jueves, julio 12, 2012

Rajoy y sus recortes nos dejan no cambiar

Dejando a un lado, si es posible, todo lo que se nos viene encima con la nueva andanada de recortes que las baterías de babor de la nave insignia de Moncloa han lanzado contra la debilitada línea de flotación de nuestras cuentas corrientes y economías, hay algo que llama la atención que, como siempre, puede ser importante pero corremos el riesgo de no ver entre tanta ida y venida a nuestras calculadoras para hacer cuentas.
La subida del IVA, el recorte de pagas a los funcionarios, la guadaña que cercenará la hierba bajo los pies de la supervivencia de los parados cuando lleguen al séptimo mes de desempleo y todo el resto de las medidas que Rajoy anuncio en el Congreso -a este paso casi va a ser mejor que no vaya como se le reclamaba-, no sólo ocultan la cerrazón e incapacidad de aquellos que las imponen desde Europa, no solamente demuestran la poca convicción que nuestro Gobierno tiene en su propio criterio y en sus ideas particulares, no sólo dejan claro que se toman medidas que se sabe que no van a funcionar simplemente porque alguien ha dicho que hay que tomarlas.
Anuncian algo más.
Ponen de manifiesto que Rajoy y su Gobierno, Merkel y el suyo, Durao Barroso y el entramado gubernativo europeo no han entendido ni piensan ponerse a entender el concepto de crisis.
Crisis no significa otra cosa que cambio y ellos no están en ello.
Ni Rajoy, ni Merkel, ni Barroso ni Europa ni nadie en esta civilización occidental atlántica nuestra quiere cambiar, está dispuesto a ello.
Y por eso se siguen usando las mismas formas, las mismas armas, las mismas estrategias para librar una batalla que ese armamento y esa táctica ya nos han hecho perder media docena de veces.
La única crítica que ha recibido Rajoy en toda su colección de recortes pretéritos y presentes por parte del empresariado ha sido la subida del IVA.
No ha tocado el impuesto indirecto de los productos básicos -supongo que hasta Rajoy aprendió lo que ocurrió en París hace unos cuantos siglos cuando se subió el precio del pan. En la Bastilla hay unas cuantas placas para rememorarlo- pero aun así las críticas han sido unánimes.
Rajoy trabaja en esto del IVA con algo que somos y que queremos seguir siendo, con algo que consideramos nuestro derecho inalienable y que se considera el motor de una economía que ya no se mueve porque su motor le falla desde hace mucho tiempo: el consumo.
Porque el consumo es para nosotros el epítome de la felicidad, de las posibilidades de demostrar y demostrarnos que estamos bien, que podemos acceder a las porciones de felicidad que estimamos oportunas en cada momento.
El consumo es el quid de la cuestión para nosotros que estamos acostumbrados a comprar felicidad o sus más refinados simuladores. Hay que reactivarlo, hay que protegerlo, hay que custodiarlo como si estuviera inscrito en letras de pan de oro en la Declaración Universal de Derechos -en realidad, me extraña que no esté-.
Porque el consumo nos salvará, si volvemos a consumir saldremos de la crisis, creceremos, seremos felices.
Queremos usar para arreglar las cosas aquello que nos ha conducido a donde estamos. No nos creemos que estemos en crisis. No nos creemos que tengamos que cambiar.
Que nuestra felicidad no está en nuestro nivel de gasto, que las vacaciones se disfrutan por la compañía, por el descanso o por cualquier otra sensación que parta de nosotros y no por lo exótico, recóndito o caro de nuestro destino turístico.
Que nuestras alegrías no dependen de cuantas copas podamos sufragarnos antes de empezar a perder el sentido de las cosas y sustituir toda nuestra realidad por el vapor etílico que nos corta la esencia; que nuestras penas, nuestras pasiones y nuestros amores no dependen de lo abultado de nuestras carteras, lo estable de nuestros trabajos, lo ajustado de nuestras hipotecas ni lo coqueto y bien amueblado de nuestros salones. Dependen de nosotros y nuestros corazones y de cómo tratemos y nos traten aquellos con los que compartimos nuestros afectos a cualquier nivel.
Que el consumo no es síntoma ni remedio de nada ni nos demuestra nada. Que todo está en nosotros y todo está en los otros.
Pero nosotros no queremos cambiar y nuestros gobernantes siguen aferrándose al consumo para salir del pozo en el que nuestro gusto por el consumo como referente del bienestar y la felicidad nos metió. Así nos que no tengamos que cambiar.
Y no es en lo único.
Cada medida de nuestro gobierno es una estrategia ya usada, ya gastada, ya quemada, que nos ha llevado al desastre pero que los líderes occidentales atlánticos nos ofrecen como solución para poder seguir siendo como somos.
Carga contra los funcionarios, les recorta pagas, les quita días libres, les aumenta las horas de trabajo solamente porque no ha entendido el cambio que tiene que suponer toda crisis y usa la táctica que nosotros queremos seguir utilizando en nuestras vidas: echar la culpa al otro.
Nos permite que no nos sintamos culpables de ser arte y parte con nuestras indolencias, irresponsabilidades y egoísmos del mal que nos aqueja.
Convierte lo que tenía que ser una asunción social de la responsabilidad de nuestros errores, de nuestras carencias, en un mercadeo persa de cabezas de turco en el que nosotros le pedimos como culpables a los políticos y él nos ofrece a los funcionarios, en el que le exigimos a los diputados y él nos da a los concejales, en el que pedimos la cabeza de los banqueros y él no nos da nada. En el que todos son culpables de cualquier cosa menos nosotros. Nosotros, que en realidad somos total o parcialmente culpables de casi todo.
Porque es nuestra desidia social la que nos ha llevado a esto, porque es nuestra falta de compromiso para con los demás lo que nos ha llevado a esto, porque es nuestro egoísmo e individualismo, nuestro ir a nuestra bola, lo que ha originado una cultura en el que eso es lo que hay que hacer y no importa quien caiga en el camino.
Pero en cuanto nos dan a los funcionarios, los políticos, los inmigrantes o cualquier otro posible culpable de todo nuestro infortunio nos agarramos a ellos como a un clavo ardiendo en nuestra reclamación de responsabilidades porque no aceptamos que tenemos que cambiar para que deje de ocurrir lo que está ocurriendo y lo que va a seguir ocurriendo.
Otro clásico de la sociedad occidental atlántica.
Hasta lo de reducirles el desempleo a los parados de larga duración es otra de esas premisas con la que Rajoy quiere capear la crisis para que sus votantes -y sus no votantes, ya puestos- no se vean obligados a cambiar.
Es aquello de que hay que estimular la búsqueda de empleo. Es el individualismo que hemos elevado a los altares de nuestros lares domésticos. Que cada palo aguante su vela. Que se esfuercen, que busquen curro.
Que yo no tengo porque hacerme responsable de los demás, que no tengo porque hacer nada para ayudar a levantarse a los que están caídos, que si yo mantengo mi trabajo y otro no puede hacerlo no es mi problema. Yo soluciono mis problemas, que los otros solucionen los suyos.
Soy un ciudadano occidental atlántico. No tengo ninguna obligación de introducir "nuestro" en mi vocabulario.
Así que lo que está haciendo Rajoy con sus recortes es posibilitarnos seguir siendo nosotros mismos hasta que toque poner nuestras barbas en remojo. Está permitiéndonos tener una excusa para no cambiar.
Pero como suele ocurrir la realidad se corrige a sí misma para forzarnos a contemplarla.
Muchos titulares de los juzgados de lo social se niegan veladamente a aplicar la reforma laboral en sus sentencias, los médicos de familia se niegan a dejar de atender a los sin papeles, los farmacéuticos se la juegan con el euro por receta, los rectores universitarios eluden cobrar el aumento en las tasas...
A lo mejor los funcionarios del INEM se niegan a tramitar los recortes en las prestaciones o los de inmigración a tramitar las deportaciones, quien sabe lo mismo hasta los políticos renuncian a sus sueldos (eso ya entraría en el rango de milagro evangélico)
Y entonces ¿qué haremos nosotros?, ¿qué excusa, cabeza de turco, enemigo a las puertas o bestia negra utilizaremos para seguir negándonos a dejar de ser como somos?
Quizás tengamos que demostrar que podemos ser felices sin consumo, que podemos sacrificar algo nuestro sin que nos lo exijan por el bien de otros, que podemos poner en riesgo nuestro puesto para defender el de otro, que puede partir de nosotros renunciar a nuestras pagas extras privadas para garantizar las pagas regulares de otros mientras amaina el vendaval.
Quizás tengamos por fin que entrar en crisis y cambiar.
Mientras tanto, no hay ni puede haber nada nuevo bajo el sol.

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