miércoles, enero 18, 2012

El porno le pone un condón a nuestra inteligencia


Si ya sabía yo que tarde o temprano, por mucho que quisiera escapar del negocio más rentable de Internet, tendría que llegar el día en el que tendría que hablar de él. Porque, al fin y al cabo, es de lo más lógico suponer que la actividad más endemoniadamente diabólica del mundo -y valga la redundancia estilística- tenga cabida en estas líneas.
 Así que, hablemos de Porno.
Ya sabemos que ninguno ve esas cosas, que todos los enlaces de nuestro ordenador a ese mundo son equivocaciones o spam malintencionado y que no hemos sido nosotros los que hemos abierto esa carpeta que contiene 12.000 fotografías de neumáticas bellezas en posiciones mucho más que obvias.
Ese es el nivel de hipocresía que resulta tolerable y hasta comprensible con respecto al porno. Pero ahora, en ese intento nuestro por dar siempre un paso más que nos arroje todavía más profundo al agujero abisal de nuestra incoherencia, hemos avanzado un poco más.
El gobierno municipal de la mítica Ciudad de Los Ángeles, bajo cuya jurisdicción se encuentra la meca del cine porno que mueve la friolera de 3.000 millones de dólares al año, ha impuesto la normativa de que todo acto sexual que se realice durante la grabación o rodaje de una película pornográfica tiene que hacerse con preservativo.
Si yo viera o viese ese tipo de producciones -que no lo hago nunca, como los otros setecientos millones de usuarios que no lo hacen tampoco nunca- no es que me fuera a preocupar el aspecto enfundado o no del miembro viril de nadie porque no creo que me fijara en eso-que yo no digo que no me fije, porque no lo veo-, así que en principio no creo que me afectara demasiado.
Pero lo que si me afecta con un punto de desesperación divertida es la absoluta hipocresía que hay detrás de esa medida.
La completa y ridícula hipocresía occidental atlántica que se destila tras la instantánea de una encendida militante de la lucha contra el SIDA que agita ante el ayuntamiento una pancarta en la que puede leerse "Los preservativos salvan vidas" para presionar a la alcaldía de Los Ángeles para que adopte la medida.
No sé si es que su lucha la ha retirado el foco de la realidad -cosa que suele ocurrir en un momento u otro con todas las militancias radicales- o que el puritanismo estadounidense ha alcanzado proporciones vaticanas. Dicho esto sin ánimo de menospreciar en modo alguno las profundas e importantísimas diferencias doctrinales sobre la virginidad de la pobre María -cuyo virgo ha sido destruido y reconstruido más veces a lo largo de la historia que la ciudad de Londres- y la libre interpretación o no de los cuentos mitológicos -¡Uy, perdón!, las Sagradas Escrituras-.
No voy a ser yo el que le quite la razón a la militante y a su lema. Tiene más razón que un santo. Las salva por evitar que se muera por practicar sexo de una efermedad y por evitar que haya que matar a aquellos que no hubieran sido concebidos si se hubiera tirado de la responsabilidad de controlar tu cuerpo y tus relaciones. Pero esgrimir ese argumento para imponer el uso profiláctico en la industria del porno es tan absurdo como correr con un balde de agua a apagar el incendio de Roma.
Eso se puede utilizar para criticar la posición vaticana con respecto a los preservativos pero no contra la industria del sexo filmado estadounidense.
Claro que el sida está matando gente. Puede que en el Occidente Atlántico no tantos como antaño, pero asola África y Asia como una plaga. Mas los militantes estadounidenses olvidan una realidad tan evidente que da miedo que no la tengan en cuenta.
Los africanos no dejan de ponerse preservativos porque vean las películas pornográficas occidentales y emulen a los actores y las actrices porno en su furia fornicadora a pelo y en directo. No dejan de utilizar condones porque el visionado de esas películas les lleve en su pagana inocencia -no olvidemos que son africanos y por tanto han de ser inocentes salvajes por definición- a creer que eso es lo correcto y saludable.
No utilizan condones por dos motivos fundamentales: porque no los tienen y porque no les importa no tenerlos.
Lo primero es directamente culpa nuestra o, para ser más concretos, de nuestras empresas farmacéuticas, que se niegan a liberar sus patentes y facilitar así la distribución de profilácticos entre una población que no tiene dinero ni para comer. Unas empresas que les piden que se gasten veinte dólares en una caja de doce unidades. El presupuesto que los afortunados tienen para comer durante todo un mes.
Y la segunda causa, el hecho de que no les importe no tenerlos, también es casi completamente culpa nuestra.
Porque para nuestro beneficio, para mantener el statu quo que nos garantiza la prosperidad y el bienestar -o por lo menos que nos lo garantizaba hasta hace un par de días, como quien dice- hemos mantenido esos continentes en guerra continua, en una situación donde la vida humana es tan precaria que no merece la pena preocuparse de esas cosas.
En un continente donde se amontonan la inmensa mayoría de los diez millones de maneras de morir del mítico filme, donde la esperanza media de vida de una mujer es de 31 años y la de un hombre de 26 primaveras, las cosas y las vidas se ven de otra manera.
Eso es lo que hace que la frase dicha al siempre intenso hasta a veces el exceso Nicolas Cage en El Señor de la Guerra por una sugerente belleza negra al mejor estilo Naomi Campbell cuando se niega a acostarse con ella porque no encuentra un condón en mil leguas a la redonda adquiera tintes de axioma científico irrefutable.
"Para qué preocuparte de algo que puede matarte dentro de veinte años si hay alrededor tantas cosas que pueden matarte dentro de veinte minutos".
Así que el argumento del ejemplo no sirve de mucho. Más si se tiene en cuenta que no creo que haya tanto consumo de porno estadounidense en Mali o en Tanzania.
Porque desde luego un adolescente -real o mantenido en el tiempo hasta los cuarenta, como lo son ahora- del mundo occidental no va a usar un condón por que lo haga Rocco Sifredi o Nacho Vidal -¿dónde habré escuchado yo esos nombres si yo no veo porno?. Sólo va a hacer caso a sus hormonas y a sus deseos -sea hombre o mujer, tengámoslo claro-. 
En occidente hace mucho tiempo que no aprendemos de los errores ajenos. Y mucho más que nos negamos a tomar nota de los aciertos de otros.
Así que nos empezamos a quedar cortos de argumentos. Y supongo que por eso los munícipes angelinos esgrimen la protección de la seguridad de los actores.
Hombre, podría pasar. Pero la industria del valle de San Fernando -curioso que la industria del orgasmo se asiente en el valle al que da nombre uno de los pocos santos que se dice que murieron en completo y absoluto éxtasis. Contemplativo, eso sí- lleva protegiendo a sus actores desde que el desencadenante de esta plaga moderna estuvo a punto de matarlos a todos.
La industria exige análisis mensuales para actuar, exige que una primera intervención en un rodaje tenga un periodo de tres meses de espera para que los análisis no puedan ocultar los periodos ventana de la enfermedad. Sus actores y actrices –más sus actrices, me temo- son sus principales activos y sus fuentes de ingresos. Aunque no lo hagan por responsabilidad, lo harán por avaricia.
Como se van quedando sin argumentos formales tiran de los materiales y los concejales mantienen que es responsabilidad y derecho de la autoridad municipal regular las condiciones de salud en los centros laborales.
¿Significa eso que será delito practicar sexo en una oficina sin preservativo?, ¿significa que no podrás acostarte con un compañero o compañera de trabajo sin usar un condón?, ¿significa que no podrán achucharse, así en un pronto pasional, en una esquina recóndita del centro de trabajo -como me han dicho que hacen en esas películas y en otras, que yo esas escenas no las miro siquiera- si no pueden demostrar que llevan un preservativo en el bolso y otro en la cartera por si falla el primero?
¡Y borrad esa divertida sonrisa de vuestros rostros!, porque el bueno de Julian Assange, autoproclamado paladín de la fuentes informativas al descubierto y la información libre, ya está a punto de ir a chirona por empeñarse en practicar sexo a pelo. Que eso es delito en Suecia –¿comprendemos ahora sus problemas con la natalidad?-.
Así que, agotados todos los argumentos por falaces, inconsistentes o simplemente absurdos, aflora lo que simplemente es la más pura y total incoherencia puritana.
Lo único de lo que se trata es de poner impedimentos a algo que no nos gusta, que nos remueve nuestras tripas morales por debajo del ombligo, de tratar de buscar la destrucción de algo que consideramos desde nuestra moralidad que es pernicioso o degradante.
Se trata, una vez más, de intentar imponer nuestra forma de ver el mundo.
Porque sabemos que cuando se impuso a sí misma esa obligación -la de usar condones. Que ya ha ocurrido-  no se sabe por qué motivo, la industria del porno perdió tirón, audiencias, gente que no la veía pero sabía todo de ella.
Y lo único que esperan los que han impuesto esa ley es conseguir que eso vuelva a ocurrir.
Lo cual es una muestra de la más absoluta incoherencia en un país que ya ha dicho por activa y por pasiva que la industria del porno es legal, que nadie tiene derecho a imponer sus presupuestos morales desde el gobierno en ninguna instancia del mismo.
Es un salto mortal hacia la hipocresía más absoluta en un país que permite por sentencia judicial que una actriz porno  utilice su derecho penitenciario de un bis a bis para hacerse sesiones fotográficas en las que frota y refrota su cuerpo, infinita y coloridamente tatuado, contra los barrotes de su celda y lo grabe para sacar partido económico de ello mientras está encarcelada por defraudar al fisco -lo sé por referencias, claro está, que yo no tengo ni idea de cómo se llama Janine Lindemulder. ¡Uy, se me ha escapado!-.
Así que podemos disfrazarlo de lo que queramos pero en el fondo se trata del o mismo de siempre con respecto al sexo, del mismo motivo por el que el feminismo, amparado en una falsa defensa de la dignidad de la mujer, pretende borrar de Internet los fetichismos sado masoquistas, por lo mismo que los militantes raciales se indignan porque haya enlaces específicos para sexo interracial en las webs pornográficas.
Porque nos sentimos obligados a acabar con todo aquello que no nos gusta o que nos parece impropio cuando afecta a todo lo que está por debajo del ecuador umbilical de nuestras anatomías.
Y en eso nunca hubo diferencia alguna entre Roma y Martín Lutero.

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