domingo, julio 01, 2012

Amancio Ortega, Tesla y la oda al ¿emprendedor?

Resulta sorprendente que, entre tanto control de fronteras, entre tanto extranjero mirado de reojo y con suspicacia como ladrón de algo que ahora parece valioso pero que antes arrojábamos al cubo de basura porque nadie lo quería, se nos haya colado alguien que antes no estaba en nuestras listas, se nos haya sentado a la mesa alguien que antes nunca compartía nuestra sopa.
Ahora abrimos las puertas, extendemos la alfombra roja y nos preparamos como el pueblo del mítico Isbert con los americanos del Plan Marshall para recibir a un extranjero ajeno a nuestra cultura, más alienígena para nuestras mecánicas vitales que la Reina Colmena de Ender o el pasajero que compró el octavo billete en la Prometeus.
Llamamos a gritos y damos la bienvenida con los brazos abiertos al emprendedor.
Con el capitalismo liberal agonizando en la negativa política a concederle la eutanasia, con el mercantilismo financiero haciéndonos supurar sangre y sudor sin resultado alguno en nuestras vidas y con todos los negativos en nuestras haciendas, tocamos la campana del socorro y llamamos al emprendedor para que nos apague los incendios económicos que nos asolan.
Parece una buena idea.
Los emprendedores abren empresas y las empresas dan trabajo. Así que nos hacen falta emprendedores porque nos hacen falta empresas y sobre todo nos hacen falta puestos de trabajo. El silogismo parece perfecto, parece sólido, parece que no corre riesgo de transformarse en sofisma por fallo en las premisas.
Y no es cuestión de decir lo contrario. Hacen falta puestos de trabajo y hace falta asimilar una cultura del riesgo personal más acentuado, unas dinámicas personales que acepten un mínimo de riesgo en nuestras vidas que no busquen siempre y en todo momento la seguridad del inmovilismo absoluto, la certeza vital incuestionable, la tranquilidad que precede a la entropía y la muerte.
Pero el error no está en la fórmula. El error de esa reclamación de emprendedores como apóstoles de la salvación, como ángeles custodios reparadores de nuestra maltrecha economía está en recurrir como solución a aquellos que han sido en este país en concreto la raíz de muchos de los problemas. La equivocación radical es no darse cuenta de cómo es el emprendedor español.
Han sido los emprendedores y emprendedoras nacionales los que hicieron crecer y saltar por los aires la burbuja inmobiliaria que nos aceleró la crisis y el desastre. Repentinos empresarios del pelotazo que abrieron inmobiliarias a diestro y siniestro y en lugar de preocuparse por asentarlas y gestionarlas de forma ética y legal solamente se preocuparon por recoger beneficios y escapar con ellos cuando los malos tiempos empezaron a dibujarse en lontananza.
Son o fueron los emprendedores españoles -algunos de ellos- los principales responsables de nuestro agujero fiscal, los principales defraudadores, los que tienen sus impuestos a cubierto de la Agencia Tributaria, los que hacen perder millones en falsas desgravaciones o fraudulentas devoluciones del IVA.
Son los emprendedores españoles los que se refugiaron el sentimiento trágico de sus negocios y en el victimismo de su condición de propietarios y justificaron las contrataciones en negro, la economía sumergida, las cajas B y toda suerte de irregularidades que han viciado hasta el extremo lo poco salvable que había en nuestra economía.
Fueron aquellos que cosecharon los premios como emprendedores nacionales los que deslocalizaron sus centros de producción, los que crearon sociedades financieras en Liechtenstein o Luxemburgo y dinamitaron nuestras tasas de empleo y nuestras cuentas de ingresos impositivos.
Porque nuestros emprendedores no baten sus angélicas alas para cobijar la sociedad y hacerla más fuerte y más estable económicamente, las cierran sobre sus costados para picar desde las alturas y clavar sus curvos picos en la carne monetaria del país antes de que esta se pudra por completo.
Porque en España no se puede ser emprendedor tal y como lo concibe ese capitalismo liberal puro y duro que pretende salvarse recurriendo a su más antiguo paladín para que acuda en su busca.
Abrir un bar, una consultoría, una guardería, un restaurante, un taller mecánico, una asesoría legal o una tintorería es un riesgo vital, es crear un negocio, y es algo que ayuda a la economía en cierta medida. 
Pero el emprendedor español -que nunca sabré porque se les llama emprendedores, ¡como si los demás no emprendieran cosas y asumieran riesgos solamente por el hecho de trabajar por cuenta ajena!- no va más allá. No puede ir más allá.
El emprendedor es creador y nuestra economía no tiene nicho alguno para la creación, para la innovación, para lo nuevo. Nuestra economía se basa en los servicios. Así que nuestro emprendedor solamente descubre un nicho nuevo o una forma nueva de dar esos servicios.
Una economía industrial precisa de los emprendedores no solamente por los puestos de trabajo sino por las ideas que pone en marcha, por las invenciones que lleva bajo el brazo. El emprendedor que contribuye a la salvación de las economías es Nikola Tesla no Amancio Ortega.
Lo que permite avanzar y repuntar a una economía es el fluorescente, no la línea de primavera- verano de Zara. 
Y nosotros no tenemos industria alguna que pueda asumir el fluorescente, el autogiro o cualquier otro invento, cualquier otra industria nueva que se le pueda ocurrir a alguien. Los avances en ingeniería nos los ficha Alemania, los de nuevas tecnologías Estados Unidos, los de electrónica Japón y no por falta de sentido patrio de aquellos que tienen las ideas, sino porque no tenemos sector industrial alguno que pueda asumirlos, que pueda permitirles arriesgarse a seguir por su cuenta.
Lo que emprende Ortega tiene su mérito pero solamente reporta beneficios para él, no tiene reflejo alguno en la sociedad, más allá de los puestos de trabajo que reporta. Cuando en virtud de ese propio beneficio propio resulta más barato trasladar ese empleo  a otro sitio, el emprendedor no supone cambio alguno en nuestra economía. No aporta nada.
Así que por nuestros propios vicios y por los de nuestro sistema productivo e industrial nuestros emprendedores nunca serán la salvación. Tampoco hay que alarmarse por ello. Pocas cosas -ninguna, diría yo- puede ahora salvar este sistema.
Podemos llamar a gritos a todos los emprendedores que queramos, podemos inventar todos los incentivos que se nos antojen a la creación de empresas pero mientras no cambiemos radicalmente el mapa productivo español, mientras no encontremos sectores tecnológicos, industriales y primarios nuevos que nos permitan potenciar a los auténticos innovadores que puedan abrir caminos en esos sectores no tendremos de verdad emprendedores y los que tengamos serán como Mr. Marshall. Pasarán a toda prisa por nuestras vidas, recolectarán sus beneficios y no nos dejarán nada.
En el sector servicios la innovación que se supone a todo emprendedor no es algo relevante. 
La Coca Cola ya está inventada y el mundo puede pasar perfectamente sin una nueva manera de tirar una caña y sin una mejor disposición de la ropa en las tiendas de moda.

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