lunes, enero 17, 2011

Rajoy, reformas, Euskadi y Contrarreforma

Mariano Rajoy, la alternativa de gobierno en este país -vale, da risa pero, en buena lógica de guión tragicómico, con un gobierno ridículo, la única alternativa puede ser el esperpento- se ha acordado de que tiene que hacer política. De que se le paga para eso ¡Cuanto se ha echado de menos a Don Mariano!
Y por eso ha concedido entrevistas. El, que es más de discursos, porque en los discrusos no hay preguntas inoportunas y por tanto toda respuesta puede ser impertinente, ha concedido entrevistas.
Pues bien, el ínclito procer de la oposición en España se lanza a la palestra y se disfraza de condescendiente, de hombre de Estado, de padre de la patria...
Y anuncia apoyos, anuncia lealtades, anuncia consensos. Fuerza a la flor y la nata de su partido a acudir corriendo en busca del María Moliner para consultar las dudas que el significado de todas esas palabras, que tan poco acostrumbrados están a utilizar, les provocan.
Y, como suele ocurrirle a aquellos que no están acostumbrados a jugar a determinados juegos, a aquellos que no suelen participar en determinadas actividades, se equivoca, resbala. Confunde apoyo con lealtad, confunde alianza con consenso. Confunde política con victoria. Confunde España con Gobierno.
Afirma que apoyará las reformas económicas del Gobierno. La reforma del sistema energético, la del mercado laboral, la de las pensiones. Pero se pone serio e intenso -casí sinestésico. Lo siento, broma privada- cuando dice que no permitirá contrarreformas que modifiquen esas reformas seis meses después.
Y ahí resbala
O sea que el bueno de Don Mariano no va a dejar al Gobierno hacer lo mismo que él está haciendo en este preciso instante. Lo malo que tienen las respuestas a las preguntas de las entrevistas es que nadie te las revisa antes de decirlas.
Hace, no seis meses, sino apenas tres, Don Mariano pontificaba -por seguir con la gracia de La Contrarreforma- contra la reforma laboral por escasa, por injusta, por tardía y por otras tantas cosas que le hicieron parecer más sindicalista que los sindicalistas -lo cual tampoco es mérito en este país-. Incluso más sindicalista que la Conferencia Episcopal, que pidio a los católicos que fueran a la huelga.
Hace dos meses, el egregio Rajoy negaba la mayor ante las huestes del Inserso y afirmaba que el PP nunca modificaría el Pacto de Toledo, no permitiría la perdida de poder adquisitivo de las pensiones y otro sinfín de argumentos que ahora, en su nueva fiebre de apoyo leal y consenso perpetuo, envía al baúl del olvido, ignorando que la reforma de las pensiones supone todo eso y mucho más.
Hace tres semanas, entre felicitaciones navideñas y deseos de honor y victoria para sus mesnadas en el próximo año, Mariano no paraba de repetir que el incremento de las tarifas de la luz -que forma parte, no conviene olvidarlo, de esa grandilocuente reforma del mercado energético- eran un atentado, un engaño, un insulto hacia los españoles, que ya soportan el peso de otras muchas cargas -lo cual, por una vez y sin que sirva de precedente, es una verdad como un templo-. Ahora anuncia que apoyará esa reforma del mercado energético.
O sea que Don Mariano Rajoy apoyará la politíca de reformas de Zapatero -¿Por qué siempre me refiero a Rajoy como Mariano y a José Luís como Zapatero? ¡Mi mente es un misterio!- si no se desdice de ellas, cuando él, por el mero hecho de apoyarlas, se está desdiciendo de todo lo que ha dicho hasta el día de hoy.
El Gobierno de Zapatero no puede contrarreformarse, pero la oposición de Rajoy sí. Tiene su lógica. Un partido católico tiene una cierta tradición de contrarreformas que no conviene pasar por alto.
Pero, con todo, eso no es lo más grave. Lo más rocambolesco, lo más esperpéntico. Lo peor es lo de Euskadi.
Ahí no se resbala. Ahí se estrella como una V1 alemana contra un cable antiaéreo de acero londinense. Como un U2 sobre la Plaza Roja de Moscú.
Marianiño que, como buen gallego, está acostumbrado a permanecer en las escaleras del poder sin que nadie llegue a discernir si está subiendo o está bajando, afirma que apoyará la política antiterrorista del gobierno de Zapatero -o sea, la política antiterrorista de Rubalcaba. A cada cosa por su nombre- si no supone que las marcas blancas de la izquierda abertazale con Batasuna a la cabeza puedan presentarse a las próximas elecciones.
¡La ostia! -con perdón- Es como si Julio III, al frente del Concilio de Trento, prometiera apoyar a Martín Lutero en su reforma de la fe si esta no supusiera la libre interpretación de las escrituras, la pérdida de la condición virginal de María y la comunión bajo las dos especies. ¡Coño, es como negar la fe de Cristo!
La política antiterrorista de Rubalcaba necesita de Batasuna, la política antiterrorista de Rubalcaba sabe que Batasuna no puede ser Aralar, no puede alejarse de la violencia de ETA ni un milímetro más si no quiere recibir una bala de 9 milímetros en la cabeza -aunque sería cuestionable decidir si lo merecen o no-.
La política antiterrorista de Rubalcaba sabe que, visto lo visto, hecho lo hecho y escrito lo escrito, cada voto que Batasuna reciba en las próximas elecciones será una declaración de rendición de alguien que, hasta hace no mucho, creía en las mentiras y la locura de ETA; será un cheque en blanco para esos que han decidido que merece más la pena ser abertzale y ser independentista que ser violento, que es más lógico pensar que gritar, votar que amenazar, vivir que matar.
Y es posible que esa no sea la política del PP, que nunca podrá ser derecha en Euskadi porque la derecha de Euskadi es nacionalista y se llama PNV. Y es posible que esa no sea la politica del PSE y de López, que saben que cada voto a Batasuna será un puñal en su posibilidad de seguir gobernando, ahora que no hay excusas y no hay motivos para considerar perverso un pacto político en el independentismo y el nacionalismo, entre el soberanismo y el federalismo.
Pero apoyar la política antiterrorista de Rubalcalba a cambio de que no logre los objetivos que esa política busca es, por parte del ínclito Mariano, no una muestra de visión política y de Estado, sino una muestra de que no se entera de nada. De que no comprende lo que está pasando, lo que ha de pasar y lo que todos queremos que pase.
Es, ni más ni menos, una muestra de esperpento.

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