viernes, febrero 27, 2009

Obama se pone a hacer calceta con el dolar

Las apariencias engañan. Y sobre todo cuando está la política de por medio. Livni parecía que quería la paz, Bermejo parecía inteligente, Chávez parecía reformador, Blair parecía laborista, Aznar parecía humano...
Pero, arrastrados quizás por el ansia esperanzada que nos suscita, miramos a Obama y vemos algo que no espareabamos ver en un político -y menos en un político estadounidense-. Parece lógico. Y eso es algo que asusta por desconocido.
Vemos sus presupuestos y nos damos cuenta qde que ha sobrepasado la lógica política -esa que no es lógica para nadie, pero que los políticos se empeñan en presentar como indiscutible- y se ha asentado con los pies sobre el montículo de la lógica de la abuela en el mercado: sobre la famosa y tristemente denostada cuenta de la vieja.
Para nosostros, que llegaremos a viejos haciendo esa cuenta con nuestros salarios y nuestras huipotecas, es la única cuenta plausible, la única lógica económica entendible y realizable. Pero claro, nosotros no somos Estados Unidos, el país que confía en dios pero rinde culto al librecambrismo.
Obama coje las agujas de hacer calceta, se sienta en la mecedora y se pone a echar cuentas. Como no quiero seguir en la Guerra en Irak me voy de Irak y con eso me ahorro 130.000 millones de dólares al año.
Pero las empresas del complejo militar indistrial pierden sus contratos, así que para compensar, destino una parte de ese ahorro a sufragar a empresas de otros sectores para que en lugar de llevarse la producción fuera del país, la realicen dentro y absorban el paro que generan las empresas militares cuando se dan cuenta de que se acabó eso de chupar indefinidamente de la teta del bombardeo y la invasión.
Barack Obama hace otra vuelta del revés en su calceta y sonrie habiendo encontrado la solución que siempre estuvo ahí. No la que se tomaba siempre aunque no estuviera, que era iniciar otra guerra por cualquier motivo poco plausible para mantener el ritmo de producción del complejo militar industrial.
La abuela Obama sigue meciéndose y aborda otro problema. Los niños se me ponen malos -si es que con tanto entrar y salir del país a pegar tiros no me extraña que les entren corrientes- y tengo que atenderlos a todos.
Así que, en lugar de restringir cada vez más los seguros médicos y contratar cada vez más empresas privadas que dan sservicios de salud mediocres a cambio de contratos millonarios, cojo el dinero que me ahorro y lo utilizo en garantizar la cobertura universal de salud.
No será hoy ni mañana, pero cuando tenga el dinero necesario ya no tendré que endeudarme con el sector privado para que atiendan a los niños que se me ponen malos y recuperaré el dinero que ahora me gasto. Que, ya puestos, tampoco es tanto porque una parte la he sacado del ocho por ciento que he reducido el presupuesto militar al irme de la guerra -si al final esto de no guerrear va a ser una buena idea-.
Algunos lo llamarían política a largo plazo, otros intervencionismo y otros sentido común de geriátrico un viernes por la tarde. Aguirre, nuestra Aguirre, moverá la cabeza con desaprovación. Ella es liberal, de las de siempre y no permite que el sentido común de la abuela -aunque esté más cerca por edad de ella que de Obama- le impida hacer unas buenas privatizaciones de hospitales.
Pero aún me falta dinero, piensa Obama en su mecedora -eso es lo que tienen en común Obama y las abuelas, siempre les falta dinero- y hago lo que toda abuela haría. Se lo pido a los hijos. No se lo pido al que curra en el pryca de reponedor, ni a la que trabaja de secretaria. Se lo pido al que me ha salido listo, al que hizo enpresariales en la Universidad y vive en su mansión de once habitaciones.
Entre mecida y mecida, Obama le baja las desgravaciones a los más ricos, les sube los impuestos, les anuncia un tipo máximo del 39 por ciento y luego abandona las agujas y la lana para colocar ese dinero en ayudas por parsona y familia para los que no llegan a fin de mes, en reservas para coberturas sanitarias y en incremento del gasto social.
Después, antes de levantarse para preparar una enjundiosa cena -con tarta de arándanos, como toda abuela americana que se precie-, le da unos milloncejos a los tíos -es decir, a los bancos, que para algo nos tratan como a primos- sólo para que cubran depósitos -que tu paga es tuya y si haces malos negocios con ella es tu problema, no de la abuela-, le reparte otro tanto a la mediana empresa y al comercio y aparca por ahora el ovillo y la labor.
Entre pitos y flautas, entre lanas y mecedoras, Obama se ha cargado aquello del no intervencionismo, del mercado puro, del potenciar la empresa y de no castigar al triunfador, que ha defendido durante dos siglos la economia estadounidense prácticamente sin excepciones.
Y todo el mundo entiende lo que hace no porque sea liberar o socialdemócrata -intervencionista, que en Estados Unidos no se puede ser socialista-, no porque sea proteccionista o librecambrista. Sino porque hace la cuenta de la vieja, porque aplica la lógica de la supervivencia económica racional a la que nosotros nos enfrentamos cada dia.
Porque coje lo que sobra y lo pone en lo que falta; porque ahorra en lo que es superfluo y lo gasta en lo que es necesario; porque coge de donde más hay y pone en donde menos queda.
Los presupuestos de Obama son entendibles porque renuncia a la economía política y hace la cuenta de la vieja que nos enseñó la abuela.
Porque los niños malos se quedán sin paga, los niños enfermos van al médico y los niños que más chuches tienen deben compartirlas con sus amiguitos, sus hermanos y sus vecinos.
Se entienden porque todos tenemos o hemos tenido abuela.

martes, febrero 24, 2009

El retrato de Gilad y la negociación con Hamás, por Herry Wotton (1568 - 1639)

Israel, o al menos su gobierno, se empeña en simular que se desmentirse a si mismo. Pero en realidad no se desmiente. Se ratifica.
Si no lo hubiera hecho ya con su enesimo capítulo del progromo palestino en Gaza, con sus bombas de fósforo blaco; respondiendo con obuses aleatorios a cohetes aleatorios en Libano o simplemente con el resultado de sus elecciones. el Gobierno -o el poder israelí- se empeña en hablar de paz e inmediatmente desmentirse. Si no hubiera hecho todo lo que ha hecho hasta la fecha resultaría sorprendente que se cese por negociar a alguien que se ha enviado a una negociación. Como conocemos los antecedentes, la destitución del mediador Amos Gilad no es una sorpresa. es la confirmación de una tendencia.
Olmert -que todavía es presdente mientras Livni y Netanyahu discuten sobre quien y con qué apoyos sera sucedido- destituye al negociador por unas declaraciones. Y en el análisis de esas declaraciones se encuentra la contradicción más paténte del gobierno israelí.
"No entiendoqué es lo que realmente quieren hacer. ¿Insultar a los egipcios? Ya les hemos insultado. Es una locura", dice Gilad Perplejo cuando el gobierno israelí le anuncia que todo lo que ha conseguido se supedita a una nueva condición que no estaba de principio en las negociaciones.
Y Gilad no se equivoca. Es una locura. Y la respuesta a su pregunta es sí. Los halcones guerreros de Israel quieren insultar a Egipto. Necesitan insultar a Egipto para que nadie les apoye, para que la falta de colaboración de El Cairo justifique sus medidas radicales contra Gaza. Para que su progromo tenga una excusa ante la imposibilidad de contar con el apoyo de los gobiernos de la zona -todos árabes y por tanto sopechosos de antisionismo. O de antisemitismo, que para los gobiernos israelies es lo mismo-."Egipto es casi nuestro último aliado en la región... Ha demostrado un coraje extraordinario. Nos ha dado espacio de maniobra, intentan mediar y muestran una buena voluntad que nunca habíamos visto antes", argumenta el enviado israelí.
De nuevo Gilad da en el clavo porque esa actitud de Egipto les quita su excusa. Por eso no lo quieren. Por eso Olmert se empeña en fijar condiciones cada vez más imposibles para que la mediación de Egipto no sea posible. Porque si contra Hamás, el más cerril y cruelmente yihadista de los grupos armados que operan en la región bajo el signo del terror, funciona la mediación de Egipto a lo peor alguien piensa -incluido Estados Unidos- que el diálogo puede solucionar el asunto. A lo peor para los josues de Israel y a lo mejor para el resto de la zona alguien piensa que es mejor obligar a israel a hablar que venderle armas.
"El presidente Hosni Mubarak ha sido valiente y justo, la frontera de Rafah está cerrada y Hamás sigue bajo asedio", afirma el negociador
Y eso impide que la política del victimismo como excusa para la crueldad funcione. Si Rafat está cerrado Hamás no puede reabastecerse de equipamiento militar -ni Palestina de víveres, pero eso para los gobernantes israelies es secundario- que ellos no controlen y por tanto no podrán intentar a hacer creer a sus aliados -con una tendencia casi patólógica a creer ese tipo de cosas- que no hay otra manera de derrotar a Hamás que reduciendo Gaza a escombros.
Se convertiran en nuevos George W. Bush, que desplazan 130.000 hombres a una zona y arrasan hasta los cimientos un país para luchar contra una organización terrorista que no tiene más de unos millares de militantes mal armados -muy fanáticos y peligrosos, pero mal armados-. Su postura, además de increíble, será rídicula.
Necesitan tener a Egipto enfrente para justificar una posición ideológica y militar mucho más antigua y enraizada en los halcones guerreros hebreos. Algo que viene de antiguo.
"Nuestro objetivo es hacer añicos Líbano, Tansjordania (actual Cisg¡jordania y Gaza) y Siria. El punto débil es Líbano, pues el régimen Musulmán es artificial y fácil para nosotros de minar. Estableceremos un gobierno Cristiano allí, y después machacaremos a la Liga Árabe eliminando Transjordania; Siria caerá ante nosotros. Luego bombardearemos y tomaremos Port Said, Alejandría y el Sinaí."
David Ben-Gurion
Si Egipto deja de colaborar nadie se dara cuenta de que, pase lo que pase, y haga el resto del mundo lo que haga, ese sigue siendo el objetivo de los militaristas del sionismo político que aún rigen los destinos del Estado Hebreo.
"¿Qué pretendemos, que trabajen para nosotros? ¿Qué sean una unidad subordinada a nosotros? Hablamos de un país de 85 millones de habitantes que casi nos destroza en 1948 y que nos asestó un golpe en 1973. Mira lo que está sucediendo en la región, cómo la lava bulle. Mira Jordania, mira Turquía, ¿queremos perderlo todo?", se queja el diplomático.
Ahí Gilad se equivoca en parte. Los que dirigen los destinos de Israel no quieren perderlo todo. Quieren ganarlo todo y por eso precisan que todo aquello que ansían sea su enemigo. Para poder tremolar la bandera del antisemitismo y atacarlos, vencerlos con la inestimable ayuda -al menos hasta ahora- de Estados Unidos y tomar sus tierras con la excusa de que esa es la única manera de sentirse seguros.
En lo que no se equivoca Gilad es en el hecho de que quieren que todos los árabes trabajen como una unidad subordinada a israel. Porque en realidad quieren que todos los países árabes de la zona sean Israel.
"Reduciremos a la pobalción Árabe a una comunidad de leñadores y camareros"
Uri Lubrani, ministrode Asuntos Árabes con Ben Gurion.
Así que, aunque a nosotros nos parezca que Israel se desmiente, incluso aunque a algunos miembros del gobierno israelí, como Gilad, les parezca que israel se desmiente cuando habla de paz y busca la guerra. Lo unico que hace es no desmentirse. Es dejar traslucir lo que la corriente militar dirigente de Israel siempre ha pensado. Que a la paz solo se llega a través de la victoria. Y a la victoria a traves de la masacre y el sometimiento.
Todo lo demás es diplomacia y política de imagen.
Nunca antes fue tan cierta como hoy, cuando Olmert destituye a Gilad de las negociaciones en Egipto, la frase de Henrry Wotton. Nunca alguien tan ajeno y anterior a una situación había dicho algo que la resma tan facilmente: "Un diplomático es un hombre muy honrado al que se envía muy lejos a mentir en bien de su país".
O no tan lejos.

El miedo insuperable del acuchillador de gays

Desde hoy el miedo ha cambiado.
Desde hoy, el miedo no es huir. Es perseguir a alguien enarbolando un cuchillo hasta conseguir herirle en el pecho y el vientre.
Desde hoy, el terror no es buscar un teléfono para pedir auxilio y acabar con aquello que tanto te ha asustado. Es patear la puerta tras la que se esconde quien te produce miedo para arrancar el móvil de sus manos y que no avise a nadie.
Desde hoy, el pavor no es buscar la salida cuando tienes acceso a la puerta que te aleja de aquello que te ha aterrorizado. Es asestarle treinta y tres puñaladas cuando escapa de ti, cuando huye, se refugia. Cuando su pánico está desmitiendo a gritos el motivo del tuyo.
Desde hoy, el espanto no es escapar antes de que llegue el compañero de aquellos que te asustan. El miedo es esperarle y recibirle con tantas cuchilladas como tuvo el primero. El miedo es rematarle de espaldas, yaciendo desangrado, abortando de nuevo, al igual que con el primer causante de tu miedo, su intento de ponerse a cubierto.
Desde hoy, el pánico no es el temblor, sin control y aterido, cuando todo se acaba. El miedo es la ducha paciente que elimina las pruebas. Es la espera tranquila y alevosa, sin avisar a nadie, hasta que llega el alba.
Desde hoy, el miedo no es la fuga confusa del lugar de los hechos. Es la preparación pausada de un escenario propio. Es buscar cinco focos que acaben en incendio. Es rodear los cuerpos de calor a proposito. Es encender el gas para que todo arda. Es quemar previsor las pruebas de tu miedo.
Desde hoy, el horror no es esconderse solo para evitar el daño. Es buscar sin alarma una triste maleta y rapiñar la casa, llevarse lo que vale, buscar entre los muertos que tu miedo ha matado y cargarlo a los hombros mientras la pira que tu miedo ha encendido se eleva hacia lo alto.
Desde hoy el miedo, el miedo insuperable, no bloquea, no aterra, no hace sufrir a aquel que lo siente y padece. Desde hoy, ese miedo te permite matar a dos hombres asestando sobre ellos mas de una cincuentena de tajos de cuchillo. Te permite abandonar impune la sala de la Audiencia de Vigo. Y salir sin castigo y salir perdonado y absuelto por las nueves personas que forman tu jurado.
Desde hoy, el miedo ya no es libre. Es tan sólo asesino.
Desde hoy hasta que alguien comprenda que el arrepentimiento no te exime del culpa.
Hasta que alguien nos enseñe que "ser como se es" no es ningún eximente.
Hasta que alguien les recuerde a las siete mujeres que están en el jurado que el único distingo entre ellas y las víctimas muertas es que no eran mujeres.
Hasta que alguien le indique al dueto de hombres que forman el jurado que la única distancia entre ellos y las víctimas muertas es que no eran heteros.
Hasta que alguien les diga a jurados y juez que la gran diferencia entre el rechazo al gay que ellos puedan sentir y la aversión que ha sentido aquel que ha sido absuelto es, simple y llanamente, que él odio de este último terminó con dos muertes.
Hasta que alguien les haga comprender que las lágrimas falsas de un falso amedrentado no tienen contrapeso en la Audiencia de Vigo.
Pues los muertos, aunque hayan sido gays, han perdido hasta el llanto.

lunes, febrero 23, 2009

Bermejo, el cazador furtivo, deja al PP a la intemperie

Se me acumulan las cosas. Lo cual, hablando acerca de dimisiones ministeriales en un país en el que ningún ministro tiende a dimitir, resulta cuando menos llamativo.
Es de suponer que por eso el PP ha pedido raudo y veloz como un cartucho salido de escopeta de dos cañones, una comisión que investigue las actividades del ya ex Ministro de Justicia Bermejo. Tan poco acostumbrados están al concepto de dimisión que necesitan investigar que hacer con ella
Dimite Bermejo. No por prepotente y poco gracioso -que eso lo había hecho y había seguido como si tal cosa- y tampoco por no demasiado incompetente -esa es causa de ascenso a vicepresidente en los gobiernos espñoles de cualquier signo o condición-. Dimite porque se ha ido a cazar y lo hecho sin licencia.
Como motivo es tan bueno como cualquier otro para dimitir. Bueno los hay mejores, como tirar abajo el túnel del AVE, hundir un petrolero, desinventarse un trasbase, alentar un golpe de estado en Venezuela, reconocer que no se sabe como parar la crisis y un sinfin más que se pueden añadir a la lista. Pero la caza furtiva es un buen motivo.
Si fuera eso. Aunque todos sabemos que no lo es. Es política, por primera vez en España una dimisión ministerial es materia de estrategia política.
Bermejo se retira a su escaño -donde puede seguir siendo prepotente y poco gracioso con menor repercusión pública- para sacarle de la ecuación de la lucha de imágenes entre los dos grandes partidos.
Ahora el PP, sacará pecho y dirá que ha demostrado la conspiración judicial porque sino Bermejo no dimitiría. Falso porque los consejeros de Aguirre dimiten en cascada y ninguno acepta ni siquiera un cohecho pequeñito y Ruiz Gallardón no dimite y acepta en rueda de prensa uno digamos de tamaño medianito -como las merluzas en la pescadería-.
Pero el Partido Socialista le saca del Gobierno para quitarle el parapeto a ese PP que se había enrrocado en la comparación de la cinegetica ilegal con el cohecho fraudelento. Para que las mesnadas del ínclito Mariano no puedan intentar, en el último momento, usar el superglue de la inoportunidad de un ministro -inoportuno por naturaleza- para pegar las constantes grietas electorales que les está abriendo el Caso Güntel y los espionajes liberales madrileños.
No es cuestión de presentar a Bermejo como una víctima porque lo que tiene hoy se lo ha ganado a pulso por su incapacidad -para la imagen política, al menos-, pero no es otra cosa que un movimiento más del juego. Su dimisión no demuestra nada como no lo hubiera demostrado su permanencia -salvo quizás el PSOE juega mejor a esto que su rival-. Su marcha no es un mate, ni siqueira un jaque. Es una apertura.
Es de suponer que el PP está ahora celebrando su victoria -porque la dimisión de cualquier cargo socialista por cualquier motivo es siempre una victoria de alguien tan necesitado de victorias como es ahora el Partido Popular- y que, envalentonado, vaya a por Garzón. No se puede evitar que no aprenda. Ese es su principal problema -aparte del nepotismo, el caciquismo, la soberbia y el españolismo radical, quiero decir-.
De hecho no hay que suponerlo. El PP pide una comisión de investigación para que se aclaren las actividades de Bermejo. Comos se queda sin manpara contra el frío intenta inventarse una nueva. Intenta hacer ver que Bermejo ha dimitido por conspirador y no por furtivo.
Intenta que todos crean que es algo que tiene que investigar el Congreso -porque es político y peligroso- y no el ICONA -si es que aún existe, porque es medioambientalmente ilegal-. El Partido Popular, con el gallego incansable a la cabeza, gana una dimisión y se engrandece porque cree que es producto de lo que ellos han dicho y no de lo que el PSOE quiere que esté en el candelero a día de hoy.
Pese a todo lo expuesto, pese a todo lo vociferado por esperanzas y marianos. La realidad es que Bermejo dimite por haber cazado sin licencia y porque su partido no quiere que el PP se niegue a hacer el ridículo intentando defender a sus presuntos cohechadores y supuestos espias de chotis y mercadillo mientras se ampara en la incorrección de Bermejo.
Cuando debería estar aterido en el frescor repentino que el viento de la sospecha vuelve a lanzar sobre éllos -y exclusivamente sobre ellos- al quedarse, perdido el parapeto salvador de Bermejo y sus formas, a la intemperie de sus propios desmanes internos y sus presuntos cohechos externos, el cuadro de mando del PP sacará pecho y pretenderá crear algún falso silogismo que transforme la furtiva culpabilidad de Bermejo en la purísima e inmaculada inocencia de los populares.No será así, pero no se puede pedir al Partido Popular que aprenda de las dimisiones de los socialistas -ni al contrario-.
En un país en el que las dimisiones se ofrecen con cuentagotas en las altas estructuras del Gobierno, hasta los supuestamente beneficiados por las mismas no saben muy bien que hacer con ellas cuando las tienen a mano.

House M.D. conspira contra el PP

En ocasiones, la actividad humana se vuelve desproporcionada, escandalosamente desequilibrada. Hay momentos en los que somos capaces de desplazarnos, movernos, contorsionarnos e incluso arriesgarnos para obtener réditos mínimos y pírricas recompensas y nos mostramos incapaces dar el más pequeño de los pasos incluso cuando la contraprestación prometida -o incluso divisada- es enorme. Esa sintómatología es digna, de por sí, de unidad de diágnostico televisiva.
Ese virus del ejercicio desperdiciado parecía una rara enfermedad exclusivamente humana. De esas que, en los plasmas modernos de última generación televisiva, investigan doctores sarcásticos, crueles y manipuladores. Pero hoy eso ha cambiado. Esa enfermedad se ha vuelto tan universal que afecta incluso al más prestigioso de los cúmulos de papel y tinta que decoran nuestras bibliotecas: La Constitución.
Y el causante de la nueva afección es el PP. No puede haber algo relacionado con la Constitución en la que el Partido Popular no estéde por medio.
Pero en este caso no es el predecible y ya conocido mundialmente en su patología y tratamiento del inmobilismo constitucional. Es la afección -¿será autoinmune, como todas las de House?- del movimiento aleatorio porque sí.
El Partido Popular ha hecho -o al menos pretendido hacer- de nuestra constitucíon el elemento más rígido del universo tras la cintura de Ronald Koeman y ahora, de repente, sin anestesia ni nada -sin una miserable sarcoidosis constitucional que llevarse a la pizarra de diferencial- clama a los cuatro vientos por su modificación.
Pero el Partido Popular no busca cerrarle el paso a la ola de nacionalismos que nos invade, ni a futuros Statuts que rompan España, ni siquiera a que los tribunales puedan instruir procesos por cohecho y fraude contra políticos en ejercicio -siempre que sean de su partido, claro está-. Los juristas que rodean a Rajoy y a Soraya Saenz de Santamaría -o quizás los que les rodean sin ser juristas, vaya usted a saber- quieren modificar la Carta Magna para cambiar el periodo de sesiones del Congreso.
Cambiarla para permitir decidir a vascos, catalanes -o manchegos, ya puestos- sobre el gobierno que quieren para ellos mismos no ha lugar; modificarla para que ideologías exacrables y peligrosas estén vetadas en nuestro juego democrático no procede; alterarla para que republicanos y monárquicos, feministas y varonistas puedan discutir sobre quien debe o no debe llevar la inocua -aunque anacrónica- corona española tampoco es relevante y corregirla para conseguir que el Senado sea una cámara de representación territorial auténtica es una cuestion que tampoco viene al caso.
Pero eso sí. Modificar el periodo de sesiones y trabajar de Enero a Julio es algo tan urgente e importante que exige un cambio constitucional por vía de urgencia.
Es tan absurdo como no mover un sólo dedo para proteger a barcos pesqueros a los que asaltan y ametrallan y luego movilizar al ejército para reconquistar cuatro piedras y dos cabras -¡calla, que eso ya lo hicieron!-.
De manera que para lo importante, para lo que de verdad merece plantearse un cambio constitucional -aunque no llegue a hacerse-, nuestra Constitución es intocable y para un elemento de organización, para una cuestión de turnos, hay que ponerla patas arriba.
El Partido Popular, aquejado de esa enfermedad del movilismo sin rumbo -que ahora ya sebemos que es autoinmune, porque les ataca desde dentro-, intenta demostrar que quiere trabajar más por los españoles. Como si eso demostrara que, mientras lo hace -o finge hacerlo-, sus presidentes de comunidad, sus cargos autonómicos y sus jerarquías internas no pueden estar dedicándose a llenarse los bolsillos. Como si no hubieran demostrado de forma palpable unos y otros -e incluso los de más allá- que pueden hacerse ambas cosas al mismo tiempo.
El hecho de que los peiodos de sesiones del Parlamento estén fijados por La Constitución garantiza que no puedan dejar de reunirse por la decisión arbitraria del Ejecutivo. Es una claúsula de mínimos, no de máximos.
Nada impide a los señores diputados extender sus periodos de sesiones si lo consideran oportuno y siguiendo los procedimientos legales y reglamentarios adecuados. Y tampoco está demás recordar que nada les impide seguir trabajando por el país en los despachos de las sedes de su partido fuera del Congreso. Que La Constitución no prohibe ser diputado fuera del hemiciclo.
O sea, que el PP percibe el síntoma de que el corazón del gusto por el trabajo parlamentario no late con buen tono-el de sus escaños incluidos-, se convierte en 13 - en Taub no porque es judío y en Kutnert tampoco porque es inmigrante e hijo de familia desectructurada y lo de Foreman se omite por obvio- y se dedica a gritar a los cuatro vientos ¡endocarditis! y, además, pretende tratarla con cortioides y cirugía agresiva. Todo ello en lugar de tratar una lígera arritmia con antibióticos -de amplio espectro, eso sí- como haría el más mundano doctor Wilson. ¡Que mal le ha hecho House al PP!
Si el PP quiere mover La Constitución sólo para lograr ante la opinión publica una apariencia de preocupación y de compromiso político y así escapar de sus enfemedades autoinmunes y sus virus de corrupción y nepotismo, no hace falta pizarra de diferenciales ni ser el intratable, excentrico, narcisista y sincero doctor del Princenton Plainsboro para ser incapaz de falla el diágnostico
El PP tiene un ataque de movilismo oportunista marketianiano de los que hacen época.

El ejercito de Obama pierde los auxiliares

Dicen los que se encargan de contarnos cosas que no han visto que cuando los galos de Vecigetorix cargaron contra las legiones romanas se sorprendieron de ver que no había romanos. Primero se encontraban los auxiliares germanos que vociferaban tanto o más que ellos, en los flancos del ejercito latino había caballeria vestida de romano pero de rasgos galos y sármatas y sólo detrás, a lo lejos, estaban los auténticos romanos organizados en sus cuadradas cohortes.
Una sorpresa que seguro no sería nada comparada con la que se llevaría cualquier insurgente irakí si, después de hacer volar un convoy del ejército estadounidense, se quedara para ver los cadáveres -cosa que, evidentemente, no hacen porque les importa un carajo-. Descubrir que has matado un ugandés cuando luchas contra el imperialismo yankie puede ser sorpresivo.
Y eso es lo que descubriría en muchos de los casos -ugandés o surafricano o congoleño o colombiano o incluso malayo- Eso es lo que ha descubierto Obama y contra lo que ahora tiene que luchar.
Siempre se ha hablado de la guerra como negocio. Siempre se ha utilizado al complejo militar industrial para comprender la sed de guerra que padecen, una tras otra, las administraciones estadounidenses. Pero con la guerra de Irak ha alcanzado proporciones imperiales -por lo de Roma, se entiende-.
Obama decide marcharse de Irak y descubre que al hacerlo acentúa la crisis ecónomica de su país. No lo hace porque el petroleo se le vaya a encarecer o porque twenga que recolocar a 130.000 veteranos en la vida civil -¿que son 130.000 parados más cuando se tienen 40 millones?.
Lo hace porque sus empresas dejan de ganar dinero. Lo hace porque George W. Bush no sólo resucitó el fantasma del complejo militar industrial, sino que lo elevó a categoría de espectro.
Era la panacea. Privatizó la guerra. Así las bajas eran de uganeses o surafricanos que luchaban por dinero dentro de ejércitos privados y a cuyas madres no tenía que enviar telegramas de pésame cuando morían y sobre cuyas bajas la ley no le obligaba a informar a la prensa. Era mejor enviar a profesionales que poner en riesgo a nuestros chicos. Por muy marines que sean.
Y demás cuando la guerra acabe y la ganemos -debió pensar entre snack atorador y snack atorador- estos mercenarios no vuelven a casa sin empleo, con ataques de stress postraumáticos ni indetectables síndromes de la Guerra del Golfo I y II -como en una secuela cinematográfica-. Se van a otra guerra y santas pascuas.
Todo eso hay que pagarlo, es cierto, pero a los americnos -los americanos de Bush, se entiende- no les importa soltar millones para defender su honor patrio. Arriesgar sus vidas, quizás sí. Pero soltar millones no.
Y funcionó hasta que el poco original tejano perdió la presidencia.
Ahora Obama dice que no. Que se va de Irak.
Y el esperanzado Obama, el mismo que tiene que hacerse con el 40 por ciento de Citybank a golpe de fondo federal para que no quiebre, el mismo que está soltando dinero a expuertas para ayudar a banscos y empresas automobilísticas, el mismo que ve como el presupuesto se escapa de sus manos en un intento de contener los extertores espasmódicos de un sistema económico muerto, contempla como, con su etica decisión de abandonar Irak, la industria estadounidense pierde 100.000 millones de dólares. Los mismos que Bush se había gastado en conseguir que su guerra fuera privada -como buen liberal, la iniciativa privada ante todo-.
Barack Obama se enfrenta a cientos de empresas que se quedan sin contratos desde para llevar mercenarios a la zona, hasta para fabricar transportes, impedimenta, uniformes, depuradoras de agua, minipasteles de manzana envasados al vacío o redes seguras que conecten por PDA a los marines con sus familias.
La ética de Obama acentúa la crisis que prometió evitar y el aparato militar industrial de su país comienza a mirarle con el mismo recelo que ya mirara a otro presidente que quiso parar una guerra en el sudeste asiático.
Estados Unidos podría compremeterse con la reconstrucción de Irak y así conseguir contratos civiles para sus empresas. Pero no le dejan. Los Irakies prefieren que franceses y alemanes -que no les invadieron- se dediquen a reconstruirles, así que por ese lado no hay equilibrio.
Obama compensa -un poco, al menos- con su nuevo impulso a la tarea civil en Afganistán, pero eso al aparato industrial militar le deja frío.
No hacen falta herlicópteros armados para construir hospitales, no se precisan vehículos acorazados para construir carreteras, nadie se imagina a un mercenario ugandes atrevasando medio mundo con su m-60 al hombro y sus granadas de fósforo al pecho para trabajar de peón en una obra civil. Así que el complejo militar indistrial no deja de estar al borde del colapso.
De repente, los que se estaban llenando los bolsillos, cobrando 1.200 dólares diarios por mercenario y pagando a los congoleños y ugandeses 30 pavos al día, dejan de hacerlo, sus empresas dejan de florecer y todos los estadounidenses que dependen directa o indirectamente de ese entramado militar -uno de cada seis- ven llegar la crisis a llamar a sus puertas. Con ariete militar, himno patrio y desfile marcial, eso sí.
Como en otras muchas cosas, las arcaicas estrategias de Bush, que ya eran arcaicas en la Edad Media -y sino que se lo pregunten a Eduardo I de Inglaterra, cuando envió a los irlandeses a pelear contra los escoceses y estos hicieron demasiadas buenas migas en contra, como no, de los ingleses- le crean ahora quebraderos de cabeza a Obama, porque deja sin auxiliares prescindibles a su ejército y sin ocupación y buena vida a su complejo militar industrial.
Y eso ya se ha demostrado peligroso en el pasado.
En Roma, en Inglaterra y en Dallas, Texas.

ETA incia en Lezkao su teatro del martirio

ETA lee los barómetros electorales a golpe de bomba matutina. No es de extrañar, pues no sabe utilizar otra cosa para realizar sus lecturas ni para enviar sus mensajes. Pero aunque el modo es el mismo en su arbitrariedad y su violencia, el mensaje cambia sutilmente -o no tan sutilmente, si se tiene en cuenta que un buen puñado de kilos de explosivos nunca es sutil- cuando se acercan las elecciones. Su último mensaje ha sido rubricado con fuego ante la sede del PSE en la guipuzcoana villa de Lazkao.
La mafia que se escuda tras la excusa del independentismo ve acercarse las elecciones e intenta participar en ellas a su modo, según su criterio, de la forma que conoce y no domina y que pretende aterrorizar y no lo logra: las bombas.
Para esta familia mafiosa de extorsiones y advertencias explosivas, la estrategia es atacar a la fuerza emergente, es buscar como objetivo a aquellos que progresan en los sondeos y parecen en mejor posición para lograr ser importantes en Euskadi.
Pero ETA no quiere se asusten y dejen la campaña; los mafiosos de Euskalerria no desean que el Partido Socialista de Euskadi o sus votantes se aterroricen y renuncien a su opción política o su voto por miedo o por cansancio.
Los supuestos abertzales del tiro en la nuca y la bomba en la noche quieren que se cabreen, quieren que les odien y que su odio se transmita a las urnas y de ahí a la Lendakarizta, si es que Patxi López se acerca a ella. Por eso atacan el PSE.
El PNV no les sirve. Ya no. No porque sean de los suyos -como algún españolista de pro y discurso en Valladolid pudiera decir-, sino porque ya están en el gobierno de Euskadi -ya han estado mucho tiempo- y no han caído en la trampa de dejar que su aversión marcara sus acciones.
El PP ya tampoco les sirve para esto. Ya lo ha hecho, ya se ha dejado arrastrar por la furia contra ETA y su entorno -una y mil veces-, pero no es factor electoral en Euskadi. Si eso lo tienen claro hasta las huestes norteñas de Rajoy, como no va a saberlo ETA, cuya capacidad para medrar y vivir de la violencia depende del conocimiento de la tierra a la que explotan y extorsionan.
Así que sólo les vale el PSE para su intento de lograr ser los mas odiados del patio, los que más furor desaten en aquellos que no piensan como ellos.
ETA pretende lograr lo mismo que ya lograra una vez en 1995, cuando fingió querer matar a Aznar para lograr idéntico objetivo al que buscan ahora.
Entonces lo consiguió. Logró que el partido que accedia al poder nacional se dedicara en cuerpo y alma a vengar la fingida afrenta contra su líder -digo fingida porque a nadie se le escapa que ETA sabía perfectamente que esa cantidad de explosivos era insuficiente para derrotar al blindaje del coche de Aznar-. El PP se posicionó en el extremo opuesto de la paranoía y la reiteración obsesiva, convirtiendo la destrucción de la banda mafiosa en el único objetivo de su mandato: España iba bien mientras ETA fuera mal.
Llegarón las leyes de partidos, la constante obsesión con la Kale Borroka, la identificación de todo nacionalista como terrorista, el acoso al PNV y eso engrandeció a ETA. Volvió a presentarse ante los suyos como la víctima, los perseguidos, los luchadores por la libertad de Euskalerria, los que eran cazados por el represor Estado Español.
Era mentira, pero funcionó. La Kale Borroka se reactivo, los atentados subieron, el nacionalismo se polarizó. Las mafias siempre sacan tajada entre la confusión y no hay nada que confunda más que un gobierno obsesionado y tozudo.
Y como ya funcionó una vez, quieren hacerlo de nuevo.
Hostigan al PSE para que, si accede al Gobierno Vasco, lo haga enfurruñado, enfadado, cabreado. Lo haga con la compulsión de enfrentarse a ellos como prioridad, de tenerlos siempre en el candelero.
Para que si el PSE gana las elecciones en Euskadi - o al menos se convierte en una fuerza importante- piense más en los que disparan que en aquellos que no tienen trabajo; se preocupe más de los que ponen bombas que de aquellos que no llegan a fin de mes. Mire más hacia ellos que hacia Euskadi.
ETA busca con bombas lo mismo que otrora las damas victorianas buscaban con desmayos y llantos y los caballeros medievales con cargas imposibles y torneos. ETA busca el teatro del martirio para poder seguir viviendo a costa de sus actividades mafiosas y criminales.
El PP de Aznar cayó en la trampa, esperemos que el PSE de López no lo haga.

viernes, febrero 20, 2009

La nueva jurisprudencia del pie

Yo no soy de los que se fijan mucho en los pies. En tacones y botas femeninas, tal vez, pero en pies no tanto.Quizás a esa carencia es a la que se deba mi sorpresa sobre la nueva modalidad de conocimiento con la que hoy me he desayunado apenas he echado pie a tierra -si es que me persigue la referencia-.
Había oído hablar de esa, extraña para mi, constumbre adorativa llamada fetichismo del pie, habia escuchado sobe masajes del o con los pies -no se incluye en le primer concepto. O, al menos, eso creo-, había tenido referencias de acupuntura del pie y cirugía del pie. Pero, hasta hoy, nadie había abordado mi intelecto con algo tan sorprendentemente llamativo como la jurisprudencia del pie.
A lo mejor es normal, pero pareciera que la obsesión repentina por los pies de los tribunales en varios puntos cardinales del globo se halla más relacionada con aquello del fetichismo que con lo más científico de la podología.
Pues bien, a un tipo le van a juzgar en Irak -lo cual ya es sospecho per se en un país en el que las cosas llevan dirimiéndose a tiros desde hace unos cuantos lustros- Y le van a juzgar por agredir a un jefe de Estado.
Cuando uno escucha eso, imagina a un energúmeno armado intentando acelerar el tránsisto estigio de un, no necesariamente heroíco, mandatario que pone pies en polvorosa -si es que no me libro de ellos- para esonderse tras los musculados torsos de sus escoltas.
Pues no es es caso. En Irak van a juzgar a un individuo por arrojarle los zapatos al, ya cesante, ex líder del mundo libre, George. W. Bush. Lo cual no está exento de una cierta lógica formal y material y justicia poética. Un líder ridículo merece una agresión ridícula.
Mientras, en esta nuestra España menos magnicida en general, comienza el juicio contra un pie. En este caso, un pie que metido en una zapatilla, impacto repetidamente contra el cuerpo y el rostro de una muchacha que viajaba tranquilamente en el metro de Barcelona.
Pero lo que mas me llama la atención de esta repentina judicialización del pie es que para el individuo que no soportó al mandatario y le arrojó su propio calzado se puede pedir una condena de hasta 15 años y para el chico de la patada en la cara en pleno transporte público se solicitan 20 meses -los más rádicales, tres años- de condena.
Y eso es lo que me desconcierta de esta nueva jurisprudencia del pie que parece invadir las salas de justicia alrededor del mundo.
O sea que el individuo en cuestión -a la sazón periodista- puede ir 15 años a una cárcel Irakí -lo cual, hoy por hoy, puede significar estar en uno de los sitios más seguros del país- por tirarle los zapatos a Bush. No encuentro otra explicación para ese desmesurado posible castigo que la aplicación de agravantes desconocidos.
El primero que se me ocurre es el fallo en el intento. En un país en el que a la hora de agredir y matar se acierta con tanta frecuencia, fallar en un intento debe ser casi un pecado. Otro que se me ocurre es un incremento de la condena por falta de punteria. Porque para un pueblo que desciende de jinetes capaces de acertar desde un caballo al galope a un legionario romano a la fuga -y de esos vieron muchos antaño por esas tierras-, la falta de puntería tiene que ser un agravante del delito. Quizás sea por reiteración. No olvidemos que le arrojo dos zapatos y eso es sin duda reincidencia -sino premeditación, planificación y dolo, que nunca se sabe con los señores magistrados irakies-.
Pero entonces no me cuadra lo de los 20 meses solicitados para el jovencito -borracho y pastillero confeso y convicto- y su agresión podologica en el metro catalán. Tiene que ser por los atenuantes.
El primero que se me ocurre es que puso en riesgo su integridad física para dar la patada. No olvidemos que en este caso el zapato -o deportiva brillante y dorada de moda poligonera- llevaba aparejado un pie. Y claro, arriesgar tu integridad debe ser premiado. Es posible que eso explique también algunas sentencias exculpatorias de polícias que la emprendieron a patadas con detenidos y transeuntes en el país del líder rídiculo que sufrió el ataque ridículo. Los agentes -al igual que el incomprendido adolescente- pusieron en peligro su integridad física y eso debe ser recompensado.
Pero no debe ser eso. Porque el jovenzuelo se empeña en decir una y otra vez que él nunca ha tenido sentimientos racistas contra nadie. Así que la nueva y fulgurante jurisprudencia del pie debe basarse en el racismo. Ya tengo algo claro.
Lo que no me queda nada claro en todo este nuevo entramado legal, que aflora desde nuestras zonas plantares, si las declaraciones de este peculiar elemento suponen que una patada en la cara, en el pecho o en las entrañas tiene que doler menos si quien que te la propina lo hace sin sentimientos racistas o que él personnalmente reparte puntapies a disetro y siniestro sin distingo alguno de la raza o nacionalidad del receptor.
Y tampoco ayuda mucho a establecer un verdadero cuerpo legal del pie el hecho de que haya gente que defienda que un argetino que ve la patada en el metro y no interviene tiene parte de responsabilidad en el hecho.
Ahora resulta que el compartir condición de inmigrante con alguien en otro país te hace responsable de las patadas que reciba y te obliga a intenar evitarlas -a los inmigrantes si. A los españoles no. La integridad física de los españoles es sacrosanta y su valor se da por supuesto, como en la mili, aunque nadie mueva un pestaña en casos similares e incluso más sangrantes-.
Así que preparaos Sergios Ramos y Pujoles porque, como la inmigración española reaccione al unísono para defender a los pateados de este país, cada vez que Messi o Higuaín salgan al campo vosotros os enfrentareís a un linchanmiento al final del partido.
Este nuevo cuerpo doctrinal de la jurisprudencia del pie se me escapa. Puedo entender que quieran castigar a alguien por despreciar un bien escaso en Irak intentando agredir a quien ya tiene suficiente agresión con mirarse al espejo cada día entre resaca y resaca, muestra de incultura y muestra de incultura y galletita y galletita.
Pero no puedo entender que ese acto símbolico e inofensivo a la postre pueda ser castigado de otra forma que con una amonestación y una multa que es lo que, me temo, al final se llevará aquel que utilizó calzado, pie, droga, odio y estupidez, para agredir a alguien que ni siquiera le había dirigido una mala mirada.
En fin, la jurisprudencia del pie, está dando sus primeros pasos.

Regresivos acelerados y gestálticos de guante blanco

No hay nada como no tener papel en el drama -o tener uno muy pequeño- para poder cambiar el guión.
Eso ha debido pensar Alberto Ruiz Gallardón, que con una sóla intervención, con una sola aparición en el escenario de la opereta tragicómica que es ahora el PP, ha transformado el asunto de Güntel en algo diferente.
Y es que el faraónico primer edil de Madrid, el hombre de la pronta alabanza -incluso al contrincante- y la obra continua, siempre ha mantenido un punto de diferencia con aquellos que rigen y manejan su partido. Pero esta vez la diferencia se antoja psicológica.
El PP, el partido del doliente Mariano -y antes del soberbio Aznar- siempre recurre como defensa psicológica ante estas situaciones a las escuelas más clásicas de tan noble y reciente ciencia. Y así ha hecho esta vez.
El Partido Popular, ante el colapso mental que sufren sus cabezas pensantes -o dirigentes, que no siempre es lo mismo-, opta por la técnica psicológica de la asociación libre ideas. Todo lo libre que te deje la dirección del partido, por supuesto.
El docto licenciado que intenta llegar a su intelecto -disfrazado de periodista o de juez instructor- les muestra una tarjeta con un borrón sin definir en forma de cohecho y ellos tuercen el cuello y achican los ojos y, tras unos instantes de pausa -que no de reflexión-, le dicen: "es una cacería, y furtiva por más señas"; les presenta una estampa de algo que asemeja unos fraudes de bordes no del todo perfilados y ellos se ponen vizcos de mirarlo y luego sacan pecho y afirman: "eso es claramente una prevaricación de un juez socialista; les enseñan -de lejos, eso sí- un cartel con la palabra corrupción impresa en cuerpo 70 y ellos se alejan, como para abarcarlo, y más tarde, sin prisa pero sin pausa, aseveran tajantes: "ahí pone conspiración".
Y en mitad del recurso a la asociaón psicológica de ideas -que de libre no tiene nada, puesto que viene marcada desde Génova- para salvar el trasero político y la imagen pública de un partido que ya casi ni tiene imagen pública, se aparece Gallardón con la Gestalt berlinesa mas pura y dura -a lo mejor ha sacado la idea del teutón nombre del caso que nos ocupa- y se borra de la ecuación del problema como hiciera antaño en el polinomio sucesorio del PP.
Se borra de la única manera que un político puede borrarse de estas cosas y casos sin que se dude demasiado de él. Un día después de que los periódicos incluyan a su Ayuntamiento en este largo invierno de cohechos contractuales, un día después que, ante el nuevo latigazo que sufre la su psiqué, desde el PP se recurra a una nueva asociación de ideas identificando prensa y documentos con falsificación y persecución, el tambien eterrno candidato a sucesor y eterno aspirante a alcalde olímpico -por los juegos, no por lo que "pasa" de la dirección de su partido- se autoinculpa y a otra cosa.
Aplica la Ley Gestaltica del Cierre y, como aquello que falta tiene a ser cerrado por la mente de los humanos -y tengamos claro que, aunque el PP lo olvide, el votante es humano-, el regidor madrileño lo cierra todo antes que nadie, se declara culpable -al menos por omisión- y no deja nada que completar a la siempre imaginativa mente del votante madrileño.
El gestáltico Gallardón no cae en la trampa que su compañera de partido -aunque tal y como están las cosas ya no son ni eso, más bien sólo conocidos de partido-, Esperanza Aguirre.
A estas alturas la doña del cardado y el Chanel ya ha abandonado incluso lo de la asociación libre de ideas -que, como buena cabeza del liberalismo patrio, su asociación de ideas sí es libre- y se ha lanzado definitivamente al divan de la terapia regresiva.
Y así, su deseo de exoneración previa en toda responsabilidad -porque los que han dimitido son sus consejeros, no ella misma-, la conduce a la hipnosis terapeútica que la hace balbucear incómoda recuerdos de su madurez -la infancia para casi todo el resto del país- sobre Filesas y Naseiros y usarlos, enardecida y contumaz, para su defensa. Aunque, en realidad, no tiene nada de que defenderse, según ella.
Pero el regidor capitalino se antoja de otra pasta psicológica y huye de aquello como de la peste. El gestáltico político recuerda la Ley de la Simetría y se cuida muy mucho de rememorar en la distancia del tiempo casos y corruptelas socialistas.
Esta ley de la nueva psicología descubierta en Gallardón mantiene que las cosas simétricas son percibidas como iguales por la distancia -incluso la temporal- y los de Filesa eran culpables. Por más que lo negaron, eran culpables. Cualquier gestáltico lo sabe, cualquier político -menos los del PP-se daría cuenta. Gallardón es imposible que pase eso por encima.
De modo que con reconocer unos 153.000 euros de nada -tal y como empiezan a subir las cifras en esto de los cohechos- Gallardón evita otra ley gestáltica, la de la Semajanza, que impide a la mente del votante -o del no votante- meterle en el saco del resto del cotarro del PP que se empeña en negar todo -como si de un obispo lefebvriano o de un acusado del caso Filesa se tratase- e insiste para intentar sacarle los colores a prensa judicatura y socialismo con casos semejantes y traerlos de vuelta al olvidadizo -en cuestiones de política- inconsciente colectivo.
Y para rematar su puesta en escena de diferencia psicológica. Gallardón comparece para autoinculparse -aunque sea sólo un poco- completamente sólo. Nada de arroparse por la oficialidad tensa, triste y cariacontecida como hiciera Rajoy; nada de escenificar entradas aplaudidas con jefe de clap política como Camps. Él, solito, cuanto más lejos de los demás mejor. Que la mente tiende a agrupar como una sola cosa, los elementos que están juntos o próximos. Y bastante ha tenido el siempre olímpico alcalde, con no poder desaparecer de la forzada foto en Génova unos días atrás.
El cambio de escuela psicológica de Gallardón no le hace inocente, pero si listo; no le transforma en admirable, pero le evita ser indigno; no le hace romper con su partido, pero le aleja de sus jerarquías y mandatarios. Sólo resta por definir cuanto falta para que la Gestalt resucitada por Gallardon funcione plenamente.
Porque no olvidemos que, por ley negativa, todo aquello que esta alejado, no es semejante, es asimétrico y está cerrado tiende a ser percibido como diferente. Y hoy, gestálticamente hablando, no hay nada más alejado, asimétrico, cerrado y no semajante que Gallardón con respecto del PP.
Y valga esto como ayuda al repaso de estudiantes de psicología -que sé que haberlos hailos- y como intromisión conspirativa en las interioridades del PP.

jueves, febrero 19, 2009

La boutade del pecado dimórfico

¡Vaya hombre!, si ya me temía yo que alguien iba a terminar por descubrirse que hombres y mujeres no son iguales.
Pese a decirlo siempre bajito y a mirar de refilón a los espejos para tratar de no constatar lo evidente, temía que no se pudiera ocultar por más tiempo todos los esfuerzos que he hecho para solapar ese secreto conocimiento.
Pero cuando ya me preparaba, manual de anatomía en mano, para refutar aquello de la costilla paradisiaca -por ubicación original, no porque fuera bucólica y pastoril-, lo del parto con dolor y del trabajo con sudor, van y cambian el argumento y yo me quedo compuesto y sin anticreacionismo anatómico que llevarme a la boca.
Porque resulta que hombres y mujeres son diferentes porque pecan diferente ¿Como es posible que nadie haya reparado en ese detalle con anterioridad?, ¿como es posible que algo tan científicamente obvio haya caído en saco roto en las mentes y las plumas de todos y todas los que llevan desgranando a lo largo de las últimas décadas la absurda e interminable disquisición sobre lo obvio?
Así que, hirviente el espíritu de pasión científica y rubicundos los carrillos de ardor empírico, me dispongo a comprobar esta nueva teoría que explica de una vez por todas el motivo por el cual hombres y mujeres son distintos -más allá del hecho de que son distintos y todo el mundo puede verlo o, al menos, atisbarlo en una radiográfia ventral-.
Fiel a los principios del bueno de Hume, decido que para hablar del pecado hay que pecar. No basta con las experiencias de otros susurradas a través de celosías de madera, ni con las confensiones a través de teléfono móvil o correos electrónicos de compañeros y amistades. Para ser riguroso en esto hay que pecar.
Tiro de documento del docto jesuíta que ha elaborado la estadística y consulto cual es el pecaminaso escalafón que me convierte en hombre. A saber: la lujuria, la gula, la pereza, la ira, la soberbia, la envidia y la avaricia.
Pues vaya novedad. Si yo creía que la lujuria era el único pecado. Pero no me dejo llevar por mis prejuicios e hipótesis previas de trabajo -yo soy muy de lujuria- y reviso el concepto de mis propios pecados.
Se me encoge el corazón cuando descubro que la estadística jesuítica es cierta, que no tiene vuelta de hoja, que no hay silogismo aristótelico que la refute, ni eje cartesiano que la descomponga.
Porque después de hacer el acto -el único acto que puede hacerse según los que elaboran esta estadística-, o sea, de ponerme lujurioso y expresar esa lujuria de forma carnal -vamos, practicar sexo, ¡que cansado y barroco es esto de los eufemismos!-, pues siempre me entra algo de hambre (Gula, con el cigarrillo postcoito, que es ya un vicio en si mismo, incluido) y luego una irrefrenable tendencia al bostezo y al sueño (Pereza). Más adelante -ya en otra jornada, pero entendido el pacado en sí como un continuo que salta barreras horarias-, me cabreo cuando me despierto tarde y recuerdo que, entre efluvios lujuriosos, olvide dar las adecuadas órdenes de funcionamiento a mi despertador (Ira), y posteriormente, entre ducha y café, recurro -en compañia- a la retórica de la sonrisa socarrona, el gesto pícaro y el "anoche estuvo bárbaro" (Soberbia compartida, pero soberbia a la postre). Luego llego al curro y lo dejo entrever, así, como quien no quiere la cosa, y en un comentario descuidado, interrumpido -como para que no se note que es aposta- demasiado tarde, (Envidia, la de otros, pero envidia) Y, finalmente, me pongó racano en el café porque me gasté mís últimos recursos crediciticos en impresionar a aquella con la que comence toda esta interminable noria de pecado y decadencia espiritual (Avaricia, comprensible, pero avaricia.)
Así que el heredero del santo militar de Loyola lo clava. Y no es solamente eso. Es que los integra en mi sola persona. O soy el compendio de todas las maldades bíblicas que salpican el mundo -lo cual no sería de extrañar, dada mi naturaleza demoniaca- o el jesuita me ha afanado el móvil y ha hecho un rápido -y corto a la fuerza- recorrido por mis contactos femeninos. ¡Si es que esto de los reality shows y las exclusivas ha puesto la intimidad patas arriba!
Pero, si resulta sorprendente que un religioso acierte de pleno con los hombres -aunque todos sabemos que Ignacio de Loyola fue soldado antes de fraile y de casta le viene al galgo-, resulta casi milagroso -y en estos lares nunca se descartan los milagros- que lo haga en las mujeres.
Su clasificación de vicios y pecados femeninos queda como sigue (en espera de un partido aplazado por la lluvia que tienen pendiente gula y avaricia, en campo de la primera porque la segunda se niega a pagar al árbitro): la soberbia, la envidia, la ira, la lujuria y la pereza.
La ausencia de la gula es comprensible porque ninguna mujer, por muy penitente que se ponga y por mucho que doble la rodilla en el reclinatorio, va a aceptar ante un hombre -aunque sea célibe y ungido- que cabe la más remota posibilidad de que luzca unos kilitos de más. Ni aunque su salvación eterna dependa de ello.
Y hablar de avaricia en la era del Shopping -el proberbial "ir de tiendas"- como pasatiempo femenino favorito resulta anacrónico. Si lo que es mola es gastar, no lo contrario.
Pero en lo demás está ajustadisimo. Si eliges como campo de estudio, por ejemplo, un local de copas, las evidencias son irrefutables.
Le haces a una mujer alguna caida de ojos o alguna sonrisa -así como para entablar contacto, que eso del "estudias o trabajas" tiene muy mala fama- y responde con un giro llameante de melena y una mirada de esas de "no está hecha la miel para la boca del asno" (Soberbia). Luego te fijas en que sus ojos se posan, con un cierto desdén interesado, sobre algún varón cercano acompañado y acerca sus susurros a la oreja de su amiga, mientras se yergue en esa actitud de "¿qué tendrá esa que no tenga yo?", referida a la que acompaña al varon objeto de sus desdeñosas atenciones (Envidia). Los comentarios suben de tono y de volumen y -generalmente, a la altura de la entrada de los servicios, para molestar todo lo posible y hacer lo más petente y público su disgusto- se enzarza en una discusión, nada escolástica, con el individuo en cuestión y con su acompañante-si está última tiene la mala suerte de acercarse a menos de medio centenar de metros del excusado- (Ira). Posteriormente, desmedida, desmelenada hasta el punto de casi desacompasarse, se contonea al ritmo de los tecnos y los trance en presencia, por regla general, de algún podre iluso, que no para de agredecerle a todos los panteones conocidos su buena suerte de esa noche (Lujuria, la del pobre ignorante, pero lujuria). Y finalmente, agotada del ejercicio de tortícolis que le supone bailar y seguir con la mirada al objeto de su ira, observa al babeante cebo, le da un teléfono falso y corre a arroparse en la soledad de su lecho (Pereza).
Resulta increíble pero el jesuita vaticano acierta. Porque supongo que se refiere a todo esto ¿no?
Si se tratara del hecho de que algunos hombres no pueden dejar de alardear de sus conquistas ni delante del confesor y de que algunas mujeres no son capaces de evitar hacer notar su supuesto atractivo ni a través de una pudorosa trama de cedro, sería menos relevante, menos pecaminoso. Sería menos divertido.
Intentar catalogar los pecados por sexo, lo de intentar diferenciar a hombres y mujeres por como pecan, es tan gracioso que merece ser tratado con humor -y todo lo anterior es humor, que no se me descuelgue nadie con que yo creo que las mujeres son así o son de la otra manera-.
Yo, que no cuento con todo el compendio de la escolástica tomista y la lógica aristótelica a mis espaldas, sólo he sido capaz de percibir una relación directa entre algunos pecados de hombres y mujeres:
Algunos hombres se ponen lujuriosos porque algunas mujeres están soberbias y algunas mujeres se ponen soberbias para que algunos hombres se pongan lujuriosos.
Pero claro, yo soy muy de Lujuria.

martes, febrero 17, 2009

No todos somos Marta del Castillo

Suele ocurrir en un caso como el de Marta del Castillo, que el incosciente colectivo se siente perturbado y engrandece -o al menos enfatiza- las bondades de la víctima para poder, luego, identificarse con más facilidad con ella. El recuerdo de Marta y lo injusto de su desaparición y su más que posible muerte lo merecen. Si hay alguien que lo merece es una joven con toda la vida por delante que ha dejado de tenerla.
Pero, por más que el inconsciente colectivo nos lleve a esa conclusión, por más que los carteles y la memorabila del caso lo griten y lo pregonen en cuerpo 34 en cada esquina, cada farola y cada escaparate; por más que no empeñemos en serlo, no todos somos Marta.
Porque Marta sería conocedora de su propia historia. No habría especulado. No habría dado por ciertas cada línea escrita en los periodicos ni cada frase pronunciada en las escrecencias televisivas de viscera y sucesos. Así que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría cruzado la calle, entrado en la comisaria, puesto una denuncia y abandonado el escenario para esperar con paciencia, probablemente con angustía y, con toda seguridad, con dolor, la evolución de las investigaciones. No se habría quedado en la puerta amenzando, insultando, vociferando con ira y promoviendo e intentando linchamientos físicos y mediáticos contra aquellos que se cree fueron los artífices de su desgracia. Va a ser que no, no todos somos Marta.
Porque Marta se habría quedado en su casa, rodeada por los suyos, facilitando en lo posible la investigación y el procesamiento y con serios problemas para hablar de lo ocurrido hasta en su círculo más íntimo, como suele ocurrir con toda víctima. No se habría dedicado a tomar a su hija de la mano y pasearla por los platós de programas de rigor dudoso y visceralidad desmedida para relatar pormenores irrelevantes de los hechos y leyendas de la vida de alguien a quien aún sólo se considera sospechoso o, como máximo, acusado. De manera que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría declarado lo que conocía de los hechos y luego habría permanecido en silencio, dejando que investigadores y jueces llegaran a las conclusiones necesarias. No se hubiera dedicado a montar y remontar mil veces el relato de lo ocurrido con datos inconexos y filtraciones; con declaraciones que se contradicen, con confensiones aparentes pero luego negadas y supuestas inculpaciones que, al menos de momento, ni siquiera están consideradas como pruebas legales. Se antoja que no, no todos somos Marta.
Porque Marta, la Marta perfeccionada de nuestro recuerdo e inconsciente, habría escuchado a los expertos y habría comprendido que buscar los motivos y las explicaciones de un comportamiento no es justificarlo. No se habría limitado a descalificar a los psicólogos, a negarse a aceptar la evidencia clínica y a negar la mayor que supone que alguien que le hace lo que parece que se le hizo a Marta del Castillo tiene algún tipo de perturbación, aunque eso no lleve aparejado que no deba pagar por aquello que ha hecho. De modo que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría esperado a que las declaraciones y las pesquisas encontraran el mobil del delito y dictaminaran los motivos del mismo. No habría corrido a apuntarse a una lista de víctimas de violencia de género, ni a incluirse dentro de estadística alguna. No se habría indignado cuando el juez considerara que una relación efímera, alejada en el tiempo y sin continuidad no induce a pensar que se trate de ese tipo de violencia. No habría tremolado el machismo antes de que nadie sepa si ese es el auténtico motivo de su desgracia. O sea que no, no todos somos Marta.
Porque Marta habría esperado a la sentencia para recurrir contra ella si no estaba de acuerdo con la misma. No se habría lanzado de forma inmediata a pedir el aumento de penas o el cumplimiento integro de las mismas, antes de conocer incluso el delito de que se acusa a los supuestos hacedores de su infortunio y mucho menos la pena que se solicita para ellos o la que finalmente les será impuesta. Resulta que no, no todos somos Marta.
Porque Marta, resumiendo, hubiera esperado a que hubiera un cadáver y a que un juez lo dijera para llamar a alguien asesino. Hubiera reclamado justicia, no venganza. No hubiera pedido a gritos en foros y declaraciones que los presideriarios "se encargaran" cruelmente de los acusados en la cárcel, ni que se les "matara como a perros", ni que se les "hiciera sufrir hasta el último día de su vida".
Visto lo visto, parece que no, no todos somos Marta.
Si por mor de la injusticia de una muerte engrandecemos el recuerdo de una víctima inocente, comportémonos de acuerdo con ese recuerdo engrandecido. Hagamos lo que la mejor de las martas posibles hubiera hecho. Ella lo merece. Aunque el resto de los implicados en llevarla a la desgracia quizás no, por lo menos Marta del Castillo lo merece.
Y, ya puestos, tal vez podriamos dejar un espacio en nuestro empático inconsciente colectivo para ser todos también alguno de los 21 emigrantes engañados, estafados ateridos y muertos que ahora flotan en las aguas que rodean Lanzarote
Pero, claro, eso es otra historia. Todo el mundo tiene o puede tener una hija, pero pocos se imaginan con su futuro dependiendo de una patera como para que se les dispare la empatía.
Queda claro. No todos somos Marta.

lunes, febrero 16, 2009

De un falso antisemitismo a una justicia falsaria. -el salto mortal de Moratinos-

Los hay que se mudan de una acusación a otra de forma directa y sin pasar por la casilla de salida. Y ese es el riesgo que está corriendo José Luis Rodriguéz Zapatero y su gobierno con el asunto del procesamiento de la cúpula militar israéli a cargo del Juez Andreú, en su intento de aseinar a Salah Shehadeh, en 2002 y que acabó con 13 personas e hirió a 150 más.
Zapatero y Moratinos, su ministro de exteriores, han mudado la faz de defensores de la justicia universal en unos segundos para transformarle en el rostro de lo políticamente correcto de los que contemporizan con aquellos con los que vale la pena contemporizar.
Se inició un proceso sobre Guantánamo y Rice y Bush se hartaron de protestar, pero no importaba. Es políticamente correcto ser antiamericano -¡si la mitad de su población lo es de uno u otro modo!-, así que nadie les hizo caso; se han iniciado procesos por las matanzas en Burundi y en Congo y nadie ha protestado porque a los que siguen matando no les preocupa y a los que están muertos, lamentablemente, tampoco.
En ESpaña se han iniciado procesos contra la dictadura argentina y contra el dictador chileno y, pese al caudal de quejas de los entornos de los dictadores, nadie dio un paso atrás. Al fin y al cabo, había muchos más que defendían que pasaran -con sus achaques y sus senatorias vitalicias- por los banquillos y por la cárcel. O incluso por el patíbulo, algunos de ellos.
Pero basta una llamada de la diplomacia israelí para que José Luís Rodriguez Zapatero y su ministro -a la sazón, el nuestro- prometa, ya que no puede paralizar el juicio iniciado por Andreu, que eso no volvera ocurrir.
Lo cual se antoja peligroso. En la medida en la que un miembro, el principal miembro, de la diplomacia española promete una flagrante ingerencia en un poder en el que no le corresponde ingerencia alguna para garantizar a un país extranjero impunidad. Suena faltal, si se mira atentamente.
Y todo ello ¿por qué motivo?
No puede ser por la importancia del aliado. Estratégicamente, es mucho más importante Estados Unidos y se le desafió abiertamente retirándo el apoyo a su campaña militar en Irak y sentando en el banquillo a algunos de los responsables de Guantánamo -figuradamente, porque nunca pusieron el pie en España- sin pestañear siquiera.
Tampoco es plausible que es porque se trata de un caso en el que Israel tiene razón. Porque asesinar a 13 personas y herir a otras 15o para matar a un individuo al que tampoco tienes derecho a matar, en un territorio que no pertenece no parece un argumento legal muy sólido. Y menos cuando te dedicas a fotografiarte con kefires en plena campaña electoral -a lo que, por otro lado, tienes todo el derecho del mundo-.
Así que, descartados el poder y la razón, sólo nos queda el tradicional concepto de la oportunidad, es decir, de lo políticamente correcto.
A Zapatero no le importa que le acusen de antiamericano porque, al fin y al cabo, todo gobernante europeo ha recibido esa acusación y viste mucho. Tampoco le importa de que le acusen de anticlerical porque, efectivamente, lo es y tiene derecho a serlo.
Pero tiembla -en lo que a la imagen pública se refiere- cuando alguien tremola el fantasma del antisemitismo. Eso no es políticamente correcto, eso lo son los obispos reclacitrantes y los neonazis; eso lo son las milicias blancas de Wisconsin y la ultraderecha italiana. El gobierno español no puede ser tachado de antisemita.
Da igual que la acusación sea tan espúrea como incoherente; da igual si proviene de alguien que acaba de prometer en sus elecciones sin pestañear que matará a mas palestinos por cada hebreo muerto de lo que hizo su antecesor. Lo que hay que evitar a cualquier precio es que el gobierno español sea llamado antisemita. Aunque todos sabemos que no lo es.
Y eso resulta preocupante, además de por lo que de impunidad confiere a Israel, en contra de los principios de justicia universal que hasta ahora defendía el gobierno y el partido de Rodríguez Zapatero, porque pone en tela de juicio las motivaciones que haya podido tener para mantener abiertos otros procesos de la Audiencia Nacional, basados en idéntico principio.
A lo mejor su forma de ganar prestigio internacional es esa y sustituye las fotos en las Azores, los fastos por el euro y los desfiles de legionarios por procesos internacionales bien vistos en los que no pueda caer tacha alguna sobre su imagen.
Es de esperar que no sea eso.
Moratinos promete reformas para que no se abuse del principio de justicia universal. Esperemos que esas reformas consistan en cosas como que deben juzgarse en sala y no por jueces individuales, o que deben refrendarse como procedentes por el Supremo antes de iniciar la instrucción o alguna cosa por el estilo.
Porque si lo que supone esa promesa hecha en la intimidad del teléfono al gobierno israelí es que sólo se puede juzgar a los régimenes y personajes que no entorpezcan la imagen del ejecutivo o, simplemente, que se puede juzgar a todo asesino sistématico, exterminador y dictador, salvo si es judio -o, para ser precisos, israelí-, entonces el gobierno español cambiara una falsa acusación por una completamente cierta y demostrable.
Habrá evitado la incosistente acusación de antisemitismo a costa de ganarse a pulso la mucho más demostrable y real de injusto y antidemócrata.
Es de suponer -y de esperar- que sabrán elegir.

Los cohetes Al Kasam de Hamás y el mensaje para Gaza

Que las elecciones en Israel -su resultado, se entiende- hacen imposible un acuerdo en Gaza es algo que casi da por sentado. Pero que Hamás se descuelgue hoy con dos cohetes Al Kasam disparados contra territorio Israelí no se puede calificar de otra manera que como una demostración palpable de cruel y fanático sinsentido. Los proyectiles disparados hoy en Shaar Hanegev y en Sdot Negev no demuestran otra cosa salvo que la sangre -o su sed yihadista- nubla la visión de futuro de Hamás.
Pocas son las personas que reparan en el sufrimiento de los demás en contrapeso a sus propias necesidades; menos aún anteponen la lógica y la razón a sus deseos. Pero eso no puede esperarse de una población que ha votado mayoritariamente a un abanico de opciones políticas que oscilan entre el bombardeo masivo y el exterminio nuclear de aquellos que se oponen a su forma de ver la realidad.
Eso ya dificultaba -sino imposibilitaba- los esfuerzos egipcios por lograr la paz -o al menos un alto el fuego duradero- entre los dos combaten en las mismas afueras de su país. Eso explica el hecho de que Israel exija la liberación de un soldado como condición para garantizar la posibilidad de supervivencia de millón y medio de personas; eso explica el hecho de que los negociadores israelíes se empeñen en buscar nuevas exigencias cada vez que los mediadores egipcios consiguen un compromiso por parte de Hamás.
Pero eso, dentro de la lógica de la balanza de víctimas y el poder militar que manejan los halcones y josues hebreos de la guerra. Para ellos tiene sentido. Ellos van ganando y realmente no quieren que la guerra termine. Por muy desigual que sea y muchas víctimas que cause.
Lo que no sólo es ilógico, sino criminal contra si mismos, es lo de Hamás.
Los israelíes parece -que luego pueden cambiar de opinión- que estan dispuestos a liberar a un millar de militantes de Hamás a cambio del ya tristemente famoso soldado Guilad Shalit. Egipto se muestra dispuesto a reabrir con ciertas garantías pasos que había clausurado por utilizarse para el contrabando. Y las autoridades hebreas se comprometen a desbloquear Gaza. Todo parece estar a punto, pese a las reticencias israelíes y la escasa confianza que unos y otros tienen en que su contrario respete lo acordado.
Y Hamás lo celebra enviando dos muestras de su absoluto desprecio por su propio pueblo en forma de cohetes Al Kasam -después de enviar otra ya ayer- sobre Israel.
¿Que quieren demostrar con ello?
Que están vivos, no. Todos sabemos que están vivos porque cuando estalló la primera bomba de fósforo blanco, lanzada por un avion isrealí, trasladaron sus yihadistas posaderas a Damasco y desde allí siguieron a lo suyo mientras población inocente era masacrada.
¿Que son fuertes? Tampoco parece plausible. Enviar dos ejemplos de un armamento que se te conoce, a ciegas y sin tener capacidad ni posibilidad de precisar un objetivo no es precisamente la mejor forma de demostrar fortaleza y organización militar y táctica.
Si los líderes de Hámas han ordenado esas acciones, lo unico que demusestran es que no quieren la tregua, que no les importa que la población de Gaza sea masacrada o muera por hambre con tal de poder matar a algún que otro soldado israéli.
El único mensaje que envían a los residentes en Gaza es que no pueden soñar con una paz duradera -aunque sea frágil- mientras ellos estén al mando. Lo único que están haciendo es contribuir a la campaña electoral de Al Fatah.
Si son algunos desmandados -que cuando se trata con fanáticos, mantener tensas las correas es dificil- los que han cambiado fuegos de artificio por cohetes, lo que demuestran es que son incapaces de mantener a raya a sus huestes. Que la sed yihadista de sangre de algunos de ellos les impide ver más allá de su odio y su deseo de provocar muertes al enemigo -aunque ni siquiera estén en condiciones de lograrlo-.
Presenta como evidente que los apocalípticos jinetes de la Yihad y el sectarismo campan a sus anchas por la franja sin que aquellos que los convocaron a este mundo -ahora refugiados en Damasco- sean capaces de enbridarlos y controlarlos. O sea, le están haciendo la campaña electoral a Al Fatah.
Estos tres cohetes Al Kasam deben ser mucho más importantes para Gaza que para Israel. No por las posibles represalias hebreas, no por las víctimas que podrían haber causado, ni siquiera por la demostración de inapropiada estupidez criminal de aquellos que los han lanzado.
Deben ser importantes porque les demuestran que, por exceso o por defecto, Hamás no está en condiciones de dirigir los destinos de Gaza. Sólo está condiciones de ponerla en peligro día tras día.
El fanatismo puede iniciar una guerra, pero no sabe terminarla.

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