lunes, diciembre 27, 2010

El continente jerarcofóbico (3)

Existe otro elemento fundamental a la hora de entender el proceso cristianofóbico en Europa -en occidente en general- y eso es la historia.
Volviendo a redundar en el hecho de que no se trata de un proceso contra el cristianismo, aunque Roma y sus ideólogos lo vean así, sino más bien contra el catolicismo y su jerarquía, hay que decir que el laicismo militante pasa en muchos casos por el revanchismo -el de España es uno de ellos- de determinadas posiciones ideológicas con respecto a acontecimientos pretéritos. Aunque es un flujo histórico recurrente en muchos países y situaciones, no es justificable.
Los defensores del librepensamiento vuelven a caer en el error ilustrado de coartar la libertad de expresión de dicho pensamiento. La imposición de la eliminación de la visibilidad externa de los signos religiosos y de las vivencias religiosas va encaminada no a facilitar la libertad de los no religiosos, no el respeto a sus creencias en la no existencia de un dios, sino a imponer como libre y progresista un pensamiento y como esclavo y arcaico otro.
Puede que yo considere que creer en un dios es inútil, espúreo, bloqueador y alienante, pero también sé que que resulta imposible imponer ese criterio. Convencer de él, quizás sí, pero no imponerlo.
El "Libertad, perro, trágala, trágala, trágala". No funciona. La educación a la larga, sí. Pero lo demás no. Los gobiernos, como expresión de la voluntad popular, tienen derecho a educar en determinada línea básica que consideran un mínimo imprescindible, pero no tienen derecho a imponer una forma de ver el mundo o de no verlo, como es el caso.
Pero, una vez más, a un error del laicismo en la ofensiva le sigue, de forma irremisible, un error de concepto de las jerarquías eclesiales en la defensiva,  lo que permite a los desintegradores del hecho religioso acumular argumentos que, aunque para la gente que piensa en uno y otro lado sean inconsistentes, para la mayoría de la población son incuestionables. Incuestionables porque son sencillos de comprender.
¿Qué ha impedido a Roma beatificar a los curas rojos de Bilbao que fueron fusilados por Franco, a los sacerdotes jesuitas que fueron asesinados por los escuadrones de la muerte de Somoza o por los paramilitares colombianos? El simple hecho de que la jerarquía eclesial católica de esos países no lo ha pedido ¿Cual ha sido la respuesta de Roma al proceso de laicismo radical empezado por determinados gobiernos? La beatificación de religiosos asesinados por la República...
Sin haber hecho una condena expresa del Nacional Catolicismo, sin haber ni siquiera criticado abiertamente desde las más altas instancias a los obispos y arzobispos que apoyaron ese régimen, se posicionan en su política de comunicación de un lado ¿Y pretenden que sus adversarios ideológicos no aprovechen eso?
Y lo mismo con la dictadura de los generales en Argentina, con Pinochet en Chile, con Somoza en Nicaragua -excepción hecha del Monseñor Romero que, por cierto, no sé porqué todavía no es santo-.
No es una cuestión de lo que se hizo o no se hizo históricamente. Eso pudo ser evitable, pero ya no es subsanable. Es una cuestión de fallo en la interpretación. De no desmarcarse a tiempo. De no saber valorar la historia más allá de sus propias necesidades y de sus propios complejos.
A estas alturas del partido, sabemos que la jerarquía romana no está de acuedo con las dictaduras de Videla o de Pinochet, con los desparecidos o con los represaliados -por lo menos la actual-. Pero Roma no ha condenado abiertamente a los que se mostraron de acuerdo. No ha repudiado en los discursos papales a los que desde los púlpitos los apoyaron. Y eso ha dado un argumento continuo a aquellos que pretenden acabar con el hecho religioso católico a través de la destrucción de la credibilidad de su jerarquía.
Esa ausencia de compromiso colectivo y explícito -que no personal e implícito- es aprovechada por aquellos que, en uso y abuso de su derecho al proselitismo, pretenden instaurar por las bravas -de igual con qué talante- el laicismo en Europa. En el Occidente, hasta ahora considerado cristiano.
Pero eso no es cristianofobia. Y lo demuestra el hecho de que, hasta los propios detractores de estas posiciones, citan frases bíblicas y pasajes evangélicos para cuestionar esas formas de actuación. Esa tibieza, sino frialdad absoluta, ante determinadas cuestiones. Si se tratara de cristianofobia se buscaría explicitar que es la propia esencia del mensaje cristiano la que impone esa forma de actuar -como hacen muchos islamófobos con El Corán-.
Es una crítica frontal que los ideólogos de la erradicación del hecho religioso público utilizan contra la jerarquía y que emana de la más profunda raíz social, incluso dentro de los cristianos. Incluso dentro de los católicos. 
"Vive como un cura", "come como un obispo", "vive como el Papa". Ese anticlericalismo latente -que el clero occidental se ha ganado a pulso, reconozcámoslo hasta entre los propios católicos ha sido magnificado hasta límites insospechados por el laicismo militante y acérrimo para dejar al descubierto sus más terribles errores.
Y ha originado la jerarcofobia. Y todavía nos falta la catolicofobia.

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