martes, diciembre 27, 2011

El miedo a la guerra justa al oeste de Greenwich

Podría hablar de cómo la concejala de Medio Ambiente con el medio ambiente más sucio de España ha logrado una alcaldía, de cómo la concejala de empleo con menos empleo del país ha conseguido por la puerta de atrás el bastón de alcaldesa sin que un solo madrileño la vote para tal cargo. Podría hablar de como la piña del nuevo gobierno se ha ido por el sumidero desgajada en piñones en cuanto Montoro ha empezado a afilar las tijeras de los recortes presupuestarios. Podria seguir mirandonos el ombligo, cada vez más arrugado y más sucio. Pero no voy a hacerlo. Nuestro ombligo ya ha sido suficientemente abrillantado con las fiestas y los fastos de las navidades y los cambios de gobierno.
Hoy voy a tomar la imagen de una mujer embozada -no velada- y voy a hablar del mundo, del de verdad. Del que está vivo y nosotros estamos permitiendo que muera.
Hoy voy a coger un grito de otra mujer que también oculta el rostro bajo unas telas y voy a hablar del mundo, del de verdad. Del que estaba parado y ahora cambia sin que nosotros hagamos nada para facilitarlo.
Hoy voy a hablar de Homs. Hoy voy a hablar de Yihad.
Machacados hasta un punto que un occidental no solamernte no podría soportar sino que ni tan siquiera es capaz de imaginar, por la autoridad falsa y supuestamente infinita que pusimos sobre ellos para que los controlara, para que los limitara, para que los manejara, los sirios se tapan la cara y van a la guerra, a su guerra.
A la guerra que nuestra política exterior, y por nuestra entiendo de Occidente -no se me subleve ministra saliente ni ministro entrante de Asuntos Exteriores-, ha originado con su intento absurdo y baldío de mantener el mundo árabe en una situación que no era la suya, con unas fronteras que no eran las suyas y con una historia que no les pertenecía.
Hoy, mientras nosotros nos forramos aún las tripas de alcaselsser para regular nuestras excesivas cenas y prolíficas comidas, las mujeres de Bam Amro se embozan, no se velan, para ir a la guerra. Para gritar "Yihad".
Y esta es la Yihad que más temememos. Y esta es la Yihad que más odiamos. Y esta es la Yihad que nos pone los pelos de punta, nos enchufa los miedos y nos desenchufa las razones.
Porque contra esta no podemos decir nada.
Contra esta no podemos tremolar como icono a ancianos barbudos de Sharia e intransigencia, a imanes apocalípticos de cinco rezos diarios y conversiones obligatorias; contra esta no podemos escrimir bombas en iglesias nigerianas, ni cadenas de atentados en mercados y sinagogas; contra esta no podemos usar de escudo las lapidaciones públicas, las ablaciones, los ahorcamientos ni ninguna de las otras barbaries en las que hasta ahora se han empeñado los intransigentes de El Corán mal entendido y el Profeta mal interpretado para definir la yihad, su yihad.
La Yihad por la que claman las mujeres embozadas de Siria, La yihad que ya luchan los hombres embozados de Homs no es nada de todo eso. Es una Yihad de libro.
Es una guerra justa cuando no queda otra salida que la guerra. Es, palabra por palabra, sumna por sumna y acento circumflejo por acento circumflejo, lo que dijo El Profeta.
Y por eso la Liga Árabe la tiene miedo, la intenta parar. Por eso actúa por primera vez como un organismo supranacional, por eso envía pírricos observadores a mirar como muere la gente desde sus camiones marcados para evitar ser considerados blancos.
Les envían a observar como se retiran docenas de cadáveres de las calles para hacer sitio a los que han de llegar, para comprobar como las casas desaparecen de la faz de la tierra bombardeadas por aviones que nosotros pusimos en los aeródromos del padre de El Asad para mantener ese absurdo equilibrio inventado por Metternich en el que parece que, sea lógico o no, tenemos que basar toda política internacional en cualquier rincón del globo.
Por eso les ponen en primer línea para observar como los niños no tienen comida, las madres no tienen leche y los padres no tienen agua pero tanto unos como otros siguen peleando, siguen luchando, más allá de lo que cualquier occidental atlántico está siquiera capacitado para soportar contemplar en una película de acción.
Porque tienen que parar la Yihad. Incluso dándoles la razón, pero tienen que pararla.
Porque si triunfan, si la guerra justa es el camino para librarse de aquellos que no tienen derecho a ejercer el gobierno y que lo hacen de una forma tan brutal y despótica que son abandonados hasta por sus propios servicios secretos, entonces los asientos de los emires, sultanes, reyes y jeques de La Liga Árabe tienen los días contados. Alguien se dará cuenta de que ni sus pueblos ni su profeta los desean en esos asientos.
Así que la Liga Árabe acude a Siria para darle a los sirios lo que quieren antes de que puedan ganarselo. Para cambiar un rey tiránico por otro benévolo en un último intento de evitar que alguien cuestione la monarquía.
Es tan antiguo como La Santa Alianza. Es tan antiguo como la Revolución Francesa. Es tan antiguo como la Yihad.
Y por eso la yihad siria les abre las carnes a sus seculares vecinos y enemigos. Por eso Israel, que presume y promete democracia a todo el que quiera ecucharla, envía al halcón Netanyahu a decir por el mundo que Siria no necesita democracia, que Siria no está preparada para la democracia, que El Asad tendría que seguir en su sitio o, en su defecto, otro como él.
Porque si una guerra justa contra la que nada se puede objetar triunfa, a lo mejor los libaneses pasan de Hezbolla y se dedican a liberarse del control de Israel, de Siria y de Iran en el valle de La Becah, en Beirut y en Sidón; a lo mejor los palestinos pasan de Hamás y sus falsos santones y paraisos y se dedican a hacer la guerra que tienen derecho a hacer por sus tierras, sus fronteras y su futuro; a lo mejor los jordanos pasan de sus ilustrados y benévolos monarcas y comienzan a reclamar aquello que siempre fue suyo y que ahora parecen haber olvidado que les pertenece; a lo mejor los ejipcios se embozan contra su ejército y en la Plaza de Tahrir, dan la espalda a los islamistas y recuerdan a su profeta con los ojos puestos en El Sinaí, el Jordán y Tel Aviv.
Es tan antiguo como el Estado de Israel. Tan antiguo como la guerra contra los Filisteos. Tan antiguo como las murallas de Jericó.
Por eso esta yihad deja a Rusía en un fuera de juego que no recordaban desde el famoso gol de Marcelino.
Por eso se aferran con el banderín en alto a El Asad, bloqueando para Occidente toda posibilidad de reacción, toda capacidad de castigo.
Porque, si está yihad es justa -que lo es- y triunfa, a lo mejor chechenos, kazajos, azaríes, turkmenos, uzbekos y tajikos tienen algo que decir sobre la poítica internacional de La Madre Rusia en Asía Central y descubren que si la guerra es justa hasta puede ganarse.
Es tan antiguo como la Rebelión de los Boyardos. Tan Antiguo como Rasputín. Tan antiguo como la Revolución de Octubre.
Y por eso la yihad embozada -que no velada- de las sirias en Homs, la yihad combatida -que no terrorista- de los sirios en Damasco, Palmira, y Bam Amro nos deja a nostros, los adalides de la democracia y la libertad del Occidente Atlántico, sin aliento, sin recursos, sin capacidad alguna de escapar del miedo a que los últimos 500 años, en los que hemos propuesto e impuesto la organización del mundo, estén acabando.
Porque escuchamos las maldiciones de las mujeres embozadas en Siria y sabemos que tienen razón, que son justas, que nunca hubo una Yihad más Yihad que la que ellas luchan contra los cuatro jinetes del hambre, la peste, la guerra y la muerte que nuestra marioneta, El Asad, ha desencadanado en cada calle, en cada esquina, en cada casa y en cada adoquín del pavimento del Califato.
“No tenemos ni agua, ni luz, ni gasolina”. “Hay 25 cadáveres sin recoger”. “Estamos siendo bombardeados”. “No hay leche para nuestros hijos”. Y sabemos que, después de eso, cualquier maldición es comprensible, cualquier venganza está justificada. Cualquier Yihad es justa.
“Que Alá castigue a Bachar y a todos aquellos que ha hecho pisible esto; que maten a sus esposos, que mueran sus hijos de hambre para que sientan lo mismo que nosotras”.
Y eso es lo que nos aterroriza. Ya no nos encoge de miedo la falsa yihad de los fanáticos del credo islámico. Ahora nos arruga de pánico a la verdadera guerra justa de los hombres y mujeres de Homs.
Porque si su dios les hace caso va a tener que pasar los próximos quinientos años llamando a muchas puertas al oeste del meridiano de Greenwich para cumplir su promesa de venganza.
Y nadie va a poder decir que no es justa.

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