jueves, noviembre 11, 2010

La Sombra de Obama, casi por Orson Scott Card

Que Barack Obama no podrá ir más allá de donde empezó es algo que está comenzando a hacerse tan palpable como fue la esperanza de que lo hiciera, cuando fue elegido allá en los albores del derrumbe -no definitivo, pero sí definitorio- del sistema económico que sustenta lo que algunos historiadores ya llaman la Civilización Atlántica.
Se supone que aún no es tiempo de definir lo que pudo o no pudo hacer Obama, pero sí es tiempo de creerse y recrearse en lo que hace, en lo que está haciendo.
Y lo que está haciendo el presidente al que las improntas de su país, la necesidad de reelección, los Tea Parties y el mastodóntico sistema financiero estodunidense no dejan ser presidente de su país, es alargar su, ya de por si, esbelto cuello hacia el futuro. Y lo que ve, lo que parece que sólo él ve es una novela de su siempre sorprendente compatriota Orson Scott Card.
Occidente, esa civilización que ya tiene nombre entre los historiadores -todo un síntoma-, no entiende porque hace determinadas cosas, porque dice determinadas frases. Quizás sea porque no mira al futuro con tanta insistencia como Obama o porque, mientras el viejo y reiterativo Vargas Llosa recibe el Nobel de literatura, Orson Scott Card sigue siendo considerado un escritor de segunda.
Sea por lo que sea, Estados Unidos y Europa no entienden a Obama porque Estados Unidos y Europa se han incapacitado a si mismos para entender el futuro.
Obama se pone a viajar -que ahora mismo lo doméstico no está como para quedarse en casa- y Europa se abruma.
Empezando por España, se indignan porque, de repente, se le encuentran defendiendo la candidatura de India para miembro permanente del Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas.
El líder estadoundense habla en Indonesia y el occidente cristiano -o pagano o ateo- tuerce el gesto ante su insistencia en dar relevancia a las relaciones con el Islam.
Habla de economía en una gira por Asía y no pasa por China. Y los aparatos económicos y financieros atlánticos se enfadan al ver que, el baluarte presidencial del país más librecambrista del orbe, no hace acto de presencia en el único mercado que podrá salvar un sistema que no tiene muchas esperanzas de ser salvado.
Pero Obama no ha enloquecido, no ha dado la espalda a su fiel aliado Zapatero en benifico de India, no se ha dejado llevar por sus recuerdos infantiles indonesios y ha dejado atrás a la llamada América Cristiana en beneficio del pérfido islam que, según ellos, nos acosa y quiere acabar con nosotros, no ignora China porque esté más pendiente de sus posiciones ideológicas que de las necesidades económicas de su país.
Obama apoya a India - y no a España- porque sabe que la estrategia de los números sustituirá a la de las alianzas atlánticas. El hijo del economista keniano habla del Islam porque sabe que los musulmanes aún creen -con todo lo malo y lo bueno que eso tiene- en su dios; el hombre de Hawai no va a China porque sabe que China le va a decir que no le necesita.
Obama no mira a otros que no somos nosotros por traición, ideología o locura. Lo hace porque mira al futuro. Y en el futuro nosotros ya no estamos. Como en una novela de Orson Scott Card.
Puede que no lo comprendamos pero lo lógico, más allá de lo obselto y lo recalcitrante de un organismo como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, es que India, con sus 1.200 millones de personas, tenga más peso internacional que España.
Nosotros no lo entendemos porque somos occidentales, pero lo lógico es que, en caso de que alguien tenga que tener derecho a veto sobre algo, lo tengan aquellos que representan a más de dos tercios de la población del planteta -o sea China, India y Rusia- y no paises como España o incluso Alemania y Francia, que lo único que hicieron fue ganar, perder o no participar en una guerra hace más de medio siglo.
Como el viejo Card, Obama ya ve un mundo en el que los ejes de poder serán los países más poblados, la religión que, ya en 2008, superó a los cristianos y que sigue aumentando -mal que nos pese a aquellos que nos negamos a comunicarnos con los seres invisibles- mientras el catolicismo sigue perdiendo adeptos y las econmías que ahora emergen mientras las nuestras se hunden en cifras de paro y de desesperanza desconocidas desde 1929.
Scott Card escribe en uno de esos libros de anticipación que se nos están viniendo encima a velocidad de vértigo -La Sombra del Hegemón, se llama-:
"...cambiamos cuando nos dimos cuenta de que era absurdo pelear contra nuestros hermanos judíos y entre nosotros en lugar de desarrollarnos a la par. Cuando eso pasó, Estados Unidos ya no fue necesario.
La India había crecido demasiado y no había manera de influir en sus decisiones y sus inercias, China ya no necesitaba a Europa porque nos tenía a nosotros y a India como enemigos y como clientes. Rusia miró hacia Oriente por primera vez en su existencia y el Islam posó sus ojos en Africa.
Brasil se adueñó económicamente del continente americano porque las dinamicas financieras y el nivel de vida reclamado por la población de Estados Unidos hacía inposible la competencia. No te estoy diciendo, Bean, que este mundo sea mejor, solamente te estoy diciendo que es diferente. Estados Unidos y La Vieja Europa ya no existen."
Y eso lo dice en un futuro no muy lejano publicado en 2003, ni más ni menos, que un Califa negro de trece años -pero seguro que eso sí es ciencia ficción. Y el que tenga problemas para ubicar el concepto de califa que busque en las páginas de la Enciclopedia Británica-.
Todos los libros de esa gloriosa saga de anticipación comienza sus títulos con el sintagama La Sombra -de Bean, del gigante, del Hegemón...-. Quizas el prolijo y espectacular escritor de Richland deba empezar a aporrear el teclado de su ordenador o a hacer crujir su pluma y su muñeca para añadir un nuevo volumen a su saga bajo el título La Sombra de Obama.
Así que no se sabe si es que Obama habrá leído al genial autor de El Juego de Ender o si lo habrá descubierto por su cuenta, pero suena a que su olfato está oliendo el futuro y no le gusta en absoluto el hedor a muerte que percibe.
Es como si aquel que del "Yes, we can" fuera por fin consciente de que, para su país y para Europa, está mucho más cerca el lema "No, we can not, not longer".
Es más que posible que, dentro de unos años o unos siglos, alguien acuse a Obama -de hecho, ya hay quien lo hace- de iniciar el declibe de Occidente, como hicieron con Pericles en Grecia, con Valentiniano cuando dividio el Imperio Romano o con Selaheddîn -vale, Saladino- cuando firmó la paz con los cristianos y dividió El Califato, pero no será del todo cierto.
Obama ha mirado al futuro, ha encontrado muerto a Occidente y lo único que está haciendo es asegurarse de que tenga un obito apacible y un sepelio tranquilo.

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