sábado, septiembre 24, 2011

El persistente error de seguir subido al burro

Uno se aleja unos días de estas endemoniadas lineas y se le acumulan los asuntos.
A los países que no son libres les da por reclamar esa libertad a voz en grito y a los que ya lo son les da por aplaudirles; a los que están justamente encerrados por tirar de armas y sangre para algo para lo que sólo hace falta política y cerebro les da por reconocer lo justo de su encierro y lo inútil y absurdo de algo que todos sabíamos ya absurdo pero que ellos se negaban a ver.
Puede que todo eso sea puramente simbólico, puede que sea estratégico. Puede que los aplausos largamente postergados en la Asamblea General de Las Naciones Unidas al necesario Estado Palestino no impidan un veto anacrónico y de momento irreversible; puede que el reconocimiento de la necesidad del fin de la violencia de los presos de ETA no impida que aquellos que quieren anclar Euskadi en el sentimiento del miedo y la necesidad para mantener su pírrico umbral electoral sigan a lo suyo. Pero en dos días el mundo ha sido capaz de hacer algo que iba y sigue yendo en contra de su propia naturaleza. Han sido capaces de reconocer un error. Aunque no vayan a hacer mucho para enmendarlo.
Pero nosotros, los de aquí, parece que, como en otras muchas cosas, aún no estamos preparados para ello.Parece que estamos un estadio por debajo de todo eso.
Nuestros conservadores y nuestros progresistas -como gustan de llamarse a sí mismos unos y otros- son incapaces de realizar ese refrescante ejercicio. Los unos conservan su incapacidad manifiesta para reconocer errores y los otros progresan adecuadamente en su absoluta carencia de la capacidad de pensar contra sí mismos.
Y lo peor de todo es que lo hacen y lo siguen haciendo no en la política, no en la administración del Estado, no en la economía. O, para ser más exactos, no solamente lo hacen en esos ámbitos. Lo hacen en la educación.
La persistencia en el error, la incapacidad de reconocimiento del fallo está transformando nuestra educación en un espacio en el que nadie se baja del burro porque nadie reconoce que está montado en uno.
Y los asnos, generalmente, no son monturas muy propicias para avanzar a buen ritmo.
La conservaduría se empeña en arrear el asno de la educación privada. Desde gobiernos autonómicos que tienen las competencias educativas transferidas se defiende la postura de inflar a dinero a la educación en colegios concertados mientras se recorta año tras año la partida destinada a la educación en centros públicos.
Y caen en el absurdo rocambole de decir que la educación concertada es de mayor calidad que la pública. Ellos, que como responsables educativos, son los que tendrían que desear igualar esos niveles dotando más a la pública; ellos, que con sus políticas deberían lograr que esa brecha se redujera y no se agrandara, dan por perdida la educación pública que ellos mismos han echado a perder.
No desmontan del pollino que les ha conducido a permitir que los colegios concertados -tanto los religiosos como los no religiosos, pero sobre todo los religiosos- se nieguen a matricular a niños conflictivos, atrasados intelectivamente o con problemas docentes. Permiten que sencillamente les rechazen pese al dinero público que reciben de manera que la escuela pública -que tiene que garantizar la escolarización- se vea obligaba a asumirlos.
En el intento de obtener ventaja en esta carrera hacia la completa ceguera permiten que esos centros no estén obligados a disponer de personal de refuerzo, de especialistas de apoyo ni de ninguna de las cosas que harían oneroso y complicado el negocio del concierto de educar y puedan limitarse a rechazarlos para que las cuentas no les mermen.
Montados en su burro de la privacidad educativa les permiten que dejen sin un itinerario a los alumnos simplemente porque no les sale rentable, que no acepten inmigrantes que no sean hispano parlantes para que no tengan que asumir las clases de apoyo y refuerzo de la lengua, que no escolaricen a alumnos que llegan de allende los mares con el retraso educativo con respecto al nuestro que les ha provocado el sistema de su país de origen para que no tengan que asumir los costes económicos que ese refuerzo supone y puedan destinar sus ingresos a ponerle flores a María.
En definitiva los conservadores se empeñan en conservar el mito de que la educación pública es peor y de que la educación privada es de mayor calidad cuando son ellos los que están originando en sus autonomías la realidad de ese mito, dando por perdida la edcucación pública, abocándola a ser el receptáculo obligado de aquellos que tienen problemas -o por lo menos dificultades- para ser educados, con sus propias políticas, con sus propias decisiones. Negándose a ser los garantes de una educación pública de calidad como es su obligación como administraciones públicas que son.
Y la progresía nacional tampoco está mucho mejor. Tampoco abandona el lomo de su electo pollino a la hora de realizar su carrera por la educación.
El burro en el que está montado el progresismo español educativo, la fusta con la que hiende los ijares de su asno, es el rasero igualitario a cualquier precio. Es el convertir la educación en una herramienta de homogenización social a la baja.
El persitente error de creer que la igualdad educativa supone que todo el mundo tenga unos estudios, que todo el mundo tenga un nivel educativo, una titulación -incluso universitaria- . El error de pensar que la igualdad educativa es sinónimo de agrandar el número de titulaciones, el conseguir que todo el mundo sea listo de nacimiento.
Permanecen asentados a la grupa de su montura bajando el nivel un año tras otro, eliminando contenidos, haciendo descender los conocimientos para que todos aprueben, para que todos pasen; dejando que pasen incluso los que no saben para evitar traumas, brechas sociales, brechas culturales.
El cansado paso de su trotón particular les impide ver el error de considerar que la igualdad de oportunidades no genera y no tiene porque generar igualdad de resultados; que las notas de acceso universitario no suponen un filtro injusto para el acceso a la universidad porque se basan en los resultados docentes previos, no en la extracción social ni en la capacidad económica; que el potencial educativo e intelectual de un país no se mide por su número de universitarios, ni por su número de titulados, se mide por la capacidad de cada uno de ellos y por lo que aportan a la sociedad en materia intelectual.
Siguen azuzando al jumento de la plena titulación como forma de integración social sin darse cuenta que esa integración, si siguen bajando los niveles, si sigue descendiendo el rango de exigencia, se producirá en la miseria intelectual.
Todos seremos iguales. Ninguno sabremos ingles, ninguno conoceremos los hitos históricos de nuestro pasado. Ninguno entenderemos latín.
En esa carrera que el conservadurismo y la progresia han emprendido izados sobre sus respectivos rucios educativos no pueden mirar atrás.
No pueden hacer un ejercicio de tortícolis histórica y girar el cuello hacia atrás para ver que lo que proponen cada una de sus rutas ya ha fallado.
El igualitarismo lectivo en mínimos fracasó en estados que consiguieron que toda su población -salvo una elite intelectual y científica escogida y educada de otra manera- fuera analfabeta funcional en muchos ámbitos aunque todos tuvieran titulaciones de bachiller con la hoz y el martillo en la el vértice de su título -el vértice izquierdo, por supuesto-.
El excelentismo de la educación privada fracasó y fracasa en un país en el que la inmensa mayoría de su población -salvo una elite intelectual y económica convenientemente tamizada- es semi analfabeta, desconoce por completo la geografía, la historia y cualquier otro conocimiento que no sean los hitos de su propia historia y su himno patrio de mano en el corazón y barras y estrellas.
Dos resultados prácticamente idénticos para cada uno de los burros en los que andamos subidos en materia educativa, para cada uno de los errores que nuestros políticos se niegan a ver. Dos formas diferentes de perder la carrera contra la incultura de un pueblo, contra las necesidades educativas de una sociedad.
Quizás eso sea lo que quieren después de todo. Sociedades no preparadas, sociedades no educadas, sociedades en las que el pensamiento autónomo sea algo tan raro y expeccional que resulte fácilmente controlable, moldeable y utilizable para fines propios.
No es por ponerme paranoico  ni conspirativo pero resulta difícil encontrarle otra explicación al hecho de que dos tendencias políticas se empeñen en mantener una carrera por la educación de su país elevados sobre los lomos de tan penosas monturas.
Y no se den cuenta de que, a diferencia de los corceles, que saltan gracilmente sobre los obstáculos, a diferencia de los mulos que se frenan en seco ante los valladares que consideran infranqueables, los burros, si les azuzas lo suficiente, caen en el agujero del camino por más que lo estén viendo.

domingo, septiembre 18, 2011

Netayahu crea el Estado Independiente de Massada (y le asigna su defensa al Irgún)

Allá por los albores de la llamada era cristiana unos individuos con un raro penacho en el casco y unas sandalias de tiras de cuero se acercaron a la puerta de una fortaleza. Llevaban siete meses intentando entrar y no lo habían conseguido. 
Se encontraron con los víveres intactos, los pobladores muertos y el resto de la fortaleza en llamas. Los chicos del penacho en el casco, a la sazón la X Legión Fretensis, con sus cuatro cohortes auxiliares y sus dos alas de caballería, no entendieron nada, aunque Flavio Josefo afirma que experimentaron una profunda admiración hacia la determinación de los que allí habían muerto.
Eso fue en Massada -Metzuda para los amigos-. Eso fue en el año 73, vamos casi al principio. Eso está siendo ahora.

Porque Benjamín Netanyahu y los halcones guerreros de su gobierno están empeñados en convertir toda Israel en Massada.
Y esta vez Flavio Josefo no estará allí para hacer baldía apologética de la valentía de su suicidio. Está vez ni siquiera tienen una razón lógica para quitar a los israelíes la vida.
Dice Israel -o al menos sus gobernantes- que se siente bajo asedio. Ha tenido que sacar sus embajadores de todas sus legaciones falsamente aliadas. Egipto ya no teme a Mubarak, aunque Mubarak siempre temió a Estados Unidos; Turquía ya no teme a Europa y se vuelve moderada, islámica, otomana; Jordanía sigue temiendo a todo el mundo pero no tanto como para seguir fingiendo una paz inestable con Israel.
Y los enemigos, pues bueno, siguen siendo enemigos.
Libano es incontrolable -al menos para las fuerzas israelíes-, Palestina irreductible y Siria...  Nada de lo que pase en Siria será para el bien de Israel.
Así que los halcones del sionismo político del cañón y la expansión se sienten sitiados porque solamente saben ver guerra, medrar en la batalla y provocar enfrentamientos.
No deberían sentirse sitiados. Deberían saberse solos.
Mahmut Abbas se cansa, se agota, se jubila y decide hacerlo a lo grande. Reclamando en el Consejo de Seguridad el reconocimiento del Estado Palestino. Sabe que lo perderá. Sabe que Estados Unidos no puede consentirlo porque está en año electoral, porque los tea party están al acecho. Pero lo hace porque sabe que en la Asamblea General podría ganar por goleada.
Porque el mundo ha cambiado. Porque muchos países están cansados de que la resistencia israelí a ese cambio se pague con la excusa de la locura yihadista bañada en la sangre de gentes de todo el planeta.
Porque en el fondo siempre hemos sabido que Palestina tenía razón -Palestina, no los locos de la yihad que la usan como excusa- y estamos cansados de ignorarlo.
Y eso no sitiará a Israel, pero la dejara sola.
Y Netanyahu reacciona mal ante la soledad. Ante la posibilidad de que el mundo al completo le diga en la cara que está equivocado, que debe moverse, que Sión no puede existir porque nunca existió. Israel sí, pero Sión no.
Y en lugar de planteárselo, he hacérselo mirar, de buscar los motivos y las explicaciones, se refugia en el impulso de la resistencia a cualquier precio.
Un impulso que fue cuestionado por el sionismo político cuando los palestinos lo tuvieron, que él ha calificado de absurdo cuando los sirios lo han mantenido -para recuperar Los Altos del Golán-, que su gobierno ha rechazado cuando los libaneses lo aplican a las sucesivas invasiones.
Pero él recurre a la resistencia a cualquier precio ignorando todo eso, aún cuando sabe -como han sabido siempre los halcones guerreros del gobierno israelí- que las resistencias de sus enemigos tenían razón y que en su caso la razón fue algo que perdieron en el mes de abril de 1948. Un mes después de que se aprobara la fundación del Estado Hebreo y del Estado Palestino, un mes después de que se repartiera esa tierra entre cannanitas -palestinos para entendernos-y judíos, sus tradicionales habitantes.
La Sociedad de Naciones realizó una partición de Palestina y, antes de que se secara la tinta de la firma que Israel había estampado aceptando esa partición, Tiberias fue ocupada el 19 de abril de 1948, los israelíes invadieron Haifa el 22 de abril, Jaffa el 28 de abril, los barrios árabes en la Ciudad Nueva de Jerusalén el 30 de abril, Beisan el 8 de mayo, Safad el 10 de mayo y Acre el 14 de mayo. Todas ellas eran ciudades concedidas a los árabes y de todas ellas se expulsó a los habitantes árabes para colocar a colonos judíos.
Fue en esos días, días de sangre y terror, días de deportaciones y ahorcamientos masivos, días de niños arrojados por las murallas de Jerusalén y de aldeas barridas de la faz de la tierra, cuando Israel se quedó sola, cuando los gobernantes del Estado Hebreo perdieron la posiblidad de recurrir hoy al heroísmo fatuo de Massada.
Cuando cualquier sitio que puedan invertarse no es otra cosa que el reflejo de la soledad que se construyeron.
Pero ellos lo hacen. Por más que se apoyen en el mítico concepto del Reino de David y de Salomón para justificar su concepción territorial, no tiran de las enseñanzas de sus reyes mitológicos. No abusan de la negociación de David con los reinos circundantes, no echan mano de la salomónica justicia de esto para ti y esto para mi y ya está, punto final.
No recurren a la negociación ni a la justicia. Tiran de Massada. Tiran de resitencia armada heroica. Aunque ignoran que no se puede ser heroico defendiendo algo que todo el mundo considera injusto y arbitrario.
Ante el posible reconocimiento como nación y estado de Palestina ellos lo único que hacen es armarse.
Refuerzan sus posiciones militares, envían mas armamento a los colonos y aceleran la construcción de un tercer muro, en este caso en la frontera con Egipto, que les separe del mundo y de la lógica.
Y recurren a aquello que ellos mismos han denostado. Ignoran aquello que es lo único en lo que todo el mundo les daba la razón. 
Eliminan  la única frontera que el mundo percibía que les separaba -por los pelos, pero les separaba- de los locos furiosos que habían puesto la sangre y los holocaustos a su dios como bandera de la liberación de Palestina: el terrorismo.
Quizás sea porque una vez, en los años cuarenta del pasado siglo, mucho después de Massada y mucho antes de su actual "asedio", les funcionó.
Será que aún recuerdan con nostalgia aquellos días en que unos cuantos paramilitares judíos -unos 2.500- plantaban bombas que volaron en pedazos a civiles en autobuses, mercados y cafés, introduciendo esas tácticas en el siniestro y sangriento tango que Oriente Próximo baila desde entonces.

Quizás sea por todo lo contrario. Porque ya no recuerdan.
No se acuerdan de cuando estos guerreros sionistas -así se llamaban a sí mismos- rodearon a todos los pobladores de una aldea -251 hombres, mujeres y niños- y los mataron a balazos. O porque han olvidado como , en contra de todas las normas internacionales de la guerra -curioso concepto, por cierto-, celebraron la captura de soldados del bando enemigo a los que mantuvieron en cautiverio durante semanas hasta que finalmente los colgaron del cuello.
Esos grupos se llamaban Irgún y Lehi, y estaban formados por nacionalistas judíos cuyos hijos ahora forman parte de la elite gobernante israelí. Algunos primeros ministros israelíes fueron sus jefes.
Durante las décadas de 1930 y 1940 sembraron bombas por toda Palestina, tomando como blancos tanto a soldados británicos como a civiles palestinos. Tenían dos objetivos: expulsar a los británicos y orillar mediante el terror a la población palestina para que aceptara incondicionalmente la creación de Israel, de su Israel, claro, no de la que habían aprobado todo el resto de los países de La Tierra.
Quizás sea porque se acuerdan, quizás sea por que ya no lo recuerdan. O quizás sea por pura y simple incoherencia. Pero cuando han temido que el resto del mundo no les de la razón, los gobernantes de Israel, los señores de Sión,  han recurrido al terrorismo.
Han permitido que los colonos acojan en sus fortificados bastiones a miembros de La Liga de Defensa Judía, una organización francesa considerada terrorista incluso por ellos mismos y por los estadounidenses.
Les han permitido dar formación militar a los colonos en guerra urbana -pero ¿eso no era terrorismo?- y tener libre acceso a todo el armamento que el gobierno hebreo ha enviado a los asentamientos que, es obligado recordar, son ilegales para todos los países del orbe salvo para Israel.
El resultado no ha sido una defensa heroica de los asentamientos coloniales israelíes, no han sido un puñado de colonos resistiendo las embestidas de una carga tras otra de genízaros otomanos, de guardias califales sirios o de yihadistas furiosos en verde y negro.
El resultado han sido tres mezquitas  incendiadas en las últimas semanas en el norte de Cisjordania, grupos de colonos entrando en Birzeit, junto a Ramala, y realizando abundantes pintadas con frases como "Muerte a los árabes" y "Mahoma cerdo" en la universidad y disparos en mitad de la calle por grupos de colonos que salen a las cuatro de la mañana a "dar un paseo a ver qué encuentran"..
Así que la respuesta de Netanyahu a un acto de legalidad internacional largamente postergado es la guerra y el terrorismo. Aquello que no han se han cansado de repudiar desde que ese sionismo político que representa iniciara ambas cosas en la década de los treinta del siglo XX en Oriente Próximo.
En eso ha transformado la resistencia heroica. En eso ha convertido Massada.
Bastante malo es buscar de ejemplo una resistencia que llevó a la muerte autoinflingida a todos los que la practicaron. Pero lo que es criminal es arrastrar a toda la población de un país a ese suicidio cuando se sabe que no se tiene la más mínima razón lógica para exigirlo.
Pero claro Israel no cree en el suicidio. No pueden creen en él. Yahve lo prohibe.
Así que quizás sea por eso -o quizás no. De hecho, es más probable que sea por todo lo contrario- los israelíes no quieren suicidarse.
Las mujeres y los niños israelíes no van a dejar mansamente que sus hombres les corten las gargantas como hicieran las familias de los sicarios -era su nombre, no es una abjetivación- en Massada; los hombres del ejército israelí no se van a echar a suertes quien mata a los demás para evitar el suicidio -que bien le ha hecho a ese ejército Breaking the Silence-.
Israel está en las plazas de Tel Aviv gritándole a su gobierno que no hace falta sacar los víveres al patio antes de inmolarse. Que lo que hay que hacer es repartir los víveres y asegurarse de que se pueden conseguir más; El ejercito israelí está recordando a Netanyahu con Breaking the Silence que el honor y la defensa de un país no pasa por la humillación y la derrota de sus vecinos.
Puede que el bueno de Benjamín no tenga tan fácil como Eleazar Ben Yair, convencer a sus gentes de que se suiciden para evitar una derrota que lo único que demostraría es que él y el sionismo político, estaban equivocados.
Algo que poco o nada tiene que ver con el verdadero futuro y la supervivencia de Israel, de la autentica Israel, no la que ellos se han empeñado en inventar y proclamar como el nuevo Estado Independiente de Massada.
Esperemos que nosotros, los occidentales, no nos veamos obligados a hacer de Lucio Flavio Silva el día en el que penetremos dentro del muro de este nuevo estado de resistencia y suicidio heroícos.
Esperemos que no tengamos que encogernos de hombros como el injustamente olvidado gobernador romano de Siria -¡Anda, Judea pertenecía a la provincia romana de Siria. Otro dato histórico misteriosamente ignorado!- y emular sus palabras: "no les hacia falta morir solos, ¿tanto les cuesta vivir con otros?".

Pero ellos siguen en sus trece. Cuando esté concluido el muro que separa Israel de su frontera egipcia ya nada permitirá a los israelíes mirar al otro lado. Los tres muros y el mar les separan del mundo. El Estado Hebreo será Massada.
Ya podrán resistir. La teoría de la raza solitaria odiada por los hombres y elegida por dios volverá a cobrar fuerza. Y Netenyahu y los suyos ya podrán dormir tranquilos. Ya tendrán lo que buscan. Ya serán Ben Yair y sus sicarios. Ya serán mesias.

viernes, septiembre 16, 2011

La Concapa encuentra el error educativo en el espejo

Pues resulta que al menos algunos han decidido no dejar su futuro exclusivamente en manos de sus profesores. Parece que alumnos y padres han pensado por fín que el devenir del tiempo se construye sobre el presente y ese presente no son las condiciones laborales de los profesores, sino las espectativas docentes de los alumnos.
Bueno, casi todos.
Porque los hay, los de siempre, que no están por la labor. Como tienen asegurado el futuro ineludible de la segunda vida según no se cual divinidad no parece preocuparles el transcurso del futuro en esta.
Primero llaman a la responsabilidad a los profesores para no hacer la huelga. Ellos, que han permitido que se expulsara a docentes de centros religiosos por negarse a aceptar el creacionismo divino como una teoría científica; ellos, que han puesto en riesgo el futuro docente de muchos de sus hijos por una resistencia ideológica sectaria a aceptar la realidad política y jurídica de este país en una asignatura.
Ellos piden responsabilidad a aquellos que están enfrentándose a lo injusto precisamente haciendo ese ejercicio de responsabilidad.
Se atreven a decir que eso de trabajar dos horas más es lógico y no es nada del otro mundo. Se ateven a hacerle el juego a aquellos que han buscado vender esa imagen para ocultar cientos de millones de euros en recortes en la educación pública.
Y luego, cuando las cifras europeas y de la OCDE les desmienten,cuando se demuestra que nuestros profesores y nuestros alumnos tienen más horas lectivas y docentes que cualquier país de esos que llamamos desarrollados, entonces los chicos de la Cofederación Católica de Asociaciones de Padres de Alumnos, echan balones fuera y redoblan el ataque.
"Si se dan más horas y hay más fracaso escolar es que algo funciona mal".
Primero les llaman irresponsables y luego les tildan de inútiles.
Claro que falla algo.
Es posible que fallen aquellos progenitores que cuelgan a sus hijos de las consolas de última generación en lugar de monitorizar sus deberes.
Es posible que maren el tiro los ancestros que se preocupan mucho más del largo de la falda de su hija y de su presencia en los servicios dominicales que de su incapacidad para resolver un logaritmo nperiano; que se asustan mucho más de que su hijo esconda un playboy bajo la cama y que no acuda a los ejercicios espirituales del sábado que de que sea incapaz de distinguir la balencia de Valencia.
Es posible que yerren estrepitosamente los padres que creen que se han de sacrificar horas lectivas para dar sermones y difundir hipótesis religiosas en lugar de para sentar las bases del conocimiento de la historia, del latín o del griego -lengua pagana donde las haya, por cierto-.
Es posible que se equivoquen hasta el estrago aquellos que creen que sus hijos deben destinar horas al catecismo en lugar del álgebra, a la biblia en lugar de al juego, al rezo en lugar de al estudio.
Es posible que fallen aquellos que, por una absoluta increencia que fingen no tener, por una completa incultura de sus propias fábulas iniciales y finales de la humanidad, exijan que se enseñe en los colegíos aquello que debería mostrarse en las iglesías y a lo que ellos y solamente ellos deberían dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios que, al parecer, su malentendida fe les permite exigir a los colegios.
Es posible que yerren aquellos que, preocupados por otras cosas, por otros fines, por otros cielos, envíen a sus hijos con una falta tal de disciplina y educación a los centros de estudio que los profesores necesiten más tiempo del necesario en enseñarles aquello que deberían haber traído aprendido de casa.
Claro que falla algo. Fallan ellos.
En cualquier caso, todos estos vicios parentales no son exclusivos de la paternidad y maternidad católica.
Pero ellos son - ellos y su confederación- los que se han quejado, los que han eludido su responsabiidad.
Ellos son los que le han hecho el caldo gordo a unos gobiernos autonómicos que saben que va a utilizar parte de ese dinero detraído de los colegios públicos para aumentar sus conciertos privados de uniforme, patio vigilado contra brotes de amor adolescente y misa los miércoles de ceniza.
Son ellos los que han dudado de todos sin dignarse a a hacer la más mínima autocrítica.
El fracaso escolar es tanta culpa de los padres que los profesores no pueden evitarlo y los señores de la CONCAPA, perdidos entre salmos y rezos, le quieren echar la culpa a quien sea con tal de que ellos no tengan que asumir ningún esfuerzo para corregirlo.
Son capaces de apoyar un sistema que sacraliza ese fracaso sacando a los chavales del entorno docente para ponerlos a trabajar -como antaño- antes de agotar las posiblidades de su formación.
Es tan antiguo como la educación católica, es tan antiguo como la irresponsabilidad paterna y materna, es ta nantiguo como el sectarismo religioso y las simonías. Es tan antiguo como la enseñanza de la religión en los colegios.
Ellos ya han elegido. Religión por encima de sociedad. Salvación por encima de futuro. Que se queden ahí. Hace tiempo que perdieron la posibilidad de exigirle nada al sistema de educación público. No creen en él.
Es tan absurdo como si yo le exigiera a su dios que les metiera en cintura. A lo mejor hasta me escuchaba.

El rentista de Rajoy nos aboca a la septicemia

Parece que Rajoy, el ínclito Mariano que ya se se ve presidente, se está acostumbrando a poner el dedo en la yaga. Claro que cuando lo pone o no se da cuenta de que lo ha puesto y escuece o no percibe que es una yaga. Tampoco se le puede pedir todo.
Y en este momento la yaga es el pacato e incompleto impuesto sobre los altos patrimonios y el dedo son sus declaraciones sobre la dura vida del rentista.
Dice el bueno del candidato popular que, pese a todo, sigue siendo el menos popular de los candidatos, que él conoce a gente que vive de las rentas. Que él sabe de personas que tienen una vivienda -una segunda vivienda, supongo- y  viven de los réditos que esa propiedad les genera.
Y, claro, para que dé más pena el duro caminar del rentista por la agreste selva de la subsistencia económica, son ancianos. Por lo menos los que conoce Rajoy -seguro que de esta le votan-.
Más allá de lo absurdo de grabar las fortunas personales con un impuesto mientras no se graba las auténticas fortunas, las que por el hecho de dividirse fingidamente entre muchos, se pierden en el limbo, es decir, las corporativas; más allá del ridículo de las cábalas que ahora hacen todos los políticos antes de dar su voto para ver si ellos entrarían en el impuesto o no; más allá del hecho de que Rajoy ha cambiado su niña, su amada niña, por los abuelos de la misma y una casi imposible herencia en la ancianidad -¿a qué años se han muerto los padres de esos buenos señores para que les haya llegado una herencia en el ocaso octogenario de sus existencias?-, Rajoy pone el dedo en la yaga.
No se da cuenta pero aprieta en la pústula supurante que ha necrosado el sistema hasta pudrirlo, en la sepsis que ha coagulado nuestra capacidad de supervivencia económica, en la septicemia que ha infectado definitivamente hasta el último rincón del vía crucis social que se ha dado en llamar liberalismo económico.
Rajoy pone el dedo en los rentistas. Aunque él no sabe o prefiriere no saber que ellos son la yaga.
Tras la nueva imagen electoral generada por la siempre calenturienta mente del líder otorgado del Partido Popular de dos abuelos comprando la ofertas en el DÍA, sobreviviendo con el alquiler que cobran por su lujoso piso en el barrio de Salamanca o en Puerto Banús -no olvidemos que la casita de marras tendría que tener un valor mínimo de 700.000 euros- se esconde la figura, la sombra que realmente debería ser tratada en todo esto.
El rentista, aquel o aquella que pasa toda su vida ganando dinero sin hacer nada, sin aportar nada al flujo de riqueza de un país o de una sociedad, jugando con el capital, medrando con la incertidumbre, navegando por los mercados y capeando las tormentas que él mismo genera mientras cientos de naves se hunden a su alrededor.
Puede que la mente histórica nos arroje al petimetre de puñetas de gasa y pañuelo de seda o al hijo pródigo novecentista de tertulia cultural, alfiler de corbata, chistera, bastón de puño de hueso y pistolas de duelo. Puede que el inconsciente emotivo nos arroje al casero octogenario que recauda la renta y siente como un insulto personal la obligación de arreglar la caldera.
Pero esos no son los rentistas. Hoy los rentistas son los que calzan zapatos de 140 euros, trajes de Armani y juegan cada día, cada hora, cada minuto, con el futuro de las empresas, con los objetivos de los estados, con la estabilidad del sistema económico, sin aportar nada más que incertidumbre. Sin dar nada y tomándolo todo.
Vamos, lo que, en el fondo, todos querríamos hacer.
Los rentistas se sientan hoy en las juntas generales de accionistas, en los consejos de administración y toman decisiones que nada tienen que ver con las empresas y sí con sus carteras. Son los que al final del año comprueban sus cuentas de dividendos y se dan cuenta de que han recibido un dinero que, por la lógica social más aplastante, por la justicia general más básica, no deberían percibir.
Unos rendimientos que detraen de los beneficios que deberían recibir otros, de las inversiones que deberían hacer otros, en un pago y una retribución eterna y continua por arriesgar su dinero -que probablemente había sido obtenido de idéntica manera- en un momento puntual y que ya han amortizado con creces.
Esos son los rentistas. No la casera de kilo de patatas a 1,35 euros en el DÍA.
Los rentistas son los que mandan a su lobos a los parquets de todo el mundo en una inacabable cacería en la que todo está permitido, en la que, por mas comisiones, síndicos y juntas que se creen, sigue sin haber reglas.
 En la que se puede acorralar de repente el trabajo de un empresario y los empleos de cientos de personas para lograr beneficios sin moverse del sofá -de buena piel, por supuesto, nada de mariconadas del Ikea- .
Los rentistas son los que inflan mercados y empresas que no tienen estabilidad ni solidez para que los rendimientos de sus acciones suban y luego desinflan burbuja tras burbuja -la virtual, la inmobiliaria, la tecnológica, ¿cuantas burbujas llevamos ya?- para embolsarse los beneficios de la operación.
Esos son los rentistas. No el niño de papá que dilapida en putas y viajes la herencia paterna.
Los bancos centrales inyectan liquidez y la bolsa sube. Y nosotros creemos que eso tiene algo que ver con nosotros, que eso es algo que nos beneficia, aunque sea indirectamente, a través de los estados y las empresas.
Pero no. La bolsa no tiene nada que ver con nosotros, no tiene nada que ver con las empresas que cotizan en ella.
Toda esa liquidez terminará indefectiblemente en las carteras y las cuentas paradisiacas de esos rentistas que encontrarán la manera de robarla del sistema a través de operaciones de accionariado, de opas o de cualquier otro mecanismo que dejará la situación igual o peor, pero que les hará a ellos más ricos.
Por más que nos la vendan o nos la hayan vendido como el baremo y el termómetro de nuestra salud, la bolsa, ese perverso club social de rentistas sin escrúpulos, es solamente el parte médico continuo de como avanza nuestra septicemia.
Pero esos rentistas permanecen en la sombra, nadie les mira y nadie les toca. Unos nos los venden como las grandes fortunas de jet privado y noche en el Liceo, El Real o El Arriaga y los otros nos los pintan como la reminiscencia plausible y tierna de la mítica Doña Estefaldina y sus aparcerías de la malhadada Cecilia.
Así que quizás Rajoy tenga razón y no haya que tocar los patrimonios.
Quizás haya que grabar las actividades; restringir el número de beneficiarios financieros por empresa y la cantidad de empresas de las que un solo individuo, una empresa o una corporación puede ser inversora financiera. Quizás haya que grabar tanto los beneficios de la especulación bursátil y financiera que ya no les resulte rentable jugar al paddle y consultar el iPhone mientras derriban y encumbran empresas, mientras destruyen nuestro presente y cercenan nuestro futuro. Quizás haya que controlar de verdad o incluso cerrar La Bolsa.
Y algunos me dirán que eso es imposible en este sistema. De acuerdo, yo no he dicho que tengamos que seguir en este sistema.
Quizás aquellos y aquellas que ni trabajan, ni crean empresas, ni realizan actividad productiva ninguna tengan que ver como las inmensas alas de la Agencia Tributaria se extienden sobre ellos, enviándoles el mensaje de que una sociedad que se precie no puede tolerar, por pura supervivencia, tanta gente que gana dinero sin hacer nada, sin crear nada, sin cambiar nada.
Pero ni el socialismo apologético de Zapatero y sus grandes fortunas de a 700.000 euros ni el populismo  evangélico de Rajoy y su emblemática imagen del anciano rentista harán nada de eso.
Y no lo harán no porque ellos no quieran hacerlo. No lo harán sencillamente porque nosotros no queremos que lo hagan.
Porque, en el fondo, tanto hemos abominado del trabajo, tanto hemos aparcado la decisión vocacional sobre nuestros futuros, tanto hemos denostado nuestra responsabilidad para con nosotros mismos y nuestras posibilidades, que no nos molesta la existencia del rentista. Solamente nos molesta no tener invitaciones para unirnos a ese club.
Tanto hemos imbricado el egoísmo en nuestras mentes individuales que ya todos queremos ser ricos. No queremos hacer una cosa u otra.
Únicamente queremos ser rentistas. Hasta los mejores de nosotros sólo sueñan con vivir de las rentas. Así que no podemos consentir que el rentismo desaparezca.
No podemos permitir que se eche el cierre definitivo a la Bolsa de Valores y, sabiendo de antemano que no vamos a encontrar la paz egoísta en la suerte de las rentas, se nos arroje a la necesidad de soñar con la felicidad en el aprovechamiento de nuestras capacidades, nuestros esfuerzos y nuestras vocaciones.
No podemos consentirlo porque no exploramos las primeras, rechazamos los segundos e ignoramos o ni siquiera nos planteamos las terceras.
Porque creemos haber ganado con la sangre de otros, la vocación de otros y la lucha de otros, el derecho a ansiar un destino en el cual el mundo nos de todo sin que nosotros tengamos la obligación de darle nada.
Así que Rajoy sin saberlo ha puesto el dedo en la yaga. Y una vez más la yaga, a través de la que nos invade nuestra propia septicemia, somos nosotros mismos.

Cuando los muertos duelen, aunque sean enemigos



Hay veces que la voz del pueblo de Israel es silenciada por los cañones de sus halcones guerreros. Cuando la paz era una entelequia ya había alguien que tenía los ovarios para cantar un requiem por los muertos bajo las armas de sus compatriotas
Hosanna, Ofra Haza, Hosanna (aunque te peinaras como Cher).

A una, a todas y a ninguna.


¿Cuando nos tropezamos, cuando nos excedimos?
¿Cuando hicimos que el espejo nos mirara con los ojos de los otros?
¿Cuando anclamos nuestro sino a lo cierto y lo sabido
y eludimos el esfuerzo, y cerramos los caminos?
¿cuando abrimos la alacena para ver los platos rotos?
Pero, ¿cuando lo supimos?

Que los cuerpos en los lechos no calientan corazones ateridos
Que las noches de locura no nos hielan las ausencias ignoradas
Que los vasos y los besos no nos cambian a los vinos y las rosas
Que fuimos y seremos las eternas mitades de mitades olvidadas
Que el gemido más profundo nunca acalla a la risa más odiosa
Que el recuerdo nos mantiene, que el futuro nos aterra
Que vivimos en las sombras de las luces que encendimos
¿Cuando reconocimos que no fuimos lo que somos?
Que no somos lo que fuimos.

¿Cuando andamos el camino que nos hizo solitarios?
¿Cuando dimos nuestros cuerpos para no vender el alma?
¿Cuando odiamos con vergüenza, cuando amamos con recelo,
y pesamos lo entregado, y medimos lo ofrecido?
¿Cuando dimos la batalla que nos hizo mercenarios?
Pero, ¿cuando lo supimos?

Que el amor es el desastre que calienta nuestros fríos
Que es el lógico balance que es de dos o no es de nadie
Que los ritos y los mitos no nos cubren las carencias
Que el silencio de lo incierto no se tapa con los gritos
Que no somos sin aquellos que nos cargan las esencias
Que la vida es el castigo del que avanza dividido
¿Cuando reconocimos que no fuimos lo que somos?
Que no somos lo que fuimos.

Quizás nunca lo hicimos
¿Cuando haremos la pregunta que nos prive de la muerte
y daremos la respuesta que nos lleve hasta la vida?
¿Cuando haremos el camino que derrote al caminante?
¿Cuando nos buscaremos sin pensar en nuestra suerte? 
¿Cuando nos pararemos en el gozo de estar quietos?
Quizá un día ya lo hicimos
Quizá un día nos amamos y olvidamos que lo hicimos.
Quizás no sea malo, quizás no sea indigno
Quizás ya poco importe olvidar lo que dimos,
olvidar ese día, olvidar lo que fuimos.
Quizás haya que obviar que un día ya dejamos de amar
Y olvidar que ese día morimos.


jueves, septiembre 15, 2011

Los cuatro ángeles de la nueva economía mundial (Europa llama a los sepultureros)

Nosotros seguimos a lo nuestro. Seguimos intentando apuntalar las ruinas, adecentar el local y lavarle la cara a la casa en lugar de dar por derruido el tinglado, retirar los escombros, allanar el terreno y ponernos manos a la obra en la construcción de otra cosa.
Y esa insistencia en lo nuestro, en matener un guión que no sabemos interpretar porque nunca hemos confiado demasiado en el papel que nos tocaba, nos está incapacitando para avanzar, nos está impidiendo librarnos de un lastre que nos está ahogando: nuestro sistema económico.
Creemos que salvando la deuda, salvando la especulación de la inversión sobre los tesoros -¡qué medieval suena eso de tesoros!- públicos, salvaremos el sistema, salvaremos la moneda. Lo pondremos todo a salvo.
Y, de repente, la Vieja Europa, inmersa como está en esto de sobrevivir en un sistema económico que no asegura la supervivencia a casi nadie, se gira buscando a un Estados Unidos que está casi en las mismas, casi tan al borde del desastre que el fanatismo político les empieza a parecer una opción aceptable.
Se gira hacia él y no le encuentra. No sólo no aparece un nuevo Plan Marshall, como la mítica solución cincuentona para Europa que idearon los estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial, sino que de repente percibe entre la bruma de la política yankie cómo la Falla de San Andrés se va abriendo para convertir la economía estadounidense en otro abismo insondable en el que ya se percibe como una solución reconfortante en el desastre la dolorosa paz de chocar contra el fondo.
Y entonces, cuando nos debatimos en el vicio infinito de morir nuestra muerte por no saber cambiar de vida, en el horizonte aparecen cuatro sombras, cuatro siluetas imprecisas que vienen a ayudarnos, que acuden desde el limbo en el que las teníamos olvidadas a permitirnos seguir jugando a ser lo que somos sin pararnos a pensar que lo que somos es lo que nos ha conducido hasta donde estamos.
Como los ex amantes que nos calientan la cama ocasionalmente para permitirnos eludir la reflexión un verdadero fracaso amoroso, como los denostados hermanos mayores que acuden a nuestro rescate cuando nuestra irresponsabilidad o nuestra mala suerte se ceba con nosotros, como las antiguas compañías y amistades que recuperamos en las redes sociales para volver a intentar experimentar la juventud que no ansiaríamos si hubiéramos aprendido a vivir en la madurez, cuatro siluetas que abarcan el mundo acuden al rescate de Europa, esa vieja Europa que ya no sabe lo que será porque se niega a dejar de ser lo que está siendo.
Y los nombres de los fantasmas, las banderas que lucen en su pecho, nos hacen preguntarnos qué ha pasado, cómo es posible, cuando empezó a ocurrir lo que ahora estamos descubriendo que ya ha ocurrido.
Rusia, Brasil, China e India acuden al rescate y nosotros, en un escaso momento de lucidez, nos preguntamos si son los cuatro ángeles de los vientos o los cuatro jinetes del Apocalipsis.
No nos damos cuenta de que esos cuatro países -sin contar los habitantes de toda la esfera de influencia rusa- suman la mitad de la población de La Tierra, no sabemos percibir la lógica aplastante que supone que no podamos seguir adelante sin contar con ellos.
Durante tanto tiempo lo hemos hecho, durante tantos siglos hemos creído que el mundo eramos nosotros, que el futuro era solamente nuestro y que la Civilización Occidental Atlántica podía sobrevivir sin nadie más que ella, que ahora, cuando la mano tendida de aquellos que siempre debieron contar y que nosotros no quisimos que lo hicieran nos recuerda que somos apenas un veinte por ciento de los habitantes del mundo, nos sorprende, nos choca, nos deja en un perpetuo fuera de juego anonado e incrédulo.
Nos preguntamos cómo pueden apoyarnos países en los que la miseria está tan a la orden del día que hay ONGs que trabajan día y noche sólo para enterrar a los muertos de las calles; como pueden ayudarnos aquellos que tienen focos de pobreza y marginalidad  institucionalizados en sus capitales hasta el punto de que tienen gobiernos propios; como pueden salvarnos estados en los que los negocios mafiosos ponen y quitan lo que les viene en gana solamente controlados por la mano dura de antiguos espías y torturadores que son sistemáticamente apoyados por sus poblaciones; cómo pueden apuntalar las ruinas aquellos que no toleran la disidencia, manejan a la población como fichas de dominó y son incapaces de asegurar la alimentación básica a su siempre creciente demografía.
Y la respuesta, que debería atronarnos los oídos hasta enloquecernos y ensordecernos, se queda en un susurro que escuchan solamente unos pocos, que interpretan menos y que no quiere creer nadie.
Los cuatro alados jinetes emergentes del Nuevo Orden Mundial pueden hacer lo que hacen porque han aprendido a jugar a nuestro juego mucho mejor de lo que nosotros hemos llegado a jugar nunca.
Porque han aprendido que, en las fronteras de la Civilización Occidental Atlántica, lo único que cuenta para propios y extraños, para ciudadanos y gobiernos, para personas y sociedades, es el dinero. Y ellos lo tienen en cantidades ingentes. No lo reparten bien, no lo gestionan adecuadamente. Pero lo tienen.
Hemos esquilmado sus recursos a cambio de dinero, hemos consentido sus excesos a cambio de dinero, hemos cerrado los ojos y abiertos las manos -sobre todo a Rusia y a China- a cambio de dinero. Dinero y mercados, que viene a ser lo mismo. Ellos nos han mirado, nos han escrutado, nos han estudiado y han aprendido.
Ahora nos dan lecciones.

Comprarán nuestra deuda y frenarán la especulación privada con las deudas públicas que nos está llevando al agujero. Nos darán la estabilidad que necesitamos, la tranquilidad que precisamos, se convertirán en esos amantes ocasionales que nos ocultan que no tenemos verdadero  amor en nuestra vida, en esos sacrificados hermanos que, sonrientes, nos hacen olvidar que carecemos de responsabilidad en nuestros actos, en esos olvidados amigos de la infancia que nos permiten pasar por alto el hecho de que no hemos puesto un sólo gramo de madurez en nuestras existencias.
Europa  -y Estados Unidos en la escasa parte que le toca- ha olvidado que somos la cuna de muchas cosas, que teníamos y tenemos la responsabilidad histórica de cuidarlas y mantenerlas, de traspasárselas, mejoradas y aumentadas, a las siguientes generaciones. Ahora solamente somos librecambistas y a eso puede jugar cualquiera. Incluso mucho mejor que nosotros.
Todavía los hay que se quejan y dicen que China, que Rusia, que India -y supongo que incluso Brasil- no pueden entrar en el juego, no tienen derecho a salvarnos de nosotros mismos y de nuestro sistema económico. Así de soberbios somos.
Lo dicen porque, según ellos no son economías de mercado completas. ¡Claro  que no, por eso funcionan, por eso pueden acudir al rescate!
Ninguno de los sistemas de esos países se parece a nuestro pulcro catafalco de la economía de mercado y el liberalismo puro y duro neocon que estamos intentando salvar de una muerte tan anunciada como inevitable.
Ni China, ni Rusia, ni Brasil, ni, desde luego, La India, tienen nada que ver con nuestros mantras económicos irrenunciables del déficit cero y los beneficios intocables, de la flexibilización laboral y la inversión financiera incontralada, del reino del caos de los mercados puros ni de las privatizaciones y desrregulaciones.
No solamente no siguen esos mandamientos irrenunciables para nosotros sino que además no creen y nunca han creído en ellos.
Pero todo eso es lo sencillo, lo que podemos escuchar y saber con solamente ver aparecer en lontananza las siluetas de los cuatro ángeles de los vientos que acuden al rescate de Europa. El susurro que nadie oye o nadie quiere atender no tiene que ver -como siempre-con el cómo sino con el porqué.
El porqué que explica los motivos que llevan a los nuevos pilares del Orden Mundial -junto con el quinto pilar del que hablaré en breve (lo siento, por vosotros)- a ayudarnos a seguir siendo nosotros mismos. Las motivaciones que convierten a nuestros salvadores en nuestros sepultureros.
Y es que no solamente han aprendido el juego del dinero.
Después de experimentarlo en carne propia durante generaciones, de sufrirlo en su sangre y en su historia durante siglos, en su pasado y en su futuro durante la mayor parte de sus existencias como pueblos y como naciones, han aprendido otro juego de esos a los que creíamos que sólo sabíamos jugar nosotros.
Después de los 55 días de Pekín, de los Boxers -no los calzoncillos, claro-, de la Enciclopedia de Yongle, de la revolución de Octubre, de los Boyardos, de las joyas de la zarina, de la muerte de los Romanov, de los marajás, de la resistencia pasiva, de la Compañía Británica de Las Indias Orientales, del Raj, del Amanecer Zulú, de la Guerra de los Boers, de La Araucana y del Ave María Guaraní; después de Su Graciosa Majestad, del Imperio español del continuo sol, de Rasputín, de Gandhi, de Bolivar, de Porfirio Lobo, han aprendido a jugar al colonialismo. Y lo están haciendo de lujo.
Lo hacen porque su ayuda nos convertirá en los jefes de la tribu africana que comercian con esclavos para mantener la ficción de que son los más grandes señores guerreros del mundo; en los marajas que permiten a los británicos campar a sus anchas a cambio de vivir la ilusión de que siguen siendo los más ricos y poderosos del territorio; en el pequeño emperador que no mira más allá de los muros de La Ciudad Prohibida con tal de seguir experimentando la sensación de que es el elegido de los dioses para gobernar el mundo.
Los jinetes emergentes salen de la bruma para permitirnos seguir siendo nosotros mismos porque han descubierto que así no molestaremos, que de esa manera no sentiremos la espada de Damocles del cambio sobre nuestros occidentales cuellos. Que así seguiremos muertos, que es lo mejor que ha hecho la Civilización Occidental Atlántica con respecto al mundo desde La Segunda Guerra Mundial.
Una vez más, la forma de actuar de aquellos que, en nuestra ceguera y soberbia, seguimos llamando economías emergentes, nos demuestra que todo ha cambiado. Que el centro del mundo ya no estará nunca más en París, Madrid, Londres, Washington o Bruselas.
El centro del mundo está en Riberao Preto. Ya sólo falta El Hegemón. Y quien no sepa de lo que hablo que lea a Scott Card.

martes, septiembre 13, 2011

Nuestra Señora de Cospedal le reza a San Mourinho

Desde que la solución tradicional del democratismo español a las crisis, o sea, votar a los otros, la colocara al frente de un gobierno autonómico, María Dolores de Cospedal se ha convertido en un ejemplo.
Todo el mundo la usa como paradigma de esto, la interpreta como definición arquetípica de aquello otro o la presenta como modelo ejemplarizante de lo de más allá.
El Partido Popular se mira en sus formas aparentemente firmes para mostrar lo que será su política económica de recortes, tijeratazos y ahorro a ultranza, a costa de lo que sea y de quien sea. Nos la pone como paradigma de la actitud de inflexible firmeza y de transparencia cristalina que van a poner en marcha cuando el trámite electoral les catapulte al gobierno que ya creen tener en sus manos por derecho propio -El PP todo lo tiene y obtiene por derecho propio, no lo olvidemos-.
El Partido socialista nos la vende como botón de muestra de que lo que nos espera, de lo que hemos de aguardar en excusas malintencionadas, en políticas neocon de rango salvaje, en pérdida del Estado de Bienestar, en desestructuracion social y en supresión de servicios públicos, en aras de cuadrar un déficit que, curiosamente, no han originado los servicios públicos sino los fiascos financieros privados.
Y la realidad, la denostada realidad que nadie mira y que todo el mundo pretende interpretar, nos la coloca en el epicentro regular de un ejemplo coral mucho más doloroso, mucho más perceptible, mucho más reiterado. Mucho más nuestro.
La virgen de los dolores castellano manchega se ha convertido en el remedo, en la sustituta 2.0, de la ínclita presidenta de la comunidad madrileña.
No porque sea el nuevo azote neocon de los servicios públicos, no porque sea la última en sumarse al carro de la criminalización funcionarial, sino porque Nuestra Señora de Cospedal y su déficit son verdaderamente lo que quiso ser la presidenta madrileña:
Espejo de lo que somos.
Maria Dolores de Cospedal es el ejemplo perfecto de la política que nos ha muerto y matado desde Jovellanos y el Marqués de La Ensenada, desde Canovas y Sagasta, Desde Indalecio Prieto y Calvo Sotelo, desde Fraga y González.
Una política que nos hace perdernos en diatribas, en luchas de cifras, en intentos baladís de quedar por encima, de demostrar nuestra veracidad, de ganar a cualquier precio aunque eso nos haga perder fuerzas, hacer el ridículo, demorar los esfuerzos y poner en tela de juicio cualquier cosa, cualquier elemento, cualquier institución, con tal de demostrarle al mundo y sobre todo al rival que nosotros y solamente nosotros tenemos razón.
El déficit castellano manchego ha variado sus cifras más que el Ibex 35 -aunque no siempre a la baja como la bolsa española-  y la toledana virgen de los dolores siempre ha estado en medio.
El quijote -o Sancho, que no lo tengo muy claro- Barreda también, pero ella ha sido la que ha capitalizado esa polémica, la que ha demostrado ser como cualquiera de nosotros seríamos. La que se ha enredado, la que se ha enganchado. La que se ha perdido.
Porque ella es la que ahora ejerce el gobierno, es la que ahora tiene la responsabilidad. Ya no es más la vecina molesta que protesta por todo, ya no es más la oposición intransigente que no se aviene a nada, ya no es más el PP. Ahora es Castilla La Mancha.
Y eso debería importarle mucho más que tener la razón.
Pero ella no ha podido hacerlo, el tiempo que le sobra entre sus misas no ha sido suficiente para que se de cuenta de ello.
Y como no tiene experiencia, como no sabe y ni siquiera presume lo que es el gobierno, ha tirado de lo que es. Ha tirado de lo que somos. Ha convertido el déficit castellano manchego en un clásico Madrid - Barça de futbol a doble partido.
Pero en uno de los de Mourinho.
Ha empezado por exagerar, por buscar excusas para perder antes de haber perdido, por elevar un día antes del partido -el 30 de junio- a 7.700 millones de euros un déficit que luego se ha comprobado que, como mucho, era la mitad.
Porque nosotros, los españoles, hacemos política así, hablamos de política así, decidimos sobre política así. Nosotros no votamos, vamos a las urnas a ver ganar a nuestro equipo.
Somos capaces de discutir por unas facturas sin pagar hasta la extenuación como si se tratara de una entrada fingida de Pepe en medio campo, como si se tratara de un codazo intuído de Busquets en el círculo central, como si fuera una zancadilla o un pisotón en la frontal del area.
Lo vemos, lo miramos con lupa, lo ampliamos a cámara lenta de slow motion y alta definición, pero no caemos en la cuenta de que no podemos cambiarlo, de que, por más que justifiquemos una derrota o una victoria con ese hecho, la victoria o la derrota ya se habrán producido y serán imposibles de cambiar.
Y Nuestra Ajustada Señora del Chanel de Cospedal ha hecho eso.
Y los otros, los sanchos que deberían obviar las quejas de capilla de su interlocutora, que deberían tirar del espíritu de traje con arrugas y rapado semiperfecto de Pep, se difrazan de Joan Gaspar, de Josep Lluis Nuñez y se quejan amargamente y entran en el juego y reclaman una tarjeta amarilla inexistente, un penalty que se fue al limbo...
Intentan justificar por qué Busquets soltó el codo, por qué Messí se tiro, por qué Victor Valdés se metió en una trifulca con el segundo entrenador del Madrid en la banda cuando ni siquiera debería haberse acercado a la banda.
Las cifras bailan en un baile de perros en el que, como diría el poeta urbano, los gatos no saben bailar porque no les importa nada salvo su verdad, salvo su necesidad.
A una, la santa dolores de Cospedal, su necesidad de justificar una política de recortes en la que cree pero en la que no tiene los reaños suficientes como para confiar como elemento electoral para dentro de cuatro años.
A los otros, los sanchopanzas de la élite guerrera de Barreda y su quijotesca defensora Cristina Garmendia, su necesidad de demostrar que no han generado déficit para justificar una política de servicio social en la que no creen verdaderamente porque saben que no todo el dinero se ha ido en servicios y no todos los servicios eran del todo necesarios.
Así que, esa incapacidad de defender en lo que se cree, esa imposibilidad tan nuestra de apechugar con lo que nos encontramos y no buscar excusas en los demás a nuestros actos, hace que haya un baile de cifras mareante, hace que el ciudadano sea incapaz de saber la cantidad exacta del dinero que se debe y en qué se debe.
Y encima la Sindicatura de Cuentas de Castilla La Mancha -¡si Felipe II levantara la cabeza y se enterara de lo que han hecho con su Sindicatura de cuentas!- se suma al clásico futbolístico y se disfraza de árbitro indolente y cobarde que no quiere amonestar ni a unos ni a otros, que no saca la tarjetas que debe, que no expulsa al agresor y que saca las faltas fuera del área para no verse obligado a pitar una pena máxima.
Así que parece que hay tres -o incluso cuatro- déficit castellano manchegos. Pero en realidad solamente hay uno. El problema es que nosotros no sabemos no tener razón.
En cualquier país civilizado -incluso en los occidentales atlánticos- una institución, una entidad, una autoridad da una cifra de deficit y todo el mundo trabaja con ella. Se acabó.
No se cuestiona, no se interpreta. No se engorda para ponerla como excusa ni se rebaja para utilizarla como mérito propio y demérito del sustituto.
Puede parecer autoritario, antidemocratico y oscuro y puede que lo sea. Pero es tan antiguo como los tirbunales de cuentas, tan antiguo como los quaestores romanos. Tan antiguo como las matemáticas.
Pero, como a Nuestra Señora de Cospedal no le gusta eso, lo más probable es que tire de la otra solución que Mou utiliza en los clásicos.
Dejar en el banquillo a todos aquellos que no siguen su política; privar del juego a los que saben jugar mucho mejor que ella pero nunca han jugado para ella.
A todos aquellos que llevan veinte años en el Real Madrid pero piensan que la gestión pública es algo más que el camino hacia la reelección y que las elecciones o las crisis no pueden impedirte hacer un correcto y ajustado servicio público.
Condenar a los entrenamientos en solitario fuera de la lista de convocados a todos aquellos que saben mover el balón y no quieren echarlo fuera, a todos aquellos que saben desmarcarse pero reconocen un fuera de juego para no poner en entredicho al árbitro. A todos aquellos que salen a un campo a jugar al fútbol porque no les importa quien gane mientras lo haga quien tiene que hacerlo. 
A todos aquellos que sin ser de nadie no son de los suyos.
De hecho, creo que ya lo está haciendo.

lunes, septiembre 12, 2011

Rusia, El Asad y China nos registran en Meetic

Siempre llega un momento en que las lecciones de historia tienen que recurrir al término Nuevo Orden Mundial.
Si la civilización occidental atlántica dura lo suficiente como para que estos años se estudien en nuestros libros de historia, es seguro que sobre estas fechas alguien hará una reflexión del Nuevo Orden Mundial surgido tras el enésimo e ineludible derrumbe del sistema económico neo liberal, la crisis europea y el colapso estadounidense.
Pero, pese a la grandilocuencia del término, los síntomas de los nuevos ordenes mundiales no han sido grandes hechos.
Puede que se hable de la Conferencia de Yalta, de Los Estados Generales de Francia, de la caída del muro de Berlín. Puede que esos sean los hitos reales que marcaron el nacimiento de esos nuevos órdenes, pero la existencia de los mismos no se experimentó en esos momentos. La transformación de roles que supusieron esos cambios de orden no se vislumbraron en esas instantáneas históricas.
Es lo pequeño, lo que podría llegar a ser insignificante, lo que marca en la cotidianeidad el cambio de órdenes, el Nuevo Orden Mundial. Es un campesino llegando a la ciudad sin una cédula de su conde, es un soldado estadounidense peleándose en una taberna alemana, es la puerta de un McDonals abriéndose en Moscú.
Es la percepción -y por una vez la percepción sí es un baremo adecuado- de lo que debería ser grandioso como pequeño, de que lo que debería ser ínfimo como importante, de lo que era grande como minúsculo y a la inversa.
Y sobre todo es la incapacidad de aquellos que han perdido roles en el nuevo orden para percibir su nueva situación.
Su intento de hacer lo mismo que hacían antes y el darse cuenta de que ya no pueden hacerlo o de que, cuando lo hacen, ya no tiene el mismo efecto.
Así que en este nuevo orden mundial nuestro que se nos avecina no son los tea party, no es la crisis del Euro, no es la guerra libia o el siempre irrenunciable once de septiembre lo que nos marca el cambio. Es otra medida, otra decisión.
Lo que nos hace percibir el Nuevo Orden en el que nos movemos es la decisión de embargo petrolífero a Siria por la represión que el presidente El Asad está haciendo de las protestas contra su régimen.
Estados Unidos y Europa deciden el embargo de la compra de petróleo a Siria en un gesto reflejo, en un mecanismo casi automático, de castigo de los poderosos, de los centros hegemónicos, a aquellos que no cumplen con sus reglas del juego.
Un bloqueo comercial, algo clásico en la política liberal, algo que nunca funcionó del todo pero que siempre lo ha hecho parcialmente. Funcionó con Cuba, con el Telón de Acero, con China...
Un embargo petrolífero. Un clásico que se impuso en el Irán de los Ayatolas, en el Irak de Sadam Huseín, en el Afganistán de los talibanes, en la Libia de la revolución corrupta y paranoica de Gadafi. Algo que siempre ha demorado, ha retrasado y ha asustado a los países que lo sufren, a los estados que dependen de la venta de crudo para cuadrar sus cuentas.
Algo que no funciona con Siria y que se sabe que no va a funcionar con Siria.
Eso y no ninguna otra cosa es lo que nos arroja de bruces al nuevo orden mundial. Aunque nuestros automatismos de potencia económica sigan funcionando igual, aunque nuestros cerebros de occidentales atlánticos no sepan percibir la diferencia.
 Es una medida que pasa inadvertida, una decisión que debería ser fulminante, que tendría que ser definitiva y que no lo es.
Y no lo es porque el mundo ha cambiado, porque se ha pasado la página a una lección de historia diferente.
No lo es porque Siria -al menos su desmedido y recalcitrante líder- se encoge de hombros y se limita a mirar a otro lado. Y el lugar al que mira, colgado del brazo de su rutilante esposa y de su sangrienta represión, le devuelve la sonrisa.
Nuestro embargo petrolífero, nuestra medida de presión más clásica y poderosa, se ha convertido en un chiste, en un mal chiste.
Porque la Rusia de Putin -que se empeña en disimular que es de Putin- nos mira con un gesto de niño pícaro que sabe que hace una travesura y finge no poder evitarlo y sigue comprando el petróleo sirio. Porque China, que ni siquiera se digna mirarnos, aumenta sus compras de petróleo a Damasco para compensar la pérdida.
Deberíamos haber empezado a intuir con el irremediable Hugo Chávez que yo no eramos lo que fuimos, que nuestras presiones ya no funcionaban igual. Deberíamos haber constatado con Ben Alí o con Mubarak que nuestros intereses ya no eran mandamientos sagrados en todo el orbe conocido, pero no lo hicimos.
Nos disfrazamos de lo que no eramos, fingimos desear lo que no queríamos para ocultar el hecho de que eso se iba a producir lo quisiéramos o no, aún en contra de nuestros deseos. Para minimizar el impacto que suponía que nos opusiéramos a lo inevitable.
El mundo ha cambiado y cada vez pintamos menos.
Nosotros nos negamos a armar a los rebeldes libios por un quítame allá esa política de imagen pacifista de los gobiernos occidentales y lo hace China -¿de verdad creemos que todas las armas que de repente han encontrado los rebeldes han salido de los arsenales de Gadafi?, ¿de verdad creemos que el dictador tenía baterías móviles antiaéreas montadas sobre furgonetas Isuzu de segunda mano?-.
Europa y Estados Unidos decretan el embargo petrolífero al dictador sirio -nuestro dictador sirio, no lo olvidemos- y China y Rusia ignoran la olímpicamente, de forma pública y sin esconderse ese embargo. 
Y además se atreven a sugerirnos que no se nos ocurra plantear un bloqueo militar o armamentístico porque ni siquiera estudiarán la posibilidad de ponerlo en marcha.
Y nos disfrazamos de pacifistas y nos indignamos porque Rusia y China están apoyando a un dictador, nos disfrazamos de demócratas y nos enfadamos porque están dando cobertura a un represor, nos vestimos de humanistas y nos mosqueamos porque Mevderev y Hu Jintao le están haciendo un flaco favor a la libertad.
Pero en realidad todo eso es una forma de intentar disimular que estamos consternados y aterrorizados porque nos hemos dado cuenta de que sin aparente solución de continuidad y por sorpresa son China y Rusia las que dictan las reglas, no nosotros ¿desde cuando los bárbaros dictan las reglas al imperio?
La respuesta nos hiela la sangre. Desde que sus hacha es más fuerte que nuestro pilum, desde que su oro es más numeroso que nuestros denarios.
Que los intereses del Vértice Oriental -alguien ya lo ha bautizado así- sean espúreos no nos preocupa.
Son igual de indefendibles que lo eran los nuestros cuando vendíamos armas y aviones a Pinochet o a Videla, cuando armábamos a la contra nicaragüense, cuando abastecíamos de minas personales a Gadafi o cuando la preciosa y moderna Asma visitaba museos con nuestra reina, tomaba el té con Su Graciosa Majestad, posaba con la famélica Letizia para la inevitable comparativa del corazoneo o admiraba la colonial vajilla de La Casa Blanca junto a la decrépita señora Bush, haciéndola parecer aún más decrépita.
Son igual de perversos que los que nosotros teníamos al entrenar a los servicios secretos egipcios, al recibir maletines cargados de dinero de los países africanos -que se lo pregunten a Jaques Chirac- al alimentar de armamento a los paramilitares colombianos, a los muyahedines afganos o a la guardia republicana de Sadam Husein. Son los intereses de una potencia mundial
Lo único que pasa es que, pese a ser los intereses de una potencia mundial, no son los nuestros. Y eso sí nos preopupa. No estamos acostumbrados a ello.
Nuestras sociedades y nuestros gobiernos se sienten de repente como el tipo al que le preguntan, tras dos intercambios virtuales con una desconocida, sobre el tamaño de su miembro viril; como la fémina que contempla estupefacta como ningún hombre le hace la pelota para llevarsela al catre y todos se limitan a pinchar en un retrato diferente cuando ella se hace la dificil.
Si el once de septiembre de hace diez años nos sacó de golpe de Matrix, el doce de septiembre de este año nos ha arrojado a Meetic.
Bienvenidos al siguiente y presente Nuevo Orden Mundial. Las reglas han cambiado y nosotros ya no las ponemos.

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