viernes, septiembre 09, 2011

Aguirres y Cospedales o la oscura excelencia (educativa, se entiende)

Parece que esto del comienzo del nuevo curso arrincona las huidas de Gadafi del oro que no es suyo, las caídas de las bolsas por el terror egoísta de los inversores a perder un dinero que no debería ser es suyo y la recapaitalización de las cajas con un dinero que debería dejar de ser suyo para dejar espacio a los que hablan y opinan sobre lo que se ha convertido en otra manera de hacer dinero, de ganar dinero: la educación.
Si hace un par de días ese desmesurado intento de ahorro -otra forma de ganancia- se hacía recaer sobre los profesores, sus horarios y sus compromisos docentes hasta arrastrarlos a la huelga, el paro, la manifestación o lo que sea que van a hacer el 14 de septiembre, ahora le toca el turno a los alumnos.
Y el arma para hacerles pagar ese ahorro, ese intento de cuadrar unas cuentas en una materia donde cuadrar las cuentas a cualquier precio es un riesgo para el presente y una rendición para el futuro, se llama Bachillerato de Excelencia.
Podría pensarse que es todo lo contrario, que ese Bachillerato de Excelencia que ha puesto de moda en el PP la tita Espe y que copian y plagian todas las comunidades del Partido Popular a lo largo de España, es una inversión, es un gasto añadido a los otros gastos educativos. Eso es lo que nos intentan decir, eso es lo que intentan defender sus creadores.
Pero un sólo vistazo a sus propias palabras nos aleja de esa idea, nos aparta de ese efímero atisbo de cordura y nos arroja de golpe a la realidad más demoledora de lo que es para sus creadores el Bachillerato de Excelencia.
La cultamente escasa Esperanza Aguirre ha sabido ocultarlo, ha sabido moverse política y socialmente para vender su producto de ahorro, para colar el siguiente clavo que ha encajado en el ataúd del concepto de educación pública.
Pero claro no todos los encargados de desmontar la casa de la educación estatal en el Partido Popular son tan finos, son tan de verónica y larga cambiada como la presidenta madrileña. Aunque también luzcan ajustados ternos de falda de Chanel.
La virgen María de Cospedal, que parece que no puede hacer una declaración institucional sin pasar antes por una iglesia, es más explicita, es más concreta.
La condición de ariete ahorrador de España que se ha impuesto a sí misma la hace mucho más directa, mucho más trágica, mucho menos política y mucho más peligrosa para todo aquello que suponga gastar un euro en todo lo que sea publico.
Así que su consejero de Educación -un tal Marcial que, sin duda, en este caso no es el más grande como el del pasodoble- lo ha dejado claro: "A aquellos que de verdad quieren sacrificarse y aprender habrá que reorientarlos hacia una enseñanza de calidad, y a aquellos que estén más en la pasividad del día a día, hay que orientarlos a otros módulos más adecuados a la FP y a la realidad laboral inmediata, para que también tengan su salida".
Y dicho así parece que tiene su punto de cordura, su razón y que no es de recibo que el Estado -o los gobiernos autonómicos- tiren el dinero educativo en gentes que no están dispuestos a aprovecharlo. Parece que tiene toda la lógica formal y material que el que se esfuerce sea premiado y el que se abandone olvidado o, cuando menos, reconducido.
Por una vez parece que la aplicación del principio neocon más puro de que hay que basarse en el esfuerzo para progresar está ajustada a derecho.
Pero si te sientas un momento contigo mismo -algo que no solemos hacer los occidentales atlánticos y menos los españoles- te das cuenta de que no. De que todo esto no es una cuestión de esfuerzo e inversión. Es una cuestión de genética y ahorro.
Porque, por más que se llenen la boca de hablar de esfuerzo, lo que determinará el paso a una educación de calidad -dando por sentado que la educación pública actual no lo es- no será el esfuerzo, serán los resultados.
Y esos resultados no dependen solamente del esfuerzo. Dependen de la genética.
¿Dejaran las Aguirres y Cospedales fuera de su Bachillerato de Excelencia a un alumno que sin dar ni un palo al agua saque una nota media de sobresaliente? Por supuesto que no.
¿Introducirán en su programa de excelencia a aquellos que pese a esforzarse, a no salir de casa por las noches, a no participar en botellones y fiestas de intercambio de pastillas psicotrópicas y a estudiar cinco horas al día no pasan del bien alto? Por supuesto que tampoco.
El sistema del Bachillerato de Excelencia se basa en separar el trigo de la paja, pero no de los estudiantes, no de los alumnos, sino de sus resultados. Y eso no tiene nada que ver con el esfuerzo.
Se fundamenta en dejar la educación -la normal, no la excelente, se entiende- en niveles mediocres y rescatar de ella a los que la naturaleza ha hecho inteligentes para darles la educación que se les debería dar a todos. Y eso no tiene nada que ver con el trabajo.
Se sustenta sobre la base de dejar que las decisiones individuales de aquellos a los que por edad no les corresponden demasiadas decisiones individuales -de hecho, no les dejamos ni votar- marquen su futuro aunque todos veamos que son erróneas. Y eso nada tiene que ver con la enseñanza.
Este "excelente" sistema se apoya en dar carta de naturaleza al vago para que siga siéndolo, al distraido para que persista en sus distracciones y al inconstante para que ahonde en la inconstancia que le está impidiendo desarrollar su potencial, olvidando que la educación consiste en gran parte en que aquellos que ya han pasado por esos errores les enseñen a los que no los que se están educando a no caer en ellos. Y eso nada tiene que ver con la educación.
Se fundamenta en dejar a las puertas de la educación que necesitan a todos aquellos que nunca serán neuro cirujanos pero serían excelentes médicos de cabecera, a todos aquellos que no serán urbanistas pero serían eficacisimos aparejadores por el mero hecho de que pese a poner todo su empeño en ello no son capaces de alcanzar una nota media de ocho y medio en su expediente. Y eso nada tiene que ver con la justicia.
Todo en el bachillerato de Excelencia solamente tiene que ver con una cosa: con la rentabilidad.
Porque es mucho más rentable centrar los esfuerzos educativos en aquellos a los que su base genética han dado oportunidades y aparcar las oportunidades educativas de todos los demás.
Todo lo que se gasta en la educación de alto nivel de unos pocos se compensa y supera con creces con lo que se ahorra por arrastrar a la mediocridad a la educación de muchos.
Porque es mucho más rentable gastar un poco en tutores específicos de chicos y chicas que por decisión personal o por educación familiar ya creen en su propio esfuerzo que tener que emplear dineros públicos -tan necesarios para las campañas de auto promoción y para sufragar las empresas de las amistades con obras y concesiones públicas- en orientadores, psicólogos, tutores y lo que haga falta para ayudar a los adolescentes a que superen esa enfermedad de egocentrismo e irresponsabilidad que supone el virus de la adolescencia humana.
El dinero que se emplea en hacer a unos pocos excelentes se ve compensado con creces con el ahorro que suponer permitir que todos los demás sean mediocres, como máximo.
Porque es mucho más rentable rescatar a unos pocos del universo de falta de oportunidades que su diseño de la educación y de la sociedad absolutamente monetarista ha generado para mostrarlos como ejemplo de educación avanzada, de elite cultural que ha generado nuestro modelo cuando en realidad la ha generado el reparto cromosomático universal.
La inversión en ese bien de imagen y marketing político que serán los "bachilleres excelentes" se recupera con creces al arrojar al resto de los estudiantes al mundo del empleo no cualificado e inestable, los salarios irrisorios y el nuevo esclavismo neocon que surge de dejar a los adolescentes elegir sobre su futuro antes de educarlos.
Ese Bachillerato suyo de esa excelencia suya es la excusa perfecta para evitar gastar el dinero necesario para que todo bachillerato fuera de excelencia, para subir el depauperado nivel de nuestra educación pública, para dotar a sus docentes de las herramientas necesarias y a sus alumnos de las oportunidades requeridas.
Eso sí sería un bachillerato de excelencia. Pero claro eso  impediría gastar dinero en alimentar a religiosas que detraen horas lectivas en sus centros para conducir a los alumnos a misa o a la canonización de su madre fundadora; eso quitaría el dinero necesario para sustentar centros privados que imponen más horas de religión que de historia, que despiden a sus profesores de ciencias por negarse a dar rango de teoría científica al creacionismo bíblico y que arrojan a sus mejores alumnos a la calle porque se empeñan en estudiar latín, griego e historia y ellos no tienen presupuesto para pagar a tantos profesores solamente para un puñado de alumnos.
Hacer que todo el bachillerato rallara la excelencia supondría detraer demasiado dinero de las partidas destinadas a convertir la educación en un negocio privado rentable. Y eso no puede consentirse.
Los jóvenes estudiantes que se han visto inmersos en ese bachillerato de las Cospedales y la Aguirres, deben aprovechar esa oportunidad porque son los únicos que la tienen en este sistema de educación viciado y peligroso que el Partido Popular se ha decidido a poner en marcha.
Pero esos hijos de la excelencia genética y el esfuerzo no deben olvidar que esa educación les genera una tremenda responsabilidad social. Ellos no van a tener excusa para no exigir justicia en el sistema educativo. Ellos no van a poder eludir el doloroso esfuerzo de pensar contra sí mismos. 

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