martes, julio 10, 2012

Los 300, Horatio Caine y Gilda bajo la alfombra

Hay ocasiones en que nuestra incoherencia deja de ser ese telón de fondo con el que estamos acostumbrados a vivir para justificación nuestra y desgracia ajena y se transforma en un fuego de artificio tan explosivo que lo impregna todo y a todos.
Y eso pasa o está pasando con la nueva Ley General de Contenidos Audiovisuales que se debatirá -debatir es cuajar un eufemismo tal y como está el patio de las mayorías absolutas en este país- hoy en el Senado.
Las organizaciones de padres, de consumidores y no se sabe cuántos estamentos más han puesto el grito en el cielo porque los senadores del PP -no sé qué le parecerá a los egregios purpurados, ¡Quién lo iba a decir!- han incluido una enmienda que sustituye la prohibición expresa de emitir porno y material violento en abierto por algo más ambiguo, más poco específico, más como nosotros, que es la emisión de "contenidos para adultos".
Más allá del absurdo que hace parecer que ver porno y contemplar violencia gratuita es algo que te convierte en adulto, algo que va dentro de la naturaleza de la madurez en sí misma -y, para que conste y nadie me llame hipócrita, yo tengo "un amigo" que ve ambas cosas  de vez en cuando, más de lo segundo que de lo primero-, hay una inmensa incoherencia tanto en los que modifican la ley, como en los que la critican.
Para el PSOE -¡Vaya, para el porno sí se ponen de acuerdo los dos partidos mayoritarios!- la enmienda es buena porque incluirá también contenidos para adultos como el maltrato y la violencia de género -¿existen géneros específicos de ficción sobre esos asuntos o es que intentan crearlos?-. Y la estupidez no para de crecer y de expandirse como el hidrógeno caliente cuando encima te enteras que esta prohibición incluye los programas de juegos de azar y apuestas, el esoterismo, las paraciencias y los anuncios que promuevan el culto al cuerpo.
La carcajada se hace prácticamente estentórea.
Para empezar el horario de protección infantil que abarca de 6 de la mañana hasta las diez de la noche. Es de suponer que ningún niño debería ver la televisión entre las seis de la madrugada y las cuatro de la tarde.
¿Nos hemos olvidado que la escolarización es obligatoria hasta los 16 años con la ESO? Parece que sí igual que parece que hemos olvidado que es un delito parental no practicar esa escolarización. 
Pero podríamos justificar el horario por aquello de las gripes, los dolores de cabeza, las gastroenteritis y toda demás suerte de dolencias reales o imaginarias que desde el albor de los tiempos han aquejado a los estudiantes en su continua lucha contra el principio universal de "vas a clase porque es tu obligación".
Y ahí es donde comienza la auténtica incoherencia.
Si empezamos por lo insustancial, podríamos decir que no pueden ver nada relacionado con las apuestas y los juegos de azar pero los concursos más vistos son aquellos que se basan en el azar de elegir una caja o de dar la vuelta a un panel, o de ganar una pasta gansa por una decisión complemente aleatoria y de azar ¿no es eso una apuesta? Parece que no.
Lo del esoterismo también mola. El esoterismo perjudica moralmente a los infantes. Que alguien me lo explique.
¿Y lo del culto al cuerpo? El noventa por ciento de la publicidad de productos de belleza está basada en ese concepto. También de los de masculina, no se me ofendan. 
Los de moda, las tele tiendas, los de elementos gimnásticos, los de fajas, los de sujetadores mágicos, los de Especial K, los de yogures, los de colonias masculinas y femeninas, los de Coca Cola Light -¿nos acordamos del famoso mancebo de la Coca Cola Light?-, los de productos de dieta, los de vaqueros, los de prendas deportivas con los plexos solares perfectos del deportista de élite que toque, los de cualquier cosa que lleve soja. ¡Por el amor de los hados, si hasta los de las compresas para las pérdidas de orina se basan en lo atractiva que será una señora mayor que no desprenda un cierto tufillo a ácido úrico!
Pero claro. Esos pagan, esos mantienen el chiringuito.
Y luego la emprendemos con el sexo explícito.
Nuestros pobres infantes están incapacitados para contemplar a la inefable Elizabeth Beckley en Showgirls o a la neumática Demi Moore en Striptease, pero pueden contemplar a otras chicas reales que venden promesas de sexo de forma mucho más burda, con modelos de tienda de chino muy bien ajustados y que apenas dejan nada a la imaginación; no pueden contemplar una película pornográfica pero pueden escuchar los relatos más escabrosos de bocas de colaboradores de programas de sobremesa.
Tienen que mantenerse alejados de Nacho Vidal o Rocco Sifreddi pero no de Dinio o Lequio, no deben posar sus ávidas miradas en Lisa Ann o Asia Carrera -actrices porno, para los que no tengan un "amigo" que les informe sobre ese tipo de cine- pero pueden seguir perfectamente las andanzas sexuales de Indira de Gran Hermano o de cualquier Sex Bomb venida a menos.
Pero claro. Los penes y las vaginas no se ven. Solamente se habla de ellos.
Y luego llegamos a lo esencial. A lo que verdaderamente debería avergonzarnos. A lo que nos debería hacer pensarnos seriamente si realmente estamos construyendo una sociedad que merezca la pena dar como herencia a esos que decimos que queremos proteger.
Un niño no puede ver a Glen Ford arreándole un revés mitológico a la buena de Margarita Cansino en sus tiempos de Gilda pero puede seguir en directo la cobertura con todo lujo de detalles e imágenes bajadas de Internet de como un Talibán furioso de integrismo mal entendido dispara hasta matar a una mujer adúltera jaleado por sus vecinos y vecinas. Una cosa es maltrato, la otra información.
No puede contemplar cómo los 300 la emprenden a lanzadas en ordenada falange contra las hordas de Jerjes y sus inmortales Anusiyas pero puede contemplar como los milicianos iraquíes o libios disparan a diestro y siniestro en las calles de sus países, puede contemplar los cuerpos sin vida de los niños sirios y los bombardeos de la aviación de El Asad arrasando su propio país. Lo primero es violencia gratuita, lo segundo no debe ser gratuito, supongo. Es la única diferencia que se me ocurre.
Sus pobres e inocentes ojos no están capacitados para contemplar y su inocente mente en formación no puede entender el maltrato infantil en una película pero pueden discernir completamente lo que ocurre en una finca cordobesa mientras se busca los cadáveres de dos niños supuestamente asesinados por su padre o escuchar de manos de expertos la película de los hechos del confeso asesinato y violación de Marta del Castillo o de los abusos y posterior inmolación de Sara Palo.
No pueden ver al hierático Horatio Caine perseguir a un padre de ficción maltratando a su hijo hasta la locura en un capítulo de CSI Miami o a una madre guionizada encerrando a sus hijos y sometiéndoles a todo tipo de torturas por hambre y privaciones en Flores en el Ático pero pueden comprender perfectamente las noticias de madres que matan a sus hijos con su propio cordón umbilical y los arrojan a un contenedor o un padre que apuñala a su vástago hasta matarle para vengarse de su ex mujer puestos en primera plana y en cabecera de arranque de los informativos que se emiten -los dos principales, al menos- dentro del supuesto horario protegido.
No pueden ver a los mosqueteros cepillándose guardias del Cardenal a diestro y siniestro pero sí batallas campales entre Guardias Civiles y Mineros, no pueden ver a soldados de una histórica Suráfrica cargando contra negros en Soweto pero pueden ver a los nuestros cargando contra estudiantes en Valencia. No pueden ver a Amon matando a judíos checos para desayunar pero pueden ver y escuchar las explicaciones de como un yihadista francés hace lo mismo o de como un grupo alemán de neonazis caza turcos en sus ratos libres.
Eso no importa que lo vean.
La violencia real, la que no tiene justificación, la que está asolando nuestra civilización y nuestro mundo si es perfectamente digerible, según parece, por las mentes infantiles. La de ficción no. Contra la segunda por lo menos teníamos la defensa baladí de "hijo, eso no pasa en la vida real ¿no ves que es una película?" o incluso el mítico "¡ves, hija, al final han cogido al malo porque nadie permite que se hagan esas cosas!"
¿Qué defensa podemos esgrimir contra la primera?
¿Explicar que los líderes del mundo matan inocentes por el petróleo, por los recursos naturales, por la locura mesiánica que se ampara en sus religiones, por un quítame allá ese trozo de tierra?, ¿explicar que estamos tan desquiciados y que nuestro individualismo, nuestro egoísmo y nuestra incapacidad para asumir los deseos de otros cuando nos son contrarios nos llevan a la venganza y el odio?
Y para los que crean que la solución está en enganchar al infante en cuestión por interface biológico a los canales de dibujos animados: unas matizaciones. Series en los que los “protas” se cargan a diestro y siniestro alienígenas, malos del mundo de Gor; series en las que niños de cuatro años están obsesionados con el sexo y con las bragas de todas las féminas que les rodean; series en las que de mazos de cartas del Tarot salen toda suerte de protectores y guerreros místicos que dejan la ciudad como la pesadilla febril de un operario municipal de limpieza en plena era de recortes; series en las que colegialas de instituto interpretadas por actrices de 23 años destilan sexo y atracción sexual por todos los poros de su cuerpo con uniformes escolares que no se ven ni en los sueños eróticos más descriptivos de las más atrevidas películas porno, películas en las que se presenta el maltrato sistemático contra niños (Oliver Twist, Matilda), el esclavismo (Charlie y la Fábrica de Chocolate) o series yanquis en el que el maltrato entre adolescente es algo continuado.
O sea el mismo azar, la misma violencia y la misma sensualidad sexual que se supone que no deben percibir en las emisiones para adultos. Eso y Disney. Aunque, un aviso. Ultimamente las princesas de la factoría ya no son lo que eran. A ver si un día se nos visten de Showgirls y la liamos para siempre.
A lo mejor deberíamos renunciar por fin a nuestra hipocresía y ponernos a cambiar nuestra sociedad y eliminar la violencia -gratuita o remunerada- de la misma para que la de las películas y las series se quede solamente en eso, ficción.
A lo mejor deberíamos ponernos a utilizar el sexo como forma de expresión de otras cosas que no sean nuestras huidas, nuestras carencias y nuestras necesidades y colocarlo en su justa medida, más allá de la sobrevaloración que le damos como medida de nuestro disfrute que no tiene en cuenta al otro y de nuestro éxito. Para que el porno solamente sea una exageración ficticia del sexo.
A lo mejor deberíamos de hacer nuestro trabajo y ponernos a pulir el parqué de nuestra sociedad y nuestras vidas para que brille de verdad en lugar de buscar una ley que nos permita esconder el polvo y la sangre debajo de la alfombra de nuestra televisión para que no se vea.
A lo mejor tendríamos que empezar de verdad a ser adultos y eliminar lo que nos sobra, no limitarnos a esconderlo. Y entonces el porno y las películas de acción serían otra cosa. Serían ficción. Sólo ficción.

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