domingo, julio 31, 2011

El diálogo del ex alumno -segunda entrega- (o, ¿quién vigila al vigilante?)

- Pues sí, algunas ideas son buenas, otras menos buenas.
- A proposito, ¿son las del famoso movimiento 15 M?, ¿dónde estan?, ¿dónde se pueden discutir?
- La Madre Begoña, Blanca y hasta el ínclito Redondo te perdonarán por tus omisiones ortográficas. Pero a lo que vamos.
Las propuestas son en parte del 15M y en parte de otras muchas gentes que se han sentado a darle una vuelta al sistema -entre ellas yo, me temo- Se pueden discutir en varios foros y skups. Si quieres te paso los enlaces. 

- OK. el capitalismo esta caduco, pero sigo insistiendo en que la iniciativa privada no tiene por que moverse sólo por los beneficios económicos, podemos movernos por intereses mas altos y loables, eso son los valores a los que me refiero.
- Claro que los seres humanos nos podemos mover por otros intereses que no sean la generación de dinero a espuertas, pero no dentro de este sistema neo liberal. Por eso te digo que hay que definir un cómo esa iniciativa privada puede moverse por otros intereses.
Nadie -o al menos yo-  tiene en nada en contra de la gestión privada controlada y vigilada que persiga unos objetivos que haya fijado la sociedad, no el mercado.
Mi cómo es el mismo cómo que no funciona ahora, en realidad. El mismo cómo que siempre, pero funcionando adecuadamente.
¿Acaso crees que trabajas ocho horas al día y cuarenta a la semana porque la iniciativa privada vió que eso era bueno?, ¿acaso descansas los fines de semana y tienes vacaciones pagadas porque la iniciativa privada vio que era positivo?, ¿acaso eres libre de moverte por todo el territorio de tu país, no estás vinculado de por vida al condado en el que naciste y eres libre de cambiar, de abrir un negocio porque la iniciativa privada abogó por ello? -por lo de abrir negocios si lo hizo, ¿por qué será?-.
No. lo eres porque los Estados impusieron y mantienen esas normas, lo eres porque las sociedades obligaron a los empresarios de entonces -o sea, los antiguos patronos- a aplicar unos criterios basados en valores distintos a la consecución de beneficios.
Y lo siguen haciendo. Desde algo tan denostado como La Seguridad Social a otras muchas cosas. Son los Estados los que impiden a la inciativa privada -cuando lo hacen- que se lucre del trabajo de niños en el sudeste asiático, que comercie con piedras preciosas de sangre y esclavitud, que pague en comida y alojamiento en Sudamérica, recuperando los conceptos del trabajo esclavo. Todo eso lo hacen los Estados -cuando lo hacen-, pero desde luego nunca lo hace la iniciativa privada por sí sola.
Para ser más exactos, lo hicieron y lo hacen las sociedades a través de los Estados. Pero nosotros, en nuestro vicio individualista occidental, hemos empezado a considerar el Estado como algo que no tiene nada que ver con nosotros. Nos hemos vuelto absolutistas -en el sentido histórico de la palabra- y pensamos que el Estado es el Gobierno, que el Estado es el poder.
Hemos olvidado que el Estado es el poder pero el poder somos nosotros, Así que, por definición, el Estado somos nosotros.
Y solamente una sociedad fuerte, responsabilizada, participativa y capaz estará en condiciones de ser ese Estado, esa sociedad que encauce los fines de la iniciativa y la gestión privada hacia el bien colectivo, no solamente el individual.
Pero eso nos exige dejar de pensar exclusivamente en nuestrros derechos como ciudadanos y comenzar a ejercer nuestros deberes como tales. Empezar a preocuparnos de la res pública, empezar a ejercer ese poder que ahora nos limitamos a regalar al que con mayor acierto nos regala -y valga la redundancia- los oídos.
A veces,cuando te leo, me parece que tienes una visión un tanto idílica de la iniciativa privada mucho más cercana al pequeño empresario que a lo que realmente mueve el mundo que son la quintaesencia de la iniciativa privada, las corporaciones transnacionales.
Y también una visión algo pérfida del Estado que más tiene que ver con El Rey Sol, Hitler y Stalin que con el Estado occidental moderno actual, por muy socialista que se llame su gobierno.
- Desconfio de movimientos que prefieren tener un poder fuerte que controla y decide que es bueno y que es malo, me da que de hay a un sistema autoritario hay muy poco.
- No es comunismo, no es stalinismo, no es estatalismo. No es ese Estado alienigena y alienante que nos vendieron los neocon en su lucha contra el comunismo dictatorial -que era una lucha económica, no tenía nada de ideológica, por cierto-.
Es una necesidad de llevar nuestra responsabilidad más allá de un sufragio, más allá de un "que lo arreglen los políticos", más allá de un exigir solamente derechos sin asumir responsabilidades. Ese es el Estado que vigilaría los parámetros en los que tenía que moverse la iniciativa privada gestionando la creación -que no la distribución- de riqueza.
Pero eso nos exige mucho, Eso nos exige prepararnos, capacitarnos, preocuparnos. Nos exige estar atentos, delegar el poder pero no cederlo ciegamente, participar para que nadie pueda decir en nuestro nombre algo que no queremos que diga. En definitiva, eso nos exige ser ciudadanos.
Y nos lo exige a nosotros, no a los políticos, ni a los banqueros, ni a la iniciativa privada. Nos exige a nosotros porque nosotros seremos ese poder fuerte que marque su destino.
Claro que es autoritario. El autoritarismo de toda una sociedad decidiendo lo que considera positivo y negativo para ella, lo que considera permisible e inaceptable para ellos. Toda una sociedad ejerciendo el poder de controlar a sus gestores y exigirles cuentas, resultados y responsabilidades. Claro que es autoritario, tan autoritario como la democracia.

- El problema es "quién" reparte, "quién" exige responsabilidades, "quién" cataloga, "quién" decide qué educación es buena.
- Ese no es el problema, querido Pedro. El problema es que seguimos pensando que tiene que haber un "quién" para eludir la responsabilidad de ser nosotros.
¿Quién vigila al vigilante? ¡Los vigilados! La respuesta era tan obvia que se ha negado durante siglos.
Somos nosotros los que tenemos que repartir, forzando unas leyes que no se puedan saltar en ese sentido. Somos nosotros los que tenemos que convertirnos en comedores de foca islandeses y llevar a nuestros políticos a juicio y a nuestros bancos a la quiebra si se lo merecen.
En las revoluciones románticas eso era una utopía, era una entelequia. Pero también lo era que un mensaje llegara de forma instantánea de una parte a otra del mundo, ¿no?
Somos nosotros los que tenemos como sociedad que decidir qué educación queremos. Pero eso es demasiado pedir, según parece, porque nos supone el esfuerzo al que nos negamos por sistema. Nos supone pensar en contra nuestra.
Supone que no tenemos que preocuparnos de enseñar nuestras ideas, que no tenemos que preocuparnos de reproducir en las mentes de aquellos que nos sucederán aquello que pensamos.
Tenemos que enseñarles a pensar por su cuenta. Incluso en contra nuestra. Ese es el valor educativo más allá de ideologías y creencias que estamos obligados a defender si queremos realmente una sociedad abierta.
No se trata de trasmitir nuestros valores -por muy buenos que nos parezcan-, no se trata de trasmitir nuestras ideologías -por muy sólidas que se nos antojen-. Se trata de activar los cerebros y dejar que formen sus propios valores y sus propias ideologías.
¿Quién tiene que hacer eso? Nosotros, por supuesto.

- ¿Serás tu Gerardo?, ¿de verdad quieres ser la mano izquierda de dios?, ¿confiarás en quien quiera serlo?
- Yo quiero que el dios en quien no creo tenga miles de manos izquierdas, millones de dedos izquierdos. Yo quiero que todos seamos la mano izquierda de dios. No porque tengamos el derecho a serlo, sino porque tenemos la responsabilidad de no dejar de serlo.  De no permitir que nadie lo sea en nuestro nombre sin nuestra autorización.

- Yo no.
- Si todo funcionara como debería funcionar, tú también lo serías. Sería tú responsabilidad.
Pero no creo que se trate solamente de eso. Se trata de un cambio de actitud. Se trata de pensar por libre. Ya somos pocos los que pensamos el qué, pero hay muchos menos que piensan el cómo. Eso es el cambio, eso es la evolución.

sábado, julio 30, 2011

El diálogo del ex alumno

Todo empezó con una de esas páginas de Facebook donde de repente colocan tu foto de promoción del colegio y te invitan a una cena de ex alumnos. Continuó con un post sobre el bofetón con la mano abierta que Rubalcaba le dio hace casi un mes, antes del adelanto electoral incluso, a la forma de hacer política en este país. Y se dirimió -y aún se direme- en un diálogo entre dos ex compañeros de colegio que tienen el insano vicio de pensar y además decirlo.
 14 de julio a las 23:35
Pedro Fouz-Perez
 Rubalcaba , Rubalcaba el cocinero del PSOE desprecia al maitre de los ultimos años, la estrategia de obviar la broma zapateril que a durado siete años es algo obvio en todos los entornos socialistas.
15 de julio a las 0:29
Gerardo Boneque Molina
Don Pedro, Don Pedro. Decir eso es lo mismo que decir que Rajoy tiene que seguir a pie juntillas las estrategias que desgastaron hasta el agotamiento al gobierno de Aznar (cosa que, por cierto, no hizo cuando se presentó por primera vez y q...ue, con toda seguridad, no hará ahora).
Es como decir que Churchill no podía cambiar de estrategia con respecto a Alemania y declararle la guerra porque fue Alto Lord del Almirantazgo con el gobierno de Disraeli, que evitaba la confrontacón con la Alemania de Hitler; es como decir que Simon Peres no podía firmar la paz con los palestinos porque había participado del gobierno de Moshe Dayan, que inició la Guerra de los Seis Días.
Puedo seguir así por toda la eternidad, pero resulta evidente que participar de un gobierno que yerra estrepitosamente no significa que estés obligado a permanecer indefinidamente en ese error.
Si eso es lo único que los detractores de Rubalcaba como candidato tienen en su contra, créeme, tienen muy poco.
A menos, claro está, que se trate de ligar nuestro pensamiento político a un partido, haga lo que haga, y denostar a otro, haga lo que haga. Algo que, ciertamente, me parece muy poco inteligente. Venga del lado del espectro político que venga.
¿Significa eso entonces que si Rubalcaba se pasara al PP entonces sería un buen candidato? Creo que hay que definir nuestro pensamiento político por nosotros mismos y luego ver si alguien se ajusta a él. No a la inversa.
15 de julio a las 13:30 
Pedro Fouz-Perez
Una cosa es no seguir a pies juntillas y otra negarle la existencia. No estoy hablando del candidato si no de la estrategia del psoe de obviar el desastre. Comentarios que he leido por parte de gente cercana al psoe sorprendiendose del éxito del PP en las elecciones pasadas con lo mal que estamos !!! ¿¿??? .
Creo que ahí tienes un buen ejemplo de como parte de la sociedad se adhiere a un partido independientemente de los resulltados objetivos.
18 de julio a las 7:58
Gerardo Boneque Molina
De eso no hay duda. La estrategia del PSOE es tan antigua como la política en este país. Los dos partidos mayoritarios obvian sus desastres y fingen que no existen.
La primera legislatura de Aznar fue un continuo criticar del PSOE sobre políticas y situaciones que se habían heredado de ellos (primera reforma laboral, etc). La primera legislatura de Zapatero fue una constante oposición de Rajoy a realidades que ellos mismos habían puesto en marcha como gobierno (política de acercamiento de presos, reforma hidrográfica, etc).
Y los fieles de uno y otro seguían votando indefectiblemente a su partido.
El PP propone soluciones que se negó a llevar a la práctica cuando estaba en el Gobierno, obvia que ya han sido puestas en marcha en las comunidades autónomas en las que gobierna con resultados desastrosos.
Critica amargamernte el defícit público, ignorando que las comunidades que más contribuyen a ese déficit son Murcia, Valencia, Madrid y Galicia -todas ellas bajo su gobierno-. Lo que resulta sorprendente no es que no se haya votado al PSOE. Lo que a estas alturas es increíble es que se piense que el PP va a arreglar eso, cuando lleva el mismo tiempo demostrando en los gobiernos autonómicos y locales -no olvidemos que las últimas elecciones fueron municipales y autonómicas- que son incapaces de solucionarlo porque son parte del problema.
¿Las haciendas locales del PP están saneadas?, la respuesta es no. ¿En las autonomías bajo gobierno del PP se ha generado empleo?, la respuesta también es no. ¿los órganos de gobierno controlados por el PP pusieron coto al ladrillazo, a la economía del endeudamiento o a la destrucción del tejido industrial y empresarial?, la respuesta sigue siendo no.
Ellos también han tirado de la estrategia de negar el desastre para conseguir réditos electorales. No es solamente el PSOE.
Así que, si tu critica es a la forma de hacer política en España te daré la razón, pero si solamente lo es a la de hacer política del PSOE, te diré que mas me parece ese tipo de actitud de ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio que tanto se estila entre los milantes y simpatizantes de los dos grandes partidos de este país.
El desastre es culpa de todos los estamentos de gobierno de este país, no sólo del gobierno central. Y negar eso ha sido la estrategia electoral del PP en los últimos comicios. Así que, una vez más no hay diferencia de estrategia política entre unos y otros. Un gran clásico..
19 de julio a las 22:56
Pedro Fouz-Perez
No puedo no darte la razon , la politica es un cumulo de mediocres donde no prospera el mas valido, pero, ¿ dónde no ocurre eso ?
Por eso creo que es mejor que se dejen mas cosas a la iniciativa privada y desconfio de un estado que se cree con derecho a inmiscuirse en todos los estamentos de la sociedad , por eso no comulgo con ideas socialistas y como soy democrata no me quedan muchas opciones, ¿no crees?
¿cual es la opción? si el PP lo hace mal cambiamos el gobierno , si el PSOElo hace mal ¿cambiamos el sistema? parece un poco peligroso ¿no?
23 de julio a las 23:54
Gerardo Boneque Molina
Eso mismo debieron pensar algunos de los que no creían que fuera necesario cambiar el sistema cuando cayó el Muro de Berlín, cuando cambiaron el sistema aristocrático, el esclavista, el despostismo o el absolutismo ¿Cambiarel sistema?, un poco peligroso ¿no? Ningún sistema es eterno y el liberalismo democrático no va a ser una excepción.
A lo mejor nos toca pensar qué es lo que hay que poner en su lugar. Es posible que tengamos una responsabilidad más allá de la crítica y la permuta.
La responsabilidad de participar en la construcción de algo nuevo. Puede que sea una putada, pero parece que nos ha tocado pensar en algo.
Lo sencillo es decir que los políticos son mediocres. Los políticos son mediocres porque la sociedad, el sistema económico y la civilización occidental atlántica se basan en la mediocridad.
No tienes que cambiar a los políticos. Tienes que cambiar el resto. Empezando por nosotros mismos.
Puede que se tenga que desconfiar de un Estado que se inmiscuye en todos los ámbitos de la sociedad, pero desconfío mucho más de un Estado que pretende dejar en manos de la mediocridad y de la ámbición ámbitos esenciales para la supervivencia del individuo.
La inciativa privada se basa en el egoismo -no dicho en tono peyorativo, es una realidad incuestionable-. La inciativa privada en un sistema económico liberal solamente busca el beneficio y el beneficio se obtiene, en la mayoría de los casos, del perjuicio de otros -sean de aquí o del otro extremo del mundo-.
Por eso no comulgo con el liberalismo -hablar de ideas en un sistema basado en los flujos económicos es baladí- Y como soy alguien que cree en la justicia y la libertad siempre me queda la opción de sentarme junto a otros e intentar idear algo nuevo, ¿no crees?
La opción de pensar e intentar cambiar las cosas siempre está disponible. Es más cansado que elegir entre lo que otros han panseado e ideado de antemano, pero siempre está disponible.
24 de julio a las 23:28
Pedro Fouz-Perez

Egoismo... si eso es asi es por que es ejercida por personas ... la iniciativa publica tambien es ejercida por personas ... la iniciativa publica tambien se basa en el egoismo.
Vamos a tener que pensar mucho, o confiar mas en el ser humano, yo me inclino mas por lo de pensar ;-)))).
El miércoles a las 22:45Gerardo Boneque Molina
O sea que como la base son las personas y las personas son egoistas no hay solución. Un loable intento de escurrir el bulto.
¡Pedro, Pedro, que tuvimos hasta COU los mismos profesores. A estas alturas sabemos descubrir un sofisma con verlo!... El silogismo sería aparente si una de las premisas no fuera tan falsa com una moneda de euro con la cara de Franco.
La inviciativa privada se basa en el egoismo porque su único objetivo es la obtención de resultados económicos. Eso no tiene nada que ver con las personas. Sólo rinde cuentas por esos beneficios y solamente tiene esos réditos en mente.
Obviamente, la acción pública -que mantiene el componente egoista de la acción humana- se mueve por la obtención de otro tipo de resultados.
El hecho de que haya personas egoístas y avariciosas ejerciendo la acción pública no forma parte de la naturaleza de la misma.
El hecho de que sólo importen los beneficios económicos sí es consustancial a la iniciativa privada. Y el egoismo personal de los individuos -que haberlo, hailo a raudales, como las meigas- no tiene nada que ver en esto.
Si abandonas todo en manos privadas solamente te queda el recurso a la confianza en un altruismo que desapareció de la faz de la tierra -en terminos generales y sociales- más o menos con el diluvio de Noé.
Si mantienes , limpias y refuerzas la actividad pública tienes que recurrir al control y a la vigilancia para evitar excesos.
Una está viciada en su naturaleza, la otra está viciada en su desarrollo pero puede mejorarse.
 Y es la confianza en la bondad de un sistema privado y liberal a ultranza lo que nos ha llevado a esto.
Podemos echarle la culpa a quien queramos, pero ha sido la iniciativa privada la que ha creado un fiasco financiero sin precedentes en el mundo, un descalabro del ladrillo en España, unos agujeros hipotecarios del tamaño de Júpiter.
No han sido los gobiernos, no han sido las instituciones. Ha sido esa adorada inicitiva privada que se supone que es la solución a todos los males.
Así que yo también soy de pensar. De pensar como controlarles para que no puedan volver a hacerlo, para que sus beneficios y sus dividendos no sean la medida de todas las cosas.
 Hace 17 horas
Pedro Fouz-Perez
¿Quién ha dicho que no hay solucion? ¿Quien escurre el bulto? Llo que pasa es que hablar de buscar soluciones imaginativas y revoluciones y llegar con recetas del siglo XIX , no sé, me parece poco pensar.
Decir que la iniciativa privada se basa sólo en la consecución se beneficios aunque a dia de hoy es cierto, creo que es lo que hay que cambiar. Sí la iniciativa privada ha sido abducida por el capitalismo radical creo que hay que cambiar eso, es una cuestión de valores.
Hace un minuto aproximadamente
Gerardo Boneque Molina
Lo de las recetas del siglo XIX esta muy divertido ¡Ahora va a resultar que el liberalismo se inventó en el siglo XXI y no lo hizo Adam Smith en el XVI.
Va a resultar que el capitalismo financiero no parte de John Stuart Mill en el siglo XVIII y de su evolución a finales del Siglo XIX.
Las recetas que estamos aplicando ahora, las que se suponían que nos iban a garantizar el futuro, han evolucionado lo justito para pasar el día en los últimos tres siglos.
Eso sí me parece poco pensar.
Toda la evolución ideologica neoliberal y neocom se ha basado en apuntalar una idea del hace 300 años según la cual la mejor forma de hacel las cosas es la iniciativa privada y esta tiene que poder hacer fluir el dinero con toda libertad en la esperanza -y hago hincapíe en lo de esperanza- de que esa riqueza se redistribuya espontánemente.
Me parece que decir que la redistribución de los beneficios a partes iguales entre el socio o los socios capitalistas y los empleados de manera que un tercio sea para la propiedad, otro tercio para los accionistas y otro tercio para los trabajadores no es una idea del siglo XIX y, si lo es, no se ha puesto nunca en práctica.
Me parece que decir que hay que cerrar definitivamente los mercados financieros especulativos de futuros -alimentos y materias primas- en todas las bolsas del mundo para evitar que loe intereses particulares manipulen los precios y las existencias disponibles de esos productos en aras del enriquecimiento personal no es una idea del Siglo XIX porque en ese siglo no existían esos mercados.
Me parece que exigir la responsabilidad empresarial a los inversores en bolsa para evitar el rentismo especulativo y que se tiren y mantengan empresas solamente por que los brokers ganan millones con esas operaciones no puede ser originaria de un siglo en el que no existían los brokers.
Me parece que exigir responsabilidades políticas y penales a los políticos y anular el concepto de inmunidad parlamentaria y aforamiento tampoco es tan arcaico.
Me parece que exigir un catálogo de puestos de trabajo anual en el que estén reflejadas todas las escalas laborales con sueldos mínimos y máximos, que tanto empresarios como trabajadores tengan que cumplir, para evitar que se abran las diferencias sociales en remuneración y que la misma empresa pague sueldos mileuristas a unos y millonarios a otros tampoco es algo que huela a novecentismo.
Puede que sean ideas complicadas de poner en marcha. Pero cambiar un sistema es difícil por definición. Por eso me parece escurrir el bulto decir que hay que hacer las cosas pero no hay ideas. Porque las ideas son buenas. O al menos a mi me lo parecen.
Puede que algunas ideas suenen algo inocentes como lo de la democracia directa, pero, ya que hablamos del siglo XIX, si puedo pagar mis impuestos, rellenar formularios, poner denuncias, empadronarme y hacer un sinfin de gestiones por Internet no veo el motivo por el cual resulta imposible participar en las leyes y votar determinadas cosas importantes de una forma rápida y directa.
Y en lo de los valores tienes razón. Pero eso solamente lo cambia la educación y no creo que la iniciativa privada apueste por una educación en ese sentido, me temo.
¡Y que sepas que voy a subir este diálogo a mi blog porque es uno de los pocos interesantes que he mantenido sobre este particular y así podrá poner todos los puntos y aparte que quiera. Ea!

martes, julio 12, 2011

El canto de la mano abierta de Rubalcaba nos deja a todos sin aire en la garganta.


Un mitín político es uno de los hechos más democraticamente absurdos que conozco. Llenas un gran recinto con gente que ya sabe lo que vas a decir, que ya está de acuerdo con lo que vas a exponer y a la que no tienes que convencer de que te vote porque ya va a hacerlo y tiene claro que va hacerlo, sino no hubiera ido al mitin.
Cierto es que lo de Rubalcaba no era exáctamente un mítin, pero, como todo se ha convertido en un espectáculo de masas, todo discurso político se ha convertido en un mitin. Pensado para las audiencias, no para las asistencias, diseñado para los tiempos televisivos, no para los reales, escrito para los cortes sonoros, no para ser escuchado y asimilado.
Pero el dicurso de Rubalcaba, sus promesas, sus idas y venidas -más idas que venidas- tienen algo diferente, algo distinto que siempre ha caracterizado a este hombrecillo que parece, por tono, que no va a decir nada antes de empezar a hablar y que semeja, por actitud, que no ha dicho nada justo después de acabar de hacerlo.
Cuando Rubalcaba subió al estrado para dar su discurso de candidato no sabíamos lo que iba a decir. Cuando bajo del mismo no comprendiamos lo que había dicho. O, para ser más exactos, nos negamos a interpretar lo que había dicho.
Este chico, Alfredo, el último eslabón de la cadena que mató a ETA, entre otrras cosas, se puso a dar un discurso y cuando acabó había hecho algo que, al menos yo, nunca había visto hacer a un político. Sabía que un cincuentón llamado Churchill lo había hecho, había leído que un canciller llamado Adenauer lo había realizado, pero nunca había visto a nadie hacerlo en vivo y en directo.
Había dado un guantazo con la mano abierta a su partido y, lo más insólito, habia asestado un golpe con el canto de la mano en la tráquea de su electorado y de la sociedad sobre la que pretende gobernar.
No sé si le servirá de algo, pero el chico tiene mérito. Al menos en eso.
Dio un sopapo a su partido porque aparcó siete años de política de buenrollismo, de medias tintas, de talante constructivo que han llevado al gobierno de Zapatero a hacer las cosas a tirones, renqueando, sin querer molestar a nada ni a nadie. Es decir, a no hacer nada de forma completa.
Su bofetón sacudió del rostro del socialismo de gestos siete años -tiempo bíblico por demás-de coger el toro por el rabo y soltarlo justo un instante antes de que los cuernos se acerquen a su rostro electoral y le desgarren los votos que necesitan, los apoyos que se precisan para seguir en el poder.
Y no lo hizo con una frase grandilocuente, no lo hizo con una cadencia preparada e histórica como el famoso "puedo prometer y prometo" del ya mítico Adolfo Suárez y como la supuesta falta de acritud del no menos mítico Alfonso Guerra.
Lo hizo de la forma más sencilla, con la modalidad pecaminosa más clásica en nuestro país. No lo hizo de palabra o de obra. Lo hizo de omisión.
No hizo una sola referencia a todo aquello que ha compuesto el argumentario clásico de José Luís Rodriguez Zapatero, su ideología y sus gestos de gobierno.
En estas ocasiones siempre se estila -parece lógico, aunque no lo es- que el candidato haga un recuento de éxitos.
Así que se podía esperar un breve resumen de lo de siempre, las mejoras sociales, los progresos educativos, los avances en materia de igualdad -a lo mejor es que Rubalcaba no considera un avance la línea tomada por su gobierno en esa materia, que puede ser-.
Pero Rubalcaba calló, no dijo nada. Los ignoró como si no existieran. Como si en estos momentos no fueran importantes, no resultaran fundamentales. Como si realmente percibiera la realidad española tal y como es. No tal y como la pretendían decorar sus colegas.
Si hubiera sido el nuevo candidato del PP -que, por cierto, falta les haría- además se habría esperado un encendido y patriótico discurso en referencia al constitucionalismo, la lucha por la democracia y el terrorismo. Pero Rubalcaba, el que más sin duda tenía que ganar con ese discurso, calló, no dijo nada. Se limitó a tratar el terrorismo de ETA como lo que es, un cadáver.
Su silencio en conceptos como discriminación positiva, política de género, alianza de civilizaciones, pensamiento progresista, laicismo, igualdad positiva o paridad descargó un guantazo de proporciones medievales sobre el rostro socialista que le hizo caer a toda velocidad desde los cielos de la supuesta progresía ideológica y superioridad ética por la que habían transitado en los últimos tiempos para aterrizar, de morros y de golpe, en el lodoso infierno que han intentado eludir durante todo este tiempo. En el averno ardiente de la economía.
Les recordó de golpe y porrazo que si la izquierda es la izquierda y todavía existe es por intentar repartir entre todos las llamas del infierno económico en el que nos movemos, no por los gestos sociales cara a la galería, aunque necesarios, por las políticas ideológicas que aportan mejoras símbolicas pero no sustanciales a la sociedad.
Su mamporro les recordó que la izquierda es izquierda por cómo reparte la tarta no por la cantidad de dulces que pone sobre ella. Que su esencia es lo económico como garante de lo social no el buenrrollismo, el talante, la condescencia o el laicismo versallesco. Les despertó del sueño del centro izquierda inexistente e imposible y les arrojó a la realidad de ser de izquierdas en lo económico.
Su silencio sencillamente puso, por fín, fin a La Transición Española.
Y fue en ese gehenna de la economía donde el candidato se volvió hacia aquellos que quiere que el voten, a aquellos que están destinados a elegir al próximo Presidente del Gobierno, a nosotros, tenso los tendones de la mano y asestó un golpe con el canto en nuestra misma tráquea.
Porque Rubalcaba nos recordó con sus palabras que nosotros somos parte del problema. Nos dijo que no recuperará los dos millones de puestos de trabajo que se han perdido en la construcción.
Y eso debería recordarnos que nosotros somos los principales causantes de esos dos millones de desempleos con nuestra especulación de andar por casa, con nuestra obsesión por vivir por encima de nuestras posibilidades, con nuestro gusto por casas que no podíamos pagar ni con tres sueldos en dos vidas.
Este individuo de hombros caídos nos recupera el Impuesto del Patrimonio que el gobierno socialista quitó y del que todos nos alegramos que se quitara, que todos habíamos exigido que se quitara cuando, allá por el 2004, todos queríamos ser ricos, tener grandes chalets en la creencia de que ya era imposible que fueramos miserables y perdieramos nuestra vivienda por no poder pagar la hipoteca.
Rubalcaba nos deja si riego cerebral del golpe en la garganta cuando anuncia la necesidad de un acuerdo general en los salarios y en los beneficos con objetivos compartidos porque nos arroja a la realidad de que hemos sido nosotros los que hemos destrozado los derechos laborales en España.
Nos quiebra la laringe con el recuerdo de que nuestro afán por negociar los salarios de forma individual, entrando a escondidas en el despacho del jefe, sin pasar por la negociación colectiva, nos ha conducido a la precariedad, a la servidumbre.
Nos recuerda que ese intentó de ir por libre nos ha restado la fuerza que teníamos en el número para poder lograr que aquellos que se van a negar por principio a repartir los beneficios que no son solamente suyos se vean obligados a hacerlo.
El canto endurecido de Rubalcaba nos deja sin respiración cuando la única referencia a la igualdad de sexos la destila en el ámbito salarial -una concesión, sin duda- ignorando la cruenta batalla que muchas mujeres de esta sociedad habían iniciado para forzar a un gobierno de gestos a romper el falso techo de cristal del poder por el poder, que en realidad era lo único que habían ansiado siempre.
Y por si esto fuera poco, por si no hubiera dejado con todo ello suficientemente rojas las mejillas de su partido y suficientemente sin aire nuestro sistema respiratorio, hace dos cosas que son absolutamente imposibles en la mente de un político.
Piensa contra sus aliados -los únicos que le suelen importan a un político- y afirma que los bancos, culpables en parte de este fiasco van a contribuir a arreglarlo, por las buenas o por las malas, detrayendo dinero de sus pingues beneficios para generar empleo y devolver lo que se les ha dado.
Y piensa contra sí mismo. Lo hace como político al proponer no la persecución de la corrupción sino el control previo del político para evitarla. Algo que, desde luego, sabe que hará descender los ingresos de muchos de los que comparten hemiciclo con él de uno y otro partido, hasta de los minoritarios, no nos engañemos.
Y después de todo esto. De abofetear a su partido, golpear nuestra garganta hasta dejarnos sin aire, pensar contra sus sostenes y reflexionar contra sí mismo, Rubalca se vuelve a sentar en su silla y a todos nos parece que ha pasado algo, que ha dicho algo, pero no llegamos a comprender que es lo que ha ocurrido y por qué motivo ha dicho lo que ha dicho.
Pero indefectiblemente, tenemos una extraña sapidez, como la tuvo el PP con el 11 M, como la tuvo ETA. Tenemos la sesación de que la pelota está en nuestro tejado.
Ahora podemos refugiarnos en lo que queramos. Podemos tirar de desafección y decir que llega tarde; podemos criticar que proponga una política radicalmente  contraria de la que puso en marcha el gobierno del cual el formaba parte; podemos jugar al juego de las profecías y decir que no lo hará, que cuando llegue el momento se echará atrás. Podemos ejercer de piscólogos sociales y arfirmar que lo único que busca es que la gente escuche lo que quiere oír.
Ahora, podemos hacer lo que ya hicimos con la Huelga General por criticar a los sindicatos, lo que ya hemos hecho con Los Indignados por no encontrar rendimientos inmediatos a su lucha, lo que hicimos con la democracia en La Transición por miedo a la confrontación.
Podemos parapetarnos en nuestra desilusión política y social, en nuestro egoísmo individual y en nuestra falta de confianza en la clase política en lo universal, en los grandes partidos en lo  general, en el PSOE en lo particular y en Rubalcaba en lo personal.
En definitiva, podemos seguir siendo nosotros mismos, lo que somos, lo que siempre sido y lo que nos ha llevado a estar donde estamos.
Para ser sinceros, el PP ni siquiera asumirá el riesgo de hacer esas promesas electorales. Nunca se arriesgará a hacer lo que ha hecho Rubalcaba. A ofrecernos lo que queremos diciéndonos lo que no queríamos escuchar. Quizás por eso tengan tan segura la sensación de victoria en las próximas elecciones.
 Claro que también podemos hacer nuestro trabajo como ciudadanos y como seres humanos. Podemos pensar.
Aunque duela, aunque escueza, aunque canse, aunque sea contra nosotros mismos. Podemos pensar y eso no siginifica, ni de lejos, que haya necesariamente que votar a Rubalcaba.

lunes, julio 11, 2011

La parábola de la inmatriculación de Navarra como La Tierra Media (por el obispo Sauron)

Tiempo hacía que los disidentes farisaicos del hijo del carpintero no recalaban en estas endemoniadas páginas. Y hoy lo hacen de una forma especial.
No por sus doctrinas o sus vicios y pecados negados u omitidos, no por sus continuas faltas de percepción de la realidad de la sociedad en la que se mueven ni por las incongruencias formales y materiales sobre sus opiniones con respecto a las de aquel al que dicen seguir, pero del que se olvidaron hace tiempo.
Hoy, la honorable sociedad privada en la que se transformó hace aproximadamente veinte siglos la Iglesia Católica salta a estas líneas por lo único que lleva importando a sus jerarcas desde entonces, lo único que sigue importando a sus estructuras en nuestros días: el dinero.
Algo tan prosaico y poco pío como el dinero; el eje central de eso que el papa inquisidor ha dado en llamar el nuevo materialismo es lo que tiene fijada desde hace siglos la atención preferente de los jerarcas sacros del catolicismo. Como el fantástico malvado del relato ya clásico, lo buscan, lo ansían, tienen toda su atención puesta en él.
Hoy, como siempre ha sido y me temo que siempre será, el dinero es el anillo único de poder que los nuevos saurones purpurados quieren encontrar y acaparar para someterlos a todos.
Y lo hacen en y desde Navarra ¡Gora San Fermín!, una de las tierras que han decidido expoliar para sus fines.
¿Y cual es la forma en la que ahora han decidido hacerlo?, ¿cual es el ensalmo utilizado para ese ejercicio de alquimia moderna -curiosamente la alquimia fue considerada herética en su tiempo, ¡lo que cambian las cosas!- de transformar cualquier cosa en oro?
Pues la palabra arcana, el nuevo credo y la nueva oración mística monetaria es la Inmatriculación.
Es un término legal que permite a los obispos -sentaos porque esto es muy grande- actuar como funcionarios públicos y emitir certificaciones de propiedad y de dominio sobre propiedades de sus diócesis.
Cuando me entero de esto me giro a un lado y a otro buscando caballeros templarios, armaduras brillantes, siervos de la gleba obligados a acudir a las guerras privadas de sus señores en continuas y sangrientas levas para sus mesnadas.
Busco con avidez el castillo y la torre en la que rendir homenaje a mi señor como leal vasallo. Lo busco y no lo encuentro aunque la inmatriculación eclesial me ha revertido involuntariamente a la barbarie medieval en la que los obispos eran señores tan feudales como todos los demás, en la que podían cobrar el diezmo y hacer sus guerras humanas o divinas.
Pero ya no estamos en el feudalismo, ya no estamos apegados a la tierra y nuestros nobles ya no se benefician a las novias la noche  de su boda y mis preguntas se vuelven ansiosas, se convierten en insistentes. Me disfrazo de Mourinho y pregunto con desespero ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
La respuesta, como en todo lo que tiene que ver con el pensamiento esquizoide del hijo del carpintero galileo, me llega en forma de parábola.
Tiempo ha -en 1998, concretamente- hubo un individuo que fingió ser democristiano para llegar al poder, una persona que, amparada por su partido político, capitalizó los votos del conservadurismo español y los réditos mediáticos de un atentado terrorista fallido para alcanzar el poder político.
Los jerarcas eclesiásticos le apoyaron, hicieron campaña para él, pidieron el voto en los púlpitos y los micrófonos para este legionario de Cristo que afirmaba estar en contra de todo lo que ellos denostaban, de todo lo que consideraban pernicioso.
Y el hombre ganó. El agotamiento de un gobierno que había perdido el rumbo, la utilización del terrorismo como herramienta y palanca electoral y el apoyo y capitalización de los votos más conservadores a través, entre otros, de esa sociedad de auto beneficio denominada jerarquía eclesial, consiguió el objetivo.
España volvía a ser católica. Una, grande y libre no, porque nunca la habían querido grande y libre, pero al menos católica. Porque todos sabemos que un país es siempre lo que es su líder, lo que es su mesías, lo que es su cacique.
Pero ese hombre faltó a su compromiso con el dios diseñado por Roma. Preocupado de su poder y de su presencia en la historia, olvidó poner freno al aborto, a la educación laica, a la presencia de nuevas confesiones en nuestro país.
Arrebatado en la megalomanía de la presidencia europea de turno -algo no ganado, sino sorteado-, del euro y de la bondad económica recordó que era más neocon que católico, más liberal de nuevo cuño que legionario de Cristo, más político -aunque malo- que creyente.
Pero no olvidó quien le había colocado, quien le había ayudado a iniciar su camino para formar parte de la historia. Así que se volvió hacia el club purpurado y les dio lo que buscaban. Ansiaban la vieja gloria y el viejo poder, pero el les dió el eterno dinero. La herramienta perfecta para mantenerlos.
Modificó dos artículos de un viejo códice llamado Ley y Reglamento Hipotecario y les permitió registrar como propios todos los edificios y propiedades que les vinieran en gana, incluso aquellos que en los tiempos feudales, post feudales y franquistas les habían estado vedados.
Y así los purpurados y su mesa redonda comenzaron a construir el reino de la iglesia -que no de dios- sobre las tierras ibéricas. Para algo somos la reserva espiritual de Occidente.
registraron viñedos, tierras de secano, edificios, casas rectoriales e incluso iglesias, parroquias,  ermitas, concatedrales, cementerios y monasterios.
Los lugares de culto que la Desamortización de Mendizabal había puesto a recaudo de sus ávidas manos, que hasta el dictador les había prohibido explotar, que los señores feudales del medioevo de cruzadas y autos de fe habían mantenido alejados de sus manos y de sus rentas pudieron caer por fin en sus manos.
Pero el reino de la iglesia necesita edificios más modernos, así que también inmatricularon a través de sus obispos, actuando de nuevo como funcionarios del Estado - era laico, ¿verdad?, ¿el Estado español era laico?-  bloques de apartamentos, aparcamientos, frontones, hostales, casas rurales... En fin, toda suerte de propiedades que les garanticen un mayor poder económico.
Y así siguieron en silencio, sin despertar atención, intentando y logrando que nadie lo notara, que los pérfidos defensores de ese terrible concepto que supone la separación de la influencia religiosa del poder terrenal advirtieran sus maniobras.
Y un ángel del señor se les apareció y le indicó el camino a seguir, cual sería la nueva tierra prometida. Y fijaron sus ojos en Navarra -por otros llamada Nafarroa- para llevar a cabo el comienzo del reino inmobiliario de la jerarquía eclesial.
Sus institutos armados son allí fuertes -no olvidemos que el nuevo arma es el dinero y si algo que no le falta al Opus Dei es dinero- y por ello se hicieron fuertes inmatriculando todo lo que caía en sus manos, todo aquello que no era suyo, lo que no tenía porque serlo. Los ángeles de la inversión y la inmatriuculación, nuevas jerarquías celestiales adscritas a la potestades angélicas, les indicaron con sus espadas llameantes la tierra navarra.
El mundo sería el reino financiero de dios pero Navarra sería la nueva Canaan y es de suponer que Pamplona la nueva Sión financiera inmobiliaria de la iglesia española.
Y de esta manera los nuevos saurones convirtieron Navarra en la Tierra Media sobre la cual giraban su ojo escrutador en busca de su más preciado tesoro: el dinero.
Y así acaba el relato parabólico de como los obispos seguidores de Saurón consiguieron inmatricular Navarra como La Tierra media en la que seguir buscando eternamente "su tesoro". Pero hay más.
Pese a que el actual gobierno es uno de los más anticlericales -estúpidamente anticlericales, habría que decir- que se recuerda. Los jerarcas purpurados han podido seguir haciendo de las suyas, los obispos han podido seguir decretando dominios como si se tratara de registradores de la propiedad o funcionarios del catastro. Y de nuevo el espíritu de Mourinho me invade
¿Por qué?, ¿por que?, ¿por qué?
La respuesta es tan sencilla y clara como lo son los motivos del fracaso de la política ideológica del actual gobierno.
Porque preocupado por criticar a la Iglesia su postura sobre el aborto, sobre la educación, sobre los anticonceptivos, sobre la prostitución, sobre el divorcio o sobre los símbolos religiosos, el gobierno se ha olvidado de ser laico, de asegurar la laicidad del Estado.
Porque se ha deshecho en gestos vacíos para demostrar su laicismo en lugar de dedicarse a gobernar y legislar para asegurar que ningún eclesiástico pueda actuar como funcionario.
Porque, como en otras muchas cosas, se ha preocupado más de la forma y de atacar a la iglesia católica por cosas a las que tiene derecho -como tener un sistema de creencias arcaico y de pensamiento incoherente- que del fondo y la realidad de impedir que hagan aquello a lo que no tienen derecho como es robar y expoliar lo que no es suyo y no tiene porque serlo.
Ahora, con Navarra convertida en un remedo entre Canaan y la Tierra Media hay voces de ayuntamientos expoliados en sus riquezas artísticas, de municipios cercenados en sus propiedades que comienzan a quejarse. Que empiezan a buscar las enseñanzas de la Parábola de La Tierra Media.
Y los coros angélicos responden a las quejas de los idólatras laicos y anticlericales diciendo que "la iglesia sólo registra lo que es suyo, lo que le pertenece".
No hablan de las leyes testamentarias navarras, no hablan de la desamortización eclesial o de las normas que rigieron en España durante siglos. Intentan convencer de que siempre ha sido así.
Sus voces blancas y tenues hacen creer que es lógico que un templo o una catedral, que un monasterio, un cementerio o una casa parroquial sean propiedad de la Iglesia porque son lugares destinados a usos eclesiales.
Pero ignoran el hecho -muy terrenal, por cierto- de que el uso no determina la propiedad. La Iglesia no ha puesto un sólo céntimo, euro, peseta, duro, doblón, real o maravedí para la construcción de esas iglesias, de esas concatedrales, de esos monasterios. Todos ellos fueron construidos con dineros extraídos de las arcas del Estado.
De los nobles feudales que representaban al Estado, de los reyes absolutos que representaban al Estado, de los concejos y las Juntas que representaban al Estado. Así que, por mucho que se usen para fines religiosos, son y han de ser propiedad del Estado.
El hecho de que el Estado y el gobierno hayan mudado a lo largo de los siglos su forma de organización no implica que hayan hecho dejación de sus derechos con respecto a terceras partes. Sería tan absurdo como decir que el guarda de los jardines del Palacio Real de Madrid puede inmatricular a su nombre la sede monárquica simplemente porque los reyes ya no son absolutos y no residen en sus paredes.
Sólo nos queda la esperanza de que su dios se vuelva contra ellos y, disfrazado de reformador legal, les diga.
"De acuerdo, seréis propietarios de todos esos lugares, pero pagareis por ellos los impuestos que cualquier otra empresa, los derechos de explotación de cualquier otra empresa, el impuesto de sociedades de cualquier otra empresa.
Como ya sois una empresa, el estado no pagara a ninguno de vuestros empleados para ninguna función y se exigirán las cotizaciones integras de los mismos, como a cualquier otra compañía.
Del mismo modo, estaréis expuestos a todas las multas por sobre explotación y por demás conceptos a los que la Comunidad Europea somete a todos los propietarios agrarios y si no sois capaces de sacar rendimiento a esas tierras se os gravarán de forma especial.
Como vuestros actos demuestran que habéis renunciado a vivir sin ánimo de lucro se os tratará como tales.
Tendreís que devolver los más de 15 millones de euros que el Estado español ha invertido en la mejora y conservación de esos espacios que ahora declarais como vuestros. Se os detraerá de las aportaciones de vuestros feligreses al IRPF el coste proporcional que a lo largo de la historia han supuesto esos edificios para el erario público, ya fuera el Presupuesto General de Estado o el Tesoro Real de Sancho III, El Fuerte.
Y entonces serán vuestros.
Y cuando lo sean, el mantenimiento correrá de vuestra cuenta y si un sólo tapiz, una sola imagen o un sólo retablo histórico  se aja o estropea tendréis la obligación de pagarlo y restaurarlo y si no estáis en condiciones de hacerlo perderéis la propiedad y tendréis que pagar una multa por daño al patrimonio cultural, sin perjuicio de las acciones penales que puedan ejercerse contra vosotros como propietarios irresponsables de un bien común.
Y entonces seréis justos propietarios de esos lugares".
Pero aunque su dios, en todo el poder y la gloria con el que fuera representado por Buonarotti, descendiera sobre sus cabezas y les dijera eso. Ellos seguirían sin entenderlo, seguirían sin hacerlo.
Hace tiempo ha que cerraron sus ojos y sus oídos a ninguna realidad que no sean el poder y la gloria. Hace siglos que ellos ya son fieles seguidores de Sauron y su perpetua y ansiosa búsqueda de su tesoro, no del dios que imaginó el loco nazareno.
Pero ese poder y esa gloria son los suyos, no los de su dios, que eso de "tuyo es el poder y la gloria" es algo que hizo incluir en la liturgia un rey, Enrique VIII, que al final terminó haciéndose anglicano precisamente porque la iglesia romana se negaba a renunciar a la suya.
Por lo menos en Gran Bretaña ya no corren el peligro de que el Arzobispo de Canterbury se líe un día la manta a la cabeza e inmatricule la Catedral de Westmister y el Palacio de Buckigham.

sábado, julio 09, 2011

Y los veganos comieron carne humana

Encontrábame yo desayunando algo que puede llamarse Capuccino -la palabra aún sigue siendo casi libre- cuando me he topado de frente con una de esas muestras ejemplarizantes que terminan por pasar inadvertidas.
Entre tanto discurso de Rubalcaba, tanto intento cristiano nacionalista en Ceuta y Melilla y el primer ajuste de cuentas de la historia de la comunicación de masas que la realidad le hace tragar a un medio de comunicación, la actividad de unos cuantos ideólogos y activistas de la llamada dignidad animal tendería a pasar desapercibida, sin pena ni gloria. Como viene siendo habitual.
Pero, más allá de lo que han hecho o han dejado de hacer los llamados veganos, esos vegetarianos y ecologistas más o menos insistentes y arbitrarios, su actitud hacia lo que está haciendo con ellos la policía, la judicatura y el aparato social en general, es una muestra más que plausible del mal que nos ataca como individuos y como sociedad.
Es una de las mayores muestras de incoherencia formal y material desde el interrogatorio fiscal en el juicio a Steve Biko.
Ellos dan una importancia superlativa al problema de la dignidad animal -que, por cierto, no es problema para los animales, es solamente una cuestión ética humana-. Consideran que es el principal problema del mundo, que es la piedra angular del arco que lleva nuestra civilización a atravesar el umbral de su propia destrucción. Reivindican su lucha y su protesta como algo fundamental, como uno de esos arcanos descubiertos a destiempo que soportan la existencia humana.
Y es esa intensidad, esa urgencia impelida en los discursos de sus líderes y en las páginas virtuales de sus colectivos, lo que les lleva a las sueltas de cerdos, pollos y visones -un gran favor para un visón americano soltarle en mitad de la estepa castellana donde no tiene nada que llevarse a sus afilados incisivos, por cierto-, a sus ataques simbólicos a portadoras de abrigos de piel, a sus encadenadas y sentadas ante las plazas de toros.
Esa imperiosa necesidad y esa supuesta importancia manifiesta son lo que les ha permitido reclutar a toda suerte de individuos que, incapaces de relacionarse con la dignidad humana en general -y atentando contra ella en muchos casos-, han visto en esa defensa de lo animal una forma de canalizar su necesidad de dar a alguien todo lo que le niegan a los humanos.
Hay veces que, pese a la razón que puedan destilar algunas ideas - a mi también me parece que los toros son un brutal vestigio de barbarie, la cultura peletera es un dislate social de proporciones megalíticas y la caza un espectáculo un sufrimiento innecesario para el animal que vamos a llevarnos al buche por vía de hoguera y espetón-, les hace sacarlas de contexto, aumentarlas de nivel, concederles rango de necesidad universal, hace que los ideólogos se conviertan en personajes grotescos por incomprensibles, ridículos por desmedidos.
 En un mundo en el que miles de humanos mueren de la forma más indigna -de hambre- simplemente por desidia, en el que la lucha por los recursos y por los bienes lleva a poblaciones enteras a la esclavitud, en el que los mercados y el dinero se anteponen a las personas, enfocar toda tu fuerza, toda tu intensidad, toda tu capacidad de activismo -que los veganos han demostrado tener mucha- solamente hacia lo animal, sus derechos y sus dignidades es una muestra de egoísmo tal que roba con cada acto la dignidad de aquellos por los que no se lucha, aún teniendo las fuerzas y la organización para poder hacerlo.
Y esa es la primera de las incoherencias. La formal. La lucha por la dignidad no puede eludir a 7.000 millones de seres sintientes e ignorarlos en aras de otra parte de la población animal del planeta, solamente por que los animales humanos pueden llevarnos la contraria, pueden oponerse a nuestros deseos, pueden rechazarnos más allá del estímulo condicionado. Solamente porque son impredecibles e incontrolables.
Resulta un absurdo de dimensiones bíblicas fingir que defendemos la dignidad de los sintientes -un término, por cierto, acuñado hace tres décadas por la literatura de anticipación para las especies alienigenas, no para las terrestres, valga la matización- e ignorar voluntariamente que nuestro esfuerzo debería ir también encaminado a preservar la dignidad de los sintientes humanos, algo que no está, ni de lejos conseguido.
Pero esa es la incoherencia conocida, la incoherencia a la que estamos acostumbrados, la que todos practicamos y en la que todos medramos cuando no nos damos cuenta de que la defensa de lo nuestro, de lo que es para nosotros importante, supone la asunción automática de que lo demás no merece la pena, no es digno de nuestro esfuerzo.
La otra vuelta de rostro a la realidad que han cometido los veganos - no quiero ni imaginarme el motivo que llevó a su fundador a pensar en Vega-, la otra incoherencia, la material, es todavía más capciosa, más insoportable, más humana.
La otra se inició cuando empezaron a pintar bastos. Las adversidades son el caldo de cultivo perfecto para la incoherencia humana.
Cuando la policía ha comenzado a deternerles, cuando han empezado a procesarles y a pedirles algo más -bastante más- que una multa para abandonar prisión, la más completa incoherencia se ha adueñado de ellos.
Lo que hace un par de actualizaciones de blog eran las batallas de una contienda vital para la supervivencia de la Tierra tal y como la conocemos -¡como si la Tierra hubiera sido siempre como la hemos conocido nosotros!- de repente se han convertido en travesuras sin importancia por las que no deben ser detenidos; aquello que ayer eran capítulos de resistencia contra la cultura de la esclavitud animal, hoy, que los periódicos no los aclaman entre líneas y los jueces no se muestran condescendientes, se han transformado por el arte cegador de la incoherencia material en gestos simbólicos, en acciones que no merecen esa reacción, en simples símbolos que no merecen ser reprimidos, perseguidos y contrarrestados con tanta dureza.
Nunca me ha resultado bochornoso que suelten animales por doquier, que impidan las corridas de toros o que estropeen los desfiles de moda, lo único que se me antoja absolutamente bochornoso es la completa falta de dignidad que demuestran cuando, tras declarar grandilocuentemente una guerra a un sistema social -con razón o sin ella-, pretenden que ese sistema no reaccione, no se mueva, no de una contraorden, no les declare la guerra a ellos.
Si estas dispuesto a defender a los sintientes -excepción formal hecha de los humanos por motivos incomprensibles para mí- no puedes transformar tu lucha en un juego inofensivo por el mero hecho de que un miembro de la elite policial de este país te apunta con un arma automática de fabricación israelí para detenerte. Eso es no creer en esa lucha.
Si aquellos que se oponen a la crueldad con los animales han sido un ejemplo a seguir, unos guerreros míticos y unas fuentes de inspiración continuas y constantes, una fianza millonaria, una orden judicial y una prisión incondicional no los convierten de la noche a la mañana en unos elementos aislados que no forman parte del espíritu del movimiento, en unos individuos marginales dentro del colectivo que no lo representan en su integridad. Eso es no  confiar en esos luchadores.
Si lo que creo y lo que defiendo es fundamental para mi hasta el punto de abandonar mi vida, de ponerla en riesgo o de importarme un carajo los efectos secundarios y los daños colaterales que ocasiona mi ideología y su puesta en acción, no puedo transformarla en algo que se minimiza y que se transforma en poco más que un pasatiempo solidario cuando me aprietan las clavijas y empiezo a experimentar las consecuencias de la hasta ahora indolente e indolora revolución que he creído poner en marcha. Eso es no saber quién eres y no tener ni idea de lo que has elegido ser.
Y eso es lo bochornoso de los veganos. Lo bochornoso y lo ejemplarizante.
Resulta triste que alguien que dice defender lo que nadie defiende y pocos comprenden en términos filosóficos sea tan endemoniadamente parecido a todos los demás cuando las cosas se tuercen, sea tan atlántico y tan occidental. Sea tan parecido a nosotros.
La negación de ellos mismos que han hecho y están haciendo para salvar la piel -no la de los visones, la suya-, es, lamentablemente, tan bochonorsa y común como el discípulo negando a su maestro -que no el mío- cuando pintan bastos para él; es tan antiguo y cotidiano como el apóstol huyendo de Roma cuando la sombra de la cruz se alarga sobre su cabeza.
Es tan humano y tan miserable como cada derecho que abandonamos cuando la reivindicación se vuelve peligrosa, como cada justa indignación dicha por lo bajo cuando alguien con poder de cambiarnos la vida pergunta quién se queja, como cada principio vital que no se convierte en finalidad porque sabemos que eludirlo nos hace la vida más fácil, la existencia más comoda.
Es tan nuestro como cada paso dado atrás para dejar en la soledad de la primera fila a los que dan el paso hacia adelante, como cada torcedura de cuello o elevamiento de cejas señalando desde la segunda fila a aquellos que están dando la cara por nosotros cuando nos damos cuenta que no servirá para nuestros fines inmediatos y puede poner en peligro nuestros recursos cotidianos.
Puede que los veganos y su cruzada por la dignidad animal se nos antoje algo absurdo y alocado y puede que no. Pero ninguno de ellos, ni el más desmedido, ni el más irresponsable, ni el más agresivo, ni el más místico, son en lo esencial diferentes de nosotros.
Ellos han demostrado que, aunque sean vegetarianos son capaces de alimentarse de carne cuando las cosas vienen mal dadas. Son capaces de devorar carne humana, la carne de sus propios camaradas, para salvarse de la quema, para poder volver a sus apartamentos, a sus chalets y a sus piscinas y contar que un día pelearon por una causa noble.
Al fin y al cabo la dignidad de los sintientes exige que todo animal se alimente. Aunque esos animale sean leones y el alimento que les hayan arrojado los veganos frente a sus hambrientas fauces sean los despojos de su dignidad como colectivo y las metáforicamente sanguinolentas pruebas de que no son, en miedo y egoismo, diferentes del resto de los humanos que comen carne sin problemas.
Es tan occidental como nuestra civilización, es tan viejo como nuestro miedo, es tan atlántico como nuestra visión del mundo, es tan lamentable como nuestro egoísmo. Es tan doloroso como nuestra traición a nosotros y los demás por tres meses más de comodidad o medio año más de seguridad.

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