viernes, marzo 11, 2011

11 de Marzo: In Prescenciam

Para una sociedad como la nuestra, que se ancla al pasado por temor al futuro, que intenta valorar lo que será por lo que ya ha sido y no por lo que está siendo en este instante, cualquier excusa es buena, cualquier motivo es aparentemente válido, para hacer lo que llevamos haciendo desde hace demasiado tiempo y que es lo único que somos capaces de hacer: mirar al pasado.
Si cualquier pretexto es bueno para tan poco plausible y sana forma de actuar, los hay que son más poderosos que otros. 
Si las antiguas corruptelas y corrupciones sirven para hacer campaña electoral, si se utilizan los viejos odios y venganzas como base de legislación y si los roles superados y arcaicos  se transforman en instrumentos de discriminación -por muy positiva que se quiera vender-, ¿cómo no vamos a hacerlo con un elemento social que nos arroja, más que ningún otro, a este juego perverso y constante de volver sobre nosotros mismos para justificar que no dejemos de serlo¿, ¿cómo no vamos a hacerlo con la muerte y el crimen?
Por eso hoy es 11M. No es once de Marzo, no es 21 de Germinal, no es el tercer día de los Idus de Marzo. Es 11M y hay que hablar de las víctimas.
Se supone que hay que hacerlo para mantener su memoria, para no olvidarlas y no consentir que se las olvide. Para solidarizarnos con ellas, para que sepan que las comprendemos y las apoyamos. Pero en realidad no es así, no es para eso. 
El único motivo por el que una sociedad como la nuestra, anquilosada en una única forma de ver el mundo aunque ese mundo cambie y constreñida en unos parámetros vitales y sociales que no nos satisfacen, pero que nos permiten sobrevivir sin vivir, tira de recuerdo es por el simple hecho de que, en el camino trazado de su historia y su pasado, ha perdido el hemisferio izquierdo de su cerebro colectivo. 
Tenemos que recordar porque somos incapaces de imaginar. Tiramos de memoria porque hemos perdido la presciencia.
Las víctimas del 11M, de este once de marzo pérpetuamente congelado en el tiempo como lo está el Occidente Atlántico, son otras, no son las que dicen, no son las que recordamos y queremos recordar.
Son los muertos y los heridos en un terremoto que ha asolado Japón y que nos demuestra que nuestro planeta cambia y no podemos hacer nada, porque no podemos evitar que se aleje del sol en una órbita elíptica. Son los que morirán y sufrirán las radiaciones de las dos plantas nucleares afectadas.
Son los heridos que gritan su dolor y su rabia en el desierto libio y en los alrededores de Bengasi, mientras las bombas de un dictador enloquecido matan  a otros que también son víctimas del 11M, de este 11M en el que los que podrían evitarlo no quieren o no saben hacerlo.
La víctima del once de marzo es un joven estadounidense llamado Larry Bice, cuyo cuerpo muerto aún no tiene una explicación plausible. Son los 37 pakistanís asesinados cuando acudían a un funeral por una furia religiosa desatada e incontrolable.
Son los mas de sesenta cadáveres arrojados a las calles de Tijuana, Acapulco y Ciudad Juárez en los últimos cinco días, en un país cada vez más controlado por el crimen,  son los diecisiete sudaneses muertos hoy en una guerra que a nadie importa porque nada se puede sacar de ese país.
Son los veinticinco muertos en un terremoto en China de los que nunca sabremos ni siquiera los nombres, son los 13 muertos en Egipto en una guerra religiosa entre musulmanes y coptos que no se producía desde que Manuel II fue expulsado de Constantinopla.
Son los 4.700 haitianos que mueren y siguen muriendo de cólera por culpa del terrorismo económico más salvaje de las empresas farmaceúticas y de la completa desidia de los gobiernos que pueden evitarlo.
Son los 331 muertos cuya vida se ha llevado en Colombia la lluvia y la miseria, son las cinco personas que han sido hechas pedazos por el estallido de una bomba en Manila, son los cuatro manifestantes muertos a tiros en una protesta en Costa de Marfil.
Y un puñado de miles más que ni siquiera saldrán en las noticias porque mueren de hambre, de pobreza, de dolor o de cualquiera de esas cosas de las que no somos culpables porque no queremos o no podemos recordar que somos responsables de ellas.
No es que no me duela que más de 300 personas murieran por tomar un tren hace siete años a manos de individuos que trajeron su loca guerra a nuestras estaciones, después de que nuestro gobierno contribuyera a alojar la muerte y el conflicto en sus campos de cultivo. Es que me duelen mucho más los que están muriendo hoy.
No es que no me importe ese 11M. Es que me importa más este 11M.
Y no es crueldad, insensibilidad ni ninguna otra de esas cosas que se pueden achacar a aquellos que no hacemos una necesidad del recuerdo trágico unamoniano de la vida y de la muerte. Es un compromiso.
Parece que la única manera de construir el futuro, que la mejor manera de hacerlo, es sobre el recuerdo de las víctimas que lo fueron. Eso se dice sobre el 11M, sobre el 11S sobre los muertos de la locura de ETA. Eso se dice una y otra vez, como si la reiteración fuera el principal sinónimo de la verdad.
Pero no se puede construir nada sobre el recuerdo de las víctimas y de los verdugos. Se puede mantener, se puede conservar, se puede apuntalar e incluso remozar, pero no se puede construir. Aquellos que construyen el futuro sobre el recuerdo del pasado trágico y de sus víctimas no podrán escapar de sí mismos, no podrán eludir sus premisas. 
No podrán cambiar, no podrán crecer. No podrán ser distintos.
La memoria y el recuedo son un arma de comprensión o de interpretación. Pero no de futuro. Y lo que necesitamos es futuro. Esa es nuestra única herramienta de supervivencia como civilización aunque, quizás,  no merezcamos sobrevivir como tal. 
Necesitamos utilizar la parte izquierda de nuestro cerebro. Necesitamos imaginar, no recordar.
Los siervos se alzaron imaginando un mundo sin servidumbre, no recordando y vindicando a los que habían muerto a causa de esa organización injusta; los huelguistas del Germinal se arriesgaron imaginando un mundo de salarios justos, descanso dominical y buenas condiciones de trabajo, no recordando a aquellos que habían muerto de tisis, viruela o silicosis años atrás. Y así en cada revolución, en cada movimiento, en cada mejora. En cada cambio. En cada centímetro que la humanidad ganó en estatura a lo largo de su historia. 
Se trata de que nuestros hijos no sufran lo que sufrimos nosotros, no de que nuestros padres sean reconocidos por lo que sufrieron.
Es la presciencia, el saber que hay un futuro mejor, lo que hace que el mundo cambie. El recuerdo, el saber que hubo un pasado terrible o un tiempo idílico, solamente consigue que  la cosa no empeore. Y, lamentablemente, a estas alturas del partido, eso ya no es suficiente.
El recuerdo, la memoria, nos lleva a la venganza, nos arroja a la vindicación -aunque sea justa-, nos mantiene en la mente los rostros de los que fueron, nos deja a nuestros muertos. 
La prescencia -ese mítico don del tirano de Dune- nos arrastra al futuro, nos vincula a los que serán, a los que aún no tienen rostro, nos obliga a imaginar a los hijos de la humanidad, aunque no sean nuestros. Nos impele a trabajar por algo que no veremos y a amar a alguien a quien no conoceremos.
Así que, con todo el respeto por su dolor y por su vida, anclada involuntariamente en un instante congelado de la historia, he de mostrarme de acuerdo con Pilar Manjón y decirle que sí, que todos los días son 11M.
Pero es nuestra responsabilidad como seres humanos no olvidar cada día que cada jornada es un 11M para imaginar cada amanecer que habrá un alba en el que no habrá ningún 11M. 
La prescencia nos permitirá vivir. La memoria ya ni siquiera nos garantiza la supervivencia. Le debemos mucho más a nuestros descendientes futuros que a nuestros muertos pasados. 
Y lo siento, creedme que lo siento.

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