viernes, abril 13, 2012

El espejo roto de la eterna víctima postfeminsta

Mientras el país va y viene entre momentos más o menos zozobrantes hay algunas que demuestran cada día que han perdido el norte, que nunca lo tuvieron y que son incapaces de seguir cualquier línea de tiempo y realidad que les lleva más allá de sí mismas.
Y es que claro han llegado los recortes -excesivos en todo y necesarios en algo- y con los recortes les han tocado aquello que les duele, aquello por lo que luchan desde que hicieran de su ideología una religión y de su reivindicación un acto de presión: el dinero.
El postfeminismo recalcitrante, agresivo e infantil está de morros, ha torcido el gesto, ha rugido furioso por dos motivos: alguien ha metido la tijera en los fondos destinados a las campañas contra el maltrato y ha tirado de cortafríos para cincelar los dineros que se destinan al apoyo a las mujeres maltratadas.
Por supuesto, eso las pone de los nervios.
Porque como en otras muchas cosas son incapaces de ver el conjunto, de preocuparse por nada que no sea su inventada realidad y sus necesidades. Porque, acostumbradas a tirar del dinero público como un hijo lo hace de un padre o una madre con cartera o monedero generosos, cuando meten la mano y lo encuentran vacío o casi vacío se enfadan, se pillan una rabieta sin darse cuenta de que i no hay para destinarlo al paro, a las infraestructuras o a la protección del menor, mucho menos lo habrá para hacer campañas televisivas de alto coste que no cumplen ningún fin definido.
Dicen que se trata de alertar contra el maltrato, mantienen que su fin es concienciar, afirman que su objetivo es ayudar a detectar el maltrato y a los maltratadores -según ellas cualquier hombre en potencia-.
Podría ser cierto e incluso es posible que el gobierno que ha dado pábulo a estas ideólogos de la aversión a lo masculino hasta creyera de buena fe que eso es lo que estaba haciendo. Pero, en realidad, lo que esas campañas hacían era otra cosa.
Porque utilizando sus argumentos o sobran las campañas o algo no funciona. No se puede decir que esas campañas cumplen ese fin y luego quejarse de que se reducen las denuncias por malos tratos. Si las campañas en las que se han gastado cientos de millones de euros funcionan entonces lo lógico es que se reduzcan las denuncias por el simple motivo de que habrá menos maltratadores.
Es un razonamiento que no puede escapar del acerado filo de la navaja de Occam.
Pero el feminismo radicalizado mantiene lo imposible. Las campañas funcionan y son necesarias pero el número de denuncias desciende porque el miedo de las maltratadas se eleva, porque vuelven a resignarse a su maltrato.
No pueden estar ocurriendo las dos cosas a la vez. Si las campañas funcionan las denuncias descienden por su efecto y son necesarias. Si las denuncias descienden porque vuelve a haber miedo es que las campañas no funcionan. 
Una cosa o la otra. Hasta en ese mundo suyo, desvirtuado por su prisma de una sola faceta de ficción siempre a punto de romperse, no pueden mantener las dos cosas sin que la lógica más simple estalle en pedazos.
El nuevo gobierno -que tampoco es que se esté luciendo en muchas cosas- contesta que no ha retirado el apoyo, que no abandona la causa de evitar el maltrato. Que simplemente lo hará de otra manera, de formas que considera más efectivas. Y más baratas.
Y eso es lo que realmente les molesta. No el recorte, no los supuestos ajustes en el presupuesto. Lo que les molesta es que el trabajo con el maltrato se haga de otra forma.
Porque las campañas multitudinarias y continuas a bombo y platillo sí cumplían un fin. Un fin que no pueden reconocer, pero que les convenía.
Presentaban una realidad existente y dramática como masiva. Hacían ver que era un problema tan grande y acuciante que era necesario utilizar a Bebe o a Sergio Ramos para intentar solucionarlo. Hacían ver que el maltrato estaba tan extendido en nuestro país como la gripe, como los accidentes de tráfico, como cualquier otra cosa a la que se dedican campañas de concienciación continuas y contantes.
Creaban una sensación de inmensidad e hipertrofia de un problema que es dramático para quienes lo sufren pero que en realidad no es una constante, no es un problema que afecta a la mayoría, ni siquiera a un buen número de mujeres en España.
Y ese fin que cumplían esas campañas era bueno. Bueno para ellas.
Porque solamente en ese escenario conseguían medrar, conseguirán ser necesarias, conseguían la cuota de poder y relevancia que precisaban para poder seguir alimentándose y aumentando sus capitales a costa de una realidad inventada basada en la tragedia de unas personas que en realidad no les importan lo más mínimo.
Porque en ese escenario el hombre siempre era el malo y esas campañas alimentaban el inconsciente colectivo la imagen que ellas por odio, rencor o frustración tienen de los varones: los seres perversos que siempre son los culpables de los malos.
Si el dinero de esas campañas se sigue utilizando para luchar contra el maltrato pero de otra manera, pero con otro tipo de campañas, pero asignado a otras funciones, a lo mejor las mujeres maltratadas siguen recibiendo ayuda, siguen recibiendo protección, pero el postfeminismo agresivo queda fuera de juego, ya no puede usar esa realidad para reproducir sus argumentos, su distorsionada visión de la realidad, su engrandecimiento innecesario del problema.
Y entonces, cuando ven que la pérdida de un 70 por ciento del presupuesto en esas campañas -que se destinará al maltrato pero de otra manera- realizan el rocambole psicológico más absurdo e incompresible que coloca a todo ese espectro ideológico radical al borde de la misma esquizofrenia y afirman que esa reducción es ilegal porque "la Ley contra la Violencia de Género, aprobada por unanimidad en 2004, establece que los poderes públicos, en el marco de sus competencias, impulsarán además campañas de información y sensibilización con el fin de prevenir la violencia de género”.
Porque esa ley se la inventaron ellas, la redactó un gobierno que les consultó cada coma, cada párrafo, cada acento. Caen en el típico error totalitario de dictar una ley agresiva e injusta y luego acusar a quien la cambia o a quien se niega a aplicarla de cometer una ilegalidad.
Es el mismo absurdo trágico y fascista que detener y ejecutar al alcalde de Colonia en 1933 acusado de no hacer cumplir a sus ciudadanos una La Ley de Buenos Comportamientos Cívicos que impide prácticamente ser.
Da igual que haya una ley que dice que tienen que hacer campañas porque esa ley está impuesta por aquellas que quieren mantener su odio por encima de la lógica, su percepción por encima de la realidad y que convencieron a un gobierno pacato y buen rollista de aprobarla para asegurarse medrar a través de ella.
Y siguen luchando con fuerza, defendiendo con fuerza una única cosa el dinero. No estamos hablando de que se retiren agentes de las unidades, de que se cierren juzgados, de que se eliminen servicios. Estamos hablando de dejar de pagar a los canales televisivos millones de euros por la emisión en horario de máxima audiencia de esos spots y ponerlos en internet o en medios digitales que en realidad tienen muchas más visitas y más impacto. Bueno, más impacto, no. Más repercusión, sí.
Pero el entramado del odio radical a lo masculino se queja y lucha como si se tratara de que les hayan cerrado las casas de acogida o que se niega la asistencia legal a las mujeres que hacen una denuncia de maltrato.
“¿Cómo se puede rebajar el presupuesto en igualdad y en violencia de género y dar una amnistía general a los defraudadores de impuestos? Han entrado a saco. Los fondos ya estaban por debajo de las necesidades. Es un recorte ideológico que demuestra que el Gobierno no tiene intención de acabar con estos problemas”,.
Y lo que plantea Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas podría ser una crítica plausible en su primera parte, pero se convierte en una falacia circular en su segunda.
 Ese mismo ofendido argumento lo pueden utilizar los colegios, los hospitales, los militares, los discapacitados y todos aquellos que han visto recortadas sus asignaciones presupuestarias ¿significa eso que ideológicamente el gobierno está en contra de todos ellos?, ¿significa que no quiere solventar sus problemas?
De modo que Rajoy llega al gobierno con una obsesión ahorrativa que no se conoce desde la ratita presumida y todos los recortes son justificables salvo aquellos que las perjudican, que les reducen el dinero que se asigna a sus necesidades. Y esos y precisamente esos son reducidos por el único motivo que saben argüir cuando algo les viene mal: Machismo.
Su forma de pensar daría lástima si no fuera tan irremediablemente dañina.
Pero como se ofuscan, se encienden, se ven venir un tiempo de vacas flacas para el que no están preparadas y que les va a dejar al margen de la posibilidad de ejercer el poder ideológico agresivo y el control económico rentable, al final todo sale.
 “¿Han reducido el presupuesto para las víctimas de ETA?”, se preguntán arrebatadas e indignadas
Y esa sola pregunta ya demuestra todo lo que es y lo que quiere ser el postfeminismo agresivo que ha hecho del maltrato su bandera. Eternas víctimas. Eses es su objetivo y por ello han luchado. Para poder vivir siempre de su condición de víctimas, para poder decirle al mundo que todos los sufrimientos del planeta vienen del hombre porque a ellas el hombre que cometieron el error de elegir las abandonó, las maltrató o simplemente las ignoró.
Y por fin descubrimos para qué necesitan las campañas. Para que todos sepan que son víctimas y crean que pueden seguir siéndolo por siempre. Sin esas campañas se rompe el espejo en el que siempre se ven como víctimas. Aquel que les permite pensar que siempre tienen razón.

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