domingo, enero 08, 2012

Cuando toca aprender a hacer nuestro trabajo

Hoy de buena mañana he creído por un momento que se me había cambiado la lengua de Cervantes.
No sería raro, dado todo el caudal de apócopes, palabras escritas a medias, letras cambiadas y modismos que el lenguaje de polígono de extrarradio y discoteca de grandes proporciones y  alcoholes y pastillas de diseño están incorporando a la forma de hablar de nuestros días.
Pero mi sorpresa radicaba en el hecho de que no me llegaban los cambios de esos foros, sino desde la prensa -esos papeles escritos que venden en los quioscos y que dicen que cuentan las noticias-.
Así que me he ido al diccionario, ese de La Real Academia que nos dice cómo hemos de hablar y de escribir en contra de nuestro inalienable derecho de eludir la ortografía, destrozar la gramática e ignorar las normas más básicas y antiguas de conjugar los verbos y mantener las concordancias.
Y he leído:
Negociación.
(Del lat. negotiatĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de negociar.

2. f. Der. Tratos dirigidos a la conclusión de un convenio o pacto.

Entonces he pensado para mi con cierta reticencia que quizás hubiera cambiado el significado que para mí siempre había tenido la palabra convenir.
Convenir.
(Del lat. convenīre)
.
6. prnl. Ajustarse, componerse, concordarse.

Así que, aunque me parezca que nó, aunque me parezca que alguien ha cambiado los significados, no es así. Nuestro idoma, de momento sigue ahí.
Entonces he descubierto que lo que me martilleaba las sienes, lo que hacía ver doble la noticia que estaba leyendo no es que hayan cambiado los significados de las palabras. Es que nos han cambiado el significado de los conceptos.
La negociación laboral ya no es una negociación y no se busca desde luego nada por convenio.
Una negociación se basa en dar y recibir, en renunciar y forzar, en ceder y reclamar, en conceder y defender. Eso es una negociación en toda regla, con todos los significados y significantes.
Pero eso no es lo que está pasando en nuestro mercado laboral. Eso no es lo que se está cocinando en los patios traseros de nuestras empresas con la aquiescencia del Gobierno, el nuevo gobierno, que ve venir los golpes a diestro y siniestro y sólo sabe escudarse en el hoplos de la herencia para intentar capearlos.
Nuestra negociación colectiva es otra cosa.
Veamos.
Amparados en la situación horrible de la economía, en la inestabilidad de los mercados, en la galopante crisis que nos aqueja, los representantes de los empresarios se sientan en la mesa y piden, de hecho exigen, la congelación saliaral los próximos dos años.
Hasta ahí vamos bien -no se me altere la fuerza sindical-. Quiero decir que hacen una propuesta. Puede ser draconiana, puede ser injusta, puede ser excesiva. Pero es una propuesta. Es la la primera parte, justificada y legítima de una negociación.
¿Y entonces qué pasa?
Nada. Los representantes de los sindicatos, aquejados repentinamente de un buenismo responsable mal entendido que les hace irresponsables, artífices del desastre, menean la cabeza con desagrado, se lo piensan y todo eso.
Pero no hacen lo que tienen que hacer. No hacen lo que desde el primer homo habilis que se inventó el trueque hasta el más desarrollado de los comerciantes por Internet, pasando por el indio chiricawa y el comerciente genovés, han hecho desde siempre cuando han recibio una primera propuesta en una negociación.
Levantar la cabeza y preguntar ¿y, tú, qué me das a cambio?
Porque los empresarios y sus representantes no nos dan nada a cambio. Nos dicen que tenemos que aceptar apretarnos el cinturon por el bien del país, porque la coyuntura -siempre me ha encantado el uso que se hace en economía de esa palabra- exige contención salarial para remontar.
Y los sindicatos pueden disfrazarse de, como dicen ahora, agentes sociales responsables, pero eso les obliga a buscar la contención en todos los sectores, en todos los niveles.
Así que si tú me pides que los trabajadores congelen sus salarios durante dos años  yo, si soy sindicato y  responsable, habré de pedirtre a cambio que las empresas congelen los precios y tarifas de sus bienes y servicios en el mercado nacional por idéntico periodo de tiempo. Por que así ni mis salarios contribuyen al aumento de la inflación ni tus precios contribuyen a mi pérdida de poder adquisitivo.
Todos damos algo por el bien del país.
Es un camino sencillo, jodido de transitar, pero sencillo.
Pero nadie lo recorre. No se trata de que los sindicatos se niegen a aceptar las propuestas de los empresarios, se trata de que -ya que no lo hace el gobierno- les exijan las contrapartidas que demuestren que ellos también están en el camino del ajuste, en el compromiso de apretarse el cinturón.
Y así con todo lo que ahora se propone, que no se debate, en eso que se ha llamado negociación social, que ni es negociación ni parece tener nada que ver con la sociedad.
Además, los empresarios se sientan en la mesa dicienedo que no aceptarán las cláusulas de revisión salarial porque lo dice el banco de España. Que no están dispuestos a garantizar el poder adquisitivo de los trabajadores.
Y no es que me parezca bien pero si los sindicalistas estuvieran dispuestos a asumirlo deberían pedirles, también muy en la línea del Banco de España comprometerse a que las emprersas esapañolas no radiquen sociedades accionariales fuera del país para que los beneficios de las mismas caigan en las arcas impositivas españolas y no en las pírricas luxemburguesas, monegascas o suizas.
Si yo no tengo garantizado el poder adquisitivo, si no tengo garantizados mis aumentos, convengo en ello si, y solamente si, tú tampoco tienes garantizados beneficios libres de impuestos que restan recursos al estado. No es que yo gane. es que ambos perdemos por igual en beneficio de todos. Para salir de la crisis.
Los señores empresarios, preocupados por la situación y engrandecidos por un gobierno que ya en la oposición les daba la razón en todo, dicen y mantienen que "como mucho aceptarían una nueva cláusula en que la referencia no fuera el IPC español como hasta ahora, sino el europeo, al que habría que descontarle la evolución de los precios de la energía y de los impuestos".
Y explican esto porque nosotros tenemos más inflacción normalmente que Europa y eso nos resta competitividad.
"Muy bien", diría el sindicalista responsable, preocupado por sacar al país del pozo económico en el que no le han metido los trabajadores solamente, ni los gobiernos solamente, ni los empresarios solamente, sino especuladores a los que no les importan nacionalidades ni países.
Yo acepto eso de que el IPC sea el de Europa si tú aceptas que el porcentaje de reinversión de beneficios de las empresas que los tengan en mejoras de la productividad, en I+D+I y en mejoras de las condiciones laborales se incremente de forma obligatoria hasta el porcentaje europeo, en lugar de destinarse a las carteras, convites, dividendos y, como diría el famoso Sr. Lobo de Tarantino, comeduras de miembro mutuas a lo que ahora lo destina la empresa española y que le hace mantenerse quince puntos por debajo de la media europea.
Que, no nos engañemos, eso también ayuda bastante a la competitividad.
La siguiente golpea al sindicato, al trabajador y al mercado laboral directamente en la frente.
La CEOE pone sobre la mesa un contrato indefinido que rebaja los costes de despido. Y ellos lo explican para reducir la dualidad con los temporales.
Y yo, sindicalista, te digo: de acuerdo, lo acepto. Pero, ya que no existen diferencias, tú haces que todos los contratos temporales sean fijos. A tí no te cuesta un duro y eso mejora grandemente el acceso de los trabajadores al crédito. Algo también necesario para salir de la crisis.
Los señores que dicen representar a los empresarios -y luego explicaré porque digo que dicen representar- quieren un contrato de crisis, como le llaman ellos, que estaría vigente por dos años.
Con una indemnización por despido improcedente de 20 días por año trabajado con un tope máximo de 12 mensualidades -menos de la mitad de lo que se recoge ahora en la legislación laboral- y una indemnización por despido de 12 días por año trabajado.
Y yo, responsable agente social que representa a los trabajadores, te digo. Te lo compro. Pero solamente si me incluyes en el lote que toda empresa que haya tenido beneficios en el último ejercicio no puede utilizarlo, no puede realizar un ERE, un ajuste de plantilla o tirar de despidos para aumentar los mismos. Que toda empresa que tenga beneficios no pueda despedir -salvo los procedentes- por motivos económicos o estructurales.
Yo pierdo seguidad laboral, estabilidad y compensaciones por el despido si tú pierdes manga ancha para usar el coste de la fuerza laboral como herramienta para mantener los beneficios. Al menos durante dos años. 
La patronal -siempre he pensado que si no la llamaramos con un nombre tan arcaico tendría una tendencia a ser algo más moderna-  también se sienta a negociar sin negociar pidiendo cambios en la negociación colectiva -¡Como si no se hubieran dado cuenta de que hace tiempo que no es una negociación, que solamente es un intento de rendición colectiva-.
Pide, bueno exige, que los empresarios dispongan de un margen mayor de horas - hasta el 15% de la jornada- para poder realizar cambios en los horarios de trabajo.
Y el negociador responsable que lo fuera por parte sindical podría asumir esta pérdida. Pero debería exigir a los empresarios que impongan la jornada laboral continuada en todas las empresas y que se comprometan a afrontar la extensión de jornada que necesiten no con incrementos hasta las tres horas del horario de comidas, sino con la incorporación de plantilla contratada en contratos parciales de media jornada.
Que eso crea empleo tanto o más que lo otro.
Y así seguimos con todo. Inundados de responsabilidad, de ganas de ayudar al país, de una arrebatada entrega a la causa de abandonar la recesión.
Yo llego a un acuerdo para controlar y castigar el absentismo si tú controlas a tus chicos empresarios para que no disparen sus gastos de representación y pasen gastos privados a cuenta de la empresa; yo te doy que se puedan negociar convenios de empresa en cualquier momento, sin tener que esperar a que acabe la vigencia del convenio sectorial, si tú me das que las empresas se comprometan a dejar de tirar de los contratos de crisis en cuanto entran en beneficios y no agoten los dos años máximos que hemos acordado; tú me dices que te permita rebajar los sueldos en un periodo determinado y yo te lo doy si tú me das que eso solamente se produzca después de que hayas rebajado los dividendos de los accionistas de tu empresa en un porcentaje similar durante el mismo periodo. Y así sucesivamente.
Vamos, lo que venia siendo desde el albor de los tiempos una negociación.
Pero aquí no. Los representantes de los empresarios se sientan en sus sillas y piden, exigen, demandan y no dan nada, no ofrecen nada a cambio. Y los sindicatos parece que no tienen potestad para hacer ninguna propuesta de contrapeso, que su única función es decir sí o no a lo que proponen los empresarios.
Todos asumen o parecen asumir que a la empresa no se le puede pedir sacrificio alguno, no se le puede demandar que haga algo para abrocharse el cinturón, para contribuir a salir de la crisis.
Parece que la empresa no tiene que hacer nada, solamente recibir para que sus beneficios vuelvan a fluir sin obligación alguna de que esa nueva riqueza salga de sus bolsillos en dirección al país, al mercado y a aquellos cuyos sacrificios han contribuido a revitalizarla.
Todos nos tenemos que basar en la esperanza de que la reinviertan. Pero nadie les puede obligar a hacerlo.
Y los hay que dirán que los representantes empresariales no pueden comprometerse a todas esas cosas -de ahí lo de dicen representar de antes-. Que cada empresario puede hacer con sus beneficios y con su empresa lo que quiera.
De hecho, estoy seguro, que si se hubiera propuesto algo por el estilo los representantes de los empresarios españoles se hubieran arrojado de cabeza a esa trinchera sin pensarlo y hubieran tremolado la bandera de la libertad de empresa y de la imposibilidad de decirle a un empresario qué hacer con sus beneficios e incluso con los precios de sus productos.
Es más, en el único tenue atisbo de una medida parecida que han hecho los sindicatos -el control de precios- enseguida se han apresurado a decir que los mercados son libres y que eso no está en su mano.
Pues bien, puede que tengan razón pero entonces que no digan que representan a los empresarios porque si ellos no pueden imponerlo si pueden proponerlo a quien puede imponerlo.
Han acertado todos: El Gobierno. Ese gobierno que debería empezar a pensar en imponerles ajustes a todos no solamente a los ciudadanos y las administraciones públicas. Piensen lo que piensen los chicos de Moodys o de Standard & Poors.
Y ahora es cuando parece que si uno es sindicalista, defiende los derechos de los trabajadores, debe empezar a decir que los empresarios son la hez de la La Tierra, son unos insolidarios y unos explotadores que solamente piensan en sus beneficios.
Y lo son. Pero ese no es el problema. Ellos están haciendo su trabajo. Sí, déjenme que lo repita, están haciendo su trabajo.
El problema de que no haya negociación es que el Gobierno no está haciendo el suyo. Ni una sola medida de las que ha puesto en marcha está destinada a controlar el gasto de las empresas y empresarios, busca sacrificios en ese sector.
Se suben los impuestos a las personas pero no a las sociedades. Y da igual que esa persona gane 1.000 euros como la inmensa mayoria de los españoles o gane 500.000 euros. Son trabajadores mientras las empresas no ven que se meta más mano a sus beneficios ni a sus dividendos a través del impuesto de Sociedades. El Gobierno no hace su trabajo y nosotros no hacemos el nuestro.
Se congelan los salarios públicos -y se pretende con los privados- pero no se congelan los beneficios obligando a la reinversión, a la modernización y no a gastarlos o guardarlos en cuentas cifradas en el extranjero. El Gobierno no hace su trabajo y nosotros no hacemos el nuestro.
Porque, en realidad, ese es el gran problema. Los empresarios se han sentado en la mesa de negociación y han hecho su trabajo pero nosotros no estamos haciendo el nuestro.
Nuestro trabajo no es quejarnos, no es pretender que no nos lleguen los ajustes, no es escondernos para que los sacrificios no caigan sobre nuestras espaldas, no es intentar eludirlos o negar la realidad de que son necesarios -siempre y cuando sigamos en este sistema económico, claro está-.
Nuestro trabajo consiste en asegurarnos de que caen sobre todos por igual. Sobre personas físicas y jurídicas, sobre asalariados y autónomos, sobre empresas y corporaciones, sobre bancos y ahoradores, sobre consumidores y rentistas. Sobre todos.
Ese es nuestro trabajo como individuos y como sociedad. No el refugiarnos en nuestro egoísmo y nuestro miedo e intentar que otros luchen por nosotros para que el trago sea menos amargo y nos toque beber una porción mínima del mismo.
Los bancos no existen sin clientes, las empresas no existen sin trabajadores, los gobiernos no existen sin votantes -aunque esa oportunidad la hemos perdido recientemente- y las sociedades no existen sin personas.
No mireis a izquierda y derecha buscando a alguien. Nosotros somos esas personas. Nosotros somos los que tenemos que hacer ese trabajo por doloroso y arriesgado que sea.
Y si, a estas alturas del partido de la historia, ni los sindicatos ni nosotros sabemos cómo podemos hacer eso, es que no hemos entendido nada.

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