miércoles, julio 21, 2010

El nigab, las Rai Ban y el marketing social

Mientras nuestros políticos pierden tiempo en debatir el estado de una nación que no admite debate: es lamentable; mientras intentamos descubrir si hay que cambiar el Estatut para que entre a capón en la Constitución o hay que cambiar la Constitución para que acepte a regañadientes el Estatut, es decir, mientras perdermos el tiempo, los empleos y las expectativas de medio país en temas baladíes, aun nos queda tiempo para perderlo en algo más.
Seguimos con el Burka a cuestas. El resto de los asuntos, el resto de las pérdidas de tiempo políticas y mediáticas a las que se someten voluntariamente nuestros políticos y líderes en espera de sus inmerecidas vacaciones, demuestran que somos incapaces de salir de nuestras peleas, nuestros enfrentamientos ancestrales, nuestras dos españas y nuestras miserias para mirar hacia adelante. Lo del Burka simplemente demuestra que somos incapaces de salir de nosotros mismos.
El PP, con la ínclita Santamaría a la cabeza -curioso apellido para alguien que parece repentinamente sentir una urticaria irrefrenable ante los velos- presenta una propuesta para que se prohiba el uso del burka o el nigab en público. El congreso la rechaza, pero ella y su partido la presentan.
Partamos de la base de que la prohibición de una indumentaria para conseguir un obejtivo -por moderno y democrático que parezca- resulta contraproducente y tan inutil como cambiar de tumbona en el Titanic, pero vayamos más allá, ¿por qué dice el PP que hay que prohibir tan incómoda y arcaica prenda?
Obviamente, El PP no puede hacer referencia al islam -hasta ellos saben que eso no es políticamente correcto, aunque dudo a estas alturas que no lo piensen-, porque entonces tendrán que pedir el adios definitivo a las normas de Silos, la Catedral de Burgos o el Arzobispado de Toledo que obligan a entrar en las iglesias y los conventos con los hombros cubiertos, de velarse o cubrirse la cabeza -sí velarse, habeís leído bien- en actos religiosos que discurren por la calle en presencia de laicos y hasta ateos.
Tampoco puede hablar de los derechos femeninos porque poco o nada ha hecho por ellos, sacrificando en el altar de su conservadurismo a un ministerio y su ministra -que en muchas ocasiones lo han merecido, eso sí, pero basandose en una lógica radicalmente distinta a la que usa el PP-.
Así que, como no puede tirar de esos argumentos, recurre a otro que ha escuchado en alguna parte, no tiene muy claro de que vá, pero parece que suena bien. La democracia y las libertades. Y la seguridad, por supuesto la seguridad, que no hay discruso del PP que no meta la seguridad de por medio. Todo un clásico.
Saenz de Santamaría comienza por lo que mejor maneja, tanto ella como su partido: El miedo.
Habla de la necesidad de prohibrlo por la dificultad para identificar a aquellas que lo llevan. Y los fantasmas de los antetados integristas, de los islamistas -y las islamistas- escondidas con sus cargas de destrucción ocultas en busca de víctimas vuelve a ser lanzadas sobre las mentes y los miedos de los que escuchan y los que leen.
Pero tampoco insiste mucho porque claro, lo mismo tiene que acabar pidiendo que se prohiba la última colección de Rai Ban con esas gafas que tapan toda la cara, o los sombreos de paja tan en boga este verano o incluso los velos -todos integrales, eso sí- de las novias que se casan blancas y radiantes en los suelos catedralicios. Así que se limita a tirar la piedra y mirar rápidamente hacia otra parte. Aterroriza que algo queda.
Soraya -que no pestañearía en ir con mantilla a una audiencia papal o en plantarse un señor velo en la procesión del Corpus Cristi en las tierras toledanas de su correligionaria Cospedal- insiste mucho más en otra línea de argumentación y afirma que no se puede defender la libertad de aquellos que han decidido renunciar a ella. Lo dice y se queda tan pancha. Como si hubiera que aplaudirla. Lo malo, es que su partido la aplaude.
Pero lo que no se hacen en preguntas. Las preguntas no cuadran con la forma de hacer gobierno de nuestros líderes ni con la forma de hacer oposición de nuestros políticos.
Si se trata de defender la libertad, ¿por qué los egregios populares no protestan y piden normas que prohiban que los colegios concertados religiosos puedan imponer a las jovencitas que no lleven shorts, tops o faldas por encima de la rodilla, aún cuando el verano cae a plomo sobre sus jóvenes cuerpos -y lo de jovenes cuerpos ya les sonaría pecaminoso-?, ¿no puede considerarse que anteponer la relajación de los miembros viriles masculinos a la comodidad de las jovencitas es somertelas a las necesidades del varón?
¿Por qué los adalides del progresismo de cartel y voto fácil no permiten que las mujeres samoanas se paseen con los pechos al aire o los hombres amazónicos con sus penes al viento por el Paseo de la Castellana?, ¿no se trata de defender la libertad de ser lo que se quiere ser, más allá de lo que impongan los demás?
Pues va a ser que no es eso. Ni por los que gobiernan, ni por los que desean gobernar.
En realidad, la libertad supone la capacidad de decisión en cualquier sentido y eso debería ser incuestionable para alguien que se dice demócrata. Si quieres llevar un burka o un nigab pues lo llevas; si quieres aceptar las connotaciones que esa prenda tiene para tí y para los que te rodean, pues es tu decisión. La historia, la cordura - y probablemente las altas temperaturas estivales- pueden quitarte la razón y probablemente lo harán. Pero sigue siendo tu decisión.
Los que presentan la proposición de prohibición ponen un ejemplo muy marcial, muy patrio, muy heroíco. Muy del PP. Nuestros chicos de armas ponen una pica en Kabul para defender la libertad -y el control occidental del mercado del opio, y la seguridad de los gaseoductos orientales, y la existencia de un estado tampón contra el insufrible integrismo religioso que asola Pakistán desde hace décadas. ¡Uy, perdón que eso no se dice porque no vende!- y nuestro gobierno no defiende esa misma libertad dentro de nuestras fronteras. Hay sofismas que son falsos y otros que dan risa. Los de Soraya, simplemente dan lástima.
Las tropas españolas combaten -o hacen actos humanitarios, según se mire- para conseguir que cualquier afgano o afgana pueda elegir su futuro. Y eso incluye llevar o no llevar el burka. No pelean para que nadie lleve o deje de llevar el burka. Pelean para que puedan decidir.
Y en España ya se puede decidir. Cualquier mujer que quiera no llevar esa prenda está protegida por la ley. Habrá que educarlas para que quieran hacerlo, habrá que explicarles que es mejor no llevarlos, pero una ley que prohibe llevar una prenda que se quiere llevar es tan mala como una ley que obliga a llevar una prenda que no se quiere llevar.
¿Significa esto que no se puede prohibir el uso de estas prendas? Por supuesto que no. Lo único que significa es que debemos explicar los motivos reales.
No tiene que ver con la seguridad. No tiene que ver con la libertad, ni tiene que ver con los derechos. Es una cuestión de imagen. Es una cuestión de marketing. Y el marketing es uno de los pilares de esta, nuestra sociedad occidental, no lo olvidemos.
Francia decide ser laica y antireligiosa y prohibe los símbolos religiosos. No porque sean peligrosos o alienantes, no porque les tenga miedo u odio, sino simplemente porque van contra la imagen de Estado que el poder quiere dar de su territorio. Así de sencillo, así de claro.
Siria prohibe el velo integral porque "va en contra de la imagen que el país quiere proyectar en el mundo". No hay nada más que decir. Da igual el Islam, los derechos femeninos o las libertades personales. Damasco fue El Califato. Esta acostumbrada a tomar decisiones de poder y no tener que justificarlas.
Pero gobierno y oposición en España se esconden trás supuestas intenciones ideológicas cuando simplemente es lo mismo. Queremos prohibir el nigab por lo mismo por lo que no aceptamos senos bamboleantes por las calles o penes erectos al descubierto. Porque no forman parte de la imagen social que queremos tener y proyectar.
Cada uno puede reservar el derecho de admisión en su casa y nuestro país es nuestra casa. Hagámoslo si queremos, pero no vendamos que es por el bien de aquellos a los que les imponemos esa norma.
Si abrimos la caja de los truenos de legislar sobre la indumentaria, lo hacemos bajo nuestra responsabilidad y por nuestra mera tranquilidad. No por la seguridad, la libertad o la democracia.
Cuando alguien decida prohibir alguna otra prenda tendremos que recordar a Bertolt Brecht. Los que lo hagan, claro.

No hay comentarios:

Lo pensado y lo escrito

Real Time Analytics