mundo en  un inmenso monte de cenizas.

1 comentario:

Tu economista de cabecera dijo...

Muy bueno, no conocía este dato. Vivimos esto en cada estrato de la población.

En mi empresa yo he sufrido lo mismo por culpa de una camarilla misándrica liderada por otra hembrista.

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