sábado, agosto 18, 2012

Treinta y cuatro muertos en Sudáfrica o la constante matemática de nuestro sistema económico.


Va un problema de matemáticas básico.
Una empresa tiene contratadas a 4.500 personas. Esas personas ganan 500 euros al mes que, -desconociendo el dato en concreto- podemos suponer que se dobla con los seguros sociales y demás. O sea 1.000 euros al mes. lo que supone 54.000.000 euros al año.
Estos trabajadores se ponen en huelga y exigen que se les pague 1.200 euros al mes o sea, con seguros y demás gastos sociales, 2.400 euros mensuales. 129.000.000 euros al año.
Sabiendo que la empresa tiene un beneficio neto después de impuestos de 400.000.000 euros anuales y que, descontado los 75.000.000 euros del aumento de los costes salariales, le quedarían a la empresa solamente 325.000.000 euros de beneficios netos para distribuir entre sus accionistas y directivos, responder a las siguientes preguntas:
¿Por qué no se pueden aumentar los salarios?
¿Por qué hay que disparar contra los manifestantes que exigen ese aumento salarial?
¿Por qué hay que matar a 34 de ellos?
Puede parecer que resulta imposible utilizar las matemáticas para responder a lo que ha pasado en Suráfrica y al motivo por el que la policía ha disparado contra una manifestación de mineros de la empresa Lonmin de Platino. Puede parecer que el hecho de que llevaran machetes o palos lo justifica y es una explicación. Puede parecer muchas cosas.
Pero toda apariencia es engañosa. No es una cuestión racial, no es una cuestión social, no es una cuestión estatal. Es una cuestión de pura y simple matemática.
Los policías que han disparado contra su propia gente en lugar de apartarse y dejarles pasar, en lugar de regarles a manguerazos hasta disolverles, en lugar de hincharlos a pelotazos de goma hasta hacerles escapar, en lugar de ahumarles con gases lacrimógenos hasta que no vieran ni su propias narices, no son asesinos, no son represores. Son el vector que iguala y equilibra la pérfida ecuación de la economía liberal capitalista del mundo Occidental Atlántico.
¿A quien amenazaban los mineros? ¿Por qué una policía acostumbrada a las barricadas no las colocó entre los manifestantes y ellos? ¿por qué no había una sola tanqueta antidisturbios? Todas esas preguntas pueden tener respuesta, pueden tener justificación. Pero ninguna responde a la esencial:
¿Por qué esos mineros ganan 500 euros y no pueden ganar 1.200? ¿por qué hay que reprimir esa protesta?
La respuesta es obvia: porque nadie está dispuesto a darles lo que piden. Por eso hace falta reprimirles. Es evidente ¿no?
Porque, si no existe ese vector de desequilibro, el sistema económico que nos mantiene, que nos permite tomar un café por la mañana o una copa por la noche aquí, en el Occidente Atlántico, el liberalismo económico se derrumba.
Si los mineros de Lonmin consiguen su objetivo es posible que lo consigan también los de las otras empresas de Sudáfrica y los de Rusia, y luego se corre el riesgo de empezar con los de las minas de oro, y los de diamantes, y los de fosfatos y los tungsteno y los de semiconductores...
Si no se utiliza ese vector de desequilibrio básico que es la represión puede que encima se le sumen los recolectores de café, de cacao, de algodón, los manufactureros de seda y vete a saber cuántos más. Y no quieran todos los dioses de capitalismo que se les unan los trabajadores de los pozos petrolíferos árabes, argentinos y venezolanos y los del gas ruso, afgano e hindú. Porque entonces sí que las matemáticas no volverán a salirnos nunca.
Porque el 85 por ciento de los recursos que utiliza el mundo occidental atlántico están fuera del mundo occidental atlántico. Están en países donde los costes laborales son ínfimos y son conseguidos con el trabajo de gentes que apenas tiene acceso a lo más básico y eso es lo que permite que las cuentas nos sigan saliendo. Por los pelos, pero nos sigan saliendo.
Porque las matemáticas del liberalismo capitalista del Occidente Atlántico no pueden consentir que la división entre trabajo e inversión se dirima en un reparto parejo y ni siquiera proporcionado porque nosotros somos muchos menos que ellos y entonces las cuentas no nos saldrían.
Por eso la ecuación necesita una constante diferencial que ha de aplicarse cuando el desequilibrio se produce en determinadas tierras, en determinados lugares, entre el Tigris y el Jordán, entre el Río Amarillo y el Indo, entre el Níger y el Nilo. Y sobre todo cuando se produce a favor de los habitantes de esas tierras. No de sus elites. De sus habitantes.
Ese es el mundo que hemos construido para África, Asia y Sudamérica cuando creímos estar construyendo solamente un mundo para nosotros.
En la fórmula matemática perversa que rige nuestra economía lo que ha hecho la policía de Sudáfrica no es un desequilibrio, no es un fallo ocasional, no es el producto de un error de cálculo o de aplicar sin demasiada atención una fórmula errónea.
Es una constante. Una constante matemática.

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