domingo, mayo 27, 2012

Divar o una amante de seda entre los Watchmen

 Se me antojaba hace unos días cuando me sacaba de mi algo perturbada manga la comparación entre el Consejo General del Poder Judicial y los míticos Watchmen de Alan Moore que podía tratarse de algo excesivo, de una metáfora un tanto exagerada. 
Pero Carlos Divar y los miembros del Consejo, que fue puesto en donde está para vigilar la justicia y que se ha convertido en el primer elemento que hay que vigilar de esa misma justicia, se empeñan en darme la razón, en insistir en el hecho de comportarse como un grupo de operativos encubiertos, de agentes con súper poderes que creen que pueden decidir por su cuenta lo que está bien y lo que está mal sin dar explicaciones a nadie y sin tener además que hacerlo.

Divar se empeña en demostrar el motivo por el cual tiene que utilizar sus fines de semana ampliados para hacer su trabajo oficial en Puerto Banús, dedicándose una y otra vez durante la semana al noble arte de la elusión, de la contradicción e incluso de la obcecación para justificar -en un retruécano absurdo- por qué no justifica sus viajes.
De nuevo se cuelga la chapa de los Watchmen y tira de galones para mantener sus prerrogativas, para eludir sus responsabilidades, para demostrar que está en la cúspide de la cadena alimenticia de los vigilantes fuera de control.
Si el CGPJ es Watchmen. Divar se arriba el derecho de ser el Dr. Manhattan.
"Ni voy a dimitir, ni voy a comparecer, ni voy a dar explicaciones a la prensa". Y esta frase, esta sola frase transforma a aquel que se suponía que salvaguardaba nuestra justicia en el principal detractor de la misma. Como el coloso azul del comic, se engrandece a voluntad, se coloca más allá del alcance de todos y de todo y viene a afirmar, como hiciera el Dr. Manhattan que él hace las cosas porque las estima oportuna y tal es su poder y su conocimiento que no le debe explicaciones a nadie.
Porque si no dimite y no da explicaciones a la prensa es porque considera que no le debe nada y nada ha de darle al pueblo -ahora se dice la ciudadanía- del cual emana su poder y para cuya protección se le habían concedido sus atribuciones de vigilante.
Si no comparece significa que a él la separación de poderes de un estado democrático le resulta tan indiferente como al coloso turquesa de Alan Moore le es la división entre estados del planeta Tierra. El poder legislativo no es quien para imponerle restricciones, para hacerle preguntas y mucho menos para demandarle responsabilidades. Hasta ahí podíamos llegar. Él es un vigilante.
Como tiene el poder, como tiene la posibilidad, puede hacer lo que quiera con él y como la ley no le obliga a dar explicaciones, pues no la da.
Si en lugar de utilizar los recursos públicos para lo que deben ser destinados los uso para puentes auto creados en el desaforado gasto de Puerto Banús y sus spas y restaurantes de lujo en compañías ocultas cuyos menús también son pagados por el erario público, todo lo que tienen que hacer aquellos que le han otorgado la condición de vigilante es callar y asentir.
Divar quiere ser el Dr. Manhattan al que nadie cuestiona sus acciones porque siempre se considera que sus motivaciones son puras y altruistas.
Afirma que "no está obligado a dar explicaciones" y tiene razón. Tiene razón pero se equivoca. La ley no le obliga y no puede obligarle con carácter retroactivo. Pero la ética le obliga ahora y le obligó siempre.
Eso no puede negarlo por muy vigilante que se sienta y se crea. Puede enrocarse todo lo que quiera en la ley pero cada vez que lo haga será un escalón ´más que descenderá su ética. Porque si no hay nada que esconder no hay motivo alguno para esconderlo. Si se es un guardián ético no hace falta obligarle a explicar sus acciones, se explican sin necesidad de recurrir a la ley.
Si tiene una explicación plausible, claro.
Pero Divar es consciente de que no puede hacer eso, de que lo incomprensible tiende a ser inexplicable, de que si abre la boca se transformara del perfecto y puro Dr. Manhattan en el deplorable y destructivo Comediante -su antítesis en Watchmen- que utiliza su poder y su posición para hacer lo que le conviene y lo que le dictan todos sus más bajos instintos.
Así que se niega a dar explicaciones y si no le creen no es su problema. Él está más allá de toda duda, de toda cuestión, de toda posibilidad de crítica. Él es el más grande y poderoso de los vigilantes ¿quién se atreverá a insinuar que le tienen que vigilar a él?
¿Y qué hace el resto del consejo de poder judicial? Pues lo que haría toda suerte de comunidad de vigilantes fuera de la ley. Preocuparse más del poder que de lo judicial. Preocuparse más de ellos mismos y sus situaciones que de aquellos a los que supuestamente deberían proteger.
Juegan a las alianzas, a las facciones, a los poderes enfrentados. Unos piden matar al vigilante traidor que ha osado poner el interés de todos por encima de los privilegios adquiridos por su selecto grupo de vigilantes de la ley y otros siguen cargando contra el Dr. Manhattan pero no por lo que ha hecho o porque crean que no debe hacerse, sino porque quieren ser ellos los que ocupen el sitial desde el cual, en la soledad de un planeta muerto, pueden vigilar y hacer su santa voluntad sin que nadie le cuestione.
Ya no discuten sobre los viajes, sobre los comprobantes o sobre la legalidad de lo hecho o desecho por Divar. Ha quedado claro que el mayor de los vigilantes puede hacer lo que se le antoje y nadie debe siquiera intentar controlarle.
Lo que discuten es sobre su futuro no sobre el nuestro.
Unos piden la cabeza de Divar porque les ha perjudicado, porque aquellos que les miren a partir de ahora ya no verán la pureza y la magnanimidad que hasta ahora parecían destilar, porque es posible que ya no se acepte su vigilancia con la misma arrobada felicidad agradecida con la que, hasta que el gran vigilante decidió colocar Puerto Banús en su agenda cotidiana, se suponía que se tenía que aceptar la tutela del magno grupo de Watchmen togados.
No se indignan por lo que se ha hecho. Se incomodan porque lo que se ha hecho les afecta en su imagen pública. Vamos que no es lo mismo asesinar vietnamitas en la jungla con un movimiento de dedo que eliminar ciudadanos estadounidenses delante de las cámaras de TV. Otro gran clásico del famoso vigilante azur de Alan Moore.
Otros buscan otra cabeza diferente, la del vigilante díscolo al que se le ha ocurrido pensar por un instante más en sus responsabilidades que en sus privilegios, pero lo hacen por idéntico motivo.
Sólo falta un personaje en este spin up de Watchmen puesto en marcha en los despachos del CGPJ y en su sala de plenos. Espectro de Seda.
Esperemos que la próxima vez que Divar, el líder de nuestros Watchmen judiciales, tome las cuentas públicas y los gastos oficiales para ir a cenar a la luz de las velas a Puerto Banús, ese misterioso personaje con el que cena y al que le paga los gastos haga el papel de amante del Dr. Manhattan.
Y cuando, indignado y confuso, el supervigilante que se encuentra más allá de la ley refunfuñe sobre el motivo por el que la gente ahora la mira mal y le pide explicaciones sobre sus actos en lugar de agradecerle su vigilancia y protección, ella, amorosa, le coja la mano y le diga:
"Porque está mal, querido, porque está mal.
Da igual lo que hayas hecho antes por ellos y los motivos por los cuales lo hayas hecho. Lo que está mal está mal. Incluso para ti

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