viernes, septiembre 10, 2010

Venga va, España es del todo antisemita -o la inocencia de Hannah como principio estadístico-

Últimamente parece que la la obcecación y la paranoia que trasforma la realidad en otra cosa se vuelven recurrentes en la mayoría de los aspectos que nos rodean. Vuelven una y otra vez a las portadas de los periódicos y a los sumarios de los informativos disfrazadas de estadística, de encuestas tramposas que se empeñan en decirnos lo que somos como si no fuera más importante que alguien nos recordara lo que hemos dejado de ser.
Y la última de esas vueltas recurrentes es la del manido, absurdo y ya hasta aburrido antisemitismo supuesto e insistido que aqueja nuestras almas, nuestros pensamientos y nuestros comportamientos -eso dicen, eso se empeñan en decir, desde hace algún tiempo-.
Una encuesta realizada por la Casa Sepharad Israel de España salta a las páginas de los periodicos elaborando un titular directo e impactante -como debe de ser- para decirnos que el 35 por ciento de los españoles son antisemitas. Y se quedan tan anchos. Lo dicen y luego es de suponer que esperan una condolencia cuando menos.
Por supuesto nadie nos dice las preguntas que se han realizado en esa encuesta para llegar a tan contundente conclusión, pero es de suponer, como en todas las encuestas, que nadie ha salido a la calle con un bolígrafo y un cuaderno dividido en dos columnas y ha asaltado a los transeuntes con la frase: "Perdone, buenos días, ¿es usted antisemita?
Y así, como para reforzar la idea que esta fría y confusa estadística aporta sobre nuestra sociedad, se dan unas pinceladas más personales, más humanas -todo muy periodístico, muy comprable- en forma de testimonios personales. Es ahí en esos testimonios donde se empieza a ver algo de luz en todo este retorno a la misma cuestión.
Uno de los testimonios dice más o menos esto:
"Si Israel no es noticia, no pasa nada, pero cuando los medios destacan alguna acción en Oriente Próximo notas el vacío de tus compañeros", dice una estudiante de 20 años de la Complutense de Madrid que quiere ser identificada como Hannah, aunque su nombre real pertenece al santoral católico.
Es en este momento cuando el dato se vuelve tramposo, cuestionable, manipulado e inútil. Los españoles -la muestra de ellos que suponen los estudiantes de la Universidad Complutense, en todo caso- ¿son sólo antisemitas cuando Israel sale en las noticias?, ¿puede alguien ser intransigente y racista -lo que supone el antisimitismo- a tiempo parcial?
La respuesta por supuesto es no. Hannah parece decir que mientras no hay una acción militar israelí sus compañeros no muestran abiertamente su antisemitismo. Pero cabe otra posibilidad, una posibilidad que es lógico que Hannah no tenga en cuenta, pero que los que presentan el dato deberían haber tenido:
A lo mejor sus compañeros de facultad no son antisemitas. A lo mejor tan sólo están en contra de la solución violenta y militar que Israel da a sus problemas. A lo mejor no le hacen el vacío por ser judía, sino por apoyar esa política. A lo mejor Israel y judaismo no son lo mismo. A lo mejor judaismo y sionismo no son sinónimos con lo que, por definición, antisionismo y antisemitismo tampoco lo son.
Y el testimonio sigue
"A raíz de una acción en Gaza, mis amigos judíos de Twitter colgaron una imagen con la bandera de Israel y la leyenda Siempre contigo. Enseguida empecé a notar que mis compañeros me rehuían.
Resulta curioso que Hannah y aquellos que utilizan su testimonio como ejemplo no se den cuenta de que la vinculación de la condición racial  de hebrea o religiosa de judia -que no queda claro- de Hannah con el Estado de Israel parte de ellos mismos; de que son sus correligionarios o sus iguales raciales -que sigue sin estar claro- los que colocan la bandera de Israel y la leyenda de apoyo en Twitter.
A lo mejor, si Hannah se mostrara en contra de esa política no sufriría el vacio de sus compañeros porque lo más seguro es que lo sufra por apoyar esa acción militar que ellos -y gran parte del mundo civilizado, por cierto- perciben como criminal, desproporcionada e injusta.
Si ella está a favor de esas acciones -que tiene todo el derecho del mundo a estarlo, al menos en teoría- no puede criticar a los que están en contra por no estar de acuerdo con ella. No se puede acusar a alguien de antisemita, de estar en contra de una raza, de un pueblo y de una religión, por estar en contra de la política de un Estado.
Es tan absurdo como decir que todos aquellos que protestan contra la expulsión de los gitanos en Francia -y se muestran fríos con aquellos que la defienden- son antifraceses, anticatólicos -Francia es una país de mayoría católica- y antirepublicanos, por ejemplo.
La identidad entre el Estado de Israel, las políticas sionistas -es una definición, no un insulto-, la religión judía y la raza hebrea es algo que parte del núcleo duro del sionismo y del inconsciente colectivo de muchos hebreos, israelíes y judíos. No es algo que nos afecte a los demás a la hora de opinar sobre lo que hace y deshace el gobierno israelí. Los que han elaborado esa encuesta y los que han escrito ese titular lo saben y eso es lo que transforma el dato y la utilización del testimonio de Hannah en una manipulación artera, obvia y deplorable.
Pero sigamos
"Una amiga me comentó: ¿Sabes que dicen por ahí que eres judía? ¿No será cierto? Lo que más me dolió", recuerda Hannah, "fue su tono de espanto".
Aún aceptando que la frase fuera así -que no tengo porque dudar de la sinceridad de Hannah-, si la identificación de Israel, su política y el concepto de hebreo y judío parte del propio ideario político mayoritario en ese estado, es lógico que se vincule la condición de judío a la de israelí y sionista. Quizás Hannah debería pensar que el horror de su amiga se debe no al hecho de que guarde el Sabbath, de que siga los preceptos de la Torá, de que adore a Yavhe o de que tenga un tronco racial heredado de los pueblos del Asia Central, sino a que apoya una política que mantiene a varios millones de personas hacinados como ganado, que reacciona desproporcionadamente ante cualquier ataque terrorista -que los sufren y muchos- con acciones que no tienen en cuenta las bajas civiles o que utilizan armamentos prohibidos y aberrantes -como si algún armamento no fuera aberrante, por otra parte-.
A lo mejor alguien tenía que haberle explicado a Hannah que ser judío o hebreo no te obliga a defender esa forma de ver el mundo que exportan y venden los halcones sionistas de Israel igual que ser musulmán no te obliga a abrazar y comprar la loca guerra santa que los yihadistas, ebrios de dios y  gloria, venden escudándose en el derecho a la libertad del pueblo palestino. A lo mejor, en lugar de publicar encuestas tramposas, alguien tendría que dedicarse a hacer eso. A lo peor nadie lo hace.
Y terminemos
"Esta estudiante dice estar harta de los omnipresentes carteles de su facultad con la estrella de David tachada, o con acusaciones de genocidas a los israelíes o la pegatina del microondas, inamovible desde hace varios cursos: boicot a Israel, "por lo hablar de la marcada ideología antisemita de muchos profesores".
De nuevo la confusión parte de Hannah, de nuevo la mezcla de churras con merinas, la confusión de las nalgas y las temporas está en la mente de aquellos que acusan a los otros de antisemitas cuando no tienen una sola razón para hacerlo. De antisionistas sí, de antiisraelies quizás también -en el mismo rango en se que habla de los antiamericanos o de los antiimperialistas- pero no de antisemitas. Y, mal que les pese a muchos, la libertad ideológica nos permite ser antisionistas.
Por que eso es el sionismo: una ideología. No una raza, no un pueblo, no un derecho adquirido, no una necesidad, ni siquiera una revelación religiosa. Sólo es una ideología.
Los estudiantes tachan la bandera de Israel para mostrarse en contra de la política y las acciones militares de su gobierno ¿Por qué los que apoyan esta política tienen derecho a utilizar esa bandera en Twitter para apoyarla y sus detractores no tienen derecho a usarla para criticarla? No tachan el menorah, no tachan un icono religioso o racial, tachan un símbolo político. Hannah y el resto de los 45.000 judíos españoles deberían empezar a tener claro eso.
Si alguien quema una bandera estadounidense delante de una embajada -como se hace casi todos los días en alguna parte del mundo, por desgracia- se le puede acusar de ser antiamericano, pero no de ser "antiblanco", "antianglosajón" o "antiprotestante". Eso sólo lo harán los que identifiquen religión, raza y Estado. E identificaciones como esa, por suerte, son algo que no se lleva a cabo en Europa desde hace unos cuantos siglos.
Más allá de que tengan razón o no en sus acusaciones de genocidas y, cuando se ha contribuido de forma directa y constante a la muerte de millón y medio de palestinos, se les asedia por hambre y enfermedad y se les confina en campos de refugiados, resulta bastante lógico que alguien puede llegar a pensarlo, de nuevo las acusaciones son contra un gobierno, un ejército, una política y aquellos que la apoyan, no contra una raza o una religión. Se pide boicot a Israel -de forma un tanto radical, hay que reconocerlo-, pero no contra la religión judía, ¿el boicot a Israel sería una política racista y antisemita y el bloqueo a Gaza no lo es?
Quizás Hannah debería pensar a qué y a quién se oponen las pegatinas y las pintadas de sus compañeros de clase y facultad y no dar por sentado que la odian por ser judía.
Ese es el pensamiento reduccionista y sencillo que pretenden vender a las sociedades en las que son minoritarios -es decir todas las del mundo- aquellos que han pretendido igualar sionismo y judaísmo, Israel y raza hebrea. Como lo intentan aquellos que han pretendido unificar en un mismo vértice yihadismo y libertad palestina o Islam y fanatismo.
 Es el pensamiento que les permite eludir toda crítica a sus acciones bajo la manta del antisemitismo y el fantasma de la culpabilidad del mundo occidental por unos hechos que sólo son historia. Digna de aprenderse para no repetirla, pero indigna de ser utilizada como cobertura universal a cualquier tipo de acción.
Quizás alguien debería enseñarle a Hannah -y a muchos otros que no son Hannah, ni judios, ni musulmanes- que la disensión no es odio, que la crítica no es aborrecimiento, que el hecho de que alguien no acepte una opinión o una forma de actuar tuya no es una discriminación ni una muestra de desprecio por el conjunto de los factores y circunstancias que componen tu realidad y tu persona.
Quizás alguien debería hacer ver a todos esos individuos que las acciones y las opiniones propias generan reacciones en los demás y no resulta posible ni plausible esconderse bajo el victimismo para intentar que los demás acepten todo lo que sale de tu boca y de tus actos. O eso, o hacer las encuestas como dios, Gauss y los principios mínimos de la ética y la estadística mandan.

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