lunes, junio 11, 2012

Nosotros, Don Mariano y el noble arte del eufemismo

Muchas cosas se le pueden echar en cara a nuestro egregio Presidente del Gobierno con respecto a lo sucedido ayer y los 100.000 millones que ha tenido que pedirles prestados a los bancos europeos para cubrir los agujeros que la mala gestión y el riesgo absurdo, desmedido y avaricioso ha generado en los de nuestro suelo patrio.
Pero lo que no se le puede negar es que de los nuestros porque ha llevado uno de nuestros ritos favoritos a su máxima expresión: Se ha convertido en el máximo valedor del patrio arte del eufemismo absurdo e irrelevante.
Todo esto empieza por una desaceleración de hace años, que es como si de repente se me hubiera acabado la gasolina o el comisario de pista del GP de Mónaco me hubiera obligado a entrar en boxes. Y luego se convirtió en un periodo regresivo, no se sabía muy bien quién regresaba ni hacia donde lo hacía, pero la cuestión es que era regresivo.
Cuando todo esto ya se ha convertido en una crisis -o sea un griego eufemismo de un fiasco por los cuatro costados, que no es menos el eufemismo por ser universal- nos ponemos a hacer los deberes en lugar de recortes, a ajustar los presupuestos en lugar de rebajarlos, a racionalizar las inversiones en lugar de a paralizar la mayor parte de ellas, a modernizar el mercado laboral en lugar de abaratar el despido, a reestructurar los impuestos en lugar de a subirlos directamente y así sucesivamente.
Toca entonces poner inyecciones a los bancos -que deben tener ya los banqueros las nalgas amoratadas de tanto pinchazo- en lugar de reponer el dinero que falta, a recapitalizar en vez de dar el dinero que los gestores han malgastado a manos llenas.
Y Claro entre tanto nos llega la aportación de capitales europeos que es eufemismo de rescate, que a su vez es sinónimo poético de intervención, que funciona como eufemismo político de "te doy el dinero para que hagas lo que te he dicho que hagas. Y punto".
Entre tanto eufemismo sería fácil perder el hilo, pero a nosotros nos resulta sencillo seguirlo porque es un arte muy nuestro.
Así, el amigo Rajoy se ha transformado en la amiga o conocida que te dice "por ahí viene mi chico" y tú miras a la fémina -que se encuentra de muy buen ver para estar en esa tenue frontera entre los treinta y muchos y los cuarenta y pocos en la que siempre es un riesgo innecesario preguntar- y esperas ver aparecer un chaval como mucho cercano a la veintena por aquello de que chico es sinónimo puro de chaval, niño o incluso algo rural de hijo.
Pero te aparece un tío canoso y cincuentón, con traje de chaqueta conduciendo un BMW y tú te piensas "pues sí que se conserva bien esta mujer para tener un vástago que ronda los cincuenta"
¿Ese es tú chico?, preguntas y ella te contesta: "pues sí. Mantenemos una relación sentimental".
Y claro eso tampoco te aclara nada porque no sabes si le quiere, le odia, ella le quiere y él la odia, ella le odia y él la ama, se dan lástima mutuamente, se profesan rencor o adoración, se sienten culpables de algún delito común... en fin que todo es sentimiento, visto de esa manera.
Y ella matiza ya como cansada de explicarse, como para zanjar el asunto, "¡que estamos liados!".
"No me extraña que estéis liados con tanto eufemismo" -piensas-, pero tu proverbial buena educación te evita preguntar con qué fardos están atados, en qué compromiso se han metido sin quererlo, a qué viene en ese momento afirmar que fuman cigarrillos de tabaco de picadura hechos a mano y mucho menos, después de repasar las acepciones de eso de liarse, qué es lo que ejecutan ambos dos con vehemencia. No vaya a ser que te estés metiendo en acciones en las que no eres bienvenido.
Y la cosa puede seguir hasta el eterno. "Estamos enrollados, enredados", aunque tú los veas con sus extremidades perfectamente diferenciadas y sin nudo o enredo alguno en sus cabelleras, "estamos juntos", aunque medien kilómetros entre ellos, "somos pareja", sin especificar si lo son de baile, de mus o de La Guardia Civil...
Todo por no llamar a las cosas por su nombre, matrimonio, esposos, amantes, novios... Parece que los nombres de las cosas siempre suenan mal, siempre suenan antiguos, siempre suenan demasiado contundentes. Siempre suenan como lo que somos, como si no pudiéramos matizarlos o escondernos tras de ellos.
¡Y quiera el continuo espacio tiempo que no le caigas bien al "chico" de tu amiga y te confirme entre cañas que se divorció porque tuvo "una aventura"!
"Bueno -piensas tú- yo también he hecho parapente y creo que, hasta ahora, eso no es motivo reconocido de divorcio", aunque a esas alturas ya te has hecho con lo del eufemismo y puedes pensar "no creo que estar metido en una guerra, descubrir las fuentes del Nilo o arrojarse colgado de un cable desde las alturas tenga mucho que ver con practicar sexo con una persona mientras eres marido, novio o amante de otra". No parece que la aventura tenga mucho que ver con "la aventura" como para usarla de eufemismo.
Y así con todo.
Puedes llegar a tardar varios años en descubrir que el embarazo no se interrumpe voluntariamente a sí mismo sino que se trata de un aborto provocado, que una operación encubierta es un asesinato secreto e ilegal, que una reducción de plantilla es dejar sin sustento a un buen puñado de personas, que una acción punitiva es una masacre con todas las letras, que una acción preventiva es una masacre con todas letras sin que los otros ni siquiera te hayan hecho nada todavía, que buscar un marido de "posibles" es el ejercicio de la prostitución legal, que una drástica reducción de expectativas vitales es que se avecinan muchas muertes, que la fuerte disposición ejecutiva es el ordeno y mando, que las heridas claramente incompatibles con la vida son todas las que te matan.
Todo porque nos basamos en el falso mito de que somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios cuando, en realidad, somos responsables de nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos y causantes de las consecuencias buenas o malas que estos producen.
Los llamemos como los llamemos.
Así que, señor Rajoy: La hemos cagado. Eso para seguir con el juego del eufemismo absurdo y no decir directamente que estamos muy jodidos.
Lo llame Don Mariano como lo llame.

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