martes, enero 11, 2011

Cuando el pérfido Estado nos impone el sesenta y nueve -como si hiciera falta-

Si es que no hay manera. Como dirían las ancianas de la calceta en el parque "si es que les das la mano y se toman el brazo".
Mientras España se debate en opiniones -siempre confrontadas y tristemente poco conciliables- sobre el fin de ETA, mientras América se arrulla y se lame las heridas con el epítome trágico del asesino loco solitario, Roma, la eterna Roma por inamovible, que no por inmarcesible, vuelve a lo que le preocupa, a lo que le inquieta, a lo que, por desgracia, siempre le ha quitado el sueño mientras al resto de la humanidad tan sólo se lo retrasaba: el sexo.
Durante los últimos tiempos, el ínclito Ratzinger había denunciado la persecución de los cristianos en Oriente y, con matices, tenía razón; se había quejado del imperativo occidental contra la exposición de los símbolos religiosos y, sin matiz ninguno, tenía razón. Para todas las religiones y no religiones, eso sí -vaya, pues sí tenía un importante matiz, después de todo-.
Pero, no sé si porque el vicario austriaco se crece con el apoyo o porque, logrado el objetivo de la atención y el apoyo, opta por la mundana estrategia de aprovechar el tirón, Ratzinger de repente resbala, patina discretamente hacia otra cosa. Vuelve a su ser original, vuelve a hablar de sexo.
Supongo que no han dejado de importarle las minorías cristianas de Oriente, pero no puede evitar aprovechar que una buena parte de los ojos del mundo le miran -algo que no ha debido sentir un papa desde más o menos Juan XXIII- y se descuelga con aquello en lo que se mueve bien, en lo que está acostumbrado a moverse. Con aquello en lo que no ha dejado de equivocarse desde hace años.
"La educación sexual amenaza la libertad religiosa en Europa". lo dice delante de diplomáticos de todo el mundo y luego suelta aire como afirmando, ya está, ya lo he dicho. Y por supuesto se queda tan benditamente ancho.
Y nos fuerza a aquellos que creíamos haber atisbado un punto de luz y raciocinio en las formas última de actuar del entramado comunicativo vaticano, con el inquisidor blanco a la cabeza, a volver a torcer el gesto, a alzar la ceja.
"se impone la participación en cursos de educación sexual o cívica que transmiten concepciones de la persona y la vida presuntamente neutras, pero que en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la recta razón" 
Eso dice Ratzinger y no parece analizar lo que dice. La educación es neutra. Lo que no es neutra es la fe.
Los cursos de educación sexual -al menos en este país y dudo que en los demás sea diferente- no atentan contra la libertad religiosa porque no presuponen una forma de actuación.
"Si practicas el sexo y  no quieres quedarte embarazada tienes varias opciones"  comienza un párrafo de un texto de educación sexual. Y aquí va la lista de anticonceptivos, profilácticos y contraconceptivos. La educación sexual no afirma que debas practicar el sexo y no afirma que debas usar anticonceptivos.
No sé si el hecho de escribir en latín sus discursos o su pentecosteico don de lenguas le han hecho olvidar a Ratzinger el uso del condicional en castellano. Pero un "si" condicional explicita claramente que existe la opción de tomar otras opciones entre las que, por supuesto, se encuentra la contraria, en este caso, de no practicar sexo. 
Y el verbo poder significa, al menos en español, tener expedita la facultad o potencia de hacer algo o bien ser contingente o posible que suceda algo. Pero en ningún caso explicita la obligación de hacerlo.
¿Qué es lo que pide entonces el vicario del catolicismo romano?, ¿qué no se muestren estas posibilidades a los adolescentes para así facilitar el trabajo de los catequistas, que no se verán obligados a explicar los intrincados motivos - aunque respetables, supongo- por los que la Iglesia católica se opone a la utilización de los métodos anticonceptivos o a la práctica del sexo fuera del matrimonio religioso?
¿Pretende  que sus feligreses adolescentes no sepan lo que pueden hacer para que crean que sólo pueden hacer lo que las creencias religiosas de sus padres les dicen que deben hacer y así mantenerles en la milenarista confusión de que lo que deben hacer según sus creencias es lo único que es posible hacer?
Ratzinger habla de que la educación sexual transmite una antropología contraria a la fe. ¿Y ahora lo descubre? La antropología es una ciencia que lleva siendo contraria a la fe desde que se inventó.
No es que sea contraria, es que contradice lo que la fe -la monoteísta, al menos- mantiene desde antes de que la antropología existiera. La antropología, como ciencia, enseña lo que descubre. Si es contrario a la fe, es un problema de la fe.
 A lo mejor, en lugar de impedir a sus creyentes el acceso a esos conocimientos para no minar su fe, habría que revisar los términos en los que se basa la creencia. Que nunca está de más un buen concilio. Viste mucho.
En resumen, que la educación sexual y el estado solamente atentarían contra la libertad religiosa católica si -y va a sonar absurdo desde el principio- obligaran a las personas a echar un polvo fuera del matrimonio en una ley orgánica y además impusieran que en cada coito se practicara un sesenta y nueve dentro de su reglamento de desarrollo, si forzaran a las mujeres a abortar en un artículo constitucional, si prohibieran con un bando municipal la postura del misionero e impusieran con una normativa autonómica la postura del perrito o el coito supino, si obligaran a practicar sexo con preservativo sin que los implicados lo desearan en un reglamento de desarrollo o si forzaran a los heterosexuales a mantener relaciones homosexuales por decreto ley. Y voy a parar aquí porque algunos y algunas que todos conocemos pueden ver en ello una idea progresista y ponerse a legislar como locos.
Suena procaz, pero sobre todo suena absurdo. Ningún Estado y ninguna educación sexual hace eso. Al menos ninguno que no sea una teocracia, ¡que curioso!. Así que considerar que atenta contra la libertad religiosa es básicamente igual de procaz e igual de absurdo.
¿Quien atenta más contra la libertad religiosa, aquel que muestra todas las posibilidades -aunque prefiera una en concreto- o aquel que mantiene que los que han nacido en una religión deben ser necesariamente educados en esa religión sin que tengan la posibilidad de conocer otro tipo de creencias o ideologías que pudieran apartarles de esa fe originaria?
Quizás Ratzinger debería hacerse esa pregunta.
Quizás el vicario vaticano debería caer en la cuenta de que los niños que han nacido en el seno de una familia católica, no han elegido hacerlo y, por tanto, tienen también derecho a tejer, con todos los mimbres a su alcance, la cesta de su libertad religiosa. Incluso para abandonar su fe de nacimiento.
A ver si de tanto defender la libertad religiosa, se van a convertir en los primeros que la niegan.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics