miércoles, julio 18, 2012

La postergada admonición al perroflauta

No tiene uno ya mucho el cuerpo para carreras, aunque sea la de San Gerónimo, y menos los domingos por la noche. No tiene uno ya las piernas para velocidades de escape, ni las posaderas para sentadas a ultranza. Pero, cuando llega el momento, hay que hacerlo y se hace.
Mientras los antidisturbios se quitan los cascos y se ponen las gorras, se vuelven a mirar al Parlamento que les traiciona por mentirles y no al manifestante que les apoya, mientras ya no corremos y solamente nos manifestamos, ha llegado el momento de desgranar algunos de los ritos y los mitos que sacuden nuestra sociedad de un extremo al otro del arco ideológico.
Empecemos por los propios, que la autocrítica siempre ha de ser el antecedente de la crítica a otros.
Resistir no es correr delante de la policía. Ellos no son el enemigo, ni siquiera son el adversario, ni siquiera están en contra de nosotros.
El perroflautismo trasnochado de carrera policial, caída de sistema, falsa Kufiyya, palos y piedras no es el que va a evitar el colapso social de este país.
No, mientras esa sea la manera de ocultar otras vergüenzas, no mientras eso sea lo único que se arriesga.
No mientras eso se compagine o se intente compaginar con recorrer el mundo mientras se cobra el paro, con vivir de papá, con trabajar en negro, con buscar el máximo escaqueo, con querer que les quiten a los ricos lo que tienen para que nos lo den a nosotros.
Oponerse al sistema o al Gobierno -o a ambos- es un acto tan democrático como defenderlos y como toda oposición debe suponer lo que debe suponer: debe hacer que queramos para todos lo mismo y que eso sea justo. Incluso aunque salgamos perdiendo.
Así que primero hay que dejar de trabajar en negro mientras se cobra el paro; hay que dejar de desgravar una vivienda mientras se vive en otra; hay que dejar de cobrar ayudas a un alquiler completo mientras se tiene subarrendada la mitad de la casa; hay que dejar de utilizar los nombres y los datos de otros para acceder a ayudas por edad o por sexo o por cualquier otra condición.
La insumisión fiscal no es ocultar al fisco lo que se gana. Eso se llama fraude. La insumisión fiscal es que el fisco sepa lo que ganas y luego decirle que no te parece justo que se lleve una cuarta parte del precio de tu trabajo para cubrir las pérdidas millonarias de los bancos. La insumisión fiscal es no pagar y atenerse a las consecuencias. Si se quiere elegir esa forma de oposición, sea. Pero hay que dar la cara.
Oponerse exige hacer primero tú trabajo como ciudadano y como persona justa y luego pedir a los políticos, los administradores y los gobernantes que hagan el suyo. Exige dar antes de pedir que te devuelvan. Exige hacer lo que tienes que hacer para tener la fuerza y la capacidad ética de exigirle a los demás que también lo hagan.
Exigir cambios al sistema y al gobierno no es pintar las calles con lemas más o menos ocurrentes contra la corrupción, no es recurrir a eslóganes manidos que eran viejos cuando Mijaíl Bakunin era joven -si es que Bakunin fue joven alguna vez-. 
Oponerse es levantar la cabeza del ordenador y el culo de la silla y arriesgar tu sueldo de 1.000, 2.000 o 6.000 euros por decirle a tu jefe que es un miserable por pagar 800 a alguien que hace un trabajo que debe estar mucho mejor pagado; que es un corrupto por dejar en la calle a un profesional competente para hacerle un lugar en la plantilla a su primo, su amigo o su amante; que es un déspota enfermo de nepotismo por reservar los mejores turnos y las mejores condiciones para aquellos que son sus amigos, sus soguillas o sus pelotas de turno. 
Aunque ni ese sueldo miserable ni ese puesto fruto de la más ancestral simonía, ni esas condiciones emanadas del nepotismo sean los tuyos ni te afecten.
Resistir no es alzar las manos y los palos, taparse la cara y cargar con cócteles molotov contra aquellos que ni son ni serán los artífices del sistema ni los ideólogos de aquello a lo que te opones. La única forma de defender las libertades es ejercerlas.
Las redes sociales no nos van a garantizar las libertades, Facebook, Twitter o Youtube no nos van a cambiar las cosas. Podrán servirnos para mostrar lo que está mal, podrán darnos presencia mediática, podrán hacernos relevantes y que tengamos muchos "me gusta", seamos trending topic o seamos "meneados" al límite del mareo.
Pero las redes sociales no nos van a mantener las libertades. Las libertades y los derechos se mantienen ejerciéndolos.
Podemos hartarnos de colgar videos grabados con nuestro IPhone de última generación sobre cargas policiales o cualquier otro desmán gubernativo que se nos ocurra, pero hasta que no tiremos de procurador no servirán de nada.
Defender nuestros derechos y libertades es exigirle a todo policía una identificación y un número de placa y si no nos la dan denunciarles, es presentar una demanda por cada desmán que cometan contra nosotros; es llenar los juzgados de demandas individuales por  cada una de las cargas, por cada uno de los hechos que consideremos ilegales.
Y es hacer lo mismo cuando estamos lejos de la vista delos medios y las redes. Es no resignarse a un cambio de turno injusto o la pérdida de un día libre, a un ERE injustificado, a una rebaja de sueldo arbitraria y llevarlo a los juzgados de lo social, aunque los compañeros y los jefes no miren mal. Defender nuestros derechos, los de todos, es exigir a la empresa que nos presenten las decisiones por escrito y con sello y con firma.
No se trata de conseguir medio millón de apoyos virtuales sin rostro y sin riesgo, se trata de conseguir miles de apoyos con nombre y DNI en denuncias en los tribunales, en escritos ante el Defensor del Pueblo. Nuestros derechos son reales, nuestras libertades son físicas. Un clic de ratón no es suficiente. Ayuda, pero no es suficiente. Nuestros derechos individuales y nuestras libertades ciudadanas no son Lady Gaga o un festival musical. No viven de los clics, se alimentan de nosotros.
Un lema colgado en nuestro muro no es lo que los defiende. Somos nosotros los que tenemos que hacerlo. Somos nosotros los que tenemos que ejercer de lo que somos: de ciudadanos libres que conocen, defienden y utilizan sus derechos.
Si queremos que los que nos gritan "joderos" dejen de hacerlo reunamos las firmas para presentar una propuesta popular en El Congreso solicitando su dimisión y si no nos la tramitan, reunamos más, y si se niegan vayamos al Constitucional -si es que todavía existe- y si no nos ampara vayamos incluso a Estrasburgo.
Aunque eso nos cueste el esfuerzo y el tiempo suficiente como para perdernos nuestras vacaciones en Australia o el concierto de Green Day.
Defender los derechos ciudadanos es defender los derechos de otros antes de exigir que defiendan los nuestros. Es negarse a dejar de atender a los inmigrantes, es negarse a sellar reducciones del paro, es negarse a cobrar el euro por receta, es negarse a incluir más alumnos en el aula, es negarse a cobrar más tasas por la matrícula universitaria. Es arriesgarse a expedientes, a procesos sancionadores e incluso a expulsiones por defenderlos.
Si hay gente que puede hacer eso -porque se está haciendo- ¿por qué los demás no podemos jugárnosla por lo que creemos justo en nuestros trabajos?, ¿por qué los demás tenemos excusa para saltarnos todo ese esfuerzo y todo ese riesgo e ir directamente a gritar a la calle para eludir nuestra verdadera responsabilidad como ciudadanos que creen que algo es injusto, se oponen a ello y quieren cambiarlo?
Y si todo eso falla, coge tu perro, tu flauta y tu kufiyya de colores e inténtalo por las bravas. Que hay veces que es el único camino que nos dejan.
Pero si no has pasado por lo anterior ese salto a la adrenalina callejera sólo será una forma más de eludir tu responsabilidad como ciudadano, no distinto de aquel que esconde la cabeza para que no le llegue a él el temporal.Que la dirección de la huída, no elimina el egoísmo y  la inutilidad de la misma. Ya sea hacia atrás o hacia adelante.
Así que manifestarnos, sentarnos, cantar o colgar fotos y textos en Facebook no es oponernos. Es demostrar que nos estamos oponiendo, es apoyar a los que se oponen, como mucho. Es decir que queremos oponernos, pero no es oponernos.
Mientras manifestarse en una huelga general solamente sirva para acallar nuestra conciencia social y no signifique que somos de los que cada día están haciendo lo que pueden para impedir la conducción a la miseria a la que nos lleva este gobierno, como último eslabón de todos los anteriores que han asumido la salvación de un sistema que no se puede salvar si no se cambia, no servirá de nada.
Mientras taparnos la cara, insultar y retar a la policía solamente sea un entretenimiento más que nos llena el tiempo entre el último concierto y nuestro viaje de vacaciones a donde coño sea y no signifique que ya hemos cumplido todas nuestras exigencias de responsabilidad como personas justas y hemos agotado nuestras vías de oposición y queja como ciudadanos, no servirá de nada.
Mientras sustituyamos el verdadero riesgo en nuestras vidas y nuestras haciendas para defender el futuro por el falso riesgo adrenalínico de unas carreras y el dolor momentáneo de algún que otro porrazo, ni nos estamos oponiendo, ni estamos resistiendo ni estamos haciendo nuestro trabajo como ciudadanos. 
Mientras cubramos el cupo de defensa de nuestros derechos defendiéndolos en el seguro entorno de una manifestación masiva y no en el inseguro territorio de nuestras oficinas, nuestras redacciones, nuestras fábricas y nuestras vidas individuales, sólo estamos maquillándonos de ciudadanos, sólo estamos escenificando nuestra oposición, no oponiéndonos. Solamente estamos fingiendo que somos justos, no estamos siéndolo.
Y eso no significa que estas piernas y estas posaderas cuarentonas no vayan a estar en la próxima manifestación o en la siguiente sentada. Pero después de, al menos, intentar hacer sus deberes en la vida allende las redes sociales y las calles. Cuando ni Internet ni la televisión están mirando y nadie va a decir “me gusta” con el pulgar alzado.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics