domingo, diciembre 04, 2011

Merkel da a Rajoy las tres frases de una madre

No soy yo de los que practican el deporte nacional ese de dudar antes de tiempo, de dar por sentado que no se hará lo que se tiene que hacer y que no se cumplirán las promesas.
Pese a que todos, de un lado y de otro, me han dado ejemplos y excusas más que suficientes del noble y complicado arte de la elusión de la palabra y la promesa, no voy a ser yo el que dude que Mariano, nuestro ínclito Mariano que ya luce palmito de presidente in pectore -no diré en funciones porque ese es el otro y además hace siglos que no hay un presidente del gobierno español que funcione-, quiere hacer lo que ha dicho que va a hacer.
Mariano Rajoy es como uno de esos párvulos de jardín de infancia -sin ánimo de ofender- que de repente se da cuenta de que ha pasado el fin de semana, de que ha pasado el sábado de dibujos animados y rabietas en el parque, de que ha pasado el domingo de misa de doce y cantos dominicales, y ahora, sin recurso al pataleo y sin "jesusito de mi vida, eres niño como yo", no quedan más cojones que hacer los deberes.
Sabe que no puede hacerlos, que no le dará tiempo, que no sabe hacerlos. incluso sabe que los trucos que utilizó para terminarlos en otras ocasiones- esos que le dijo su maestro por lo bajini que usara- no van a servir esta vez.
Así que, en un rapto de responsabilidad parvularia, corre, se apresura, se arroja junto al cajón de los juguetes y rebusca en su mochila el libro de texto que le permita acabar sus deberes a tiempo y presentarlos ordenados e impolutos con su letra de Caligrafía Rubio número cuatro.
Y sufre la mayor de las desesperaciones, mucho más que si Megaman hubiera perdido sus poderes, mucho más que si Ben Ten hubiera extraviado el Omnitrix, porque el libro no está, no lo encuentra.
Es entonces cuando hace lo que todo niño haría, lo que llevan haciendo desde el albor de los tiempos.
Sabe que papá no está, está trabajando intentando cubrir no sé qué cosa rara de unos agujeros financieros originados por algo llamado malas inversiones e hipotecas basura. Así que, ante la necesidad, reconoce su absoluta carencia de recursos y llama a mamá.
- ¿Dónde está el libro de las matemáticas neocon que necesito para hacer los deberes, mamá? -pregunta el pequeño Mariano aterrorizado ante la que se le viene encima. Y automáticamente se encoje sobre si mismo esperando la filípica de mamá, pero con la esperanza de que, al fin y al cabo, ella sepa dónde está-.
Pero mamá esta en otras cosas.
Como toda ama de casa, hace juegos malabares con su tiempo y su esfuerzo. Tiene que refundar Europa, ayudar a otros de sus vástagos que tienen los deberes aún más atrasados que el pequeño Mariano, calmar los ánimos de su propio partido y lidiar con un francés que quiere mandar la comunidad de vecinos al carajo. Así que no tiene mucho tiempo ni mucha atención que dedicarle al párvulo Rajoy.
Por eso Ángela, que será neocon, liberal, presidenta, alemana y no se sabe cuántas cosas más, pero es madre ante todo, contesta como lo haría cualquier madre. Ignora a su hijo molesto como lo haría cualquier atareada progenitora.
- Pues, ¿dónde va a estar, cielito? ¡En su sitio! -contesta mamá Ángela sin dejar de prestar atención a la bechamel en la que intenta amalgamar Europa. No vaya a ser que se le corte.
Y Mariano respira y sonríe al darse cuenta de que no había caído en lo obvio, de que había pasado por alto lo evidente. La solución a los deberes está en su sitio.
Los deberes no están hechos por culpa de los otros niños, los que le quitaron su puesto en la fila del recreo, los que ocuparon el gobierno de la clase antes que él. Tanto lo ha dicho que ha terminado creyéndoselo. Así que ese debe ser el lugar donde sus perversos rivales de patio colegial han escondido el libro.
Y entra en La Moncloa. Si el problema lo ha originado un gobierno, la solución tiene que estar en el Gobierno.
Rebusca entre los cajones abandonados, otea sobre los estantes desnudos e incluso escudriña entre las cajas embaladas de aquellos que ocuparon el aula gubernamental antes que él.
Busca, con la esperanza que sólo un niño que ansía un tesoro puede poner en una búsqueda, entre los documentos de traspaso de poderes, entre los informes de secretarios y subsecretarios de Estado, entre memorandos del Tribunal de Cuentas, entre trascripciones y traducciones de entrevistas y reuniones.
Pone todo patas arriba y de nuevo le invade la congoja infantil de aquel que descubre que los gorniki no van a llegar a tiempo a salvar el mundo de Gor. Si el gobierno malo ha hecho que los deberes no estén hechos, el libro para hacerlos, la solución definitiva, tiene que estar en el gobierno, ¿no?
De modo que el pobre Mariano, derrotado y arrasado en sus esperanzas por segunda vez, se vuelve de nuevo a la voz salvadora que sale de la cocina en la que se están intentando hornear las croquetas que mantendrán unida Europa en la adversidad.
- ¡Mamá, no está! -grita Mariano con un deje entre desesperanzado y reprochador.
Y Ángela, que sigue atareada con lo suyo, que sigue intentando poner en orden los destrozos económicos que han generado en las cuentas familiares los desmanes de ese marido suyo llamado libre mercado financiero, tuerce el gesto ante la insistencia del pequeño Mariano y resopla moviendo la cabeza a uno y otro lado: "este chico debería empezar a valerse por si mismo", piensa algo desmotivada y contrita por el poco resultado que su maternidad ha tenido en la voluntad de su pequeño.
Pero como es madre no lo dice. No vaya a ser que el crío se traume -ahora ya nadie se traumatiza, solamente se trauma. La RAE aún no ha descubierto el motivo- Se lo queda para ella y solamente responde como haría cualquier madre:
- Mariano, cielo, ¿has mirado bien? - y arrastra la última palabra, dándole un ligero toque de amenaza que hiela la sangre del infante Mariano y le compele a una nueva e inmediata acción.
Mariano busca en todas direcciones y, como sigue sin encontrar el libro que le de las respuestas para cumplimentar sus deberes, pide ayuda a sus compañeros de juegos con la Playstation.
Y no la encuentra.
Mira en el recorte de sueldos funcionariales de su amiga Dolores y descubre que recortar un tres por ciento a alguien que ya ha sufrido un recorte de un cinco por ciento solamente ahorra 100 millones cuando se necesitan 1.300.
Mira en los jardines de juegos de sus compañeros en Valencia y Murcia y descubre que, con el tiempo perdido en cohechos y probaturas de trajes, ellos tampoco han hecho los deberes y no pueden ayudarle.
Incluso recurre a la niña pija esa que siempre va de vestido de marca que no le cae muy bien, pero que es una empollona de esto de las matemáticas neocon. Y descubre que sus recortes sanitarios tampoco le permiten hacer los deberes aunque ya empiezan a dejar sin atención a los parados, sin medicinas a los enfermos crónicos y sin vida a los que tenían que ser operados de urgencia.
Incluso tira de amiguitos de urbanización que van a otros colegios y los descubre exactamente igual que él. El chaval del Liceo Francés no sabe por dónde le da el aire y va a perder la beca, el del British College está hasta las cejas con sus propias cuentas, El del instituto belga no da abasto y además tiene que escribirlo todo en dos lenguas y los del Colegio Luso y la Academia Griega ya se han dado por vencidos.
Así que Mariano se sienta y cruza las piernas. Y, al borde del llanto, mientras contempla sus deberes tan vacíos como la bola pokemon de Pikachu, se vuelve de nuevo a mamá Ángela en una nueva afirmación que es una súplica y que sabe inútil.
- ¡No está mamá, no está!
Por primera vez, mamá abandona sus quehaceres, deja el batidor con el que está intentando cuajar el postre definitivo de la cena europea y se asoma a la puerta de la cocina para caer en la tercera y eterna fase y frase de una madre ante cualquier búsqueda infructuosa de su retoño.
- ¡Como tenga que ir yo, te vas a enterar! -espeta mamá Merkel tremolando en la mano el proyecto de unión fiscal de La Unión Europea.
Y Mariano sabe que es el final. Ha intentado hacer los deberes, ha querido hacerlos, pero no ha encontrado el libro, nadie le ha ayudado y no se ha hecho con las respuestas.
- ¡Como sigas así se lo voy a contar a tu padre! - la temida amenaza final sume al párvulo Mariano en la más completa de las tristezas.
Ahora sabe que mamá se lo dirá a papá cuando vuelva del trabajo y él mostrará su decepción. Papá Mercado ya nunca le querrá.

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