lunes, enero 24, 2011

La Isla Tortuga viaja al Oriente Próximo -bajo el mando del Corsario de Hierro-


De pequeño, cuando los héroes son buenos y los villanos son malos, yo leía al Corsario de Hierro. También leía otros comics pero el primero que me planteó una duda al respecto fue el Corsario de Hierro. La duda era muy sencilla ¿por qué el Corsario de Hierro era un héroe?
No estaba yo al tanto de los matices políticos que diferenciaban al corsario del pirata y al bucanero del filibustero. Pero no entendía porqué, un tipo que robaba y mandaba a pique barcos de Su Majestad era un héroe y los capitanes de la flota inglesa eran terribles villanos sin escrúpulos, por mucho que el pérfido Lord Bradbury hubiera engañado al rey para que enviaran al melenudo y sonriente corsario al fondo del mar.
La Capitana Dagas sí era una heroína. Pero ella estaba buena.
Crecí con esa duda existencial -que tampoco es que me preocupara en exceso- y la olvidé. Pero hoy Israel me la ha recordado y me la ha resuelto.
La Comisión Turkel, formada por el Gobierno de Israel para investigar la violenta intercepción de la mal llamada flotilla de la libertad, que el pasado 31 de mayo intentó romper el bloqueo israelí y llegar a Gaza, ha concluido que su asalto fue legal. O sea que ya no albergo duda alguna sobre el lugar ético que ocupaba en el mundo El Corsario de Hierro. Sus acciones eran legales.
Eran legales porque él había decidido que lo eran. Porque él había decidido que tenía razón y por tanto tenía derecho a atacar, esperar que los atacados no se defendieran y matarles cuando lo hacían. Como ha hecho Israel.
Podríamos hablar de la estupidez diplomática que supuso la mencionada flotilla y habría que darle la razón al gobierno israelí.
No es la mejor forma de ayudar y de potenciar la paz y la libertad desarrollar actos de provocación ante gobiernos que ya han demostrado que no tienen el más mínimo interés en la libertad y que basan su idea de la paz en el control absoluto y el exterminio de la oposición -eso, por supuesto no lo dirán los israelíes. Eso lo debería decir el resto del mundo-.
Vamos que no era precisamente una idea gloriosa.
También sería posible defender que Israel tiene derecho a controlar lo que entra y sale de su territorio.
Aunque entonces tendríamos que discutir sobre si ese territorio, la Palestina ocupada, que ellos consideran propio lo es o no lo es, con lo que volveríamos a ese punto de origen, que se pierde en las brumas de 1959, al que el sionismo político y militar israelí no quiere nunca retrotraerse. Es decir, habría que dirimir si Israel tiene derecho a ocupar Palestina.
Creo que eso ya lo ha hecho la ONU en varias ocasiones pero a todos les conviene olvidarlo en estos casos.
Otra posibilidad sería especular sobre la proporcionalidad de la respuesta del ejército israelí a la violencia con la que se resistió la tripulación al abordaje.
Entonces nos veríamos forzados a escrutar vídeos oportunamente grabados para que los peritos y los técnicos dilucidaran si son reales las imágenes de las agresiones a los soldados, para que descubrieran si son los propios soldados disfrazados los que fingen esas amenazas, si los ataques con barras de hierro son posteriores o anteriores al primer disparo, si el que cae por la borda es un soldado o un marinero.
Deberíamos dilucidar si un soldado entrenado en someter y reducir con sus propias manos a un yihadista armado con un cuchillo necesita disparar para inmovilizar a un activista armado con una barra de hierro.
O sea, que nos veríamos obligados a valorar reglas de compromiso militares sobre respuesta proporcional y, aún así, no tendríamos claro qué es lo que ocurrió en el buque insignia de esa flotilla.
Pero todo eso no importa. Es irrelevante.
Las armas utilizadas en el asalto, las mercancías que transportaba el barco, la resistencia de los abordados, la profesionalidad de los soldados, las resoluciones de la ONU, las reglas militares de compromiso, las campañas mediáticas, los proyectos solidarios, las barras de hierro, los fusiles de asalto, los cinco muertos turcos, los cincuenta heridos, los dos soldados caídos por la borda, los disparos y los gritos no importan. Habéis leído bien. Ni siquiera los muertos importan.
Lo que transforma en una farsa y en una falacia a la Comisión Turkel, por mucha presencia de Premio nobel de la Paz que pueda tremolar, es un pequeño aparato, un ínfimo y complicado mecanismo que sustituye a las cartas de navegación y los sextantes. Algo llamado GPS (Global Position System, creo recordar).
Porque pueden tenerse dudas sobre lo qué ocurrió, cómo ocurrió y hasta cuando ocurrió. Pero el GPS nos quita todas las dudas sobre dónde ocurrió. Y la respuesta a esa pregunta transforma a los soldados israelíes en los piratas somalíes del Golfo de Adén y transforma a sus jefes políticos y militares en el puñetero Corsario de Hierro.
Ocurrió en aguas internacionales.
No se puede abordar un barco en aguas internacionales. No se puede asaltar un barco en aguas internacionales. Eso lo sabe Israel, lo sabía la flotilla, lo sabe la ONU y lo saben hasta los piratas somalies. Pero Israel lo ignora y la pantomima que respalda su acción se atreve a afirmar que el abordaje, realizado en aguas internacionales, fue legítimo porque "al intentar romper el bloqueo la flotilla se había convertido en un objetivo de guerra".
De modo que ahora la guerra se establece sobre las intenciones. Israel tiene unas cuantas millas marinas de aguas jurisdiccionales en las que ese argumento hubiera sido aceptable. Tomado por los pelos, hipócrita y casi divertido, pero aceptable. Pero eso no sirve en aguas internacionales.
¿Un objetivo de guerra? ¿contra quien?
En España, Italia y otros muchos países está prohibido entrar ilegalmente por mar ¿eso convierte en objetivos de guerra a las pateras hasta el punto de que puedan ametrallarlas o hundirlas las patrulleras de la Guardia Civil?.
Que los barcos españoles incumplan las normas de captura en los caladeros franceses o marroquíes, ¿les transforma en objetivos de guerra? ¿Desde cuando la intencionalidad de un barco civil y desarmado de cometer un delito o una acción ilegal posibilita que se le convierta en objetivo militar?
Todos sabemos que no es así. Pero a Israel no le importa. Los halcones militaristas de gobierno israelí utilizan sus propios argumentos.
Como yo creo que alguien me ha perjudicado -Palestina y Lord Bradbury-  y los demás -La Armada de Su Majestad y el resto del mundo- no me dan la razón, entonces puedo atacar en alta mar a cualquiera que le de la razón a mi enemigo en lugar de a mi -Un bajel Inglés o una flota de activistas-. Tengo ese derecho. Soy el Corsario de Hierro.
Da igual que a lo mejor yo no tenga razón, da igual que se haya demostrado que no la tengo, da igual que esté incumpliendo con mi bloqueo todas las reglas de compromiso y las normas de convención que luego utilizo para exonerar a mis soldados. Hago lo que no tengo derecho a hacer en aguas en las que no tengo derecho a hacerlo.
Convierto a mis tropas en piratas somalies que ignoran los derechos del mar y se apropian de lo que desean sin importarles que no sea suyo y no tengan ningún derecho hacerlo. Convierto la fuerza en la única ley del mar. Y monto una comisión internacional para refrendarlo.
Así que todo lo que ocurrió no es relevante para la exoneración o condena de Israel. Sólo lo es el GPS porque ocurrió en aguas internacionales y en un buque desarmado -las barras de hierro no se consideran armas de invasión marítima-.
Porque fueron actos realizados por unos hombres armados a los que, por mucho uniforme que vistan y por mucha estrella de David que luzcan en sus mangas, sus jefes les habían convertido en simples bucaneros somalies en busca de botín, en sencillos filibusteros que, bajo una intolerable patente de corso, asaltan los mares en busca de riquezas para su señor. Aunque en este caso el botín y la riqueza no sean oro, plata ni rescates millonarios pagados en secreto. Aunque el botín sea la más absoluta impunidad para seguir matando Palestina de hambre y desesperanza.
Y si hay un Premio Nobel de La Paz que refrenda esas teorías es que cree bastante más en la paz que en la justicia. Que no son la misma cosa aunque una no sea posible sin la otra.
El Cosrario de Hierro y los piratas de Adén ya tienen amiguitos con los que intarcambian canciones procaces, libaciones de ron e historias de abordaje en la Isla Tortuga. ¡¡¡Oh, la botella de ron!!!

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