jueves, enero 05, 2012

Mi carta a Los Reyes en ausencia de paje por desfalco


Andaba yo en la idea de dedicar un post a las cien mi sutiles diferencias entre la alcaldesa Botella de Madrid y la ex ministra Chacón por eso de tener que currarse el cargo la una contra viento y marea del partido y obtenerlo la otra de rositas, sin lucha y sin voto de ciudadano alguno  cuando de pronto me di cuenta que era la víspera de Reyes y aún no había escrito yo mi carta a sus egregias majestades. Así que voy a ello.

Señores Reyes Magos
Quisiera yo pedirles varias cosas que paso a relatarles.
Para empezar deseo un manual o un libro o un simple folleto para poder practicar el muy de moda ahora arte del escapismo.
Espero que aún tengan existencias de sobra. Pues no quisiera yo que perdieran el suyo por traérmelo a mí. No vaya a ser que entonces no puedan esconderse cada vez que en su entorno familiar alguien mete la pata o pasar de puntillas por los temas que duelen en esos discursitos que nos dan en la noche en que al chiquito ese se le ocurrió nacer en pleno campo en Galilea.
Así que, si aún les queda por ahí algún que otro ejemplar referido al arte de Joudini, después de regalarlos por doquier a amigos y parientes, después de enviarlos por Seur hasta Washington, por valija a París y con lazos dorados y toisones a sus queridas hijas, mándenme uno pequeñito, que uno no quiere tampoco escaparse a lo grande, solo de algo pequeño, de un inspector de hacienda algo pesado. Que para grandes escapadas ya tienen ustedes a su yerno.
 Otra cosa que quería pedi,r es algo que echo mucho de menos y que, por su real y mayestática trayectoria, deduzco que poseen.
Desearía, a lo más tardar en unas fechas, hicieran llegar hasta mis manos una guía real de cómo elegir marido. No creo que les sea muy oneroso, pues creo que la suya no la usan demasiado últimamente.
Es que, teniendo yo dos hijas crecederas, querría descubrir el secreto de qué hacer si el rubio y vasco semental rubito de anchos hombros al fin nos sale rana. Porque mi idea era sustituirlo por otro más serio, más formal, más navarro quizás, y con un título, pero se me antoja, después de lo pasado, que tampoco es la forma. Porque si uno nos sale rana el otro nos sale bicho.
Así que me hallo un poco desconcertado y no sé qué camino elegir.
Por eso espero que esa guía básica que pido -a ser posible la que lleve anotaciones manuscritas de la reina- podría serme de una ayuda infinita.
Pero esos dos serían, por decirlo a sus majestades de algún modo, los dos regalos mínimos, los premios de consolación que les demando.
Si no pueden traérmelos tampoco se preocupen. Que sé que tienen mucho de escapar, montones de asuntillos que esconder y que, hoy por hoy, la palabra yerno les levanta un terrible dolor en la corona.
Lo que quiero de verdad que me traigan esta noche es un trono. Tampoco ha de ser uno versallesco, de hecho me basta un virreinato.
Soy consciente que puedo no cumplir los cánones y formas necesarios para acceder a él.
Sé que, al menos la última vez que me corte pelando ajos, mi sangre no es azul, pero tengo entendido que consumiendo algunas sustancias a un ritmo parecido al de su ex yerno aún puedo conseguirlo.
También sé que no tengo abolengo necesario, ni histórica tradición de lucha por la patria en mi familia.
Pero, hombre, si alguien criado a la espalda del pecho de un tirano, que no puso el pie en este país hasta que tuvo claro que sería monarca y que no da la cara aunque le duela puede llegar a serlo, yo creo que una oportunidad al menos tengo.
Si me traen el trono este año prometo ser jovial y campechano, partirme regularmente piernas, rodillas, codos y tobillos esquiando, salir bien en las fotos, comentar chascarrillos a ministros, contestar a Hugo Chávez, pasear mi palmito por el mundo, decir lo que me dicen, no decir lo que pienso y nunca dar la cara por el pueblo.
Vamos, los mínimos que son requeridos para representar una nación en monarquía.
También prometo el casar a las niñas con tipos infumables y casar al chaval con nenas arribistas, entrevistarme con todos los portavoces del Congreso para proponer como Jefe de Gobierno al que se ha ganado en las urnas ser Jefe de Gobierno, abrir y cerrar los periodos de sesiones, dormitar en silencio y de pie mientras pasan las tropas en los fastos castrenses e ir de vez en cuando a alguna que otra misa para dar por el saco a la Constitución y a esas zarandajas del maldito Estado laico.
O sea, lo que viene siendo un no hacer nada muy real y monárquico.
Y se preguntarán ustedes, reales majestades, a qué viene ese repentino deseo, ese ansía desmedida por alcanzar un trono. Pues yo se lo diré, aunque creo que ustedes ya habrán adivinado mis motivos.
Porque quiero asegurar el futuro de mis hijos, los hijos de mis hijos, las esposas y maridos de mis hijos, mis hermanos y algún que otro primo y amante,  sin que estos hagan ni que tengan porque hacerlo, a costa del trabajo y el dinero de los hermanos, los maridos, las esposas y los hijos de otros y de otras; porque quiero que me suelten 144.000 euros por año, después de mantenerme ya a toda prole, y además me suelten 150.000 más para los gastos, después de cobrarme de la teta infinita del Estado una gran mayoría de esos gastos; porque quiero que haga lo que haga siga ahí, nadie pueda moverme, nadie pueda siquiera cuestionarme; porque quiero que meterse conmigo aunque me lo merezca sea un delito grave; porque no quiero tener que hacer bien en mi trabajo para que no me despidan; porque no quiero pasar el susto y el disgusto cada cuatro años de que aquello que haya hecho y deshecho mientras representaba al Estado Español no haya gustado y me dan la patada unos plebeyos a los que alguien, seguro que por un triste error, les dio el privilegio de elegirme; porque no quiero que los excesos de los míos y de sus allegados me pasen la factura y puedan expulsarme del palacio; porque no me parece justo y respetable que tenga que ser juzgado si cometo un delito, multado si se me va la pinza o el pie en los pedales o esposado si se me van las manos en los bares.
Y como todo eso es bueno por eso me lo pido. Por eso se lo pido a Los Reyes y no sólo para mí, sino para todos aquellos que conozco.
Y para cinco millones de los que no conozco a todos pero de los que sé en que cola encontrarlos. Y para todos aquellos que han perdido la casa y aún pagan la hipoteca. Y para todos aquellos que viven con el sueldo mínimo más bajo de Europa o la pensión mínima en idéntico rango. Y para todos aquellos que ni con dos trabajos y unas ñapas llegan a fin de mes. Y para los que llegan pero tienen que callarse ante lo que está mal hecho por sus jefes por miedo a perder uno de los pocos trabajos que ya quedan. Y para los que tienen el sueldo congelado, los fondos de pensiones parados y las horas de trabajo aumentadas para cuadrar las cuentas de las administraciones para las que trabajan.
Y espero que sus majestades se den prisa y les traigan ese trono cuanto antes a todos, porque me temo que apenas queda tiempo, que se nos está acabando la famosa y necesaria clase media, que se nos va la crisis y se nos viene encima la miseria.
Y si sus majestades, como es lógico y normal, no tuvieran a mano 47 millones de tronos y coronas para distribuir de forma equitativa entre los españoles, les pido que tomen a sus hijas y sus yernos, sus escándalos, sus timos, sus negocios oscuros, sus incapacidades, sus demoras, sus insustancialidades y sigan su camino.
¿Qué les pido a los reyes? Es muy simple y sencillo. Que cojan la poca dignidad que le han dado a la historia y que abdiquen.

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