lunes, junio 29, 2009

Cuando el empujón de otros no evita la entropia -ni siquiera en Honduras-

Hace poco -hace dos días para ser exactos-, mientras los ritos de amores que no son y de muertes que ya fueron mantenían esta demoniaca pluma alejada del espejo de uno mismo que es la realidad, ecribí algo sobre la francamente irreal muerte de Jackson -que seguramente, a partir de ahora será él único Jackson que recordaremos-.
Cuando se vive a empujones hay que morir de golpe.
Y eso, que es lo que es para una estrella del pop, se antoja hoy extremadamente real y mucho más trágico para un país en el que seguro que son pocos los que se preocupan por la muerte del hijo de Joe Jackson. Honduras está muriendo de golpe porque alguien la obligó a vivir a empujones.
El golpe -militar, se entiende- es un mal tan arraigado en América -la Ámerica verdadera, la Ámerica geográfica, no la Ámerica soberbia y excluyente que comienza en El Paso- que, en ocasiones, se antoja que forma parte indisoluble del matrimonio polígamo que ese continente mantiene con la miseria y la desesperación.
Los militares hondureños invaden sus propias calles, toman el palacio presidencial, expulsan al presidente, colocan a otro, proclaman el Estado de Excepción, imponen el toque de queda y convocan unas difusas elecciones, en una letanía que puede repetirse con los ojos cerrados, como las viejas recitan el rosario, en la gran mayoría del mapa de Ámerica, en algo que ha pasado, pasa y pasará -lamentablemente, todavía pasará- en muchas de las divisiones fronterizas que componen ese puzle llamado Ámerica.
Podría decirse que es culpa de Zelaya, o de los militares, o de la oposición. Pero, en realidad, no es culpa de ninguno y es responsabilidad de todos. Cada golpe militar en Ámerica, cada explosión despótica, cada delirio mesiánico, cada estallido radical es culpa de todos y de ninguno. Es culpa de los empujones.
Porque Ámerica -la que está por debajo de Juarez, la que está por encima de Salta-, ha llegado a la democracia a empujones de sus vecinos norteños, que han querido y aún quieren lavar la cara a sus controles políticos y sus manejos empresariales; a empujones de una Europa que ha buscado en la instauración americana del mejor de los sistemas políticos posibles la consagración del peor de los sistemas económicos probables.
Honduras, entró en la democracia a empujones y está muriendo de golpe hoy mismo, en este momentio, porque, como otros muchos países americanos, sabe que tiene que creer en la democracia, pero no cree en ella. Es lo que tienen las religiones -aunque sean laicas-, que o se viven por dentro, o realmente no se viven.
El pueblo hondureño se lanza a la calle y pareciera que lo hiciera en defensa de esa democracia. Pero el pueblo hondureño está en la calle -mientras se lo permita el toque de queda- no para defender la democracia, no para defender su derecho a decidir. Está en la calle para defender a Zelaya, al presidente, al cargo, al hombre, al líder. El pueblo hondureño no cree en la democracia. Cree mucho menos en la dictadura militar, pero no cree en la democracia.
No cree en ella porque mira hacia el poder, hacia el gobierno y hacia la vida y ve que siguen mandando los mismos, que siguen comiendo los mismos, que siguen muriendo los mismos. Si la democracia no te cambia la vida no es mejor ni peor que cualquier otra cosa.
Y Zelaya, que está o estará en el exilio, no lo está por demócrata, no lo está por revolucionario. El depuesto gobernante es víctima de su descreida utilización de una democracia que ahora reclama como suya y que no supo usar.
El presidente Zelaya -como otros muchos- usó y abusó de la democracia y pretendió el gobierno vitalicio, intentó cambiar en su beneficio las reglas de un juego que funciona gracias a esas reglas. Un benficio que equiparó mesiánicamente con el beneficio de Honduras. Puede que Zelaya crea algo en la democracia, pero cree mucho más en el poder.
Y el ejercito hondureño, su general depuesto, sus mandos golpistas, sus soldados disciplanados son como cualquier otro ejército. No soportan los empujones hacia la democracia ni hacia ningún otro sitio. Cuando eres tú el que tienes las armas resulta dificil aguantar que alguien te empuje hacia ningún lugar. Aunque creas que lo mejor es ir a ese sitio.
La democracia en Honduras y en muchas partes de Ámerica es tan forzada, tan inconsistente, como lo es la apertura religiosa en Irán, el abandono del sionismo en Israel o la superación de las luchas tribales en África. Es algo que se hace porque se supone que tiene que hacerse, pero que se abandona en cuanto molesta lo más mínimo.
De modo, que los empujones de Estados Unidos, de Europa y de quien sea no han llevado al pueblo, al gobierno ni al ejército hondureño a la democracia -ni a otros muchos pueblos, gobiernos y ejércitos américanos-. Tan sólo les han llevado a creer que tienen que creer en la democracia. Esa creencia redundante es un escudo muy delgado cuando un presidente se cree un mesias y un ejército se cree que es lo que ha sido siempre un ejército.
Quizás la próxima vez que los gobiernos y países desarrollados -por llamarlos de algún modo- quieran empujar a otros más allá de sus fuerzas y sus posibilidades, recuerden un principio físico que se antoja eterno. Recuerden la entropía.
Por muy fuerte que sea su empujón, todo cuerpo en movimiento siempre tiende al reposo. Y el reposo de la democracía es su ausencia.
Quizás la próxima vez lleguen a la democracia por implicación, por evolución o por descubrimiento, en lugar de hacerlo recibiendo en la espalda empujones de otros.
Así, a lo mejor, no tienen que ver de nuevo como muere de golpe.

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