martes, septiembre 18, 2012

Musas paritarias entronizan a Sauron en Rivendell

Se ha necesitado un par de falsas revoluciónes, decenas de comisiones, grupos de estudio, observatorios y algún ministerio, miles de millones de euros, dólares y libras, miles de hojas mecanografiadas, impresas y editadas, siglo y medio de fundaciones y refundaciones, centenares de asociaciones  y plataformas y ni se sabe qué cantidad ingente de palabras emitidas al éter y a las ondas para llegar a esta conclusión final de un par de líneas.
“La verdadera igualdad solo se alcanzará si llegamos a tener tantas mujeres incompetentes como hombres incompetentes en puestos de mando".
Y con esta frase, las políticas, las activistas de capilla subvencionada, las militantes de mesa y mantel, enterraron definitivamente el feminismo.
Y no la ha dicho una de nuestras patrias adalides por todos conocidos de ese postfeminismo ultramontano y novecentista que pretende eliminar el supuesto patriarcado exclusivamente para ocupar su lugar de mando y control, no lo ha afirmado una de esas presidentas de "algo de la mujer" que basan su supervivencia económica en sustraer fondos públicos, malversar datos estadísticos y aprovechar el dolor y el sufrimiento de otras mujeres y otros hombres para medrar.
Lo ha dicho una eurodiputada,  la liberal holandesa Sophia in’t Veld, miembro de la Eurocámara, pero sobre todo centurión de la guardia de corps de Viviane Reding, la adalid europea del feminismo.
Y lo ha dicho para defender una de esas propuestas transformadas en exigencias que son ahora, en plenos estertores mortuorios de un sistema económico que se calcina en sus propias cenizas, son el único y exclusivo caballo de batalla de esa versión del postfeminismo que ha abandonado sus esencias. Lo ha dicho para defender la imposición de cuotas de mujeres en los Consejos de  Administración de las empresas.
Porque como el mítico ojo de Saurón con el tesoro de Golum, esa versión del postfeminismo, busca una sola cosa, la ansía, la persigue, tiene toda su atención y su ser fijados en ella.
Viviane, Sophia y algún que otro nombre español entre otros, son los nuevos nazgull, los contemporáneos Espectros del Anillo que buscan el anillo único: el poder.
Y para ello da igual ya todo.
Atrás quedaron las exigencias de igualdad basadas en el incuestionable hecho de que la mujer es tan válida como el hombre para cualquier actividad, atrás quedaron las reivindicaciones de igualdad legal y social también logradas y también justas, se olvidaron incluso las cortinas de humo creadas con el engrandecimiento del problema del maltrato o con la visión sesgada de la menor presencia en el mercado laboral, ignorando el hecho de que la mayoría de las mujeres evitaban prepararse y buscar trabajo en los sectores que más oferta laboral ofrecen.
Ahora, cuando el mundo de Mordor del capitalismo liberal se resquebraja, nada de eso importa, solamente se lanzan a galope tendido por los caminos de la Tierra Media para acceder a lo único que les importa.
Galopan hacia lo único que han buscado siempre y por lo cual han consentido sepultar la esperanza de mujeres realmente maltratadas bajo miles de denuncias malintencionadas que las impedían ser ayudadas, han permitido que la idea original de una sociedad de justicia entre sexos se desvirtúa hasta lograr una sociedad en la que las mujeres son protegidas y los hombres despojados de derechos como el habeas corpus, la presunción de inocencia o una defensa judicial. 
Desesperadas, erráticas y desesperadas suben a sus monturas parlamentarias, gubernamentales y políticas para reclamar para sí "su tesoro": el poder, el auténtico poder. El poder económico.
Han conseguido en casi todos los países europeos introducir los filos aserrados y curvos de las espadas de la paridad representativa en la política, en el gobierno, pero cuando se han asentado allí, creyendo que estaban en la cima se han dado cuenta de que el verdadero poder de este siglo, de esta civilización occidental atlántica, no reside en los cargos políticos, reside en el dinero y por eso han tomado el ariete de sus supuestos derechos y se dedican a un nuevo asedio.
Intentan imponer a los estados una ley que garantice por cuota un cuarenta por ciento de mujeres en los órganos del poder corporativo, en los Consejos de Administración de las empresas y ya ni siquiera alegan la preparación idéntica de las féminas, ni siquiera sus capacidades potenciales parejas. Les da igual que sean incompetentes. La cuestión es que tienen que ser mujeres.
Ignoran o pretenden no reparar en el hecho de que el poder en las corporaciones, en los centros de decisión empresarial no lo otorga eso que ellas llaman género y que siempre se llamó sexo. Lo otorgan los contactos, las presiones, una vida dedicada al ignominioso arte en ocasiones casi criminal del ascenso, una existencia en la cual los cadáveres se acumulan en armarios cada vez más cerrados y ocultos. Y el dinero, sobre todo el dinero.
Pero Viviane Reding que curiosamente, pese a ser a comisaría de Justicia y Derechos Fundamentales de la Unión Europea, olvida de repente que uno de los primeros derechos ciudadanos que se definieron -en este caso en la Bill of Rights estadounidense- fue el de "tener un gobierno justo y eficiente", ignora todo eso y defiende un sistema de cuotas de mujeres en los cargos directivos de las empresas amparando un principio que dice que da igual que sean eficaces o no. Que lo único que importan es que sean mujeres.
Como han hecho en la representación política, pretenden que se les de algo simplemente por ser mujeres, independientemente de sus trayectorias, independientemente de su compromiso con la política o con la empresa, saltándose todos los pasos intermedios -negativos o positivos- que un hombre debe atravesar para acceder al poder.
Pretenden, como los antiguos monarcas por derecho divino, como los ancestrales faraones y mandarines descendientes de los dioses y del cielo, asegurarse una cuota del poder por el mero hecho biológico de ser mujeres.
Sustituyen el feminismo igualitario por el sexismo discriminatorio.
La única forma de asegurarse una posición en un consejo de administración hoy en día es tener el suficiente número de acciones de la empresa para ser consejero dominical y que nadie pueda echarte de él.
Y ese es el camino. Un camino que no allana el ser hombre, que no facilita el ser varón, un camino que no se basa en la posición interna o externa de las gónadas. Un sendero que solamente se recorre a golpe de talonario, opas hostiles y ampliaciones de capital.
¿Es injusto? sí. Pero nada tiene que ver con que seas mujer u hombre. Ydesde luego nada tiene que ver con el feminismo. Las defensoras de esta posición dicen que defienden a las mujeres pero en realidad lo único que defienden es que por ser mujeres a ellas nadie les pueda cuestionar su poder. Aunque sean incompetentes.
Y ellas lo saben, pese a fingir que no, lo saben. Por eso mantienen que la competencia o incompetencia no debe ser factor a la hora de buscar la paridad -que no la igualdad-. Porque saben que, sin el dinero y sin las acciones suficientes, una mujer o un hombre solamente pueden acceder a los consejos de administración por designación de los que ya son consejeros o por el puesto ejecutivo que ocupes en la empresa.
Y para eso existen dos caminos: los contactos y la capacidad.
La mayoría de los que han hecho del ascenso empresarial su existencia, sean hombres o mujeres, confían más en el primer camino que en el segundo. Porque los que quieren controlar la empresa les harán consejeros para hacerse con un voto seguro en las decisiones, les darán un cargo que les coloque en el consejo independientemente de su capacidad y competencia, solamente porque les son afines.
Pero ¿qué pasa si hay una ley que obliga a un cupo de féminas en los sillones del consejo?
Pues que aquellos -o aquellas- que quieren mantener el control de la empresa, que quieran tener mayoría de voto en el consejo, elegirán a mujeres incompetentes en lugar de hombres incompetentes para los cargos y los puestos ejecutivos.
Y así, ese colectivo inexistente en el que la visión postfeminista ha convertido a las mujeres del mundo habrán accedido al poder.
Luego ellas creen que lo usarán en beneficio de las mujeres -que son la única parte de la humanidad dignas de ser beneficiadas-, por el mero hecho de ser mujeres. Se equivocan, pero si son incapaces de racionalizar el presente, mucho más lo han de ser de realizar proyecciones racionales sobre el futuro.
Y claro, se indignan cuando el dinero de la mayor parte de Europa -representado como siempre por sus gobiernos- se niega. Cuando desde Gran Bretaña a Alemania, desde Bulgaria a España, desde Italia a Dinamarca el dinero les dice que no. 
Que el anillo único de poder sólo puede tener un dueño y ese dueño es el dinero. Que les da igual el género, el número o la especie, incluso, del dinero. Pero quien manda es el dinero.
Por terminar con la comparación con la mítica obra de Tolkien, se olvidan de que, por más que adopten la pose beatífica de los elfos de Rivendell, los únicos que quieren utilizar el poder del anillo son aquellos que moran en Mordor y que han hecho de ella una tierra inhóspita y moribunda con su forma de ejercer el poder.
Quienes de verdad comprenden la verdadera naturaleza del Anillo Único no quieren compartirlo a partes iguales con Saurón. Simplemente quieren destruirlo.
Si se ponen a eso, nos sentamos y hablamos.

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