sábado, enero 22, 2011

Cuando un juez me dice que mi odio es sólo mío -Alienación parental bajo la máscara-

¿Alguien ha oido hablar de Esholz? Es evidente que últimamente no.
Desde luego no han oido hablar de él las veinte mujeres que se encierran este fin de semana en una sede de Izquierda Unida en Madrid para protestar. Lo hacen con máscaras blancas en el rostro y el apoyo institucional y de partidos de Izquierda, con el refuerzo de asociaciones femeninas y feministas.
Y ¿por qué lo hacen? Lo hacen porque quieren recuperar la custodia de sus hijos, de acuerdo. Lo hacen porque quieren que el sistema judicial no actúe en su contra, ¿cómo?. Lo hacen porque quieren que jueces, agentes judiciales, tuteladores y vigilantes de Puntos de Encuentro no hagan su trabajo, ¿perdón?. Lo hacen porque quieren que su palabra tenga rango de ley, ¡acabaramos!
Están en contra de que se aplique el concepto de la Alienacion Parental, o sea, de que se retire la custodia si alguien se dedica sistemáticamente a destruir la imagen y la relación de un progenitor -sea cual sea su sexo-, amparandose en la prevalencia y la presencia constante que, sobre los menores, le otroga el hecho de detentar su custodia legal.
O sea que quieren que nadie pueda perder la custodia de un hijo por inventar mentiras sobre su ex pareja, por negarle el acceso a ellos, por castigar a sus hijos por querer verle, por prohibirles llamar a su progenitor, por tirar o quemar los regalos y la ropa que este les regala y compra, por acusar falsamente de abusos ante los servicios sociales, por convencer a sus hijos de que cada vez que se van con la otra parte de su aportación genética le están haciendo daño, le están poniendo triste, le están partiendo el alma, por invertarse conversaciones ficticias en las que el ausente se niega a verles, por alterar la historia familiar en su propio beneficio y en perjucio del otro.
Y todo eso es real. Creedme, sé de lo que hablo.
O sea que quieren que todo eso no se tenga en cuenta a la hora de valorar si alguien merece o no cuidar a unos hijos y, lo que es más importante, si unos niños merecen o no crecer en ese ambiente.
Eso es el Síndrome de Alienación Parental y veinte mujeres están encerradas en Madrid para pedir, para exigir -que, a estas alturas del partido, la exigencia es una prerrogativa que, según el feminismo lacerante e irracional, solamente tienen las mujeres- que eso no sirva para quitar la custodia a las mujeres divorciadas en beneficio de los padres de sus vástagos.
Y dicen que el Síndrome de Alienación Parental no está oficialmente reconocido. Y no lo está. Y no es sorprendente que lo digan, primero porque es cierto y segundo porque les viene bien.
Lo que no resulta tan poco sorprendente es que ninguno de los periodistas que asisten a la puesta en escena de esta protesta les indique la laguna en su argumentación que supone que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, ya en 1986, diera la razón a un tal Emile Esholz en su proceso contra el Estado de Alemania.
Lo que es sospechoso es que nadie les recuerde que ese concepto legal, no psiquiátrico, está admitido por la jurisprudencia que emana de esa sentencia como motivo de retirada de la custodia. Y lo está por el más alto tribunal de derechos al que se puede recurrir.
Lo que es indignante es que los medios refuercen el hecho de que la Organización Mundial de Salud no lo reconoce como enfermedad, pero ignoren el hecho de que la Unesco le ha dedicado un día internacional. Incidan en que la Sociciedad Psiquiátrica Americana no lo incluya como una enfermedad psiquiátrica pero pasen por alto el hecho de que cuatro legislaciones europeas (la alemana, la holandesa, la francesa y la británica) incluyen conceptos legales, como manipulación parental injustificada o presión parental, en sus ordenamientos legales para definir como punibles este tipo de acciones por parte de un progenitor hacia el niño con respecto a su otro progenitor.
Lo que es absolutamente impresentable y aterrador es que los y las periodistas allí presentes acepten sin rechistar de la diputada madrileña Eulalia Vaquero y de la psicóloga de turno esos argumentos sin caer en la cuenta -o sin querer caer en la cuenta- de algo que debería omitirse por obvio: de que no es necesario causar una enferdar psiquiátrica a un niño para perjudicarle.
Hacer trabajar a un niño no crea una enfermedad psiquiátrica y está penado, prostituir o armar a un niño puede no crear enfermedad psiquiátrica alguna al menor, pero le perjudica claramente y está fuertemente penado.
Y nadie espera a que la OMS acepte el concepto de Síndrome del Niño Golpeado -que, por cierto no existe- o a que la Sociedad de Psiquiatría de América incluya en el DMS el Síndrome del Niño Soldado o el Síndrome de la Niña Prostituta -que, de paso, tampoco existen- para considerar eso un delito, castigarlo y prohibirlo.
Sería algo tan absurdo como no castigar un robo si no causa la ruina total a la víctima. Sería tan pueril como defender que callar verdades trascendentes no es mentir.
Las ideólogas de la perversidad de exigir a las madres divorciadas una responsabilidad que no enturbie su acceso a aquellos hombres a los que ellas odian hacen bien su trabajo y eluden la exposición de todas esas circunstancias.
Los medios de comunicación no hacen bien el suyo al permitirles, simplemente por llevar colgada del pecho y de la máscara la vitola de víctimas, pasar por alto tan obvias evidencias.
Los jueces no dictaminan si alguien está enfermo o no -salvo en algunas excepciones-. La judicatura está encargada de dirimir lo que es delito y lo que no lo es.
Y la judicatura española está empezando a llegar a la conclusión de que esas actitudes de alejamiento y demonización del padre divorciado por parte del padre custodio son un delito, no son permisibles y son castigables. Que causen una enfermdad o no es secundario. Es, en todo caso, un agravante. No es relevante.
Y precisamente porque saben eso -o porque temen que alguien pueda darse cuenta- motan todo el circo mediatico de esta protesta -que para eso están todas las protestas, hoy en día- en torno a una veintena de mujeres maltratadas que han perdido la custodia por causa de la aplicación por los jueces de esa nueva perversión denominada Alienación Parental.
Y eso si que es grave. Porque se da la custodia a maltratadores que, como poco, no son capaces de transmitir unos mínimos valores a un menor. Eso si no los maltratan directamente.
Y en ese momento del dicurso, en el que Eulalia Vaquero afirma emocionada que "esa es otra nueva forma de violencia contra las mujeres que ya han sufrido violencia y por eso es intolerable" -¿cuando hemos dejado de hablar de los riesgos de los menores y hemos vuelto a hablar de las necesidades de las supuestas víctimas?-, es cuando te das cuenta de la falacia. Cuando percibes el engaño.
Porque es en ese momento cuando la lógica de la rueda de prensa impone que una sonriente azafata -o azafato, si se considera sexista- reparta un bonito dosier. Pero no hay dosier.
Es cuando los periodistas apartan los ojos del estrado para consultar el texto de la sentencia de malos tratos que les ha sido presentada como caso de ejemplo. Pero no hay ejemplo.
Es cuando el sonido de los folios de la sentencia de la concesión de la custodia a un individuo condenado por maltrato acalla por un instante las palabras de la conferenciante. Pero no hay sentencia.
Y la logica judicial y procesal te golpea en la cara. Todo maltratador convicto sufre pena de cácel, según la nueva ley de Violencia de Género. Y ningún juez puede ni quiere conceder la custodia de un menor a alguien que está en la cárcel ¿Qué es lo que falla?
Falla que las veinte mujeres que esconden sus rostros -como si tuvieran que avergonzarse de su protesta- no han perdido la custodia ante veinte maltratadores convictos. Han perdido la custodia a favor de veinte hombres acusados de malos tratos. Puede que terminen siendo maltratadores, puede que parezcan maltratadores. Pero no lo son. No pueden serlo. Ningún juez ha dicho que lo sean.
Están denunciados por malos tratos y pueden ser condenados por malos tratos. Pero aún no son maltradores y puede que nunca lo sean. Puede parecer una diferencia ínfima. Pero no lo es.
Así que lo que es perverso no es la aplicación del concepto de Alienación Parental -que, por cierto ya ha beneficiado a muchas madres-. La que es pervesa es la Ley de Proteción Integral contra la Violencia de Género, que ha acostumbrado al entorno feminista radical a tratar como un maltratador a cualquier hombre sólo por el hecho de que una mujer le denuncie.
Algo que la judicatura puede hacer con las medidas preventivas que impone esa ley, pero algo que le resulta imposible -y, por lo que se está viendo, indeseable- cuando el proceso no está vinculado a la Violencia de Género -concepto que, por otro lado, tampoco está aceptado, tal y como se aplica en España, por ningún organismo internacional, no lo olvidemos-.
Y por ello están en contra de las exploraciones psicológicas de los juzgados a los menores -que exigen en otras muchas circunstancias-, porque las declaraciones de los niños pueden ser del todo incompatibles con sus denuncias. Todos sabemos que los niños en situación de una cierta presión tienden a decir la verdad. Lo saben sus profesores, lo saben sus hermanos mayores. Lo saben sus padres y sus madres.
Por eso están contra las investigaciones y los informes de los agentes judiciales y los responsables de los Puntos de Encuentro. Porque ellos no están mediatizados por el hecho de que ella es víctima de malos tratos y él un maltratador, puesto que no existe sentencia alguna al respecto.
Así que, pese a la nueva escenificación, al final todo sigue siendo lo mismo. La protesta no exige que se aplique con rigurosidad médica el Síndrome de Alienación Parental, no solicita que se cubran vacíos legales que permiten acceder a los maltratadores a sus hijos y ponerlos supuestamente en riesgo.
Lo que pide la protesta es lo de siempre. Que mi palabra sea ley, todo el mundo me crea sin fisuras  y nadie me cuestione. Y que nadie pueda acusarme nunca de hacer algo malo y, mucho menos, a mis hijos.
Y lo peor es que es más que probable que muchas de esas veinte mujeres hasta tengan razón y su denuncia sea cierta y su reclamación aceptable. Lo triste es que se dejan instrumentalizar por una protesta y unas organizaciones a las cuales su situación les importa muy poco o nada.
No me extraña que las tapen el rostro. Es vergonzoso. No me extraña que las hagan usar máscaras blancas. Es una mascarada.

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