jueves, marzo 26, 2009

Cuando Zapatero se nos hace marxista y Rajoy se nos vuelve una dama madura

No se me asusten pero es que es cierto. El Gobierno español se nos muda en marxista por momentos.
No marxista de esos de las económias planificadas cada cinco años y de las dictaruras proletarias, sino de los marxistas que entraban sin tino y sin concierto en abarrotadas habitaciones para abarrotarlas todavía más hasta el punto de la hilaridad extrema.
No ha abrazado ese marxismo de cartillas de alimentos y desfiles militares en el Día del Trabajo -que aquí, en España, casi ni los sindicatos salen a la calle el Primero de Mayo-, sino de los que queman trenes enteros para acelerar el paso de máquinas que se van deshaciendo a medida que avanzan.
Se nos ha vuelto marxista, pero no de los márxistas de Don Carlos y el Señor Federico -Engels, por supuesto-, sino de los de Harpo y el siempre imprevisiblemente incontenible Groucho. De esos marxistas se nos ha hecho el gobierno.
Y es verdad, cuando lo percibes te asombras y te angustias buscando una explicación plausible, una inteligente estrategia mediática o política que justifique el recurso ilarante a la utilización de modos y maneras de esos locos hermanos cómicos en blanco y negro.
Pero, o estoy muy despistado o ellos son excelentes, porque apenas percibo sentido alguno en esa mutación pacífica y estable -dentro de la gravedad- de giro hacia el marxismo cómico.
Se han hecho mucho de Harpo.
De hecho, el Harpismo Marxista -suena bien, no lo nieguen-es una de las corrientes -el Psoe está siempre hasta arriba de corrientes- que más posiciones avanzan en este gobierno nuestro que se hace marxista.
La dinámica y los principios de esta nueva corriente del gobierno se resumen en el más natural y reconocible acto del rubio querubín sin voz de los años cuarenta -aparte de no hablar, cosa que este gobierno está empezando hacer también no con poca frecuencia-: el bocinazo.
Precusor ideológico de de tan ilustre rito de nuevo cuño del Harpismo Marxista fue el ínclito Bermejo: que me hacen huelga los funcionarios de Justicia, bocinazo (¡incompetentes!), que me acusa el CGPJ de tener colapsada la Administración de Justicia, bocinazo (¡El colapso no es culpa mia!); que se me ponen en huelga los jueces, bocinazo (¡no es legal!). Y tras cada bocinazo a otra cosa, como si un simple toque de tan estridente instrumento sirviera para explicarlo todo, valiera de argumento.
Bocinazo tras bocinazo hasta salir cazando -uy, perdón, quise decir corriendo- del gobierno.
Pero, pese a la ausencia de tan egregio ejemplo, la doctrina ha calado y tiene seguidores que aplican a pies juntillas esta nueva derrota de marxismo de cine.
Que me cuestionan que las adolescentes aborten sin consenso paterno, bocinazo (¡si pueden casarse, pueden abortar!) y a otra cosa; que me acusan de instrumentalizar a Garzón con lo del Caso Gürtel, bocinazo y marchando (¡Y ustedes con Filesa!); que me echan en cara que que anunciado la marcha de Kosovo sin tono, mal y nunca, bocinazo al canto (¡y ustedes nos llevaron a Irak!) y doble, por más señas (¡Yo lo he hecho todo bien!).
Así que Harpo y su bocina tienen muchos adeptos -y adeptas, que hay que ser paritario- en esos bancos azules del congreso que ocupan los gobiernos.
Tampoco es de extrañar. Es cuestión de armonías.
Pues los otros, los que dicen que se oponen a todo por el bien de su España -la suya, que la nuestra ya no tiene remedio-, tiran de otro instrumento de ritmos estridentes y además machacones para cantar sus cuitas.
Sorayas y Dolores y también Don Mariano -aunque, de vez en cuando, que el partido esta chungo como para dejar demasiado solitos a los chicos en Génova- se arman de zambomba y a ritmos machacones y casi aerofágicos sacuden el concreso y los medios con palabras que suenan como mantras: prevaricación, paralización, instrumentalización -esa menos que es algo más dificil-, deestrcturación y una larga lista de palabras agudas con multitud de "ones".
Una buena bocina es lo que más coordina con tan reiterativa zambomba navideña que nos luce la oposición hispana.
Y, además, tenemos los puristas del Harpismo -en toda ideología hay radicales-, que se limitan a callar solamente. Ministros y ministras que no hablan , no salen en los medios, no comparecen jamás en hemiciclo ni comisión alguna. El Harpismo radical es como la Inquisición. Les impone silencio.
Luego están los de Groucho. Y en esta nueva casa marxista también hay dos corrientes.
Los que recortan todo para hacerlo mucho más compresible. Eliminando claúsulas y partes contrantantes de las segundas partes hasta el reduccionismo más simplista y obsceno.
Una falsa cadencia que lleva a definir una ley del aborto mirando solamente a las adolescentes (ni el 10 por ciento de la mujeres que abortan en España), a valorar la situación de la inmigración por los ilegales (un 8 por ciento del total de los inmigrantes), a exponer la situación de la mujer en nuestro país por las maltratadas (un 0,4 por ciento de las mujeres) y así hasta la extenuación, en contantes eliminaciobnes de claúsulas y datos que nos explican nuestro país, aunque sea un tanto complicado comprenderlos.
Como el genial y reduccionista señor del bigote pegado y el caminar de ganso, eliminan del contrato social por el que nos gobiernan toda letra pequeña, toda información adicional, todo dato desagregado, toda estadística múltiple y toda contextualización, para -según nos dicen ellos- facilitar la comprensión de leyes, de acuerdos y principios que deberían mostrarse en su versión más integra ante la sociedad.
Tampoco es sorprendente. Pués los que están enfrente se comportan en esto como esas damas maduras a las que acosaba en los bailes el marxista de Groucho -lo que hacía Groucho con las damas sería, sin dudarlo, acoso en nuestros días-.
El PP se acalora, se nos queda sin habla, se echa mano a las joyas y se nos arrebola cada vez que le sacan un dato, que le muestran uno de esos contratos reducidos al mínimo para hacerlos compresibles al conjunto social. Pierde el aire y se atora y al final se desmaya y pide entrecortadamente sus sales y busca su abanico para recuperar el fuelle y volver a lo suyo, que es pegarse por dentro.
Pero el marxismo de Groucho que ha tomado el gobierno tiene otra faceta que no hace tanta gracia, que nos deja un regusto de que algo no funciona -más allá de la crisis y todo lo demás que nunca nos funciona-, que nos deja congelada la sonrisa en el rostro.
Es esa que permite decir me voy hoy de Kosovo, pero luego no empiezo a irme hasta el verano; es la cara de ese marxismo cómico que hace posible que se defienda a ultranza que una joven aborte sin consetimiento paterno, pero unos días después no importe que se exija ese consentimiento; esa faceta absurda que permite que hoy sea vital ayudar con dinero a comprar la vivienda y mañana se olvide; esa que no cuestiona que un día se defiendan los derechos de aquellos ilegales que llegan a las costas y al siguiente se hable dejarlos a todos en medio del desierto al bajar de un avión.
No tiene nada cómico, aunque venga de Groucho, la frase que lo avala:
"Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros."


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